El Estado ibero al norte del Turia. Nuestros vecinos.
Hubo una época en que unas ciudades rivalizaban entre sí por ser las más prósperas, las más poderosas, las que más fervor tenían a sus dioses y sus ancestros, en las que los gobernantes eran los más justos y fuertes.
Hubo una época en que los pueblos vivían felices y en libertad, en la que no necesitaban aparentar grandiosidad para ser considerados grandes por sus conciudadanos, en la que los jefes eran elegidos, en la que la fidelidad llegaba hasta sus últimas consecuencias.
Hubo una época antigua en que no era necesario avasallar a sus vecinos, ni conquistarlos, porque existía un ambiente excelso de fertilidad, abundancia y comercio, porque las personas estaban satisfechas con lo que la vida les daba.
Hubo una época en la que iban llegando ricos comerciantes de lejanos puntos del Mare Nostrum con los que se intercambiaba riqueza y cultura, en la que los guerreros satisfacían su ego yendo a combatir en luchas extranjeras de las que regresaban con honor y riquezas, ante los suyos.
Hubo una época en la que las guerras estaban muy lejos de estas tierras, en la que nuestros guerreros se divertían haciendo incursiones pueriles en tierras colindantes para demostrar su varonía, podríamos decir que por diversión. Una época en la que la “malicia” era a pequeña escala, casi podríamos llamarla “costumbre”.
Esa época en la que existían pequeños “países” del tamaño de comarcas actuales que reunían un numeroso grupo de núcleos de población con distintos tamaños y funcionalidades que trabajaban y convivían entre sí.
En la mayor parte del área mediterránea, desde hacía siglos, perduraba esa misma tipología de gobierno. Un característico ejemplo de ello fueron las polis griegas, donde se pudo constatar el modelo de las anfictionías, ciudades independientes ligadas entre sí con una determinada excusa político-religiosa.
Esa época que hubo, fue tan feliz que no tuvo necesidad de expresar su superioridad, de dejar grandes legados tras de sí, como hicieron otras “acomplejadas” culturas allende los mares. Los pueblos del Fértil Creciente, Egipto o Anatolia, pasaron tantas vicisitudes, tuvieron tanto por lo que luchar para sobrevivir, que necesitaron ser regidos por dictadores únicos que controlaban enormes territorios, tan inhóspitos que sólo mediante grandes proyectos gubernamentales se podían mantener. El ejemplo de Egipto nos indica que fue un pueblo que habitaba una fértil tierra en lo que hoy es un desierto, hacia el oeste del río Nilo, y que alrededor del IV milenio a.C., su desertificación y las penurias que esto implicó, les obligó imperiosamente a tener que buscar otras zonas habitables. El único lugar con agua abundante al que podían acceder era el valle del Nilo. El Nilo no era un río fácil y domable, necesitó de grandiosos proyectos para acomodar a los humanos en su seno, sus crecidas eran tan beneficiosas para la agricultura como peligrosas para la propia ruina de ésta. Sólo omnipotentes gobernantes tendrían capacidad de llevar a cabo grandes obras “faraónicas”.
En el Fértil Creciente debieron ocurrir episodios semejantes, y aquello dio lugar a regios gobernantes que llevaron a cabo grandes conquistas, que concluyeron en grandes imperios que fueron cambiados a lo largo de los tiempos mediante cruentas y magnas guerras. Y ya se sabe que durante las grandes guerras es cuando más profundas inversiones se hace en I+D.
Mientras tanto, en este lado del Mare Nostrum, al oeste, triunfaba la felicidad. El clima era ideal, llovía suficiente y la temperatura era agradable. La frecuencia de puntos de agua abastecía de sobra mediante múltiples ríos, ramblas y fuentes, el suelo era perfecto para el cultivo y la ganadería, los minerales eran muy abundantes. Pocos tenían la necesidad de superar grandes escollos para sobrevivir, era la felicidad suprema, la felicidad básica, la felicidad de no necesitar nada.
Podríamos encontrar este concepto de felicidad en el modelo territorial de estas gentes iberas, pocas veces necesitaban conquistar el territorio del vecino para vivir a gusto y felices.
¿Hubo un Estado feliz?
Este pueblo feliz habitaba en el entorno que circundaba los Mons Idúbeda (Cordillera Ibérica) y el próspero río Turia con sus afluentes, habitaba en la tierra que rodeaba al río Cabriel y sus afluentes. Era una zona muy rica y fértil, y muy poblada, donde sus gentes convivían sencillamente, recordando constantemente a sus antepasados ancestrales, que se remontaban 2000 años atrás, y habitando los mismos lugares donde lo hicieron ellos.
No sabemos cómo nombrarían a su organización geográfica-política, pero nosotros la llamaremos, a nuestro libre albedrío, “Estado”.
En cuanto a los topónimos geográficos con los que se les localizaba, han llegado hasta nosotros gracias a la costumbre de los romanos y los griegos de anotarlo todo para la posteridad, aunque la dificultad está en identificar en sus coordenadas correctas los nombres aportados por esas fuentes históricas clásicas. Esas mismas fuentes recogieron cómo Roma transformó a su conveniencia el tipo de distribución político-geográfica de Hispania, como por ejemplo, cuando a comienzos del S II a.C. dividieron la provincia en Citerior y Ulterior, y más tarde en Tarraconensis, Baetica y Lusitania. De igual forma, clasificaron a los territorios de Hispania en grupos tribales imaginados por los mismos romanos según su idea de identificarlos, eliminando documentalmente la singularidad de los “Estado-ciudades” iberos, por territorios que conjuntaban todas esas ciudades a los que nombraron “romanamente”. Para ellos, la ciudad más alejada de Roma de un territorio era la que tenían como referencia, pues daba a entender que la región llegaba hasta esa ciudad, que era la última, y por eso la llamaban “caput” (cabeza, fin, capital…). Por ejemplo, si esa “caput” se llamaba Basti, a los habitantes de todas las ciudades-estado de ese territorio se les reconocían como bastitanos.
Podríamos pensar, por cómo nos ha llegado la información desde las Fuentes Clásicas y el monetario hispano-romano, que la denominación indígena de su “Estado” ibérico tendría mucho que ver con el nombre de su ciudad principal, y que también habría una relación con los nombres de los accidentes topográficos del lugar.
La estructura de ese “Estado” ibérico entre los 3 ríos, Turia, Magro y Cabriel, ofrece una imagen clara de cómo debió ser, según hemos ido estudiando estos años atrás, y hemos ido publicando en varios artículos en la Web de “Crónicas Históricas de Requena”. Comprende un periodo histórico largo, desde el final de la Edad del Bronce (hacia comienzos del I milenio a.C.), pasa por el Ibérico Antiguo (VI-V a.C.), el Ibérico Pleno (V-III a.C.), el Ibérico Tardío o ibero-romano (hasta comienzos del S I a.C), es decir cerca de 1000 años. A lo largo de esos 10 siglos esa estructura fue cambiante, aunque la base distributiva de las zonas pobladas, a grandes rasgos, no lo fue tanto.
Hacia la época más boyante de la cultura ibérica, el Ibérico Pleno y una parte del Tardío, hasta las Guerras Sertorianas que finalizaron en 72 a.C., parece claro que hubo un oppidum más importante que el resto en este “Estado”, que fue el de Los Villares (Caudete de las Fuentes), un gran oppidum para su tiempo de 10 hectáreas. Aunque en este “Estado “ibérico la población era tan abundante que hubo varios poblamientos de importante tamaño que convivieron. Antes del Ibérico Pleno y después de las Guerras Sertorianas, Los Villares no tuvo relevancia, en cambio, la roca de La Villa (Requena) perduró desde la Edad del Bronce hasta nuestros días, incluida la romanización.

El caso es que Los Villares estuvo ubicado en un lugar central de este “Estado” ibérico, desde el que lo controlaba radialmente, gran parte de las rutas viarias pasaban cerca de él, y muchas de éstas partían hacia los núcleos urbanos de los “Estados” ibéricos colindantes. Hemos calculado que la cantidad de “Estados” iberos que lindaban con el de Los Villares podría ser de 8. Sus ciudades principales serían: Edeta (NE), Xelin (N), Lobetum (NO), Putea (O), ¿Icalosgen? o Salaria (SO), Bigerra (SO), Aras (S) y La Carencia de Turís (SE).
(1) “El poblamiento ibérico en la comarca de La Serranía (Valencia), ss . VI-I a.C. Aproximación al modelo de ocupación del territorio”, de Josep María Burriel Alberich y Juan José Ruiz López.
(2) ”Historia monetaria de la ciudad ibérica de Kelin”, Pere Pau Ripollés (“Los iberos de la comarca de Requena-Utiel (Valencia), Alberto J. Lorrio.
Autor: Javier Jordá Sánchez