Un año movido para más de medio mundo.
El año en que nacemos es circunstancial, pero termina convirtiéndose en estructural. Nuestra personalidad se moldea más hacia un sentido u otro según las circunstancias históricas. ¿Cómo hubiera sido la vida de una persona como Mariano Pérez Sánchez de haber nacido en 1666? Hubiera carecido de la oportunidad de formarse como músico de no haber ingresado en el estamento eclesiástico y nunca se hubiera dirigido a un público, ese variopinto conjunto de individualidades convertido en el receptor colectivo de una creación cultural, que tanto vuelo dio al periodismo y a la música en el siglo XIX.
Y es que en aquella centuria se verificó la caída de los antiguos dioses, en símil wagneriano, los de la aristocracia del Antiguo Régimen. Con revoluciones o con acomodaciones prusianas la nobleza se tuvo que aburguesar en la nueva era de la industrialización y de los Derechos del Hombre.
En 1866 el mundo estaba cambiando. El maestro Croce, también venido al mundo aquel mismo año, habló del final del idealismo romántico representado por los patriotas del Risorgimento italiano y del implacable comienzo de la maquinaria de guerra pruso-alemana, anunciadora de las crueldades industriales de los futuros conflictos mundiales. La batalla de Sadowa simboliza este cambio. Los austriacos fueron vencidos precisamente por los prusianos.
Austria no era el único imperio tambaleante. La combinación de competencia militar y efervescencia social conmovía a los imperios ruso, turco, chino y japonés. La liberación de los siervos rusos de 1861 no fue tan liberadora, así como la de los esclavos negros de unos Estados Unidos que habían estado a punto de dividirse. Los mexicanos combatían con bravura contra Maximiliano de Austria, entronizado y abandonado por Napoleón III, el decadente homenaje al gran Napoleón en un mundo en el que Britania parecía reinar sin advertir el río subterráneo de la Historia.
Los españoles, pobres y católicos según Larra, se miraban en el espejo de los ricos y protestantes británicos, aunque carecieran de una reina circunspecta como Victoria, de un parlamentarismo depurado, de un ejército obediente al poder civil y de una base industrial similar. A no pocos Estados les sucedía algo similar. De todos modos los españoles eran muy puntillosos en cuestiones de honor. Conscientes de su antigua grandeza imperial, alimentada por la historia romántica, querían ocupar su lugar bajo el sol como otros pueblos europeos y en 1866 se encontraban librando una guerra naval en el Pacífico contra Perú y Chile, que hizo exclamar a Méndez Núñez el Más vale honra sin barcos que barcos sin honra al decir de las versiones más cuidadas. También estaban determinados mayoritariamente a cambiar la situación de su país, atenazado por la crisis económica, el descontento social y político. El Pacto de Ostende de agosto de 1866 conduciría a la Gloriosa de septiembre de 1868.
Unos españoles en busca de oportunidades.
El bueno de Mariano Pérez Sánchez vería la luz en Requena el 19 de junio de aquel año y abandonaría este mundo en Valencia el 16 de noviembre de 1946. Su maestro Antonio Llorens recomendó que el mozo estudiara en Madrid.
El liberalismo había quebrantado instituciones y usos que se remontaban a la Edad Media. La sociedad de órdenes fue arrumbada y la carrera al éxito se dijo estar abierta a todos aquellos que quisieran acreditar su talento y su valía, algo que creyeron muchas más personas que los soldados que combatieron arengados por Napoleón en la batalla de las Pirámides.
Muchos españoles venidos al mundo a mediados del siglo XIX, que alcanzaron su madurez con el no menos problemático cambio de siglo y que llegaron a conocer las tensiones del siglo XX intentaron probar fortuna en el teatro del mundo. Hablar de una generación en historia social no deja de ser problemático, pero sí que es cierto que a finales del reinado de Isabel II nacieron unos compatriotas que desde distintos ángulos de la creatividad contribuyeron a iniciar con fuerza la Edad de Plata de la cultura española.
Citemos unos cuantos: Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), Antoni Gaudí (1856-1926), Isaac Albéniz (1860-1909), Joan Maragall (1860-1911), Joaquín Sorolla (1863-1923), Rafael Altamira (1866-1951), Carlos Arniches (1866-1943), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), Venancio Serrano Clavero (1870-1926), Ignacio Zuloaga (1870-1945) y por supuesto Mariano Pérez Sánchez.
Una Requena por dentro.
Con su amigo Serrano Clavero compondría años más tarde una conocida zarzuela, Requena por dentro o el sueño de un desdichado, en la que relució todo el malestar finisecular. Tenía buenos motivos Pérez Sánchez, pues la Requena en la que vino al mundo justificaba el machadiano españolito que vienes al mundo te guarde Dios.
Antes de los combates de la III Guerra Carlista, una de las dos guerras civiles que conoció, los requenenses no vivían en un florido pensil.
Requena y su comarca había pasado de la provincia de Cuenca a la de Valencia. Las disputas entre los grupos políticos liberales no impugnaban en el fondo el Estado centralizado alzado desde la muerte de Fernando VII. El gobernador civil de la provincia acumulaba amplios poderes y en los períodos de autoritarismo más acusado los ejercía con mayor imperio. El ayuntamiento de 1866 había sido designado por el gobernador civil el año anterior. Poco a poco por los caminos rurales se desplegaban los efectivos de la Guardia Civil, cuyas parejas también se encargaron de reducir y reconducir a los prófugos del ejército, cuyas quintas tanto descontento suscitaría.
Además de para mantener el orden, todo este aparato público se propuso fomentar la prosperidad material, pero la realidad se mostró adversa. El declive de la sedería se conjugó con las malas cosechas (muy afectadas en 1866 por los hielos) y los problemas de la exportación del vino. En la Requena vitivinícola la coyuntura comercial internacional impondría su ley. Cosas de la especialización productiva territorial defendida por el liberalismo.
Las desamortizaciones no se habían orientado a ninguna reforma social de carácter igualitario. La liquidación final del pósito, convertido en su postrera época en un inconveniente para los labradores, y una política fiscal municipal fundamentada en los impuestos sobre el consumo perjudicaron a muchos, que ya no pudieron beneficiarse de las maderas, hierbas y pastos del término. En este ambiente de pobreza acusada se propagó el cólera morbo asiático. Entre agosto y septiembre de 1866 los requenenses lo sufrieron como si de una epidemia antigua se tratara. Los más pudientes, encabezados por los miembros del ayuntamiento, marcharon de la localidad y el gobernador civil tuvo que acudir aquí y nombrar un delegado. El jovencísimo Pérez Sánchez sobrevivió al cólera, cuyo cese fue celebrado solemnemente a toque de campanas.
La Requena temporalmente libre de la enfermedad no lo estuvo de la falta de trabajo, del paro que tanto nos angustia todavía al igual que las economías o los recortes. Antes de la llegada del ferrocarril a nuestras tierras, impulsado por las medidas desamortizadoras de Madoz, los caminos centraron la atención de las fuerzas vivas. Mejor que la limosna, mal vista por los emprendedores liberales, era contratar para construir aquellos caminos, aunque se tratara de niños de 10 a 16 años. Nuestro protagonista tuvo la fortuna de evitar algo que hoy en día las sociedades civilizadas conceptúan de explotación infantil. En esta Requena donde los informes de conducta del alcalde y del cura párroco condicionaban la vida de los vecinos, muchos pusieron tierra por medio y buscaron horizontes mejores en ciudades como Madrid o Valencia, que con el paso de los años también frecuentaría Pérez Sánchez.
Tendencias que apuntaban hacia un porvenir.
Cuando vino al mundo nuestro protagonista nadie pudo adivinar que en 1918 sería muy reconocido por Cançons de l´horta y en 1924 se atrevería con la zarzuela Cañas y barro, adaptación de la novela homónima de Blasco Ibáñez, entre otras cosas. Sin embargo, algunas tendencias que condicionarían sus creaciones ya se hicieron sentir en 1866.
El republicanismo ya era del gusto de una serie de núcleos urbanos muy vinculados a las profesiones liberales y a la intelectualidad. En 1866 se clamaba contra el trono de Isabel II y se reclamaban los derechos democráticos del pueblo español. Conscientes de la valía de las ideas, los republicanos defendieron con firmeza el fomento de la educación. Fue una postura que mantuvieron tras el fracaso de la I República y durante la monarquía borbónica. Cuando llegara la II República Pérez Sánchez vivió la desagradable experiencia de la disolución de la Banda Municipal, por la que tanto había hecho, por razones de viabilidad económica.
Muchos republicanos se inclinaron por opciones federalistas que restituyeran el poder de los territorios que componían la nación española a fin de liberarse del yugo de una autoridad central tan abusiva como restrictiva. Es la reclamación originaria de las provincias. Esta tendencia se amalgamó en ocasiones con el regionalismo, punto de arranque de los posteriores nacionalismos periféricos. En Valencia la Renaixença, a veces defendida por elementos conservadores, exaltó tanto la creación literaria en la lengua propia como las bellezas de la patria o tierra natal, en clave de idealización. Ciertamente se encontraban presentes muchas contradicciones, como bien manifestaría la trayectoria del singular Blasco Ibáñez, tan apreciado por los republicanos requenenses. Escritor renaixentista en sus años juveniles, reaccionaría contra los complacientes tópicos regionalistas en sus célebres novelas valencianas. Algunas de las críticas que la zarzuela Cañas y barro recibiera procedían del rechazo al naturalismo blasquista en esencia.
La creación artística tuvo como marco el universo urbano español en numerosas ocasiones. Todavía Clarín no le había dispensado su más acabada definición, la de La Regenta, pero las veteranas ciudades iban adaptándose con no escasas dificultades a la nueva época. El crecimiento demográfico impulsaba la transformación, además de ser parte de la misma. Madrid saltó desde 1866 a 1920 de unos 400.000 a más de 700.000 habitantes, Barcelona de 240.000 a más de 700.000, Valencia de 160.000 a más de 250.000 y Requena de 12.000 a casi 19.000. Orgullosas de ellas mismas, se engalanaron en la medida de sus posibilidades y celebraron a sus gentes a través del costumbrismo, tan caro a la zarzuela de un solo acto o género chico por imperativos económicos.
1866 contribuyó a moldear a Mariano Pérez Sánchez, pero si nuestro autor terminó siendo quien fue se debió en esencia a su propio genio, pues muchos que vinieron al mundo en 1866 al abandonarlo no pudieron ofrendar a sus semejantes una cosecha tan magnífica como la suya.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA, Libro de actas municipales de
GARCÍA BALLESTEROS, Marcial, Pérez Sánchez, Mariano en cronicasderequena.es
