El viaje de Valencia a Requena, ahora se hace en poco tiempo, amplias autovías que trascienden las dificultades de la orografía y facilitan el veloz desplazamiento de coches, ya de por sí rápidos. Y su rapidez, se supone, nos hace ganar tiempo. Pero, de algún modo, echo de menos cuando viajaba en la Requenense y me recreaba en la contemplación del paisaje que íbamos atravesando.
No obstante, hay épocas en las que nos sobra el tiempo, bien por el finiquito de la actividad laboral o por algún confinamiento y entonces podemos salir en busca del tiempo pasado a través de álbumes de fotos, viejos libros y revistas, películas, etc.
Y así, saliendo por alguna de esas puertas que tanto se dan ahora en las películas sobre realidades distópicas, a decir verdad por la puerta de la memoria y la imaginación, salgo y me ubico en uno de los autobuses de La Requenense, en algún lugar de la calle Guillén de Castro de Valencia de los años cincuenta, antes de que se hiciera la Estación de Autobuses, a punto de iniciar alguno de mis viajes de retorno a Requena. A mi lado va una señora que tiene aspecto de profesora. Efectivamente lo es. Adela Gil Crespo, profesora de Geografía e Historia en el Instituto de Requena, una mujer de pro. No tarda mucho en conectar conmigo y, conforme el autobús va dejando la capital, ella comienza a hablarme de la belleza del paisaje del trayecto que íbamos a recorrer y que dejó plasmado en un escrito tan bello que no puedo dejar de recréame en él:
“Subiendo de la huerta valenciana a la vasta llanura de Castilla se asciende por una amplia escalera de tres peldaños altos y bien marcados. Tres escalones que separan tres paisajes de diferentes tonalidades y de diferente estructura económica agraria. Varía de uno a otro el color del suelo, de la vegetación, de la vivienda y hasta la luminosidad.
En el primero domina el verde jugoso de la huerta, salpicado por el blanco de sus Barracas o interrumpido por la alineación de sus pueblos. Envuelto todo ello en una luz opalina.
El segundo cambia en tonalidades blanco-cenicientas de suelo calizo y verde grisáceo de su vegetación, del que se destaca en posición estratégica el núcleo de sus pueblos. Todo ello recortado por una luz fuerte y vibrante y agitada por el continuo vendaval. En este escalón se asienta Buñol y su comarca.
Se destaca el tercero por el rojo de su suelo, sobre el que se ordenan las hileras de los viñedos y los rectángulos de los cereales. Tierra humanizada que se recorta y ondula en barrancos arcillosos o en columnas revestidas de matorral de tomillos, carrascas y jedreas.
La luz fuerte de Castilla recorta este paisaje, del que surgen en grupos compactos su villa y aldeas, afirmando más la creación y estructuración de la tierra por el hombre.
Vamos a detenernos en este último escalón, con el que estamos familiarizados, y en el que se ha operado una profunda transformación.
En él se encuentra emplazada la gran comarca de Requena. Cabalga entre la Serranía de Cuenca y las mesetas manchegas de Albacete. La ciñe el río Cabriel en su borde meridional y la parte en dos su afluente el Magro; la recortan y abarrancan las numerosas ramblas que a uno y otro van a verter. Se presenta hundida en su centro y elevada en sus bordes. No tiene la monotonía de la llanura manchega ni lo accidentado de la serranía conquense. Es como una enorme cubeta rellena de cantos rodados y de arcillas fuertes y compactas. Terreno fácilmente desintegrable por la acción de las aguas torrenciales que bajan de las serranías cercanas.
En este suelo arcilloso-calizo parece no darse otra vegetación natural que la del monte bajo, salpicado entre los viñedos y formado de carrascas y pinos raquíticos, que tapiza y sombrea las laderas y las cresterías calizas del Pico del Tejo, las cortaduras del Castillejo y de los Angelitos o los montes en el término de las aldeas de Los Pedrones, La Portera, Los Isidros, etc.
Está enmarcando a los ordenados viñedos, que en campos abiertos, en el llano o en las laderas, cubren a toda la comarca.
Tres elementos dominan en este paisaje creado por el hombre: el cinturón verde y frondoso de las huertas que ciñen al río Magro, los bancales de cereales y forrajes que circundan a la villa y el viñedo en extensos campos, asociado a algún almendro u olivo. Y aquí y allá la casita solitaria de los vendimiadores y las carreteras y caminos que parten en todas direcciones…
¡Y así, recreando la vista en tan hermoso paisaje, llegamos a la ciudad-fortaleza medieval de Requena, que se levanta entre huertas y viñedos!”
Y, rápidamente, concluye que, aunque parece que haya sido siempre igual, no lo es, que es un paisaje joven nacido a la par que una nueva economía en el siglo XVIII, que al aplicarse estrictamente en esta comarca, sustituyó el paisaje natural de monte por un paisaje humanizado, geométrico, ordenado, en el que todo gira en torno de una agricultura especializada.
En el parabrisas del autobús se dibuja un bello perfil, el clásico de Requena con sus hermosas torres, cúpulas, campanarios y almenas; a la izquierda ha quedado la Casilla San José, lugar de excursiones y meriendas pascueras; un poco más adelante, La Villa se asoma desde su balcón meridional. Pasamos la gasolinera y el autobús enfila la avenida Lamo de Espinosa, entonces, como dice un amigo jalancino Carlos García, gran amante de Requena, sabes que ya estás en Requena.
Fuente.
Gil Crespo, Adela: “Creación de un paisaje humano”, en Alberca, año I, 1 (agosto de 1951).


