El siglo revolucionario.
La España del siglo XIX fue pródiga en alborotos, motines y revoluciones que dieron fama a sus habitantes de gentes poco dadas a la convivencia pacífica. Esta imagen, no tan anómala en la Europa de su tiempo, debe de ser matizada. En 1848 los españoles no se sumaron a las protestas de franceses, húngaros, austriacos, milaneses, etc. No está de más contemplar este acontecimiento desde una localidad como la de Requena.
El hambre vuelve a amenazar.
En mayo de 1847 Requena parecía a punto de volver a vivir una situación angustiosa, la del desabastecimiento triguero asociado a las limitaciones de la economía del Antiguo Régimen, como si la adopción de las nuevas instituciones liberales no representara un cambio sustancial. La escasez de lluvias había vuelto a imponer su tiranía. Entre mayo y agosto de aquel año los precios del trigo alcanzaron valores muy elevados en gran parte de España. Las malas cosechas también fueron comunes en el resto del continente europeo desde 1845, lo que arrastró al resto de su economía a un momento crítico
Las 2.455 familias o vecinos requenenses comprendían unas 9.277 almas o personas. El casco urbano propiamente dicho suponía un poco más del 60% de toda la población de un término que también comprendía las caserías de las aldeas de Albosa (477 almas), El Derramador (430), San Antonio (390), Campo Arcís (351), San Juan (324), Casa de Lázaro (309), Los Pedrones (242), El Rebollar (225), Villar de Olmos (204), Hortunas (188) y La Portera (110), fundamentalmente. Las existencias vecinales se reducían a la reserva de 1.130 fanegas de grano y los panaderos solo contaban con 100, cuando cada día se requerían 60 para alimentar a las gentes de Requena.
Con un pósito quebrantado, se recurrieron a viejos remedios. No se toleró la venta de la más mínima cantidad a tierras valencianas, también hambrientas, y la llegada de grano al puerto de Valencia en junio se aguardó con una gran inquietud. Los especuladores habían comprado importantes cantidades de grano fuera de Europa y España tuvo que modificar su política proteccionista de abastecimiento cerealista, mantenida desde 1820 con alternativas.
La administración militar quiere conjurar el peligro.
En aquel tiempo todavía Requena formaba parte de la provincia de Cuenca y su intendente se mostraba atento al cobro de las contribuciones, lo que creó no escaso malestar entre todas las capas del vecindario.
La alcaldía constitucional, servida entonces por José de Medrano, se encontraba desbordada por la situación. La comandancia militar de Requena y su cantón disponía de un indudable protagonismo. Las tropas destinadas en nuestra plaza, de la fuerza de un batallón, consumían sus raciones de víveres y el 13 de julio el ministro de la hacienda militar de la provincia impuso la tasación de los precios de las fanegas de trigo, cebada y paja, así como los destinados al aprovisionamiento de los panaderos. En las grandes carestías del pasado esta atribución había correspondido invariablemente al municipio, ajustándose más o menos a los precios de tasa aprobados por la monarquía.
Pese a todo, los suministros costaban más caros aquí que en otros partidos provinciales. El 10 de agosto se racionó el alimento de las tropas. Por nuestros contornos actuó la partida del faccioso Simón Mateo, lo que prolongaba el estado de inquietud de la guerra carlista, y se tuvo que atender a las necesidades de las fuerzas de tránsito del ejército de Castilla la Nueva, como los regimientos del Infante, Almansa, Reina Gobernadora, Galicia, Saboya, Isabel II, Soria, Vitoria, San Marcial y Lusitania de caballería.
Se pensó establecer la casa fuerte de la flamante Guardia Civil, creada en 1844, en el castillo, pero su coste resultó muy elevado para una Requena en la que la contribución por inmuebles, según la reforma fiscal de 1845, rendía unos 23.869 reales y la industrial otros 6.213, a los que se añadieron los 2.155 del 4% sobre la recaudación y de fondo supletorio otros 2.155.
Narváez toma las riendas del gobierno.
En octubre de 1847 la situación política comenzó al alterarse en España, como en otros países de Europa donde finalmente descargaría la tempestad revolucionaria, y los moderados volvieron a decantarse por su figura más enérgica, el general Narváez.
El espadón impuso el 26 de noviembre que los municipios, pese a sus ahogos financieros, sufragaran la policía secreta, eficaz para combatir la disidencia. Las ideas de Patricio de la Escosura de reducir el peso de los militares en la administración española quedaron apartadas y el primero de diciembre entraron en vigor los jefes políticos subalternos o de distrito, bajo cuyo mando estarían los alcaldes-corregidores en un intento de acentuar la centralización política.
El 12 de diciembre se nombró alcalde-corregidor de Requena al abogado Vicente Girón, que había sido ministro decano en la audiencia de Albacete y que gozaría del reconocimiento de José Antonio Díaz de Martínez. El 6 de enero de 1848 explicó en sesión municipal su nombramiento, que ciertamente interfería la autonomía local reclamada por los liberales.
Las tormentas del 48.
Benito Pérez Galdós caracterizó a la perfección los sucesos del año en el que Europa vivió una de sus extendidas revoluciones. En Francia se proclamó una segunda república de tintes socializantes. Se publicó el Manifiesto comunista. En Gran Bretaña la agitación social inquietó muy seriamente a las fuerzas conservadoras. Italianos y alemanes reclamaron más derechos políticos y su unidad nacional. El imperio austriaco, valladar de la Restauración, fue zarandeado por todos sus costados.
En Requena no faltaban por entonces motivos de descontento social a raíz de las políticas privatizadoras y fiscales de los liberales. El pauperismo afectó a importantes capas de su población. Un ejemplo de ello fue el de la pordiosera Francisca García, que al fallecer dejó una niña de cuatro años, que tras ser bautizada en Santa María tuvo que ser confiada a la nodriza de Campo Arcís a cuenta de los fondos del Hospital de Caridad. El tejedor de sedas Antonio Sanz fue socorrido por humor herpético.
Los problemas de la sedería empeoraron la situación y las imposiciones indirectas de los consumos para atender las obligaciones municipales alteraron los ánimos de muchos vecinos al recaer sobre los productos de primera necesidad. El 30 de abril de 1848 las carnes se gravaron en Requena en 7.875 reales, el vino en 6.500, el aguardiente en 2.485 y el tocino fresco en 1.500.
Precisamente en marzo estallaron incidentes en Madrid, Barcelona y Valencia, que contaron en parte con las simpatías de la embajada británica (contraria a las preferencias francesas de los moderados), y en mayo en Sevilla. Sin embargo, nada sucedió y Narváez pudo presumir de haber afrontado con éxito a la revolución que trastocaba todo.
En nuestra localidad se apremió con multas a los deudores en el mes de agosto y en el de septiembre las listas de los mismos pasaron a los alguaciles. En teoría todo parecía dispuesto para el estallido, pero nada sucedió.
Las razones fueron a la sazón muy variadas. Los revolucionarios no lograron hacerse con el control de ninguna capital importante desde la que iniciar el movimiento de juntas que acompañaba todo movimiento insurreccional en la España coetánea. Los militares, atentos a su aprovisionamiento diario, no efectuaron movimientos contra Narváez. Antes de que ocupara nuevamente el poder, las fuerzas armadas habían sido desplegadas a conciencia por nuestro territorio. Es muy indicativo que en la primera mitad de 1847 el Hospital de Requena registrara 2.264 estancias de militares, en la segunda mitad del mismo año unas 1.880, en la primera mitad de 1848 disminuyera a 1.392 y en su siguiente mitad volviera a ascender hasta llegar a las 2.362. Al poder disuasorio se sumó la prudencia de los poderosos locales, que no se arriesgaron a las aventuras políticas tras los quebraderos de cabeza de una guerra civil todavía demasiado reciente. Las apreturas tributarias intentaron suavizarse solicitando el pase a la provincia de Valencia, lo que se conseguiría en 1851. Sin embargo, la defraudación de las expectativas del cambio y la persistencia de los problemas socio-económicos apuntados llevaron en 1854 a la revolución.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA. Libro de actas municipales de 1847 a 1849, nº. 2781.
