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Ha sido llamada la Tercera revolución industrial, la Revolución científico-tecnológica, la Revolución de la Inteligencia y la Tercera revolución tecnológica. La economía de la Era de la Globalización marca sus diferencias con la de hace escasamente cincuenta años e insiste en fuentes de energía renovables, consumos domésticos inteligentes y aplicación plena de la informática al proceso económico.
Cuando Manuel Castells, ahora ministro de Universidades, publicó en 1996 La era de la información: economía, sociedad y cultura algunos elementos parecían aguardar todavía al futuro. Sostenía que España podía incorporarse plenamente a esa tercera oleada de renovación económica, a diferencia de las precedentes, por su temperamento, trenzado por gentes individualistas no exentas de toques geniales, al modo de Velázquez, Goya o Picasso.
Hoy en día el futuro ha venido con nosotros a tomar café, como decía el gran Labordeta. Los hogares no pueden, no deben, prescindir de algún tipo de ordenador personal, mientras los teléfonos móviles se han convertido en mucho más que en un simple teléfono. Vivimos interconectados a todas horas del día y la cultura, la información y el comercio no pueden ya estar al margen de tan omnipresente realidad.
La pandemia del coronavirus ha acreditado por activa y por pasiva que vivimos inmersos en esta realidad. Una pandemia en 1996 no habría presentado los mismos hábitos domésticos, laborales y de ocio. Con independencia de la enfermedad, la difusión cultural, la de la ciencia ciudadana, pasa por los dilatadísimos caminos de la red. Nuestra localidad es tan humana como cualquier otra.

Instituciones veteranas y publicaciones de solera se deben de adaptar a las nuevas circunstancias. La enseñanza, a todos los niveles, comienza a tomar la medida de este nuevo tiempo. La prensa periódica ha tenido que reestructurarse ante la creciente lectura de páginas digitales, que han transformado ritmos laborales, estrategias y formas de presentación. Nuestro mundo vive en pleno cambio. En el mundo global nadie ni nada dispone del monopolio y las verdades individuales de todos los seres humanos pueden viajar libremente, burlando censuras, contrariando a padres de la patria, haciendo saltar cerrojos y acreditando que no se puede poner puertas al campo.
Para la España Vaciada, que por el bien común no debería ser olvidada en los planes de Reconstrucción, la actual situación ha abierto ciertas perspectivas. Algunos ven la posibilidad de teletrabajar desde residencias rurales, lejos de núcleos de población de densidad elevada. Se diría que el deseo de La era de la información está al alcance de nuestra mano. Podemos ser competitivos y creativos, sin renunciar a ser nosotros mismos. Lo defendido en el Manifiesto de Jaraguas es tan factible como recomendable.
Desde Crónicas históricas de Requena somos conscientes de ello, mucho antes de la actual crisis sanitaria. Gratuitamente, brindamos todas las semanas artículos a toda persona interesada por Requena, su comarca o la Historia. Desde febrero de 2014 lo venimos haciendo. Ha llovido mucho desde entonces y en todo momento nos hemos encontrado una cálida acogida por parte del público. A partir de enero de 2018 ofrecemos, en forma de Revista, libros que recogen estas aportaciones semanales, piezas de investigaciones más amplias que las personas que hacemos Crónicas llevamos a cabo con ilusión.
Mañana, viernes 15 de mayo, ofrecemos con gusto un nuevo libro, en esta desescalada que pretende conducirnos a una vida más segura y satisfactoria, cuando la veterana Requena vuelve a sumar una nueva experiencia de su dilatada Historia. Las gentes vuelven a reunirse, se reencuentran, y mañana tenemos el orgullo de publicar Requenenses de la Vera Cruz durante el Antiguo Régimen, donde se analiza cómo unas personas hicieron honor a sus compromisos (o al menos cómo lo intentaron) según su sistema de valores en unos tiempos complejos y difíciles, que pusieron a prueba la dignidad humana.

Es invocada con frecuencia como maestra de la vida, pero la historia deja de serlo cuando se convierte en un saber muerto. Solo sirve verdaderamente en el momento en que se toma conciencia de que sus protagonistas fueron tan humanos como nosotros y que nos dejaron en herencia un mundo con bastantes recovecos. A lo largo de nuestras vidas vamos frecuentando algunos, a veces de manera insospechada. El coronavirus nos ha conducido a un lóbrego salón que pensábamos clausurado. Quizá también nos brinde, a cambio, el poder abrir una nueva estancia donde la humanidad futura viva más placenteramente. Si nada hacemos, perdemos nuestra histórica condición de seres humanos y para que cada cual saque sus propias conclusiones ofrecemos libremente nuestro trabajo con la ilusión de alzar un futuro mejor.