Que el Archivo Municipal de Requena es uno de los mejores archivos históricos de España y que sus archiveros son un ejemplo de profesionalidad, laboriosidad y generosidad, es de todos conocido, pero tal vez lo sea menos el que hace más de doscientos años ya era así, tanto en cuanto a contenido como en cuanto a personal.
Dedicado a Nacho y Julia,
con mi agradecimiento y amistad.
Tener acceso al contenido del Archivo Municipal, en su faceta histórica, como lo tenemos los investigadores, es un lujo que nos podemos permitir desde que hace ya más de dos lustros, nuestro M.I. Ayuntamiento tuvo la feliz iniciativa de instaurar la plaza de archivero de plantilla y dotar también al archivo de personal auxiliar. Tenar al alcance de la mano, más bien de la vista, las maravillas documentales que atesora esa mal denominada casa de Santa Teresa, tan criticada por fuera como alabada por dentro, permite que los investigadores descubramos, día tras día, sin tan siquiera buscarlas, sabrosas e interesantes “historias de nuestra historia”, como esta anécdota, bien documentada, sobre el funcionamiento del propio archivo hace más de dos siglos, que ha llegado a mi conocimiento por casualidad, buscando otros datos, tras ser atendido este mismo día, con la mejor predisposición, en el Archivo.
Bien debieron saber de la riqueza informativa que contenía nuestro Archivo Municipal los hombres de letras de antaño. A propósito de una visita al mismo, el Ayuntamiento requenense recibió y reflejó en las actas municipales el agradecimiento de uno de aquellos visitantes por el trato recibido. Era secretario y encargado del archivo en aquel momento, don Francisco Antonio Díaz Flor:
Actas Municipales: 21-I-1806
(Transcripción literal[1])
Muy Sres. míos:
Don Juan Crisóstomo Ramírez Alamanzón, Canónigo de la Santa iglesia catedral de Palencia e individuo de la Real Academia de la Historia, ha hecho presente a este cuerpo literario la generosidad y atención con que vuestras señorías se han servido franquearle el archivo de esa villa para reconocer sus papeles y documentos, y sacar copias y extractos de los que ha creído más útiles y oportunos para las tareas en que se ocupa la Academia: y reconocida a la bondad de vuestras señorías ha acordado les dé en su nombre las más expresivas gracias por la distinción que les ha merecido dicho individuo suyo, y por lo mucho que se interesan en la ilustración de los hechos que ceden en honor de la Nación y de ese mismo pueblo.
Dios guarde a vuestras señorías muchos años. Madrid 14 de Enero de 1806.
Besa la mano de vuestras señorías
su más atento servidor,
Joaquín Juan de Flores [rubricado]
Ayuntamiento de la villa de Requena.
Según consta en la web de la Real Academia de la Historia[2]:
Juan Crisóstomo Ramírez Alamanzón, nació en Aliaguilla (Cuenca), hacia 1759, falleciendo en Griñón (Madrid), el 8 de junio de 1814, ocho años después de su visita al archivo requenense. Monje de la orden cisterciense, fue bibliotecario mayor de la Biblioteca Real de Madrid. Antes de pasar a labores de mayor importancia, estuvo tres años destinado en Requena, por lo que era viejo conocido del cuerpo eclesiástico y de la ciudadanía requenense. Merece la pena transcribir la reseña biográfica que ofrece la Real Academia, por tratarse de un personaje que, ya por entonces, formaba parte de la historia viva de Requena:
Presbítero por el Seminario de San Julián de Cuenca (1781). Consiguió el grado de bachiller en Cánones por la Universidad de Valencia el 31 de octubre de 1785. Fue rector del Seminario de Cuenca desde el 14 de febrero de 1786 hasta 1790, y rector para el beneficio simple de la iglesia parroquial de Santa María, de la villa de Requena (perteneciente entonces a Cuenca) desde el 5 de febrero de 1790, donde pasó a residir y desde donde salió para Madrid cuando fue nombrado secretario de cámara del inquisidor general el día 10 de septiembre de 1793. Fue contador de la Inquisición de Corte en 1800 y canónico de la Catedral de Palencia entre 1807 y junio de 1810, cargo al que renunció.
Sucesivamente fue nombrado académico honorario de la Real Academia Española, el 5 de agosto de 1790, supernumerario el 31 de marzo de 1791, y numerario en mayo de 1794, actuando de académico bibliotecario entre el 30 de diciembre de 1794 y el 10 de noviembre de 1808, y de secretario. El 29 de abril de 1803 fue elegido académico supernumerario de la Real Academia de la Historia por sus trabajos sobre la Crónica de Fernando IV el Emplazado. En 1806 fue elegido académico de honor de la real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Pedro de Silva y Sarmiento lo propuso a Carlos IV para que tasara la biblioteca del conde de Gondomar, por considerarlo un experto bibliógrafo, y el Rey lo convirtió luego en bibliotecario de Cámara. Como consecuencia de su tasación de la biblioteca del conde de Gondomar y de los trabajos de elaboración de los índices de manuscritos e impresos antiguos de la biblioteca particular, solicitó a Carlos IV el 16 de julio de 1807 los honores de bibliotecario mayor, petición que le fue concedida el 3 de agosto de 1807, gracias a los informes favorables del arzobispo abad de San Ildefonso y del bibliotecario mayor Pedro de Silva y Sarmiento. Para suplir a éste en sus ausencias y enfermedades sería nombrado bibliotecario mayor interino el 16 de noviembre de 1807, fecha en que empezó a actuar como tal. Desempeñó plenamente la titularidad del cargo, por primera vez, desde el momento en que Fernando VII lo nombró, el 3 de abril de 1808, haciendo el noveno lugar en la serie cronológica, y hasta el 12 de noviembre de 1811, en que lo destituyó José Bonaparte para nombrar en su lugar a Leandro Fernández de Moratín, ofreciéndole a cambio un Canonicato y Maestrescolía en la Catedral de Sevilla, que Ramírez Alamanzón rehusó.
Durante la primera etapa de su gestión, la Biblioteca Real fue trasladada precipitadamente desde el pasadizo que iba del Palacio Real al Convento de la Encarnación, hasta el Convento de la Trinidad Calzada, que había quedado libre con motivo de la supresión de tal orden religiosa. La situación económica fue calamitosa durante todo el tiempo porque no llegaban los recursos de América, y el personal se vio reducido a la miseria.
Sería repuesto en su cargo nuevamente el 21 de octubre de 1812 por el jefe político de Madrid y su provincia, tras la temporal salida de los franceses el 19 de agosto, cuando las tropas de Wellington entraron en Madrid el 28 de julio; pero al regresar los franceses el 3 de diciembre de 1812, tuvo que abandonar de nuevo el cargo. El 24 de marzo de 1813, desde Miranda del Castañar, se vio en la necesidad de tener que pedir un socorro económico a la Regencia del Reino.
Ramírez Alamanzón volvió a ocupar por tercera y última vez el cargo, después de la definitiva salida de Madrid de los franceses, existiendo constancia de que el 17 de junio de 1813 ya había sido repuesto, y continuando en el mismo hasta la fecha de su fallecimiento, el 8 de junio de 1814. Hizo testamento el 18 de mayo de 1814 ante el notario Mauricio Justo del Rincón en Madrid.
Bibliografía: E. Serrablo Aguareles, “Los archiveros españoles hasta mediados del siglo XIX”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (RABM), LXV (1958), págs. 19-37; J. García Morales, “Los empleados de la Biblioteca Real (1712-1836)”, en RABM, 73, l (1966), pág. 65; L. García Ejarque, “Edificios ocupados por la Biblioteca Nacional desde su fundación”, en Revista General de Información y Documentación, 2, 2 (1992), págs. 173-186; “La Biblioteca Nacional de España”, VV. AA., Historia de las Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica: pasado y presente, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995, págs. 260-261; L. García Ejarque, La Real Biblioteca de S.M. y su personal (1712-1836), Madrid, Asociación de Amigos de la Biblioteca de Alejandría, 1997, págs. 253-291 y 544-545.
Julián Martín Abad
Por su parte, del redactor de la carta transcrita, Joaquín Juan de Flores, también puede leerse una interesante reseña biográfica en la web de la Real Academia de la Historia. Digamos aquí, tan solo, en referencia a su cargo en la fecha en que ésta fue escrita, lo siguiente:
Joaquín Juan de Flores y la Barrera. Almonte (Sevilla), 20-XI-1759 – Madrid, 26-V-1812. Jurista, militar, académico de número de las Reales Academias Española, de la Historia y Sevillana de Buenas Letras…
Fue académico honorario de la Real Academia Española [de la Lengua] en 1795, pasó a supernumerario un año después y fue de número (silla B) en 1798. En 1806 ocupó una de las plazas destinadas a la redacción del Diccionario de la Lengua Castellana, para lo que aprovechó los materiales, hoy perdidos, que había reunido para un Diccionario de locuciones viciosas de la Lengua Castellana.
La reseña completa está firmada por Covadonga de Quintana Bermúdez de la Puente.
Tomen nota, pues,
aquellos que visitan y consultan el magnífico Archivo Municipal de Requena:
aunque su personal no lo diga, seguro que les animan y alegran unas palabras de
agradecimiento. Por mi parte, este artículo las lleva implícitas.
[1] Se han eliminado las abreviaturas, demasiado utilizadas en la correspondencia oficial, para un entendimiento más claro del texto transcrito, cuyo original puede ser consultado en el libro de Actas de la fecha indicada. Se han conservado las iniciales con mayúsculas utilizadas por el redactor.
[2] (http://dbe.rah.es/biografias/19877/juan-crisostomo-ramirez-alamanzon), consultado 28-06-2019.