Nuestra Historia tiene muchos protagonistas, algunos injustamente olvidados. Las vías pecuarias han sido y son importantísimas para entender cabalmente el pasado y nuestro territorio, la interacción entre las comunidades humanas y el medio. Algunos urbanitas, algunos, piensan que los caminos se reducen a las autopistas de asfalto que permiten conducir a gran velocidad y quizá sueñen con la Sudáfrica de seis carriles por cada sentido. Lo cierto es que, retornando a este mundo de Dios, don Francisco Arroyo Martínez nos vuelve a ofrecer un baño de realidad en su nueva obra Las vías pecuarias de la Meseta de Requena y Utiel: el patrimonio perdido, Llogodí, 2019.
Tales vías están muy enraizadas en nuestra Piel de Toro y algunos historiadores han intentado desvelarlas antes de la llegada de los romanos, con no poca controversia. Lo cierto es que la Repoblación terminó de configurarlas, pues según se dijo con cierta licencia retórica la Reconquista fue la lucha de la oveja cristiana contra el caballo hispano-árabe, si bien los acuerdos ganaderos entre cristianos y musulmanes fueron habituales en la dinámica Frontera de los siglos XII al XV.
El buen trabajo de don Francisco nos demuestra con creces que tras la desaparición del Honrado Concejo de la Mesta, que tanto dio que hablar a propios y forasteros, los pleitos prosiguieron menudeando alrededor de las vías pecuarias, dada la importancia y riqueza de usos de sus terrenos.
Conviene recordar que el tema, además de precioso, es complejo y de hecho legalmente se estableció en 1995 que una vía considerada cañada presenta una anchura de 57 metros, el cordel de 37´50 y la vereda de 20. Esta “bendita” claridad no se la encuentra el investigador, pues en los distintos parajes de la geografía ibérica pueden aplicarse nombres que no se asociarían en otros a esa misma vía. Cosas de nuestra riqueza cultural y antropológica. Valga en nuestra comarca el curioso ejemplo de la vereda de hoja y vez, más ancha que la cañada misma.
En su afanoso recorrido, las vías pecuarias forman las venas de nuestra comarca, por donde han circulado personas, bienes y ganados con animación. Esperemos que gracias a obras como ésta muchos se animen a recorrerlas y a emprender algo tan recomendable como el senderismo, pues sus páginas son una completa guía, bien provista del pan del camino de la toponimia y los hechos allí acontecidos, los del día a día de pleitos, en los que tan pródigos somos. Aquí podremos entender las reclamaciones de alguien como Hilario Montes Lapuebla, que en 1891 afirmó no ser intruso en la vereda real. Los complicados deslindes y amojonamientos duraron mucho más allá del fin de la Mesta, como se podrá comprobar leyendo sus páginas.
Si las vides se entrometieron en las vías de Requena, los pinos lo hicieron en las de Sinarcas, reclamando parte del señorío de unos terrenos cotizados. Las modernas líneas de alta tensión también quieren sentar sus reales, con no pocas complicaciones. Al fin y al cabo, las vías pecuarias han deparado no solo tesoros arqueológicos en forma de hallazgo de inscripciones romanas, sino también sus buenos dineros en forma de gabela. Para armar en 1844 a su Milicia Nacional, Requena tuvo el permiso de la Diputación Provincial de Cuenca de cobrar derechos a los ganados trashumantes en la vereda de San Juan. Mucho antes, alcanzó un acuerdo con el Hospital General de Valencia por el que a cambio de recibir sus expósitos autorizaría los toros y los ganados de carne de cuchilla de aquél allí. Hoy, las vías pecuarias nos han deparado el regalo del magnífico libro del infatigable y riguroso Francisco Arroyo.