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BALANCE DE LA VERA CRUZ A DOS SIGLOS Y MEDIO DE SU FUNDACIÓN.

  • Por Víctor Manuel Galán Tendero
  • 06/01/2020
  • Época Contemporánea
  • Religión, Religiosidad, Vera Cruz

Tiempo de incertidumbre en el mundo.

En 1807 no hubo procesiones por la mucha lluvia y la crecida nieve, según se recoge en las actas de la Vera Cruz. Lo que la investigación reciente ha bautizado como la Pequeña Edad de Hielo todavía daba muestras de su vigor, condicionando una economía todavía muy dependiente de las cosechas, ya que la industria todavía no había desbancado a la agricultura como principal suministradora de riqueza ni de ocupación laboral, incluso en la innovadora Inglaterra. Entre nosotros, los problemas de abastecimiento se acusaron a principios del XIX, cuando los precios del grano alcanzaron en Requena y en otros puntos de España máximos históricos. El pósito local se encontraba a la sazón muy comprometido por los requerimientos reales de dinero, pues la España de Carlos IV se encontraba inmersa en una lucha a muerte por la hegemonía mundial, entre Gran Bretaña y Francia, que dirigida por Napoleón logró resonantes victorias en Europa. Aquella España terminó situándose a la sombra de la expansiva Francia napoleónica, que como es bien sabido al final se propuso subordinarla del todo al compás de los imperativos del Bloqueo Continental. El descontento se extendió entre los españoles, mientras sus instituciones eran sometidas a dura prueba, y en 1808 se manifestó con toda la virulencia, primero contra Godoy y más tarde contra Napoleón.

En este torbellino, se diría que cofradías como la Vera Cruz acusarían tales dificultades de varias formas: escepticismo religioso creciente, si atendemos lo vivido en la Francia coetánea; disputas entre hermanos que traslucen rivalidades sociales; degradación de las instituciones de gobierno, incapaces de dar cauce oportuno a la vida de la comunidad; falta de liquidez económica. Es más, en 1798 la Hacienda española estaba muy quebrantada y el secretario Urquijo se fijó en los bienes de las cofradías, obras pías, hospitales, de los seis Colegios Mayores y de los que quedaban por vender de los jesuitas para amortizar la deuda. Tal es el origen de la llamada desamortización de Godoy, que se aplicó en Requena en vísperas de la guerra de la Independencia. ¿Estamos ante un toque de difuntos de la Vera Cruz? No, como veremos en los siguientes apartados.

La preocupación por el patrimonio religioso y la instrucción espiritual.

A finales del Antiguo Régimen, cuando la Vera Cruz nos brinda sus interesantes contabilidades, podemos comprobar de manera fehaciente tal preocupación. El clavario de 1768 Francisco Celda y Cano se interesó el 5 de abril de 1789 por la imagen del Cristo Crucificado, al encontrarse tan deteriorada que no podía salir en procesión. Ofreció 115 reales para encarnarla y adornarla a cambio de tenerla en su casa. Los hermanos que hacían una postura por un paso se comprometían a su limpieza, caso de la reverenciada Soledad.

El compromiso de algunos cofrades se hace bien visible en determinados acuerdos.  Se confirmó el 1 de abril de 1792 el precedente del 9 de abril de 1786 acerca de llevar un palo de la Soledad, que obligaba a instancias del corregidor a Tomás Haba a entregarlo a Blas López. El ofrecimiento de 60 reales para llevar la Oración del Huerto de Joaquín Sánchez Clavijo del 28 de marzo de 1790 comprendió expresamente a su esposa, ejemplo de ligazón familiar por vía patrimonial. El acicate de acudir a la procesión portando un paso impulsó a Guillermo Mata el 17 de abril de 1791, que mejoró en 7 reales y medio la oferta o limosna de Antonio Gómez Castaño por el Cristo Enarbolado, quedando la suma en 60 reales.

La exigencia de cuidar del patrimonio de la cofradía volvió a hacerse visible en el desempeño de los clavarios, que debían entregar objetos de culto y túnicas al concluir su ejercicio. Se requirió que previamente tenían que haber ejercido como plateros.

Alrededor de las imágenes se consolidó plenamente la reflexión espiritual al hilo de las pláticas y del canto de los Misereres en el Carmen por los sacristanes los Viernes de Cuaresma. Ya en las Constituciones de 1762 del cabildo eclesiástico, de tanta importancia para el gobierno de la Vera Cruz, se insistió en que sus integrantes asistieran al sermón de Cuaresma y concurrieran a ejercicios espirituales con la ayuda de Instrucción de sacerdotes del cartujano Antonio Molina. Bajo este prisma, la Vera Cruz participó de la religiosidad intimista, la de la oración mental, que se quiso difundir a lo largo del siglo XVIII por institutos como los Oratorios de San Vicente Ferrer. El gusto por el esplendor de las imágenes, por el barroquismo, no fue incompatible con tal tendencia, sino que ambas se apoyaron mutuamente de forma fructífera.

El rigor documental, toda una conquista histórica.

La cultura letrada tuvo un destacado protagonismo en Requena desde la Baja Edad Media. La favoreció el fortalecimiento del poder municipal y otras instituciones locales fueron adoptándola con éxito creciente, como la Vera Cruz, cuyos documentos reunidos en sus Libros nos informan de tantos aspectos, especialmente desde mediados del siglo XVIII con la consignación de sus contabilidades.

Más allá del registro de las decisiones capitulares y de las partidas contables, los cofrades también se acostumbraron a poner por escrito sus súplicas y reclamaciones, caso de Alonso Sánchez e Isidro López al presentar un memorial el 12 de marzo de 1789. Quedó igualmente consignada la deuda de 54 reales de Juan Salinas. El reconocimiento notarial por tenencia de imágenes a restaurar, como la citada del Cristo Crucificado, completó el despliegue documental, no exento de cierta tentación burocrática.  

La creciente importancia del clero secular.

A lo largo del siglo XVIII, la posición de los eclesiásticos seculares al frente de la Vera Cruz se fue consolidando, en particular tras la renuncia de la nobleza al desempeño de oficios. Junto a los priores del Carmen, como el vicario del convento fray Blas Rabadán (jubilado en la primavera de 1793), se consolidó la figura del abad del cabildo eclesiástico plenamente, con figuras como Nicolás de Cros, que en el cabildo del primero de abril de 1792 propuso como alférez al presbítero Manuel Pedrón. De cara al siglo XIX, el de las exclaustraciones de los regulares y las desamortizaciones, sería un elemento de notable importancia, como acreditaría la posterior ejecutoria de José Antonio Díaz de Martínez, uno de los verdaderos restauradores de la cofradía alrededor de 1850.

La adaptación al nuevo espacio requenense.

Requena y su territorio experimentaron una importante transformación en el siglo XVIII, con la expansión de las tierras roturadas y el retroceso de los espacios de dehesas. El desarrollo sedero completó el cambio e impulsó el crecimiento del núcleo urbano. En consonancia, el 24 de marzo de 1793 la Vera Cruz nombró por tres años andador de la Villa a Pedro Cambres y del Arrabal a Nicolás Cañizares, el menor. 

Los cambios también se hicieron sentir en las rectificaciones del itinerario procesional, una vez alcanzada la laboriosa delimitación parroquial del 23 de septiembre 1795, por la que se pleiteó hasta años después. Así pues, el crecimiento de la población de Requena determinó que el 8 de febrero de 1796 se trazara un nuevo itinerario de la procesión de Viernes Santo, que ya abarcó el barrio de San Carlos, con el oportuno desahogo. La nueva Requena sedera se integraba en el espacio de culto de la Vera Cruz, a lo que accedió el cabildo eclesiástico el 29 del mismo mes. No en vano se pagaron en 1799 dos jornales de 12 reales para limpiar la Calle Nueva de cara al Viernes Santo. En este punto, la Vera Cruz acreditó una importante capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, contribuyendo a dibujar una nueva localidad ceremonial.

Un meritorio equilibrio presupuestario.

Entre 1793 y 1807 la Monarquía exigió tributos crecientes e instituciones como el hospital de pobres de Requena pasaron por una situación financiera harto apurada, como consecuencia de sus importantes compromisos asistenciales. La Vera Cruz no acusó, a nivel general, tal circunstancia, según se desprende sus ingresos o cargos y de sus dispendios o datas, expresados en reales:

Año Cargo Data
1793 3.722 2.941
1794 2.387 1.046
1795 3.115 2.021
1796 2.946 1.329
1797 3.409 2.360
1798 3.188 4.623
1799 3.052 2.582
1800 1.884 3.963
1801 3.537 3.115
1802 4.022 277
1803 4.117 4.780
1804 3.551 4.465
1805 4.936 4.414
1806 3.156 3.017
1807 1.036 1.538

Prosiguió la costumbre de agrupar, con todo, los ejercicios contables anuales en trimestres, a modo de compensación de resultados, de tal modo que en 1793-95 el ingreso fue de 9.224 reales y el gasto 6.008, en 1796-98 se ingresaron 9.543 y se gastaron 8.312, en 1799-01 el ingreso fue de 8.473 y el gasto de 9.660, en 1802-04 se ingresaron 11.690 y se gastaron 9.522, y en 1805-07 el ingreso resultó ser de 9.128 y el gasto 8.969.

La disciplina contable introducida por las visitas episcopales terminó rindiendo sus frutos. Aunque no disponía de bienes raíces o de censos, la Vera Cruz ingresaba sumas nada despreciables por las posturas de los pasos, como ya hemos visto. Su capital era más espiritual que material al respecto, algo que junto a la moderación de los gastos de cera ayudó a cuadrar las cuentas, excepto en el recio trimestre de 1799-01. En comparación con las décadas anteriores era todo un logro, máxime si atendemos a la delicada situación de la España coetánea.

Un balance finalmente satisfactorio.

Entre 1566 a 1807 la Vera Cruz hizo un largo camino. Aunque perseveró en el cumplimiento puntual de sus constituciones, tuvo que enfrentarse a las alternativas de los tiempos, a menudo poco complacientes con muchos de sus hermanos. Con todo, experimentó una interesante evolución.

Los carmelitas fueron cediendo protagonismo a los eclesiásticos seculares, que tomarían su relevo con las revoluciones liberales. Del Cristo sufriente en la Cruz como centro devocional se fue dando paso a un mayor protagonismo de la Virgen, tendencia que eclosionaría plenamente en el siglo XIX. De una devoción oficialmente más contundente se transitó a una más sutil, más íntima, una vez que los tiempos de los disciplinantes fueron pasando a la Historia. Los notables locales al frente de los oficios terminaron compartiendo protagonismo público con gentes de condición más mediana, dispuesta a hacer posturas por los respetados pasos. Aunque sus cuentas económicas fueron discretas, su caudal de fe era importante, lo que unido a sus consolidadas y experimentadas instituciones le permitieron aguantar travesías del desierto como la I Guerra Carlista y renacer a mediados del siglo XIX para alcanzar estos años del siglo XXI.

Fuentes.

FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.

Libro Viejo de la Vera Cruz.

Libro Nuevo de la Vera Cruz.

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