El Domingo de Ramos es, por derecho propio, una de las grandes solemnidades del calendario cristiano. En la Requena que en el siglo XIII fue ganada a los musulmanes por los castellanos, su procesión tuvo una relevancia especial.
En tal ocasión, sus clérigos seculares, los de sus tres parroquias, eran acompañados por sus caballeros. El poder espiritual y el temporal, tan caros a las ideas de la sociedad estamental, se daban la mano por medio de los representantes del Salvador, Santa María y San Nicolás. Era la expresión rotunda de fe de toda una sociedad del Antiguo Régimen.
Clérigos y caballeros portaban cruces en la procesión, que finalizaba con el sermón del cura del Salvador, la arciprestal a la que correspondía la preeminencia. Tales usos se convirtieron con el paso del tiempo en inmemoriales, algo sagrado para aquellas comunidades.
Sin embargo, contra ellas llegó a alzar su voz el cura de San Nicolás, sin éxito. En un mes de abril de 1651, aquél no fue secundado por el cura de Santa María, un posible interesado en el cambio. En vista de ello, el Domingo de Ramos continuó oficiándose según los cánones acostumbrados.
Fuentes.
GALÁN, Víctor Manuel, Requena bajo los Austrias, Requena, 2017.
