La crisis de la conciencia europea.
Entre los siglos XVI y XVII las guerras entre católicos y protestantes desgarraron la Cristiandad occidental. Dentro de cada país la confesión dominante forzó la eliminación de toda discrepancia y la idea de la tolerancia erasmista se incineró en demasiadas ocasiones. En Castilla, al igual que en otros puntos de la Monarquía hispánica, se impuso la Contrarreforma tras el Concilio de Trento, una decidida contradicción de los supuestos del protestantismo acompañada de la pretensión de reforma de la Iglesia católica con la asistencia del poder real.
En la segunda mitad del siglo XVII se fueron abriendo en algunos ambientes intelectuales unas actitudes más críticas y menos confesionales que en el XVIII germinarían en la Ilustración, que sometió al libre examen cuestiones sociales y políticas fundamentales. A esta duda razonable acerca de verdades antes incuestionables se le ha llamado la crisis de la conciencia europea desde Paul Hazard.
Los estudios de especialistas como Antonio Mestre han matizado muchos planteamientos sobre los orígenes de la Ilustración en España, cuyos antecedentes se remontan al reinado de Carlos II. Ciertamente el movimiento no alcanzaría la osadía de la cultura francesa, con figuras tan sobresalientes como Voltaire, pero los ilustrados españoles realizaron un serio esfuerzo por modificar ciertas pautas o alcanzar determinadas reformas dentro del Antiguo Régimen.
Hoy en día ya disponemos de muy meritorias investigaciones sobre el carácter general de nuestra Ilustración y sobre los focos y las figuras más destacadas de tal movimiento. Sin embargo, todavía resulta necesario enriquecer nuestro conocimiento de la Ilustración en núcleos urbanos de importancia pequeña o mediana, donde aquilatar su impacto real en nuestro país. Requena aparece como un observatorio ideal al respecto. A pesar de no descollar en el mundo ilustrado, su posición geográfica entre Valencia y Madrid (y por extensión Cádiz) y los cambios experimentados por su estructura económica en el Siglo de las Luces la hicieron a priori receptora de las nuevas ideas. Para verificarlo de manera más exacta disponemos entre otras fuentes de la rica documentación de las actas municipales, donde se puede precisar con plenas garantías cronológicas la aparición y uso de muchas expresiones e ideas ilustradas, que dan cumplida idea de las modificaciones de su vida ideológica.
Los puntos de partida: sacralización, martirio y resurrección de la república.
Cuando murió Carlos II, Requena no se encontraba entre la España de los novatores, pero tampoco yacía en un erial de incultura. Entre sus poderosos el saber en leyes (tanto el civil como el canónico) tenía una elevada consideración, según correspondía a los servidores de la monarquía. En Cuaresma y otras solemnidades religiosas los fieles letrados e iletrados se conmovían ante los alardes de la oratoria barroca de predicadores franciscanos y carmelitas. En el Carmen y en San Francisco se formaron ciertos jóvenes, en un tiempo en el que la educación media y superior se recluía a una minoría. Precisamente desde la Baja Edad Media Requena destinó parte de sus rentas decimales al salmantino colegio universitario de San Bartolomé. En 1661 Juan García Dávila tuvo la pretensión de fundar una institución con fines educativos como el hospital de San José y San Juan, que a la altura de 1733 no fraguaría por la oposición de las órdenes religiosas ya asentadas a los escolapios. En el azaroso siglo XVII el municipio se mostró dispuesto en la medida de sus posibilidades a disponer de médicos y cirujanos de confianza. Aquella sociedad política de honor, impregnada de ideas contrarreformistas, era la república.
En 1706 se vio sometida a la dura prueba de la ocupación austracista, cuando se cometieron una serie de desmanes contra su patrimonio y sus sentimientos religiosos. La experiencia conmovió a muchos requenenses, que en acto de contrición aumentaron sus legados piadosos en favor de instituciones como el Santo Hospital de Pobres, necesitado de reconstrucción. Entre 1708 y 1712 los legados con este destino aumentaron en un 25% en relación a 1690-1706. Años más tarde don Pedro Domínguez de la Coba consignaría en su obra la sacralización de su amada Requena, de la que se declaraba apasionado. Tras relatar con pormenor su martirio a manos de los partidarios de Carlos de Austria, apuntaría algunos de sus signos de resurrección en lo económico y en lo moral.
Don Pedro no fue el primero de nuestros autores ilustrados, sino el postrero de nuestros barrocos. Cultivó el difundido en las Españas género de la corografía u obra de índole local que combinaba elementos tan diversos como el tubalismo, la relación de privilegios y franquezas otorgados por los sucesivos reyes, los relatos de milagros locales, la descripción de monumentos (especialmente de los religiosos) y la narración de hechos coetáneos con gusto por los detalles. En la década de 1740 ya estaba compuesta su obra, un verdadero retablo en el que los padecimientos de los requenenses durante la guerra dan idea de la voluntad de un Dios finalmente compasivo.
En la década de 1740 ya se estaba verificando en Requena un cambio trascendental, el del declive de las dehesas en la vida económica y el del auge de la sedería y la labranza. Más tarde estas variaciones tendrían sus repercusiones en nuestro mundo de las ideas, pero por el momento el predominio de la Contrarreforma era incuestionable.
La pervivencia del mundo de las ideas de la Contrarreforma.
Las ideas de la sociedad de la Contrarreforma, tan mediatizadas por el trono y el altar, se dejaron sentir en la alta valoración de los privilegios reales, la consideración de la nobleza, los fastos asociados a las celebraciones religiosas, la importancia dada a la predicación de Cuaresma y a las misas consignadas en las memorias perpetuas.
Los privilegios reales simbolizaron el entendimiento entre la monarquía y sus fieles locales a lo largo del tiempo. Su confirmación al inicio de cada reinado era necesaria y en 1746 Requena se encontró ante una desagradable situación. Los tres últimos reyes no habían confirmado debidamente todos sus privilegios, lo que afectó en particular a los derechos de portazgo. Se tuvo que pagar a la Cámara del Consejo de Castilla el indulto con la media anata (10 ducados cada quince años), los derechos de ordenanza y el informe prescriptivo. Tras la labor de los contadores y de los concertadores de privilegios se logró la esperada Cédula de confirmación, que fue encuadernada por el matritense librero de la puerta del Sol Sebastián de Araujo, y la copia de los privilegios. En 1758 José Enríquez de Navarra recibió 7.400 reales para atender a las gestiones. Aunque los privilegios no nutrieron ninguna constitución castellana, delimitaron la autoridad del rey dentro del reino.
El monarca podía requerir a sus fieles asistencia militar contra sus enemigos o en defensa del reino, lo que dio origen a una gran variedad de situaciones. A mediados del siglo XVIII los caballeros de la nómina distaban mucho de su primigenia función militar, arrostrando no pocos problemas de reconocimiento. Los pecheros más acaudalados ya habían clamado contra ellos en el siglo XVI y a comienzos del XVII habían censurado la presencia en el regimiento municipal de hidalgos demasiado atentos a sus haciendas alejadas de la villa. No obstante, la consideración de la nobleza se mantuvo tanto por motivos culturales como fiscales. Ante la Chancillería de Granada se presentaban peticiones de recibimiento como hidalgo de vecinos como don Joaquín José Royo de Cantos, al igual que su padre y su abuelo. El fiscal civil de la Chancillería sopesaba si sus pretensiones eran fundadas para darle traslado a la audiencia de la sala de los alcaldes hijosdalgo. La hidalguía llevaba aparejada el disfrute de las preeminencias municipales y del reino en materia de tributos, honores (como el escudo) y oficios. Los hábitos de las órdenes militares, ya tan ligadas a la monarquía, también eran un elemento de enorme prestigio en la cultura aristocrática del Barroco tardío. En 1758 don Antonio Ribera y Escorcia, de la orden de Nuestra Señora de Montesa, pidió vecindad según su grado.
En este mundo que daba tanta importancia a las formas externas, los fastos de las celebraciones religiosas adquirieron una notable importancia. El 23 de mayo de 1758 se pidió al rey permiso para dos corridas de diez toros, respectivamente, para cada día de la feria de la festividad de la Soterraña. El 29 de junio los carmelitas lograron la ayuda de 300 reales para tales celebraciones y al día siguiente la representación de cuatro comedias dirigidas por Miguel Ramírez Iranzo como brillante acompañamiento.
Las alegrías mundanas no deberían de hacer olvidar los deberes espirituales, sobre los que insistía la predicación de Cuaresma, objeto de no pocos desvelos municipales. El 12 de enero de 1758 fray José Policarpo de Mesa y Ortiz, franciscano de Chelva, no pudo hacerse cargo de tal prédica en Requena. El secretario de la provincia de San Francisco de Valencia escogió al doctor jubilado fray Bautista Martí, que el 6 de abril recibió por su habilidad las felicitaciones municipales a través del ministro provincial fray Pedro Puchol en Alcoy.
Frente a la negación por los protestantes del culto a las imágenes de los santos, el catolicismo de la Contrarreforma lo exaltó como medio para alcanzar la gloria divina. Las misas dispuestas en las memorias perpetuas consignadas en los testamentos, de tradición medieval, cobraron importancia una vez más. De los fieles más devotos de las iglesias parroquiales y de los conventos requenenses conocemos a aquellos que dispusieron de los medios suficientes para sufragarlas.
A mediados del siglo XVIII la iglesia parroquial del Salvador, la arciprestal, gozaba del favor de importantes linajes locales como el de los Ferrer, los Enríquez de Navarra y los Carcajona, además del de otros vecinos menos acaudalados. La de Santa María tuvo el de los Nuévalos y los Ramírez, continuadores de los Sánchez Mohorte y los Zapata, además de ganar las preferencias de los Montenegro, los Cros y de una figura como don Pedro Domínguez de la Coba. En la de San Nicolás descollaron los nombres de Juan Enríquez de Navarra y de Alonso Ferrer. Mientras que en el convento de las agustinas las celebraciones eucarísticas tuvieron sobretodo un tono de homenaje a familiares de algunas monjas, en el de los carmelitas y en el de los franciscanos presentaron un carácter social más abierto, especialmente en el caso de los segundos. Frente a los 698 reales de los franciscanos, consignados por misas en el catastro de la Ensenada, los carmelitas solo obtuvieron 213, disponiendo por el contrario de un patrimonio muy superior de bienes inmuebles.
De todos modos hemos de tener muy presente que el principal impulso de fundación de misas procedía del siglo XVII, cuando varios eclesiásticos seculares, hombres de leyes, hacendados y recién llegados afortunados le dieron nuevos bríos bajo las circunstancias críticas de aquella centuria. A mediados del XVIII esta tendencia parece haber entrado en horas bajas, pese a que muchos herederos mantuvieron sus compromisos religiosos. Era una situación muy similar a la que se ha observado en la Francia coetánea. Para el caso de San Francisco, a diferencia del Santo Hospital, no tenemos constancia de amenazas de excomunión a los incumplidores por parte del obispado. Entre 1700 y 1750 se observa como las memorias fundadas por algunos linajes, como el de los Ramírez, pasaron a otros como los Enríquez de Navarra, Herrero y Monsalve, más ligados al auge de la sedería y de la agricultura. Esta oligarquía en ciernes, que por el momento busca el acomodo con la precedente, mantuvo esta religiosidad contrarreformista más por inercia que por vivo impulso, lo que daría pie a que ciertos contenidos que relacionamos con la Ilustración se fueran introduciendo en Requena.
La primera manifestación de los cambios ideológicos.
A finales del reinado de Felipe V el absolutismo se encontraba firmemente asentado en las Españas y la monarquía administrativa, si tomamos la expresión de Denis Richet empleada para la Francia coetánea, intentó impulsar varias medidas reformistas, tendencia que proseguiría bajo su sucesor Fernando VI. Entre los equipos de gobierno preocupaba la carencia de las más adecuadas prácticas administrativas en los municipios, lo que mermaba a la hora de la verdad la recaudación fiscal.
El decreto del 22 de diciembre de 1740 reservaba la mitad de los ingresos de los propios y arbitrios directamente a la corona, lo que privaba a Requena de parte de la donación de dehesas y montes, implícita en la carta del 4 de agosto de 1257, escudo perpetuo contra las invasiones. Se entabló en consecuencia un importante proceso que concluyó el 29 de octubre de 1742 con la confirmación por la superintendencia de Cuenca de los privilegios requenenses. La controversia había animado un verdadero esfuerzo de consignación histórica local a través del archivo municipal, muy maltratado durante la entrada austracista de 1706, que no dejó de influir en los debates de los siguientes años.
Entre 1763 y 1773 el regidor y guarda mayor de los montes Francisco García de Cepeda sostuvo una agria polémica con el grupo de los hacendados que usurpaban los bienes municipales. Juzgó su conducta de contraria a la verdad cristiana y falta de caritativa hacia los pobres, si bien sus oponentes respondieron (entre otras cosas) con una interpretación individualista de la carta puebla siguiendo las últimas experiencias repobladoras de los reinos de Granada y de Valencia. A través de una interpretación interesada de la historia, los poderosos contradijeron determinados principios religiosos. La primera ilustración en Requena vendría de la mano de los grandes propietarios, que a la larga serían más favorables al liberalismo económico que al político. Cuando en 1775 el gobierno distribuyó por nuestras tierras el Discurso sobre el fomento de la industria popular de Campomanes, contrario a la ociosidad de los pobres, sabía que en este grupo gozaría de una buena acogida.
La acomodación de algunas ideas ilustradas en la década de 1770.
Pasado el estado de alteración de los motines de Esquilache y arbitrada la reforma municipal de los diputados del común y de los síndicos personeros, la sociedad requenense fue asimilando algunos de los conceptos de la Ilustración, aunque imprimiéndole un sentido más particular. El 26 de noviembre de 1774 se invocó la iluminación de la costumbre para que el ayuntamiento hiciera buen uso de sus facultades de nombramiento del predicador de Cuaresma y de los sermones de Adviento. La razón auxiliaba a la tradición.
La preocupación por los demás o la filantropía de los ilustrados se acomodó a la caridad más tradicional. El 16 de enero de 1778 se encareció la necesidad de una Casa de Misericordia y de Pobres, más allá del Santo Hospital, para Requena, una villa de cuarenta leguas de circunferencia en la que se tenía que sanar y alimentar muchos pobres. Se reivindicó el ramo de la misericordia como el primero y más indispensable de los pueblos.
La invocación del pueblo se maridaba con la del público y la pretensión del bien común, que se sustanciaba en la ausencia de pleitos (fundamento de la paz de la república) y gracias a la inclinación natural de los jueces, cuyos estudios favorecían las cosechas de seda, aceite, vino y granos. Es decir, la razón sustentaba la ley natural, cuyo cumplimiento beneficiaba a la sociedad según los cánones del despotismo ilustrado.
Sin la conducta ejemplar de los individuos difícilmente se podían cumplir tales propósitos. Se recriminó en julio de 1778 al corregidor Salvador Tegerina Barquer que quisiera ausentarse de sus obligaciones por tercianas, en un país o territorio propicio a esta dolencia. En las elecciones de alcaldes de barrio del 22 de diciembre de aquel mismo año se puso el acento en seleccionar a personas de calidad para evitar los escándalos, vicios, pecados públicos, quimeras y los problemas de gentes ociosas y mal entretenidas. Se insinuaba el ideal del ciudadano propietario de los sistemas censitarios del liberalismo doctrinario.
La plena aceptación de la Ilustración.
En la siguiente década, entre el triunfo de la revolución en la América británica y el inicio de la de Francia, la Ilustración ganó aceptación entre los círculos cultos de la España de José Cadalso y del veterano Carlos III. La preocupación por mejorar el bienestar del país o la patria chica (como se popularizaría más tarde) animó la creación de reales sociedades económicas del país bajo el patrocinio de la monarquía. Sobre tales se ha escrito mucho y bueno, apuntándose que a diferencia de las de Inglaterra carecieron del debido empuje y acierto reformista, si bien su aparición y difusión responde a algo más que una simple directriz del despotismo ilustrado. Sin un ambiente propicio como el de la expansiva Requena no se hubiera fundado en 1781 su RSEAP. En su junta del 8 de enero de 1785 se defendió la protección del plantío de moreras y de olivos ante las autoridades.
Los puntos de vista ilustrados no solo se adoptaron en las grandes cuestiones sociales, sino también en las más individuales, en las que se anticiparon expresiones que se cargarían más tarde con otros significados ideológicos. El 21 de febrero de 1785 José Penén Díaz, el mayordomo del pósito casi desde 1760, se quejó amargamente del recargo de su ministerio u oficio, contrario a la justicia redistributiva de las repúblicas.
Los intentos de poner límites a las ideas de la Ilustración.
Los sucesos revolucionarios de Francia causaron una honda preocupación en los círculos oficiales de la España borbónica, que temieron con viveza el contagio. Varias actividades y actitudes ilustradas comenzaron a sufrir cortapisas y las tradicionalistas volvieron a ganar presencia social. Es lo que Richard Herr llamó el miedo de Floridablanca, que la actual historiografía avanza antes de 1789.
En Requena tenemos noticias del temor latente de la autoridad al cuestionamiento del orden establecido. En 1792 Juan Antonio López Cardona tuvo que moderar sus indecorosas expresiones consignadas en un memorial y pedir ser relevado como cabo de escuadra. A 20 de agosto de aquel año se concedió la licencia de las corridas de toros con la prevención municipal de evitar alborotos. Para evitarlos ya no se pensó en animar los trabajos de la RSEAP, sino en insistir en la educación cristiana (muy centrada en la eucaristía) ante el crecimiento y la extensión territorial del vecindario. Uno de los adalides del tradicionalismo local fue José Antonio Herrero.
En este ambiente el tradicionalismo hizo uso de algunas ideas ilustradas en su beneficio. El vecino de bien, ejemplo de hombre ilustrado y responsable, se convirtió en el contribuyente capaz de satisfacer los atrasos en beneficio común, cuando la presión fiscal volvió a acrecentarse por la sucesión de guerras que presidieron el final del Antiguo Régimen en España.
Durante la guerra contra la Convención las manifestaciones tradicionalistas se exaltaron en lo político. El 6 de abril de 1793 se ordenó hacer rogativas para que el Altísimo protegiera las intenciones reales y bendijera sus armas en el campo de batalla. El cabildo eclesiástico requenense prometió contribuir con 200 ducados de donativo. El 4 de mayo se tuvo que recordar que se evitaran las vejaciones de los franceses que fueran vasallos de su majestad. La guerra contra la Francia revolucionaria fue un sonado fracaso, pero también los combates de retaguardia contra la Ilustración.
Insinuaciones de cierto radicalismo ilustrado y de liberalismo económico.
El tránsito del siglo XVIII al XIX fue de una acritud notable a causa las enormes dificultades económicas y del cada vez más marcado malestar social. Un cierto radicalismo ilustrado comenzó a ser visible a propósito de algunos problemas. En 1798 el síndico personero Guillermo Mata censuró con severidad el comportamiento del cura de San Nicolás por el trato que a su entender dispensaba a los pobres en el Hospital. Consciente del momento crítico, el alcaide de la prisión se atrevió el 9 de febrero de 1801 a exponer la miseria en la que yacían los reclusos, necesitados del oportuno trato humano. De lo que no estamos tan seguros es que tales reclamaciones se acompañaran de la adopción de ideas propias de Beccaria.
La pretensión de humanidad también fue defendida por la junta general de caridad de Requena el 22 de enero de 1802, aunque dentro de los moldes tradicionalistas ya comentados, pues la paternal autoridad debía evitar las demostraciones lascivas impropias de la religión y la cristiandad de los vecinos de las cuadrillas de los muchachos.
Otra tendencia que se afirmó fue la del individualismo económico de los grandes hacendados, que vimos surgir con vigor entre 1763 y 1773. En 1803, en medio de un serio conflicto con Gran Bretaña, las autoridades de Marina exigieron para los astilleros la tercera parte de los árboles de los bienes de propios que carecieran de destino prefijado.
El 10 de enero de 1805 aquellos se quejaron de la confusión de labrantíos en los montes. Como dueños de cosechas y de pastos de común aprovechamiento reclamaron el sagrado derecho de propiedad en nombre del interés individual y del trabajo en calidad de propietarios. Un nuevo mundo se encontraba en ciernes.
Algunas conclusiones.
La recepción de la Ilustración en Requena no fue el resultado ortopédico de un gobierno intervencionista, sino la manifestación de una sociedad en pleno cambio, la que dejó atrás la gran era de las dehesas, coincidente con los tiempos de la Contrarreforma.
La Ilustración en Requena no se manifestó en una batería de intelectuales y de obras selectas, sino en la adopción por un grupo tan minoritario como influyente (el de los poderosos) de una serie de actitudes y expresiones tomadas de este magno movimiento de renovación cultural europeo. A veces sirvieron para vindicar la suerte de los más desdichados, pero otras para afirmar el egoísmo de algunos. Frente a unos pocos que abrazaron la Ilustración con todas sus repercusiones, la mayoría la entendieron de forma muy selectiva, acomodándola incluso a ciertas formulaciones propias de la Contrarreforma.
Cuando en 1808 se abran las hostilidades contra los napoleónicos (verdaderos enmendadores de la Revolución), la junta de Requena no se declarará en términos ideológicos de ruptura ilustrada, sino de continuidad. Más partidarios del cambio gradual que del revolucionario, alumbrarían el liberalismo moderado y doctrinario de una buena parte del siglo XIX, defensor de los derechos de propiedad y restrictivo de los políticos. Sin embargo, la Ilustración contuvo su parte de idealismo altruista y con el paso del tiempo sus anhelos de mejora de la condición humana también animaron en la Requena decimonónica los deseos de justicia social del liberalismo más radical.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1754-58 (3260), 1759-62 (3333), 1763-64 (3258), 1765-67 (3257), 1772-73 (3335), 1774-79 (2736), 1785-88 (2738), 1789-91 (2737), 1792-94 (3334), 1798-1802 (2735) y 1803-07 (2734).
Libro de montes II (2918).
Respuestas particulares del catastro del marqués de la Ensenada, bienes del estado eclesiástico con indicación de los forasteros (2840).
