La España Vaciada ya forma parte de nuestra cartografía nacional, y en los medios de comunicación se habla cada vez más de las posibilidades que tienen tantas y tantas localidades de deslumbrante pasado, donde más de una familia podría lograr trabajo y vivienda, auténticos lujos en nuestro afortunado tiempo.
Campo Arcís forma parte de esta España, si nos atenemos a los datos. Sus 1.071 habitantes de 1950 se han convertido en 413, mientras la población española ha pasado de las 28.117.873 personas de 1950 a las 47.432.805 de 2022. Sin embargo, la localidad no ha entonado el oficio de difuntos. Ha sorteado la reciente pandemia, tan lesiva para las personas de la tercera edad, aumentando sus 380 habitantes de 2019. Los observadores actuales la presentan como un bonito enclave vitivinícola capaz de atraer a más de uno por verano.
Y es que en los últimos tiempos Campo Arcís ha vivido una auténtica transformación, visible en su valioso sector agrario, una verdadera industria de la alimentación muy atenta a las circunstancias del mercado nacional e internacional. En 1958 se inauguró la Cooperativa de San Isidro Labrador, en las puertas del Desarrollismo que cambiaría la vida de los españoles de manera irreversible.
El mundo anterior estaba condenado al fracaso, pues todo crecimiento de la población se encontraba constreñido por los problemas de la alimentación y de la dispensa de servicios sociales que hoy consideramos irrenunciables. Las 1.700 personas de 1938 eran el resultado de los intensos problemas de la Guerra Civil, con la afluencia de refugiados. Entonces se tuvo que encarar la fuerte subida de sus terrenos urbanos y las exigencias de provisión de alimentos y leña a la retaguardia y al frente.
Aquel fue un tiempo de tensiones sociales. Todavía en 1945 las unidades del maquis frecuentaron Campo Arcís. Sin embargo, también fue una época de emergencia local, pues el 18 de febrero de 1937 se reclamó la independencia municipal, cuando su alcalde llegó a emitir papel moneda según los usos de la revolución puesta en marcha a comienzos de la Guerra.
Las reclamaciones no fueron fruto de un caprichoso azar, sino de una trayectoria tan sólida como constante, marcada por la consolidación de la viticultura como alternativa de vida para las gentes de Campo Arcís, que se tuvieron que enfrentar a los males meteorológicos, de falta de crédito, de las restricciones exportadoras de la Gran Guerra y de la filoxera. Habían tenido éxito, pues sus 864 habitantes de 1930 superaban con creces a los 90 de 1873, que casi duplicaban a los de 1811.
Con todos sus problemas y desastres, el siglo XIX fue de avance para Campo Arcís, erigida en alcaldía pedánea de Requena en 1830. La clave de ello radicaría en su base social de medianos propietarios, beneficiarios de los deslindes de suertes agrarias practicadas desde tiempos de Carlos III. A cambio del terreno, cada propietario debía pagar un canon a la hacienda municipal de Requena, representante del rey. En 1802, el valor de todos estos pagos llegó a los 158.168 maravedíes.
A veces se piensa, esperemos que cada vez menos, que el Despotismo Ilustrado obra maravillas, aunque el salto de Campo Arcís resultó de otros factores menos egregios, pero más determinantes. Desde 1723, al menos, existía un grupo de emprendedores ganaderos que poseían siembras y heredamientos en esta área de dehesa. Ya podían ramonear si padecían el infortunio de nieves. Incluso se toleraba que los que tenían allí labores pudieran apacentar un par de animales, aunque sin arrizalar o cultivar forraje. Al movimiento de expansión agrícola se habían sumado, desde 1688, prohombres requenenses como Pedro Ramírez.
Estas personas fueron poniendo punto y final a una larguísima etapa de la Historia de Campo Arcís, la de la dehesa o terreno arbolado abierto a la ganadería. Su explotación resultó ser muy intensa, y en 1567 ya se advirtió que se observara en la tala de sus árboles la forma de horca y pendón. Con una majada y una balsa abastecida por una acequia, se convirtió en una importante fuente de ingresos para la hacienda municipal requenense, que la arrendaba anualmente.
En 1729-35 la dehesa del Campo rindió al año unos 74.800 maravedíes, un poco más que en 1601-02, cuando devengó 71.404. Los beneficios se estancaban y era muy oportuna la promoción de la labranza con una población en aumento.
Desde que en 1402 se acometiera el deslinde del boalaje de Campo Arcís hasta 1602, la dehesa había dispensado numerosos bienes en medio de fuertes crisis sanitarias y alimentarias y de agobiantes exigencias tributarias. El ganado dispensaba carne y valiosa lana, cuando el textil europeo despegaba con brío, y los arrendamientos buenos dineros para pagar a los reyes desde Enrique III a sus sucesores. Su siglo de oro fue el XVI, cuando la dehesa rentó en 1521-22 unos 16.000 maravedíes, 20.000 en 1573, y 115.604 en 1602, año en que se distinguió entre la dehesa del Campo y la del Ardal.
Este modelo económico se encontraba en el ADN de la expansión castellana de la Edad Media, que primaba la formación de terrenos adehesados dentro de extensos términos municipales, según se aprecia en el Fuero de Requena, acomodación del de Cuenca.
Cómo fueron, exactamente, los modelos económicos de las sociedades que ocuparon Campo Arcís desde la conquista castellana del siglo XIII a la decadencia del imperio romano todavía está por ver en sus detalles. Los romanos, por el contrario, apostaron en sus tiempos de gloria por el establecimiento de villas de fuerte orientación agrícola. Coincidieron al respecto con las gentes de la Época Contemporánea. Aquí trajeron los fastos de su civilización, como atestigua la estela funeraria de la villa de El Tesorillo o el altar consagrado a Baco en Los Villares, ejemplo de la importancia coetánea de la vid. La sabia Minerva aparece en forma de estatuilla de bronce en la villa del Ardal. Sin embargo, toda rosa tienes sus espinas, y en la del Ardal una inscripción funeraria nos refiere el asesinato de una persona destacada por bandoleros, que aparecerían de una u otra manera a lo largo de los siglos de nuestra Historia.
Los romanos no hicieron las cosas al azar, por mucho que creyeran en el Hado, y entre los siglos II y I antes de Jesucristo alentaron la concentración en la parte más fértil del llano del Campo de las gentes de los poblados iberos de las ramblas.
La labor ibera fue el resultado de la transformación del hierro, la de los instrumentos que posibilitaron una labranza más profunda de los terrazgos. Los iberos estuvieron, junto a los etruscos y los celtas, en el grupo de las grandes civilizaciones de la Europa Occidental anterior a la conquista romana. Entre los siglos IV y III antes de Jesucristo, vivieron un momento tan espléndido como intenso, con núcleos como Los Villares dependientes de otro de mayor importancia política, quizá el establecido sobre la actual Villa de Requena. En este tiempo, el territorio se organizó con patrones de asentamiento y aprovechamiento jerarquizados, mientras se estrecharon las relaciones con otros pueblos del Mediterráneo: ya se fue entonces exportador, alzándose no pocas fortunas coetáneas con los provechos del comercio.
Al igual que sucede en otros lugares del mundo, Campo Arcís nos demuestra que nada es para siempre. Lo que parece eterno en verdad es fugaz. Sin embargo, su Historia presenta una serie de características indiscutibles, que han mantenido viva su existencia. Los recursos de sus ricas tierras, desde los pastos a las vides, se cotizaron en un mercado muy amplio, y las gentes que los aprovecharon pudieron hacer buenos negocios en el Mediterráneo surcado por los griegos, en el amplio imperio romano, en la Castilla de la lana o en la Europa de la Belle Époque. Nuestro tiempo, tiranizado por el coronavirus y zarandeado por la guerra en Ucrania, nos brinda amplios retos. De su superación, dependerá el futuro de Campo Arcís.
