Caballeros no tan caballerescos.
Poderoso caballero es don Dinero, afirmaría el acerado Quevedo, aunque las narraciones convencionales de la Edad Media siempre se han complacido en las dotes guerreras de los caballeros. Acostumbrados al peligro, cultivaron un refinado código de honor, cada vez más alejado de la realidad si nos fijamos en el gran don Quijote. Tal es el estereotipo: de aquellos émulos de San Jorge descenderían los desmayados hidalgos de nuestra picaresca, ajenos a los negocios.
Lo cierto es que los hidalgos de los tiempos de Cervantes se afanaron en dirigir los regimientos municipales, aprovecharse de sus recursos e influencias y en diversificar sus negocios, protegiéndolos de las exigencias reales en la medida de sus posibilidades. Tales actitudes se remontaban a la Edad Media, cuando la guerra les permitió ganar riqueza y protagonismo social, ya que la violencia que desataron no dejó de inscribirse en estrategias políticas que dosificaban la negociación con la fuerza bruta.
El patrimonio caballeresco medio en la Castilla de Alfonso X.
Partamos de un hecho conocido, consignado en el Llibre dels feits de Jaime I. Alfonso X concedió en Murcia extensiones por valor de 20 a 30 tahúllas, entre 22.360 y 33.540 metros cuadrados aproximadamente, de unas 2´36 a 3´35. Se trataría de terrenos irrigados, pero resultaron insuficientes, pues la agricultura de cereal exigía al menos unas 20 hectáreas, equivalentes en varios puntos de Castilla a 4 cahíces de sembradura o 2 bueyes.
En consecuencia, Jaime I le recomendó en 1266 (vencida la insurrección mudéjar) que ampliara las donaciones a los caballeros y principales miembros de la comunidad de 100 a 200 tahúllas; o sea, de 11´8 a 23´6 hectáreas, dependiendo de la calidad del terreno. En los territorios del Conquistador era el equivalente de 2 jovadas o 12 cahíces de sembradura. Los caballeros deberían de gozar de la fortuna suficiente para mantener corcel de guerra y armas.
El buey era el animal de labranza por antonomasia, que no requería el consumo de alimento de los équidos al emplearse puntualmente. En las Cortes castellanas de 1268 se tasó su precio habitual en unos 30 maravedíes de plata, frente a los 60 de una yegua. Una pareja o yunta de bueyes costaría, pues, unos 60 maravedíes, equivalentes con matices a los 4 cahíces de sembradura.
Los bienes que podían lograr los caballeros de Requena.
No disponemos de datos sobre el repartimiento de Requena, pero en su carta puebla de 1257 autorizó a cada uno de los 30 caballeros y escuderos hidalgos a adquirir a los musulmanes bienes por valor máximo de 150 maravedíes, a cada uno de los 30 caballeros ciudadanos o villanos por 100 y a todos los peones que fuera posible por 50. Tal disposición nos indicaría tanto el deseo de suplantar a la población islámica como una cierta rectificación de un criterio de reparto más restrictivo, observado en Murcia.
En suma, los dos grupos de caballeros podían comprar bienes por valor de 7.500 maravedíes, unos 176.175 gramos de plata amonedados. La cantidad no era nada baladí, pues al obispo de Cartagena el rey le otorgó en 1259 la posibilidad de comprar bienes en Lorca por valor de 6.000 maravedíes.
Con todas las reservas, y a modo de indicación, puede decirse que en teoría podían comprar unas 2.500 hectáreas en total. Un hidalgo podía ampliar sus heredades en 50 hectáreas o dos yuntas y media de bueyes por término medio y un caballero villano en un poco más de 33 o yunta y media. Cada peón, en cambio, se debería de conformar con menos de una yunta, sobre unas 16 hectáreas que le permitirían barbechar mejor.
Al menos, podían cambiar de manos unas 2.500 hectáreas de un territorio de 170.000, seguramente las más cercanas a la villa de Requena y en la vega del Magro. No es nada probable que los bienes caballerescos conformaran bloques territoriales homogéneos, sino un conjunto de bienes dispersos, según se desprende del Catastro del marqués de la Ensenada, que nos puede servir de útil guía con precaución.
De esta manera, los requenenses podrían disponer de bienes superiores a los 6 cahíces de sembradura o 30 hectáreas, equivalentes a los parámetros observados en la coetánea Castilla la Nueva. Sin embargo, tales concesiones no fueron suficientes para los caballeros, pues la falta de brazos y el encarecimiento de la vida tuvieron consecuencias graves.
Apuros económicos y estipendios gratificantes.
El maravedí fue devaluado por un acosado Alfonso X, que ordenó la acuñación de la blanca o dinero de la guerra de Granada y Jerez, con un valor de 15´3 gramos de plata, con una pérdida de valor del 65%. Si antes para comprar 2.500 hectáreas se requerían unos 7.500 maravedíes, ahora se necesitaban 11.515 monedas.
Algunos se lanzaron al saqueo, creando graves problemas a los concejos. La monarquía tuvo que regular nuevamente la acuñación monetaria (como en el ordenamiento de Lorca de 1297) y otorgar ciertas gratificaciones a los caballeros, a modo de compensación.
En 1301 se terminó de configurar el cabildo de los caballeros de la nómina, que recibieron en rentas el suplemento anual de 3.250 maravedíes de moneda nueva, valoradas cada una en 10 sueldos (79 gramos), lo que dispensaría más de 256 kilos de plata en cada ejercicio, convirtiéndola en algo enormemente atractivo. Cada uno de los treinta y tres caballeros percibiría una media de 98 maravedís y medio o 7´7 kilos de plata.
En estas circunstancias, amenazas como la sanción de 10.000 maravedíes de moneda nueva a quien desobedeciera al rey, acordada en las Cortes de Medina del Campo de 1302, no era nada insignificante. Asimismo, en 1330 se estableció que cada 100 maravedíes de la moneda nueva equivaldrían a 600 de la devaluada que corría en tiempos de dificultades.
Una minoría restringida.
El deseo de Alfonso XI de restablecer la economía vino acompañado de ordenar la vida municipal alrededor de unos grupos restringidos, fundamento de los regimientos. En 1348, se fijó para mantener caballo la cuantía de 15.000 maravedíes en Requena, similares a los 12.000 de Cuenca y a los 16.000 de Soria. Pocos requenenses se encontrarían, pues, en tal círculo.
Según el Fuero de Cuenca convertido en el de Requena, la guarda o esculca del ganado se confiaba a los caballeros con más de 100 ovejas. Los 33 caballeros de distintas categorías de comienzos del siglo XIV podían disponer en total de un mínimo de 3.300 ovejas, lejos de las 18.121 cabezas de la cuadrilla mesteña de Soria de 1428-29. La riqueza ganadera y territorial fue importante para acotar el grupo caballeresco, pero también el favor real en forma de estipendios. El dinero moldeaba poderosos caballeros.

Bibliografía básica.
CLEMENTE, Julián, La economía campesina en la Corona de Castilla (1000-1300), Barcelona, 2003.
FUENTES, Eduardo, “Alfonso XI, la Plenitudo Postestas y la plenitud del vellón de Castilla. 1330-1350. El tesoro leonés del obispo Grau (ca. 1343)”, Omni 12, 2018.