Con este sencillo verso, cargado de intensa emoción, un joven requenense expresaba, hace muchos años, su pasión por un rincón de Requena, recién restaurado en 1951.
La Cuesta de San Julián o de las Carnicerías ha sido, y de algún modo lo sigue siendo, uno de los más glamurosos accesos a La Villa. Fue objeto de poemas, fotografías, grabados. Y sigue encandilando pese a que el paso de los años, el desplazamiento de la población hacia otras zonas y el consiguiente abandono de tantas casas que acaban derrumbándose, hizo mella en su arranque casi desde la calle de la Botica.
Carezco de datos para reconstruir su evolución material. Posiblemente, algún día, cuando se pueda salir y volver a los archivos, pueda acceder a los expedientes de obras municipales. De momento, y dado el presente confinamiento de la primavera del 2020, me contento con recrearme en la realidad virtual que me facilita la existencia de fotografías y postales digitalizadas, así como los testimonios escritos que he ido encontrando en algunas revistas de los cincuenta como Alberca y El Trullo.
Feliciano Antonio Yeves, en su siempre amena Guía Historiada del Callejero Requenense, aclara que su doble nombre se debe, en cuanto a lo de Carnicerías a la plazuela que existía previa a la Puerta Nueva que abría la muralla y lo de San Julián a la todavía existente capilla o ermita erigida en 1639 con motivo de haber nombrado a San Julián copatrón de Requena.
De los años veinte del pasado siglo, tenemos dos testimonios gráficos de una misma realidad. La fotografía que realizó Antonio Andújar, posiblemente en torno a 1922 o 1923, tomada desde lo alto de la cuesta y con la ermita al fondo y en la que se inspiró Fernando Morencos para el grabado que realizó en 1924. En la fotografía vemos que el suelo de los años veinte también estaba empedrado y que sobre la capilla había una construcción que ya no aparece en las fotografías de los cincuenta.. La pared que linda con la ermita aparece muy deteriorada con desconchones de alto en bajo. Los balcones muestran la típica lazada en la rejería. No se detecta ningún tipo de alumbrado.
Casi un cuarto de siglo después, con una guerra de por medio, la Cuesta podría parecer, según testimonio de Luis Garcés, carente de estética, pedregosa, llena de barro y en nocturnas tinieblas sumergida. En 1951 el Ayuntamiento procedió a instalar el alcantarillado en la cuesta y un nuevo empedrado, también el alumbrado, patente en la farola que preside la escena de subida, en la fotografía de Pérez Aparisi. El coste de la obra fue de 106.428’52 pesetas.
El resultado de las obras debió resultar del agrado de la población, o de muchos, porque encontramos testimonios a poco de su inauguración. La austera belleza de la cuesta que captó el fotógrafo requenense Francisco Pérez Aparisi, posiblemente en un reportaje porque hay otras fotografías que parecen fotogramas sucesivos, en una de ellas se observa, en una de las paredes, casi en diagonal con la capilla de San Julián, un crucificado de azulejería, protegido por un tejadillo.
También Manuel Sánchez Domingo la recoge como uno de los diez parajes más bonitos de Requena, en un estilizado dibujo a plumilla de la Cuesta en 1951.
Luis Garcés escribía que, ascendiendo por aquel zigzagueante trazado y contemplando el uniforme pavimentado la Cuesta, le pareció, bella, con tipismo medieval, rejas, farolas que daban luz y colorido. Tanto que se sumió en un irreal sueño en el que el impávido tiempo retrocedía y le hacía caminar por diversos sucesos ocurridos en la Cuesta: el ataque de las huestes de don Álvaro de Mendoza, ver el fantasma del hijo del Corregidor relatado por Serrano Clavero, escuchar las tonadillas amorosas de la Edad Media y el murmullo de las piadosas oraciones al Santo Patrón, el lento pasar de las procesiones… y, al llegar al último peldaño, el sueño se desvaneció y se dijo: “cuánta leyenda histórica en tan estrecho espacio”.
La revista Alberca, en 1952, no dejó de constatar aquella belleza y publicó un precioso poema de Nicolás Pérez Salamero, junto a la fotografía de Pérez Aparisi.
¡Cuesta de Carnicerías,
toda pintada de blanco!
Doce rejas de suspiros,
cuatro faroles forjados
y unas paredes de cal
que están gritando geranios…
¡Ay, cuesta de San Julián,
toda pintada de blanco!
¡Ay, los cuarenta escalones
que te limpiaron de barro!
San Julián se enamoró
y está cantando fandangos
asomadito a la reja,
donde se quedó soñando
con una cuesta bonita
—toda vestida de blanco—,
como las vírgenes rubias
cuando se casan por mayo.
…Vía Crucis de penumbras…
…Crucifixiones de nardo…
Jugando a las cuatro esquinas
el sol tuesta campanarios.
…Una sombra de mujer
sube cuarenta peldaños…
¡Ay, cuesta de San Julián,
toda pintada de blanco !
La Cuesta de San Julián o de las Carnicerías salió publicada en las colecciones de postales de las décadas de los años cincuenta y sesenta, primero en blanco y negro y luego coloreadas, por la Industrial Fotográfica. Una de ellas refleja la perspectiva de la ermita de frente y la otra capta el enorme desnivel entre el arrabal y la villa, sobre un muro, prácticamente de piedras, posiblemente restos de muralla, se alza una casa de cuyo balcón cuelga una densa enredadera. Años después se abriría en su base un acceso a los pasadizos subterráneos de la Villa.
Fuentes y bibliografía.
Andújar, A.: Fotografía de la Cuesta de las Carnicerías (ca 1922-23).
Garcés, L.: “La Cuesta de San Julián”, en El Trullo (febrero 1952), p. 7.
Morencos, F.: Cuesta de las Carnicerías, grabado de 1924.
Pérez Aparisi, F.: Cuesta de las Carnicerías, 1951.
Pérez Salamero, N.: “La cuesta de las Carnicerías”, en Alberca, 5 (marzo-abril 1952), p.14.
Sánchez Domingo, M.: “Cuesta de San Julián, en 10 Vistas de Requena, 1951.

