El Quinto Mandamiento fue quebrantado brutalmente durante la Guerra Civil. Colisionaron en España visiones del mundo muy distintas. Las polémicas anticlericales de comienzos del siglo XX se convirtieron finalmente en un brutal choque: los anarquistas consideraron la Iglesia católica parte esencial de un orden injusto y retardatario, con el que era necesario acabar para conquistar la libertad humana. Algunos autores como Gerald Brenan los compararon con los iconoclastas protestantes de los siglos XVI y XVII. El patrimonio histórico-artístico encajó formidables pérdidas. En vísperas de la Guerra, el convento de las agustinas de Requena fue atacado y nunca se volvería a reconstruir, pues finalizado el conflicto se impuso el proyecto de la nueva avenida, hoy del Arrabal. A partir del 18 de julio del 36 la cosa fue a peor en otros templos de la ciudad. La furia también alcanzó a sacerdotes como el cura de San Nicolás Alejandro García Vidal, patrono del Hospital, o al primer profesor de religión del Instituto de Requena, Victoriano Andrés Grafiá.
Una religiosa se dolió en su correspondencia con García Vidal que el diablo andaba suelto por la España de comienzos del verano del 36. La sensación de muchas personas religiosas era la de vivir en un nuevo tiempo de persecuciones y catacumbas. La Iglesia, pues, se encontró en el ojo del huracán y sus fieles tomaron partido activo en la lucha. Desde el bando franquista, se llegó a presentar su causa contra la II República como una cruzada.
La victoria de las fuerzas de Franco fue acompañada del restablecimiento en toda España de la autoridad de la Iglesia y del culto. Se identificó el ser nacional español con la fe católica, el nacional-catolicismo, y se proscribieron otras formas de pensar. En el espacio público, tan disputado desde 1931, se volvieron a disponer los símbolos religiosos. El 11 de septiembre de 1939 se colocaron dos crucifijos, valorados en setenta pesetas, en el Hospital de Pobres. En la plaza de España, se oficiaron misas en honor a la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil, el Doce de Octubre. Se reconstruyeron en este momento cofradías e imágenes.
En este ambiente se encuadra la recepción en 1944 por la Cofradía de la Vera-Cruz o Sangre de Cristo de la imagen del Santísimo Cristo, del escultor Carmelo Vicent Suria (1890-1957), de la que se cumple su 75º Aniversario. Al valor espiritual de la talla se une el artístico, pues con justicia don Carmelo era desde 1942 catedrático de Talla de la Escuela de Bellas Artes. Más allá de las particulares circunstancias políticas españolas, el sentimiento religioso tuvo un momento de auge en los países cristianos de los años cuarenta y cincuenta. A diferencia del desasosiego ocasionado tras la I Guerra Mundial, los desastres de la II habían movido a muchos a una vida más espiritual, con independencia del pensamiento existencialista. En la Gran Bretaña de la postguerra se requirieron a renombrados reverendos estadounidenses, capaces de congregar grandes multitudes en estadios hoy en día llenados por estrellas de la canción. A la necesidad de consuelo espiritual se unió entre nosotros el deseo de reconstruir la comunidad requenense, con tantas heridas abiertas, bien presente en un cofrade como Rafael Bernabéu, autor también de una historia de la Vera-Cruz. Don Rafael siempre entendió Requena como una ekklesia, en el más noble sentido de comunidad. Consciente de sus grandes momentos, de los que siempre se sintió partícipe de un modo o de otro, redactó el acta de la Cofradía del 2 de abril de 1944, en la que más allá de la simple constatación leemos una auténtica historia de emoción:
“Para hacerse cargo del Santísimo Cristo, tallado por el artista Carmelo Vicent, se desplazaron a la capital Justiniano Navarro y José Roda Ricart, quienes tomaron las debidas garantías para trasladar la imagen a Requena por ferrocarril. Aquí la esperaban varios hermanos que, a hombros, la condujeron a la sacristía del Carmen.
“Al día siguiente, día cinco de abril de mil novecientos cuarenta y cuatro, fue acondicionada en las andas confeccionadas por el hermano Francisco García García y pintadas por Fernando Moragón. A las ocho de la tarde, ante numerosos hermanos y fieles, el Sr. Arcipreste don Ladislao Huélamo, auxiliado por el coadjutor don Luis Sáez Laguna, procedió a la solemne bendición de la Imagen, obra bellísima en la que el artista ha sabido fundir lo artístico con lo religioso. Seguidamente, el Sr. Arcipreste dirigió a los hermanos y a los muchos fieles que asistieron una sentida plática.
“Durante esta Semana Santa, el Crucifijo fue conducido por hermanos de la Veracruz, algunos de los cuales se han confeccionado túnicas, se pasó a la Imagen por las calles de la ciudad (que) produjo vivísima impresión. Todo lo cual se hace constar para ilustración de venideras generaciones.
“José Navarro y R. Bernabéu.”
Quede de ello constancia.
César Jordá Sánchez y Víctor Manuel Galán Tendero.