La crianza de abejas para lograr su miel, la apicultura, presenta una dilatada Historia en las tierras del Este de la Península, pues las celebérrimas pinturas de la cueva de la Araña, en la valenciana Bicorp, plasman gentes recolectando de hace más de nueve mil años en términos redondos. Del 200 antes de Jesucristo se han conservado colmenas iberas en forma de cilindro alargado, de arcilla, que se disponían horizontalmente. En el Corán se consigna la inspiración divina de las abejas dispensadoras de remedios. En la gastronomía andalusí se empleó a conciencia la miel, apuntada como medio de pago tributario en las versiones conservadas del tratado de Teodomiro.
Sabemos que en Al-Ándalus se elaboraron colmenas horizontales de corcho, especialmente útiles para su transporte por la noche a las zonas estacionalmente más apropiadas. La apicultura fue y es una actividad trashumante, a lomos de los animales de carga de sus cuidadores, que las han trasladado desde las áreas de menor altitud de floración del almendro y del azahar a las de los apiarios serranos en flora. Así se han conseguido distintos tipos de miel.
A comienzos del siglo XIV, las tierras de Requena acogían a las colmenas de los apicultores de la ribera del Júcar, trashumancia cuyo origen debía ser antiguo. La partición de dominios entre los reyes de Castilla y de Aragón no la anuló. Al contrario, los monarcas se erigieron en sus protectores.
El caballero don Pedro Jiménez de Tierga supo obtener buen provecho de la apicultura. Sus musulmanes de Montserrat conducían todos los años sus colmenas al área requenense, entonces castellana. Sabemos que los mudéjares de tierras valencianas fueron forzados a ofrecer regalos como miel o gallinas a sus señores en distintas circunstancias.
Sin embargo, los hijos de Pedro Martínez el Abad, vecinos de Requena, les tomaron a los servidores del caballero en un momento determinado las colmenas, cinco acémilas y dineros, quizá amparándose en la situación de guerra entre Castilla y Aragón de 1296 a 1304, con independencia de las treguas de alcance local puntualmente concertadas.
El 28 de noviembre de 1306, ya declarada la paz, Jaime II de Aragón tomó bajo su protección a don Pedro y a sus musulmanes. Se dirigió al concejo de Requena y le recordó la salvaguardia que las colmenas de las gentes del reino de Valencia gozaban en sus términos. De acuerdo con lo establecido con el rey de Castilla, la querella entre fieles de ambos monarcas debían sustanciarse ante jueces y veedores. Tachado el acto de robo, el rey de Aragón insistió dos veces más, el 5 de febrero y el 11 de diciembre de 1307, al concejo de Requena en busca de satisfacción de su demanda.
Este asunto no vuelve a aparecer en la documentación cancilleresca aragonesa, quizá porque se solucionara por vía judicial, pero las colmenas forasteras fueron nuevamente objeto de otra reclamación de Jaime II, la del 5 de marzo de 1313. Los mudéjares de Buñol, entonces tratados con poca consideración por los cristianos de sus alrededores, habían encomendado sus colmenas a vecinos de Requena como Sancho de Mizlata, lo que no las salvó de perjuicios. No fue sencillo establecer en aquel tiempo una posada de colmenas por iniciativa forastera. Se interpeló otra vez al concejo requenense, cuya autoridad tuvo que encararse a unos vecinos no siempre dispuestos a respetar usos anteriores. Sus hábitos guerreros, aunados con dificultades económicas familiares, dieron pie a tales problemas.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Real Cancillería. Registro 139 (ff. 86v-87r), 141 (ff. 126r y 190r) y 152 (f. 281v).