Actor cómico, empresario teatral, cantante
Materia: TEATRO
Época: Requena, 19-X-1777 – Madrid, 14-VIII-1851
Referencias: TEATRO, COMEDIA
Notas biográficas:
PEDRO CUBAS: UN ACTOR REQUENENSE DEL SIGLO XVIII
Hoy en día no es tan frecuente encontrar familias de comediantes que hagan giras conjuntas, aunque las hay. Pero en los siglos XIX, XVIII y anteriores, era de lo más habitual. Padres, hijos y abuelos, yernos y suegros, cuñados y primos, formaban compañías de teatro que viajaban juntos, en carromatos como los que hemos visto en las películas tantas veces, y además hacían a la vez de actores y de maestros para los hijos, que aprendían a leer a la vez que a representar. No era extraño, por tanto, que los niños nacieran allá donde el destino tuviera a bien.
Es por ello, a juzgar por los datos con que contamos, que el actor de que vamos a hablar, naciera en Requena en el último tercio del siglo XVIII y el hecho nos haya resultado desconocido hasta este momento en que, gracias a Internet y a las hemerotecas digitales, antes o después la información se presenta ante nuestros ojos.
Una vez más conocemos datos de Requena, en este caso un personaje, por la prensa de Madrid. Veamos primero la noticia y profundicemos después en ella:
El Pabellón Nacional[1] (Madrid), 22-IX-1865
Cubas, más conocido por don Pedro Carrasco, es uno de los artistas principalmente célebres en el género cómico que ha producido España a principios de este siglo. Nació en Requena el año de 1777, siendo hijo de aquel otro conocido actor D. Félix, a quien su padre puso pleito por haber emprendido la carrera del teatro (tan poco estimada entonces) y obligó por sentencia del tribunal a hacer uso de cualquier otro apellido que no fuese el paterno, optando al punto el joven Félix por el de su madre, Cubas, de que han seguido haciendo uso con entusiasmo cuantos descendientes de los Carrascos abrazaron después la profesión de cómicos.
A los trece años de edad, esto es, en el de 1790, fue ajustado Cubas de racionista[2] por la empresa del Teatro de la Cruz en Madrid; y tales fueron en la corte sus ensayos, con tal desgracia y con tan escasas facultades se presentó en esta temporada y aún en las dos siguientes, en la escena, que no hubo noche en que no recibiese las más estrepitosas pruebas del descontento y desagrado públicos. Cubas, sin embargo, sentía grande entusiasmo y amor al arte, por lo que, no desanimándose, a pesar de las poco afectuosas demostraciones con que cierta clase de espectadores habían tomado ya la costumbre de saludarle, se esforzó en corregirse de todos los defectos que le advertían sus amigos, hasta hacer cambiar en el año de 1793 las disposiciones contrarias de una parte del público en otras tan favorables a su persona como hacia ningún actor se manifestaron nunca.
>Fue el caso que, concluida la guerra con Francia, comenzaron a regresar a España las tropas expedicionarias, y como entonces en celebridad del fausto acontecimiento escribiese D. Blas de la Serna, maestro de música del teatro de la Cruz, la aplaudida tonadilla con el título de “La venida del soldado”. Cubas se encargó del papel del protagonista, que desempeñó a gusto y satisfacción del público, recibiendo en premio los más vivos y estrepitosos aplausos y viéndose obligado además a repetir por dos veces la introducción. Y como si todavía fuera necesario un nuevo y más completo triunfo para asegurar la reputación, poco vacilante ya, del joven Cubas, el desempeño de su papel de gracioso en la comedia titulada “El montañés sabe bien donde el zapato le aprieta”, que fue inmejorable, se le acarreó verdaderamente.
Desde esta época el mérito del rehabilitado actor se reputó ya como uno de los más superiores, comenzando, por consecuencia, los teatros de las provincias a reclamarle y a hacerle proposiciones tan ventajosas de ajuste, como el mismo Cubas las pudiera apetecer. Así es que recorrió diferentes capitales, obteniendo en todas ellas multitud de aplausos y considerables remuneraciones, y no regresó a la corte hasta el año de 1805, y esto porque el príncipe de la Paz[3] le embargó en Cádiz, donde estaba ajustado, para hacerle venir al gran teatro de los Caños del Peral en Madrid. Aquí figuró Cubas en la misma lista que el gran Maiquez y el incomparable Rafael Pérez, alcanzando los mayores triunfos en la comedia “La presumida y la hermosa”, la tonadilla de “La tía burlada” y el sainete “El payo de centinela”.
Cuando aconteció la invasión francesa, Cubas se vio precisado a trasladarse a Sevilla, y de aquí a Cádiz; donde, viéndose en situación muy apurada por lo crítico de las circunstancias, hubo de embarcarse para Montevideo, en cuyo punto había sido contratado. Ovaciones completas y mejoramiento de sus intereses obtuvo en este país, tan pronto como arribó a él; pero no pudiendo olvidarse de aquel otro en que había visto por primera vez la luz, regresó a él en cuanto pudo y se estableció en Valencia, ajustándose en el teatro de esta ciudad.
Corría el año de 1815, y en consonancia con ciertas instituciones políticas, de funesto y triste recuerdo, estaba y se sostenía el tribunal odioso de la Inquisición Santa. Cubas era el autor de su compañía cómica. Pues he aquí que, debido a lo uno y a lo otro, fue aquel atropello escandaloso que se cometió con nuestro héroe, atropello que le ocasionó una fuerte alteración en su salud, y ese estado convulsivo en que permaneció hasta la muerte, por espacio de muchos años. El caso fue el siguiente:
Estaban para representarse, o habíanse representado ya en dicho teatro de Valencia, las dos producciones tituladas “El Diablo predicador” y “El Ángel pastor San Pascual”, cuando se presentó cierta noche, a la hora de la función, un familiar del Santo Oficio, preguntando por Cubas.
-Servidor de usted,- le dijo éste.
Entonces el ministro, que había ocultado hasta allí su carácter, tiró el embozo repentinamente, y dejando ver en el pecho el escudo de la Inquisición,
-¿Me reconoce usted?- interrogó bruscamente a Cubas.
-Demasiado,- le contestó éste.
-Pues en ese caso, sígame sin demora,- le replicó el otro,- que el tribunal está reunido, y deseando ver a usted.
em>-Vamos inmediatamente-, repuso Cubas, aparentando confianza y haciendo por disimular la zozobra y el sobresalto en que le habían puesto las palabras del familiar.
Y encaminándose los dos al sitio de los juicios sin pruebas, de las condenas sin oír, de los fallos inapelables, de las ejecuciones más bárbaras y sangrientas que pudo inventar la perversidad humana, llegaron a la presencia de siete hienas feroces, tituladas jueces, que hicieron sentar a Cubas en el banquillo de los acusados.
-¿Es usted el autor de la compañía cómica que trabaja en Valencia?- le preguntó el presidente, después de haberle hecho jurar ante un Crucifijo que diría verdad en todo lo que fuese preguntado.
-Sí, señor,- contestó Cubas.
-¿Y no sabe, -insistió el primero- que es en ofensa de nuestra santa religión y de sus más dignos ministros cuanto se dice y hace en las comedias que ha puesto usted en escena, tituladas: El diablo predicador y El ángel pastor San Pascual?
-No señor,- repuso el preguntado.
-Pues, sin embargo, es preciso que inmediatamente me entregue los ejemplares que tenga en su poder de las mencionadas comedias, -continuó el presidente- y se abstenga en lo sucesivo, bajo las más severas penas, de representarlas pública ni privadamente. ¿Lo entiende usted?
-Sí señor, -dijo Cubas- pero al mismo tiempo no puedo menos de manifestar a ustedes mi extrañeza, porque para el arreglo de un asunto tan sencillo como es este, haya empleado medios tan excesivamente eficaces, que me han causado grande alarma y sobresalto, y en virtud de los cuales me temo una muy terrible alteración en el estado de mi salud.
-¿Cómo así?- le replicó entonces airado el presidente, y continuó: -pues ¿qué opinión tiene usted formada de este tribunal, o a qué extremo le intimida la idea de tenerse que someter a sus fallos y decisiones?
-Señor, -contestó Cubas muy pesaroso ya de lo que acababa de decir;- mi opinión acerca de este tribunal es la más ventajosa; pero como ninguno está libre de una mala voluntad y una delación falsa, temí…
-Basta. -le interrumpió el presidente- Vaya usted con Dios y cumpla al punto lo que se le ha prevenido.
Cubas regresó, en efecto, libre a su casa; pero los recelos que había manifestado en la Inquisición, de que se alteraría el estado de su salud, a consecuencia de la sorpresa que había recibido con la notificación del familiar y todas las otras medidas aparatosas del santo oficio, se cumplieron al pie de la letra. Acometido el autor de la compañía cómica de un grave accidente que le hizo perder el sentido, no volvió en sí hasta después de mucho tiempo y de haberse empleado todos los recursos que encierra la medicina; siendo de lamentar, empero, que aquella convulsión nerviosa que se le había originado entonces, le durase por todo el tiempo de su existencia, que aún se prolongó treinta años.
Esto, no obstante, Cubas, merced al predominio que había llegado a adquirir sobre la escena, siguió desempeñando los diferentes papeles que se le dieron, con una perfección y una maestría admirables y conquistándose por ello las simpatías y el aprecio públicos, hasta un extremo que muy pocos artistas le pueden igualar.
Verdad es que el buen timbre y entonación excelente de su voz contribuían a dar mayor realce a la expresión sentida y natural de los más diversos afectos; que su acción era siempre decorosa y noble en los más burlescos papeles, muy diferente de la desenvuelta y libre en extremo de algunos actores graciosos de nuestros días; que si bien su principal cuerda era la de figurón, no por esto dejaba de desempeñar los papeles de barba con un esmero y un acierto admirables siempre que se le encomendaban; y por último, que nadie le aventajó en delicadeza y gusto para decir el verso de las Comedías, del teatro antiguo español principalmente.
Estas y otras muchas ventajosas cualidades, que adornaban al eminente artista, hicieron que rara vez le faltase ajuste en los principales teatros; siendo la mejor y más evidente prueba de ello que, aún en el año de 1843, época ya de su decrepitud, y en que figuraban en la lista del teatro del Príncipe los nombres de los más famosos actores, se viese representar a Cubas papeles de mucho lucimiento y arrancar aplausos y palmoteos innumerables. Si, el hombre del siglo pasado, el cómico de 1790, consiguió figurar dignamente al lado de la incomparable Matilde Díez, de la aventajadísima Lamadrid, del entendido Romea, del acreditado Guzmán, y entusiasmó a un público, el público de 1843, tan diferente de aquel otro público ante quien Cubas se había principiado a formar. Este es su mayor elogio. Sin embargo, luego que terminó esta temporada, vióse precisado a solicitar su jubilación, por sus muchos achaques, la que le fue concedida y disfrutó por espacio de ocho años.
Al cabo de este tiempo y a consecuencia de una penosa enfermedad que le acometió, dejó Cubas el 15[4] de Agosto de 1851 un mundo que había principiado a dejarle a él mucho antes. Su fama, empero, quedóse entre nosotros y subsistirá por mucho tiempo para estímulo de los artistas entusiastas.
¿Por qué no sabíamos nada de este actor cuando nuestros historiadores locales han dedicado tantas páginas al teatro? Solo podía haber un motivo: nació en Requena, de padres foráneos, y la familia siguió su camino.
Antes que nada, comprobamos la veracidad de lo afirmado por el periodista de 1865 acudiendo a nuestro genealogista local, Vicente Argilés, quien nos facilitó los datos con precisión, solicitando con estos el Acta de Bautismo al Archivo Diocesano de Valencia.
Acta Sacramental de Nacimiento de Pedro Carrasco (Archivo Diocesano de Valencia)
Acta sacramental de nacimiento de la parroquia de San Salvador, de Requena (transcripción revisada):
Pedro de Alcántara
de Félix Carrasco
y María Antonia García.
En la Iglesia Parroquial de San Salvador, mayor y más Principal de las de esta Villa de Requena, en veinte y un días del mes de Octubre de mil setecientos setenta y siete: Yo, Dr. Dn. Salvador Cervera, presbítero, arcipreste y cura de ella, solemnemente bauticé y crismé un niño, hijo legítimo de Félix Carrasco, natural de Velilla de San Antonio, Arzobispado de Toledo, y de María Antonia García, natural de la Villa y Corte de Madrid, y estantes en esta. Los abuelos paternos, Antonio Carrasco y Teresa Hernández; los maternos, Antonio García y María Estévez. Púsele por nombre Pedro de Alcántara Juan Bautista de la Concepción. Nació el día diecinueve de dicho mes. Fue su Padrino de Pila Joseph Carrasco, vecino de esta Villa y Parroquiano de esta Iglesia, a quien advertí el Parentesco espiritual y demás obligaciones. Fueron testigos Bernardo Morcillo y Joseph Gómez, vecinos de esta Villa, y firmé:
Dr. Dn. Salvador Cervera.
Unas palabras, que resalto en la transcripción, son esenciales para saber por qué Pedro Carrasco nació en Requena: “y estantes en esta”. Es decir, en el momento del nacimiento, los padres estaban en Requena, pero no dice “residentes en esta” o, como tantas veces leemos en estas actas, “vecinos de esta”. La fórmula “estantes”, hace referencia a los que en los padrones municipales se indican como “transeúntes” o personas que están de paso.
Pudiera, sin embargo, haber quedado alguna constancia del paso de Félix Carrasco y María Antonia García por Requena, pero hablamos de 1777, sin imprentas, sin teatro o corral de comedias del que tengamos constancia, lo que indicaría que las representaciones se hicieran en la vía pública.
Rafael Muñoz (2007, p. 45), nos recuerda lo que Bernabeu ya transcribiera en su Historia de Requena, de las actas de Acuerdos Municipales de 1664:
«Esta villa tiene derecho y possession inmemorial de que todas las compañías de farsas que pasan por ella y su Puerto al Reyno de Valencia o entran en Castilla por el dicho Puerto an de hacer y acen y an echo una comedia en la parte y lugar que los señores Correxidores han señalado sin que ayan de pagar derechos algunos las dichas farsas y porque agora se alla en esta Villa la compañía de Avencio de Ordas que passa al Reino de Valencia y estar pronta a hacer la dicha comedia y se a llegado a poner embaraço por el administrador de dicho Puerto pretestando se a de hacer la dicha Comedia en la Plaça de Arrabal, que si no lo hacen en dicha parte a de cobrar los derechos de paso de la ropa de dicha farsa”.
Al hablar de Plaça de Arrabal se refiere a la que hoy conocemos como Plaza de España, una de las más espaciosas de la Requena de entonces.
El caso de Pedro Carrasco no es único en Requena en lo que a artistas se refiere. Otro caso citable, a modo de ejemplo, es el del violinista Manuel Banquer y Lasa, nacido en Requena el 17-III-1852. Banquer, alumno del gran Jesús de Monasterio en el Conservatorio de Madrid, sería, con el correr de los años, primer violín en la Orquesta de la Sociedad de Conciertos de la corte y también de la del Teatro Real, siendo uno de los primeros intérpretes de Wagner en España. Ni los padres de Banquer, ni el resto de su ascendencia, tenían raíces requenenses ni, por añadidura, dejaron aquí descendencia.
Algo tienen en común y hay que decirlo: ambos mantuvieron en sus biografías públicas el dato de su nacimiento requenense, lo que gracias a la prensa, y en el caso de Banquer a Rafael Bernabeu y Baltasar Saldoni, ha llegado a nuestro conocimiento.
Tras escudriñar más a fondo la prensa de la época, sabemos que, en efecto, los padres de Pedro Carrasco trabajaron en los más importantes teatros de la corte. En el Diario de Madrid de 4-IV-1788, se ofrecen los elencos de los más afamados coliseos. En el caso del Coliseo del Príncipe[5], aparecen Félix de Cubas como primer actor y María García como actriz sustituta. Ese mismo año, Félix de Cubas es citado varias veces como sobresaliente<[6] del actor Manuel García[7]. Para 1790 ya aparece como primer galán, es decir: un actor consagrado. Si bien no encontramos en esta época a ninguna actriz “María Antonia”, si que aparece en la misma o cercana compañía que Félix de Cubas, una María García como actriz sustituta y, más tarde, como primera actriz. En años siguientes los veremos, por separado, en las listas de las compañías de los teatros del Príncipe, de la Cruz y de los Caños del Peral.
No va descaminado el biógrafo periodista cuando ofrece datos de los principios de Pedro Carrasco como actor. En efecto, en el Teatro de la Cruz[8], y de nuevo acudimos al Diario de Madrid, en marzo de 1792, para saber que, en la lista de la compañía de dicho teatro, capitaneada por el actor Eusebio Ribera (o Rivera), aparecen, como primeros galanes, en primer lugar Manuel García Parra, en segundo, Félix de Cubas y en décimo, Pedro de Cubas. Para un chiquillo de trece años sería un orgullo compartir carteles con su padre y otros grandes actores de la época.
Hay que decir que estos actores no solo interpretaban, sino cantaban. La compañía del Teatro de la Cruz tuvo como director musical y compositor, durante esos primeros años de Pedro de Cubas en la misma, al navarro Blas de Laserna, uno de los más inspirados y fecundos compositores de tonadillas escénicas de finales del XVIII y principios del XIX, con más de 500 títulos conocidos.
Uno de los primeros papeles destacados de Pedro de Cubas como actor lo refleja de nuevo el Diario de Madrid, de 9-IX-1793, en el que se relata el argumento de la obra que se estaba ofreciendo en esos momentos por la compañía de Ribera en el Coliseo del Príncipe: Ariadna abandonada en la isla de Naxos (melodrama en un acto, con periodos de música). Dentro de la representación se intercalaba un monólogo titulado El Poeta de Guardilla:
El Monólogo, que también representa hoy Pedro de Cubas, se reduce a sacar a la escena un Poeta favorecido solo de las Musas de Guardilla[9], que desnudo de todos los conocimientos necesarios, y en malísimos versos, va hablando y escribiendo un Monólogo, eligiendo un argumento ridículo, expresándole en términos chabacanos, finalmente haciendo una obra en todo digna de su ridículo ingenio, y de su consumada ignorancia. A lo último le sucede un trabajo común ciertamente a todo mal Poeta, y fue que queriendo representar a lo vivo la acción de los últimos versos que acababa de escribir, echa a baxo (abajo) el candil, la mesa, el Monólogo, y él mismo, cuyo trágico fin termina la escena.
Pedro Carrasco o Pedro de Cubas, ya así conocido, a sus dieciséis años triunfaba en los papeles cómicos y ese sería su destino como actor. El mismo Diario de Madrid, con fecha 19-VIII-1805, habla del cómico que ya cuenta veintiocho años, continuando en la plantilla del madrileño Teatro de la Cruz:
En el coliseo de la Cruz, a las 7½ de la noche, la Compañía destinada al coliseo del Príncipe representará la comedia titulada: La presumida y la hermosa, con tonadilla y saynete. En toda la función hará de primer Gracioso el Sr. Pedro de Cubas. Concluida la función se baylará el bolero.
Un año más tarde, 1806, vemos a Pedro de Cubas actuando en el Teatro de los Caños del Peral[10]:
Diario de Madrid, 2-V-1806
En el Teatro de los Caños del Peral, a las 6 de la noche, se representará, por la Compañía destinada al teatro del Príncipe, la comedia en 2 actos, titulada “Todos formamos castillos en el ayre”, seguirá una tonadilla y concluirá con el bayle titulado El Desertor.
Actores en la comedia: Sras. Antonia Prado y Gertrudis Torre. Señores Isidoro Mayquez, Josef Fedriani, Antonio Soto, Josef de Oros y Pedro de Cubas.
Precisamente el 19 de enero de 1806 tuvo lugar uno de los acontecimientos teatrales más importantes de la historia del teatro español: el estreno, en el Teatro de la Cruz, de la comedia El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín.
El éxito de la obra hundió la taquilla de su más directo rival, el Teatro del Príncipe, que en esos momentos, tras un incendio, estaba siendo reconstruido y la compañía reubicada en el de Los Caños del Peral. La reacción se debió a las comedias hilarantes que protagonizó Pedro de Cubas, comenzando por la obra La fiesta de toros de Juan Tuerto, del autor en nómina de la compañía, Félix Enciso Castrillón.
Todavía un mes antes de la invasión napoleónica, en abril de 1808, Pedro de Cubas seguía apareciendo como actor “de carácter jocoso”, en la compañía titular del Teatro del Príncipe. Dice la biografía que hemos transcrito, que Pedro de Cubas hubo de marchar a Sevilla y luego a Cádiz, desde donde pasó a Montevideo, huyendo de la guerra, y en alguna de las citas que hemos consultado se le tilda de afrancesado junto a otras gentes del teatro, como Leandro Fernández de Moratín. Pero en un artículo de El Heraldo de Madrid, del 2 de mayo de 1929, titulado Cómo se hizo jurar rey en Madrid José Bonaparte, se relata cómo Napoleón hizo abrir un registro de firmas en la capital del reino, en la que se obligó a los madrileños a jurar “apoyo, amor y fidelidad al rey”, siendo los alcaldes de barrio los que, en compañía de un escribano, fueron casa por casa obligando a los cabezas de familia a firmar en dicho registro. El artículo entresaca nombres del “infinito número de personajes conocidos que se vieron obligados a firmar”, entre los que leemos, en la Costanilla de los Capuchinos, nº 3, al actor cómico Pedro de Cubas.
Fue a la vuelta de América, una vez acabada la Guerra de la Independencia, cuando Pedro Carrasco “Cubas” se afincó como empresario y actor en Valencia, sucediendo en 1815 el incidente con la Inquisición. Y debió ser este el que le motivara a volver a Madrid, a sus viejos teatros del Príncipe y de la Cruz, para seguir ejerciendo en lo que mejor sabía: actor de carácter jocoso, es decir: actor cómico.
Volvió a aparecer en la prensa madrileña en 1817, en que de nuevo le vemos en la lista de actores del Teatro de la Cruz, citada como Compañía Cómica. Ese mismo año, junto a su nombre como primer actor cómico en el citado teatro, aparece el de uno de sus hijos, José Cubas, indicado como Cubas menor, con lo que la continuidad de la dinastía teatral familiar estaba asegurada.
No hay necesidad de alargar más esta crónica. En efecto, Pedro Cubas (ya sin el “de”) continuó haciendo reír con sus actuaciones en todo tipo de comedias en los teatros de la Cruz y del Príncipe de Madrid, escenarios de sus grandes éxitos, viéndosele a menudo en el de los Caños del Peral. Hay que decir aquí, no lo olvidemos, que Cubas igual declamaba que cantaba en las tonadillas de Blas de Laserna y otros compositores “de compañía” con los que trabajó.
Terminó sus días de teatro en el del Príncipe, a las órdenes del gran actor y director murciano Julián Romea[11], que era por entonces empresario de este coliseo, que remozó el espacio escénico modernizando el alumbrado, el patio de butacas y, sobre todo, el repertorio. Cubas formaba pareja, en estos últimos años, con otro gran actor de la escena decimonónica, Mariano Fernández. En la lista de la compañía para la temporada 1843/44, junto a Romea, Fernández, Cubas, Uzelay, etc., figuraba otra de las grandes actrices del XIX, Teodora Lamadrid y una joven, en último lugar de la lista, que no ofrecía dudas sobre su linaje: Paula Cubas.
Varios periódicos de Madrid dieron la noticia de su muerte, que no ocurrió el 15 de agosto, como indica el cronista, sino el 14. Tomamos la crónica de El Observador, de fecha 15-VIII-1851, aunque la misma nota, con exacto contenido, apareció en diversos diarios de los días posteriores:
Ayer ha fallecido en esta corte, a la edad de 74 años, el célebre actor Cubas, contemporáneo de Maiquez y uno de los gloriosos recuerdos de nuestra escena. El señor Cubas ha muerto pobre, pero con la conciencia tranquila y la satisfacción de haber cumplido durante la larga carrera de su vida con los deberes que la sociedad y la religión imponen a todos los buenos ciudadanos.
Los actores han abierto una suscripción para hacer con decoro las exequias de su cadáver.
La revista madrileña La Ilustración, del 23-VIII-1851, se lamentaba así:
Por último, si quisiéramos dejar contristado el ánimo de nuestros lectores con el recuerdo de las muertes naturales ocurridas en esta semana, citaríamos la del célebre actor jubilado Pedro Cubas, último que quedaba del famoso trío (Antera Baus y Juan Carretero) que con más acierto llegó á interpretar en nuestros teatros las producciones de Tirso y de Moreto, de Lope y Calderón.
La dinastía Cubas continuó en las tablas por varias generaciones. Tras Pedro, alcanzó fama su hija Manuela Carrasco, de nombre artístico Manuela Cubas, célebre actriz y cantante de zarzuela que adoptó definitivamente el apellido, pasándolo a sus hijos.
Manuela Cubas fue madre de José (Pepe) Moncayo Cubas (Málaga, 1863 / Madrid, 1941), actor, cantante de zarzuela, empresario y director de teatro, célebre, entre otros papeles, por su interpretación del Don Hilarión de La Verbena de la Paloma; y también del escritor y autor dramático Manuel Moncayo Cubas (Madrid, 1880 / 1945), conocido en especial por sus libretos líricos para Manuel Penella, en especial el de su mayor éxito en común, la revista Las Musas Latinas (1913).
Una dinastía teatral que, gracias a la casualidad, tuvo en Requena una parte importante: el nacimiento de su representante más significativo, Pedro Carrasco García o, cómo ha quedado en los anales del teatro: Pedro Cubas.
Marcial García Ballesteros.
BIBLIOGRAFÍA
CALVO Y REVILLA, Luis, Actores célebres del Teatro del Príncipe o Español, Madrid, Imprenta Municipal, 1920.
MUÑOZ GARCÍA, Rafael, Requena Teatral, Valencia, Bernia Edicions, 2007.
Prensa digital de la época citada en el texto.
[1] Según la Hemeroteca Digital de la BNE: Diario adscrito al liberalismo moderado, que comienza a publicarse el 29 de enero de 1865 con el subtítulo “periódico político y literario” y estampando bajo su cabecera los lemas “moralidad, justicia, libertad, reformas”, que poco después desaparecerán de su título. Su fundador, propietario y director es Antonio Rivera y Vázquez, aunque durante el año 1866 lo dirigirá el jurista y periodista Manuel Pérez de Molina. Siguiendo el formato de la época, sus entregas serán de cuatro páginas compuestas a cuatro columnas, tamaño que irá aumentando, así como sus columnas, que llegan a ser cinco. [2] Según el Diccionario de la RAE: En el teatro, actor que representa papeles de escaso relieve. [3] Manuel Godoy y Fernández Faria, primer ministro con Carlos IV en 1792 y 1798 y hombre fuerte (valido) en la sombra de 1800 a 1808. [4] Día incorrecto, fue el 14. [5] Años más tarde denominado Teatro Español, del que sería primera actriz y empresaria María Guerrero. [6] Sobresaliente: actor de apoyo y sustituto del galán principal. [7] Manuel García Parra, s. XVIII. Actor de relieve en los teatros madrileños citado en diversas fuentes teatrales. [8] Otro de los teatros públicos más antiguos de Madrid, junto con el Corral de la Pacheca y el Coliseo del Príncipe. [9] Musas de Buhardilla. Inspiración de baja calidad. [10] Antiguo corral de comedias, sería demolido en 1817 para construir en su solar el actual Teatro Real. [11] En su honor se rebautizó el Teatro Jordá de Requena, en 1903, pasando a denominarse Teatro Romea (Muñoz, 2007, p. 59).