En la aldea de Hortunas, nombre que ha designado históricamente la de Arriba y la de Abajo, siempre ha habido una actividad agrícola, que se recuerde, muy importante para sus gentes. Nuestra tierra, marcada por episodios de fuerte sequía más de un año, se fertiliza gracias a las contadas aguas del río Magro. Sus acequias, algunas ciertamente antiguas, deben ser limpiadas anualmente por sus agricultores, siguiendo unos usos también más que centenarios. En sus cercanías estaba vedado plantar.
Hace cincuenta años sus huertas estaban cubiertas de plantaciones como la de cebollas, en las que gran parte del pueblo trabajaba. Una vez recolectadas, se guardaban las cebollas en tres almacenes, cercanos al área huertana. Llegó el día en que plantarlas ya no fue rentable, pues comenzaron a fluir a los consumidores de otros lugares en los que los costes de producción eran todavía más económicos, más baratos, lo que no dejó de ser caro para más de un agricultor por motivos que fueron más allá de lo material. Parece que con la decadencia del cultivo de la cebolla languidecía un modo de vida muy nuestro.
En los secanos ha florecido el almendro y la vid, pero no con la lozanía de otros puntos de la Tierra de Requena.
Aunque el nombre de Hortunas fue ligado en el Antiguo Régimen a una de las dehesas de Requena, en el último siglo la actividad ganadera no ha tenido la misma importancia que la agrícola. Cada familia tenía en su casa, dentro de sus posibilidades, los animales necesarios para comer un tanto mejor, como las gallinas, las ocas o los cerdos, cuya matanza se practicaba en las mismas casas con no poca celebración. En caso de necesidad, los vecinos iban a cazar al monte conejos, torcaces, jabalíes u otros animales.
A día de hoy, Hortunas ofrece un rico patrimonio natural, además del ejemplo de las personas mayores que mantienen con tesón sus huertos para consumo propio, verdadero zócalo de nuestra comunidad.