No se trata el presente de un artículo de historia virtual, de lo que podía haber sido y no fue, a la que tan aficionada es la historiografía anglosajona. Aquí no se retuercen los giros del destino en otro sentido diferente al que aconteció.
Las navegaciones, exploraciones y asentamientos ultramarinos de portugueses y españoles cambiaron el mundo. Personas, enfermedades y productos de origen distinto cruzaron el Atlántico en ambas direcciones. Si los españoles llevaron a América su trigo y su ganado, de allí se trajeron productos tan emblemáticos como el chocolate o el maíz.
Su difusión en la Península no se produjo de la noche a la mañana, y se tomó su tiempo, cuando se acreditó su utilidad económica y social. En la Requena de 1622 no encontramos todavía grandes novedades americanas, pero en la de mediados del siglo XVIII el cambio ya era perceptible.
Se cultivaban calabazas y maíz. En el pedazo que en la Fuente de las Pilas poseía el regidor Juan Marín se producía la mitad cereal y la otra mitad habas secas en una cuarta parte, bajocas en otra, maíz y mijo en otra, y en la restante cuarta parte melones, calabazas, cebollas y nabos. La misma proporción la observó el labrador de caserío Juan de Rojas en su pedazo en el camino de Iniesta.
Calabazas y maíz tienen la virtud de adaptarse a distintos tipos de suelo, además de evitar entonces ciertos pagos embarazosos. En 1748, el procurador de la toledana Lillo pleiteó contra el cura por querer cobrar diezmo de tomates, calabazas, cardos, berzas y otras legumbres. Al año siguiente, la Real Audiencia de Valencia recordó al barón de Beniparrell que no podía exigir más allá del 11% de partición de calabazas, melones, verduras o hierbas.
Desde el siglo XVII, los cultivadores requenenses (en especial los más modestos) sabían que los malos años podían capearse mejor si se vendía fruta en el mercado local. La roturación, que cobró fuerza en el XVIII, abrió nuevos horizontes y aquella ventaja se empleó a conciencia. Un poco después, el éxito de las patatas dio fe de ello.
Los comerciantes no les fueron a la zaga, especialmente los merceros, vendedores de gran cantidad de productos y reconocidos como tipos prósperos en la España de los Austrias. Con sesenta y dos años en 1753, Santiago la Calle vendía en su mercería cacao, chocolate labrado, azúcar y canela, además de faldares de lana y telas de lienzo delgado. Sus ganancias anuales eran de 3.000 reales, que no eran moco de pavo, cuando el citado Juan de Rojas ganaba 300 como sirviente de labrador.
Otro que siguió los pasos de Santiago fue Domingo Flor, con cuarenta y cuatro años. Además de dispensar en su mercería y especiería chocolate labrado, canela, aguardiente, aceite, acero, cintas de seda, lana y seda blanca, también con utilidades de 3.000 reales, vendía al por menor tabaco, otro conquistador americano en toda regla, a real y medio de ganancia.
Los productos americanos rendían sus buenos dineros y bien merecían la inversión de los emprendedores, además de ofrecer nuevos placeres a una sociedad que estaba cambiando, la de la Requena sedera que iba dejando atrás la del protagonismo de las dehesas, donde la novedad era bien recibida.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Diversos, Sástago, 208 (E), 069.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Respuestas particulares del Catastro del marqués de la Ensenada, 2839 y 2855.
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.
Consejos, 26978, expediente 10.
