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DE LA DICTADURA A LA DICTABLANDA EN EL INSTITUTO DE REQUENA (1928-31)

  • Por Víctor Manuel Galán Tendero
  • 13/08/2017
  • Época Contemporánea
  • Educación, Instituto

Una época de transición.

Miguel Primo de Rivera, que había sido visto por algunos de sus entusiastas como el cirujano de hierro capaz de cortar por lo sano con los males de España, fracasó por completo en su intento de institucionalizar su dictadura. La oposición creciente, en la que tanta importancia tuvieron los intelectuales y los alumnos universitarios, le obligó a abandonar el poder el 28 de enero de 1930. Alfonso XIII, que lo había secundado, confió la autoridad gubernamental en un general con fama de lector y de liberal, Berenguer. Su dictablanda fue incapaz de atajar el descontento con la monarquía, que cayó tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931.

El Instituto de Requena no fue un núcleo de oposición al modo de la Universidad. Por parte del comisario regio, encargado de la dirección de aquél, se reiteró al administrador del Boletín oficial del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes el 18 de diciembre la petición del 8 de noviembre de 1928 de suscribirse y disponer de los boletines desde el primero de octubre. En aquella época las comunicaciones de la Dirección General se mandaron en papeles de Salvador Cuesta, de Madrid, proveedor de Sus Majestades.

Entre el profesorado, la Dictadura tuvo sus simpatizantes, pero el plan de estudios Callejo despertaba pocas simpatías entre muchos profesores de enseñanza secundaria, especialmente entre los catedráticos, que consideraron mermada su función evaluadora. La labor de la inspección y la elaboración de libros de texto oficiales se contemplaron como un ataque contra la libertad de cátedra. El 18 de marzo del 31, a punto de proclamarse la República, se difundió un cuestionario sobre la publicación del texto único del magisterio.

Conscientes de este mar de fondo y de los vaivenes al frente del Estado, el 20 de junio de 1929 el nuevo director general de enseñanza superior y secundaria saludó afectuosamente al director y al claustro por telegrama al tomar posesión. A 25 de febrero de 1930 el nuevo ministro, que pidió que lo consideraran un amigo y un compañero, pidió la leal colaboración al distrito universitario de Valencia.

En este tiempo de transición, la religión católica perdió fieles al considerarse la Iglesia mantenedora del régimen. El 25 de enero de 1930 el maestro Eusebio I. Martínez Aragonés pidió que sus hijos Elena e Ildefonso (de doce y diez años respectivamente) pudieran conmutar en su día la asignatura de religión, que ahora cursaban para prepararse para la carrera de magisterio.

Nombradía y servidumbres públicas.

El flamante Instituto de Requena fue acogido en la localidad como una conquista ciudadana. En consonancia, el capitán de la Guardia Civil Mariano López se ofreció al comisario regio para servirle. No se cejó de insistir el 22 de febrero de 1929 en la necesidad de hacer propaganda a favor del Centro, pues sus alumnos procedían de un radio geográfico más amplio. La organización de cursillos de conferencias culturales a cargo de los profesores del claustro se consideró un medio especialmente idóneo al respecto.

A veces, el entendimiento con el Ayuntamiento no fue todo lo bueno que sería de desear. El 11 de mayo del 29 el comisario regio Gaztambide se quejó de la inclusión de los profesores del Instituto en el reparto vecinal para la nivelación de los presupuestos municipales, por gastos del edificio del Centro. Sostuvo que no deberían sufrir gravamen al desarrollar una labor cultural deseada por el vecindario, con entusiasmo y amor por la enseñanza, pese a las grandes deficiencias de local en el primer curso. Todo ello no evitó que tuviera que dirigirse al Ministerio en busca de apoyo. Asimismo, el 7 de agosto de 1930 se recordó el compromiso municipal de facilitar material científico docente y administrativo.

Como centro público, no pudo zafarse de las servidumbres del Estado de su época, las del declinante régimen dictatorial de Miguel Primo de Rivera. El 14 de marzo de 1929 tuvo que contribuir al monumento proyectado en Valencia a la república de Cuba y su jefe de Estado Gerardo Machado, simpatizante de Primo de Rivera, dentro de la exaltación de la Hispanidad en Iberoamérica promovida por la dictadura. La cantidad de 50´25 pesetas se recaudó en poco más de un mes, con el descuento del 1% de la paga de marzo, y se mandó al rector de la Universidad de Valencia a través de la sucursal del Banco de España allí. La junta del monumento a la reina María Cristina se encargaría de gestionar el dinero.

A instancia de varias peticiones, el Ministerio autorizó el 11 de abril de 1929 la asistencia de varios profesores al acto académico que tres días más tarde se celebraría en Madrid, en la Corte. Una representación del Instituto, encabezada por el comisario regio Gaztambide, tuvo que acudir a la recepción del gobierno a Valencia en octubre de 1929. Este viaje costó 71´60 pesetas y se consideró que fuera cubierto por los ingresos de la junta económica del Centro.

Los trabajos y los días.

La inauguración del curso se solemnizaba y el 30 de septiembre de 1929 el Gobernador Civil se disculpó por telegrama al no poder acudir al acto por coincidir a la misma hora con el de la Universidad.

Los periodos de matriculación estaban bien regulados. Consta que el 1 de octubre de 1929 el rector de la Universidad de Valencia concedió prorroga de matrícula hasta el 10 de octubre. Por estas fechas se aprobaba por el rectorado del distrito universitario de Valencia el calendario escolar. El 4 de octubre de 1930 se estableció que el 7 de octubre se celebrara la Fiesta del Libro y el 24 el santo de la reina, en noviembre Todos los Santos, en diciembre el patrono, la Purísima y Navidad, el 23 de enero el santo del rey, el 7 de marzo la Fiesta del Estudiante (con asistencia voluntaria a clase), San José, la Semana Santa cayó entonces en abril, el 2 de mayo la Fiesta Nacional y la Ascensión el 14 del mismo mes.

Desde la Universidad ya se llamó la atención el 4 de octubre de 1929 sobre la actuación de la Junta del Libro, que tenía que dar cuenta de los resultados de los actos de la Fiesta del siete.

 La obsequiosidad hacia la familia real era evidente en el calendario escolar. Los lutos oficiales también se contemplaron y el 22 de febrero de 1929 se acordó suspender las clases tres días por la muerte de la reina madre María Cristina.

 Con motivo de las vacaciones estivales, los profesores tenían que notificar entre el 8 y el 15 de junio su domicilio durante aquel periodo. A título de curiosidad diremos que José Agulló Asensi notificó que pasaría las vacaciones estivales en el siete de la calle Calatrava de Alicante, Luis María Rubio en el cinco de la calle Temprado de Teruel, Juan Grandía en Figols-Las Minas de Vallcebre, Matilde Moliner en el 46 de la zaragozana Ramón y Cajal, Cristóbal Guerau de Arellano en la plaza de la Constitución 1 de Ibiza, Leopoldo Escobar en el catorce de la calle Mayor de Castellón, y Antonio Rodríguez Garrido en el siete de Moral de la Magdalena de Granada.

Los profesores y sus circunstancias profesionales.

En aquella época el Ministerio no expedía títulos administrativos a los profesores de institutos locales, a los que se encomendaba el bachillerato elemental, sino credenciales de toma de posesión. El 24 de enero de 1929 se encomendó al asambleísta Luis María Rubio que intentara subsanarlo, pero la primorriverista Asamblea hizo muy poco al respecto. Para desempeñar cualquier función directiva o administrativa se debía elevar una terna de candidatos al Ministerio.

El traslado de profesores fue habitual. El 25 de marzo de 1929 se nombró a Antonio Rodríguez Garrido, procedente de Granada, en sustitución de José Rodríguez Losada como profesor de ciencias exactas y físico-químicas. El 14 de octubre del 29 Matilde Moliner notificó al comisario regio su traslado a Madrid para los ejercicios de oposición a cátedras de Geografía e Historia de varios institutos nacionales para el 30 del mismo mes.

Un caso curioso fue el del ayudante de educación física Ángel Agulló Asensi, licenciado en medicina y cirugía. El 25 de septiembre se dirigió al ministro de instrucción pública y bellas artes pidiendo licencia por tres meses por asuntos propios. Dijo estar estudiando en Suiza la organización de la educación física (escribió desde Vevey-La Tour) y elaborando una memoria, además de estar resolviendo asuntos particulares por enfermedad. El comisario apuntó el 2 de octubre que había disfrutado de dos meses de licencia el curso anterior. Se le había sido denegado el tercer mes y no había celebrado en septiembre las prácticas. El 8 de octubre se le instó desde el Ministerio a reintegrarse en ocho días. El 16 de octubre tuvo que renunciar.

Para nombrar a los agregados interinos, la dirección requería la licencia del Ministerio. El 30 de octubre de 1929 se propusieron como tales a Manuel López Vives de letras, a Antonio Víllora Ripollés de ciencias, al presbítero Faustino Pérez de religión, a Felipe Guijarro León de educación física, y a José Pérez Hernández de taquigrafía.

A veces los profesores trataron de ampliar sus horizontes profesionales. Por la real orden del 24 de septiembre de 1886, Luis María Rubio Esteban, Juan Grandía Castellá y Antonio Rodríguez Garrido pidieron el 31 de octubre de 1929 autorización para dedicarse a enseñanza privada de asignaturas del Bachillerato Universitario. El profesorado de religión (asignatura no evaluable entonces) ofreció más de una particularidad. El 25 de abril de 1929 Victoriano Andrés Grafiá, que impartía tal asignatura, pidió acogerse a los beneficios del reglamento de clases pasivas del Estado de noviembre de 1927 para conseguir los derechos pasivos máximos.

A nivel general, las relaciones entre los profesores de los primeros claustros estuvieron marcadas por el compañerismo. Así se despidió el comisario regio el 31 de marzo de 1930:

“Se le es comunicada la supresión de las Comisarías a partir del próximo abril, con sentidas palabras de despedida del Claustro ofreciéndose a él y haciendo constar el buen comportamiento del mismo durante su actuación así como su armonía y compenetración que ha reinado en él, digna de todo elogio.

“El sr. Peña, como decano de los profesores y ayudantes reunidos y en representación de éstos, agradece las manifestaciones del Sr. Gaztambide, modelo de bondad que más que un jefe ha sido para todos un compañero, no obstante su superior categoría, y dice que puede estar seguro el sr. Comisario que contará siempre con la gratitud y el afecto de todos los reunidos, pues a ello se ha hecho merecedor durante su actuación. El sr. Gaztambide agradece emocionado las sentidas palabras del sr. Peña”.

La entrada de la nueva dirección el 12 de mayo de 1930 también estuvo presidida por el mismo espíritu: “el sr. Rubio, como director, saluda a los señores claustrales y se ofrece en su nuevo cargo para todo cuanto sea beneficioso para el Centro que tiene la honra de dirigir. También manifiesta que espera la cooperación de todos para que no se interrumpa la armonía del claustro, deseando aparecer siempre mejor como compañero que como superior.”

Los quehaceres de los alumnos.

A los doce años, los chicos y las chicas de familias con posibilidades o al menos con deseos de dispensarles una formación académica realizaban el examen de ingreso al bachillerato elemental. La prueba consistía en un dictado, un ejercicio de gramática y otro de aritmética, realizada entonces por el tribunal de ingreso del Instituto.

La matrícula, una de las fuentes de ingresos del Centro, no estaba al alcance de todos. En el primer año del bachillerato elemental, por donde comenzó a impartirse clases el nuevo Instituto, cursaban los alumnos ocho asignaturas (nociones generales de geografía e historia universal, elementos de aritmética, terminología científica, religión, francés, trabajos prácticos, caligrafía y educación física). Debían pagar por cada una 5 pesetas, cantidad nada baladí de entrada si tenemos en cuenta que el salario diario de muchos jornaleros de la comarca se encontraba por debajo de las 4 pesetas. Los alumnos aventajados  del bachillerato universitario podían acortar un curso de estancia en el Instituto.

Para promover el arraigo del bachillerato elemental, considerado muy propio de las sufridas clases medias que intentó ganar la dictadura, se concedió por el claustro de profesores la gratuidad de matrícula en algunos casos, a su modo una embrionaria política de becas. Entre los primeros alumnos agraciados se encontró Juan Tamarit Vilanova el 3 de mayo de 1929. Un caso muy especial fue el de José Pechuán Montesa, uno de los cuatro hijos del maestro José Pechuán Ponciano (inspector de enseñanza primaria durante la Guerra Civil). El muchacho había aprobado en junio de 1929 el primer año con sobresalientes en terminología, nociones de geografía e historia, francés y religión, y podía adelantar un curso al contar 14 años. Se examinaría en septiembre del segundo curso para poder estudiar el tercero, pero su padre solo disponía del salario de 3.000 pesetas anuales. Al haber pagado la matrícula de los dos primeros cursos por ignorancia de las disposiciones, sus recursos habían mermado. Al final se le concedió la gratuidad de matrícula para beneficiar el legislador a las clases humildes. El 20 de abril de 1931, días después de la proclamación de la República, se aprobó la gratuidad para siete alumnos.

La matrícula de alumnos oficiales fue de 23 para el curso 1928-29, 35 para el 1929-30 y 52 para el 1930-31; de régimen colegiado privado de 17, 34 y 25 para los mismos cursos; y de régimen libre de 172, 191 y 258. Las cifras son bien elocuentes del éxito alcanzado.

Los alumnos del bachillerato elemental podían examinarse por grupos de asignaturas o al finalizar esta etapa educativa. Las fiestas de la Feria de Requena, décadas antes del establecimiento de las de la Vendimia, ya determinaron que la convocatoria de los exámenes de septiembre de 1929 se hiciera por el 25 de septiembre, fecha considerada tardía por las autoridades académicas. Los exámenes extraordinarios para los que les faltara una o dos asignaturas para concluir el bachillerato elemental se realizaron entre el 26 y el 31 de enero. A partir del 23 de mayo se hicieron los exámenes de finales del curso a cargo del tribunal de ingreso, dos tribunales de letras, uno de ciencias, uno de prácticas y otro de reválida. El estado del patio alzó las quejas del profesor de educación física, más o menos aceptadas.

Los alumnos cursaron veintidós horas de clase semanales el primer año, veintisiete el segundo y veinticinco el tercero de bachillerato elemental. Participaron, de mayor o menor grado, en fiestas como la del Libro, en la que el profesor de literatura impartió una conferencia. Ya de esta época inicial arranca la fiesta del estudiante, la de Santo Tomás, que se celebró a comienzos de marzo y cuya organización corrió del profesor de religión Victoriano Andrés Grafiá. Por aquellas celebraciones se organizaron muestras teatrales. 

El propio Andrés pidió que un bedel vigilara a los alumnos para evitar las incorrecciones en los juegos, y más tarde se propuso que otro supervisara el patio. Además de la disciplina, preocupó el rendimiento académico de los alumnos, especialmente los de tercer curso. El 22 de febrero de 1929 el claustro se mostró conforme en avisar a los padres con hijos rezagados.

Algunos alumnos del Centro cursaron otros estudios, caso del colegiado Joaquín Beltrán Nos, que a 1 de junio de 1929 tuvo que comparecer en la Academia General Militar.

La dotación edilicia y presupuestaria.

En el periodo que nos ocupa, estalló el crack del 29, que desató la gran depresión que terminó afectando a España. El 31 de enero de 1930 se iniciaron las obras para instalar el Instituto en los bajos del edificio en el que se encontraba, con las observaciones del comisario al alcalde.

Para el curso 1929-30 el Instituto ingresó 3.717´70 pesetas en concepto de certificados, matrícula de asignaturas, recargos por suspensos y expedición de documentos (cada título de bachillerato costaba 10 pesetas), y gastó 1.426´90. Dos máquinas de escribir costaron 502´60 pesetas. Las 2.290´80 sobrantes se distribuyeron como nominilla entre el personal docente. En la junta económica central de los Institutos se decidió el 5 de julio de 1930 que se ingresara y distribuyera una cantidad suplementaria de 1.920 pesetas a razón de 108 mensuales por profesor titular y 54 por ayudante antes de enero de 1930, y de 132 y 66 pesetas respectivamente con posterioridad a esta fecha.

El funcionamiento del Instituto hubiera sido impensable sin el esfuerzo administrativo oportuno. El 31 de marzo de 1930 el comisario regio reconoció la esterilidad de sus gestiones en el nombramiento de auxiliar de secretaría ante el Ayuntamiento. El oficial de administración de 2ª clase Luis Calvo Sánchez pidió ser inscrito en la nómina de personal administrativo de Valencia para evitar los perjuicios de desplazamiento a la Delegación de Hacienda. Curiosamente, el rey como jefe del Estado dispuso que se le aplicaran las disposiciones de personal de porteros de los ministerios civiles. Bajo la declinante monarquía de Alfonso XIII los funcionarios y los estudiantes pugnaron por abrirse camino a través de disposiciones ciertamente peculiares.

Fuentes.

ARCHIVO HISTÓRICO IES UNO DE REQUENA.

 Carpeta de documentos de entradas de 1928 a 1934.

Carpeta de documentos de salidas de 1928 a 1934.

 Libro de actas de las sesiones celebradas por el claustro de profesores desde el 22 de octubre de 1928 al 21 de septiembre de 1950.

 Libro de actas de la Junta Económica del 29 de noviembre de 1928 al 12 de enero de 1937.

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