La Repoblación distó de ser sencilla, y la Corona de Castilla se enfrentó a serias dificultades desde tiempos de Alfonso X. La afluencia de gentes desde el Norte del Sistema Central a las tierras recién conquistadas no colmó el vacío dejado por los musulmanes. La desarticulación de la antigua sociedad andalusí y el establecimiento de la nueva afectaron a la producción y a la circulación comercial, encareciéndose los precios a la par que el gusto por el lujo se iba afirmando. La balanza mercantil castellana se convirtió en deficitaria, tratando de corregirla sin éxito una monarquía con acrecidas exigencias fiscales. Tales problemas antecedieron a los desatados (o exacerbados) por la Peste Negra de 1348.
En Requena no se conoció ni de lejos la saturación demográfica de ciertas comarcas del Norte de Francia antes de la susodicha epidemia, pero la delimitación y aprovechamiento de su territorio se consolidaron con éxito. Entre 1323 y 1324 se intentó resolver el litigio de límites con Buñol y Chelva, y en 1346 se insistió en el beneplácito del concejo para poblar. Al calor de la explotación forestal y de las exigencias defensivas creció Utiel, no desgajado de Requena hasta 1355. Estas tierras padecieron carestía en 1336, al igual que otros puntos de la Península durante la misma década, presentándolo los historiadores como la antesala de la Peste, cuyos efectos reales aún desconocemos para Requena.
Hoy en día se propende a restar mucho hierro al apocalíptico 1348, y se insiste más en la reiteración del fenómeno epidémico, susceptible de estancar el crecimiento de la población durante los siglos XIV y XV. Requena sufrió los zarpazos de la enfermedad en 1390 y 1402, aunque indicios muy razonables nos manifiestan que su población no se detuvo: las frecuentes roturaciones talaron indebidamente muchos carrascales en 1388, el aumento de la población se adujo para instaurar la insaculación municipal en 1393, y la zona de extramuros cercana al Convento del Carmen acogió un hospital y una hospedería a la altura de 1417. A veces Requena sirvió incluso de refugio contra la pestilencia que castigó las húmedas zonas del litoral, caso de algunos prohombres de la más masificada ciudad de Valencia en julio de 1439. De todos modos el alcance del impacto social e histórico del gran ciclo epidémico bajomedieval todavía permanece abierto para Requena.
En 1402 se establecieron importantes dehesas en su tierra, mas no parece que se deba atribuir a la peste de aquel mismo año, sino más bien a las demandas tributarias de la realeza, pues las sumas exigidas en concepto de las alcabalas y de las seis monedas se cubrieron con el dinero procedente del arrendamiento de las dehesas.
En el Trescientos la guerra contra Aragón ocasionó perjuicios a la par que oportunidades. Soldadas y botines tentaron a los requenenses, que incluso lidiaron en los conflictos de la vecina Corona. En 1336 incursionaron contra Játiva bajo don Pedro de Jérica, refractario a la autoridad de Pedro IV. La adquisición y composición de armas animó el comercio, y en 1337 el requenense Gonzalo Ruiz de Lihori se asoció con el murciano Gastón Pérez para reparar armas en la ciudad de Valencia, proveyéndose para el cambio de telas de seda y doblas. El rescate de cautivos, como el escribano aragonés Bertrán de Vallo en 1336, también supuso un tráfico muy lucrativo. Tal ambiente favorable a los negocios guerreros no coartó el incumplimiento de los deberes vecinales de hueste y apellido en 1346.
La consolidación de la villa fue indisoluble de la de sus familias, unidades de socializadoras básicas e incluso de actuación pública. En 1307 se acusó en bloque a los hijos de Pedro Martínez el Abad de maltratar a los musulmanes del caballero aragonés don Pedro Jiménez de Tierga. Litigios y lances alimentaron el orgullo del linaje. El mantenimiento del honor familiar ocasionó no pocas disputas, capaces de conmover la administración de justicia. El asesinato a traición del hijo de Gil de Dios, Rodrigo, a manos de Jimeno, hijo de Jimeno Donamilia, derivó en un complejo proceso de extradición cuando el homicida buscó refugio en Aragón en 1339. Las solidaridades familiares no siempre garantizaron la paz doméstica, y las ordenanzas de la primera mitad del XIV parecen avanzar el mundo social de la Celestina, el de los servidores que se inmiscuían en la intimidad de los señores. Se previno contra los collazos, yuberos o paniaguados que yacieran con sus señoras, émulas de la reina Ginebra capaces de favorecer un golpe de estado contra la jerarquía social por la vía del adulterio. Depositaria del pundonor familiar, la mujer no pudo al final ser marcada a hierro en las demandas por engaño conyugal, bastando su jura. Las cortapisas carnales nunca se impusieron a los maridos, que pudieron acceder a sus criadas y esclavas. De todas formas se limitó la cuantía de las mandas testamentarias favorables a los hijos barraganos. La riqueza determinó el número de componentes de cada familia, pasando de las parentelas de los prohombres a las pequeñas unidades de los vecinos más modestos. En esta comunidad de órdenes el insulto personal tuvo elementos vitriólicos, ya que ponía en cuestión la posición social del individuo. En los tiempos de Eduardo II de Inglaterra el denuesto de sodomía, propio de gentes homófobas, se penalizó para evitar agrias disputas. Quizá este género de improperios se difundió en una comunidad con altos índices demográficos de masculinidad y abierta a la sociabilidad de las compañías guerreras de almogávares.
El espíritu emprendedor de la Repoblación distó de alumbrar una sociedad con ribetes igualitarios. Los prohombres que controlaron el municipio pudieron atesorar mayores bienes gracias al ejercicio de la justicia local y a los repartos de impuestos, datando de 1394 la primera referencia de ocultación de nombres en los padrones. Se favoreció la diversificación social por razones prácticas y de mentalidad, aunque la carencia de datos nos impide desvelar su grado real de polarización. En las ordenanzas de 1346 se consignaron los labradores, pero no los braceros, jornaleros y pegujaleros. La llamada desposesión campesina todavía no se habría verificado en un término muy extenso y abierto a la colonización, si bien un número incierto de cultivadores ya arrendaron heredades por año e día. Para determinados campesinos la dimensión laboral de pastores, pescadores y cazadores fue complementaria, aunque al mismo tiempo resultó prioritaria para algunos. Ni la arriería ni la carretería constan entre las dedicaciones complementarias o fundamentales de los requenenses coetáneos.
Las necesidades más cotidianas de transformación de alimentos y de edificación de la villa agrícola de Requena fueron atendidas por los molineros, los carniceros, los horneros, los herreros, los tejeros, los carpinteros y los entendidos en obras de regadío. Los carniceros, posesores a veces de grandes rebaños, disfrutaron en muchas localidades europeas de la fortuna suficiente para ascender al escalafón de los prohombres. En Castilla la propiedad de los molinos podía estar en manos de sociedades de parcioneros de origen vecinal o familiar, si bien su gestión fue a parar a manos de emprendedores, al igual que los hornos, capaces asimismo de arrendar la recaudación tributaria. La explotación forestal para comercializar grandes cantidades de madera o cabañas anudaron compañías entre requenenses y conquenses. Al contrario, la apicultura estuvo marcada por los enfrentamientos con los mudéjares de Buñol, pese a encomendarse la protección de sus colmenas a vecinos de nuestra localidad. Erigida Requena en punto esencial de paso de textiles de procedencia diversa desde Valencia a Jaén y Valladolid, ya albergó un grupo de tejedores sometidos a la autoridad de sus maestros. El comercio y las finanzas interesaron al mismo arcipreste de Requena, mientras en la zona extramuros se estableció la comunidad de carmelitas, que en 1415 se encaró con el concejo por la presencia de un burdel, intento de fiscalizar el mundo marginal de prostitutas y rufianes del naciente arrabal.
En esta comunidad cambiante se desataron las luchas por el predominio social más allá de los habituales bandos entre linajes. En 1392 los prohombres del concejo de las regidurías cuestionaron con sonoridad y poco éxito la asignación de dinero de los caballeros de la nómina. Paralelamente, el fortalecimiento de las cofradías desde al menos 1421 combatió la discordia bajo el espíritu de la hermandad social del Cuerpo de Cristo, ansiosa de equilibrio entre tanta tribulación.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Órdenes y provisiones reales y de otras autoridades nº. 6128, 6129, 6132, 6136, 6137, 6138, 6139 y 11.418.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Real Cancillería, registros nº. 42 (217v), 48 (136r), 50 (245r), 127 (116r), 134 (174v-175r), 141 (180r-180v, 189r-189v y 190r), 179 (59v-60r), 237 (42r-42v), 1054 (8v) y 1055 (180v).
Bibliografía.
BERNABÉU, Rafael, Historia crítica y documentada de la ciudad de Requena, Requena, 1945.
DOMINGO, Eugenio, El Fuero de Requena. Edición crítica de Eugenio Domingo, Requena, 2008.