El Estado ibérico del norte. Los Serranos.
En la actualidad, la comarca de la “Tierra del Cabriel” linda al norte con la de “Los Serranos”. Todos sabemos que para pasar de una a otra comarca es preciso atravesar el escarpado río Turia o Guadalaviar (Tyris romano). El río Turia atraviesa las estribaciones de la Cordillera Ibérica (Mons Idúbeda romano), zona montañosa de complicada orografía, clara delimitadora de territorios.
En esa época feliz ibérica, la estructura organizativa político-geográfica de ese “Estado” ibérico al norte del Tyris, era bastante similar a la del sur de este río. Reunía una multitud de poblamientos a lo largo y ancho de su territorio, y de entre ellos hubo uno de superior tamaño situado en el centro del territorio, que distribuía y controlaba radialmente el resto de poblamientos y rutas viarias, al igual que su homólogo de Los Villares (Caudete de las Fuentes).
Se vislumbran algunas diferencias entre ambos “Estados” ibéricos. Una de ellas es la densidad poblacional, pues en el norteño los pueblos son más pequeños, y la cantidad de habitantes, aun no siendo desdeñable, es menor que en el sureño.
Según el magnífico estudio sobre “El poblamiento ibérico en la comarca de La Serranía (Valencia), ss . VI-I a.C. Aproximación al modelo de ocupación del territorio”, de Josep María Burriel Alberich y Juan José Ruiz López, podemos darnos una buena idea de este territorio al norte de Tyris.
La superficie comarcal que comprende Los Serranos, es tratada en este estudio como un antiguo territorio ibérico, al igual que hacemos nosotros en la comarca de la Tierra del Cabriel. Por tanto, como he hecho hasta ahora con el vecino del sur, le voy a llamar también “Estado”ibérico.
En el “Estado” ibérico que hubo en Los Serranos, según este estudio, existieron tan sólo dos poblaciones de mayor tamaño que son El Castellar (La Yesa) y El Castillejo de la Solana de la Matorra (Aras de los Olmos).
El Castillejo es un poblado de unas 2 hectáreas, situado en un punto muy periférico de este territorio, y además tuvo una duración temporal corta desde el Ibérico Antiguo hasta comienzos del Pleno, por lo tanto su relevancia como urbe principal debe ser descartada.


En El Castellar (La Yesa) en cambio, su extensión supera ligeramente las 3 hectáreas, superficie comparable a la de otros oppida que pudieron ejercer la función de lugar central en otros territorios comarcales. El Castellar de La Yesa está dotado de un complejo sistema defensivo formado por escarpes naturales, murallas, puerta torreada y otros elementos, y cuenta con tres accesos, uno para carros con abundantes huellas de carriladas (carriles separados por un mínimo de 0,91 m y un máximo de 1,25 m) en el extremo NE; un segundo acceso por las laderas S y E y un tercero en el extremo N que conduce a una gran albacara o recinto cerrado. En época ibérica plena El Castellar fue probablemente una pequeña ciudad instalada en una espectacular mole rocosa, bien comunicada mediante una serie de caminos radiales que la conectaban con el resto de asentamientos de la comarca. Se podría decir, a falta de excavaciones arqueológicas del lugar, que El Castellar estuvo ocupado desde la Edad del Bronce hasta la fase romana alto imperial. (1)
Estos dos oppidum mayores de Los Serranos son bastante menores que sus paralelos de la Tierra del Cabriel, El Castellar (La Yesa) tiene una superficie de poco más de 3 hectáreas, mientras Los Villares (Caudete de las Fuentes) abarca 10 hectáreas, La Villa (Requena) 7 hectáreas, y aún existen otros yacimientos grandes sin estudiar como la Muela de Arriba o El Moral (Requena).
En este estudio, los autores dan a entender que el poblado u oppidum principal de Los Serranos fue Castellar (La Yesa), por las razones antes mencionadas.
(1) “El poblamiento ibérico en la comarca de La Serranía (Valencia), ss . VI-I a.C. Aproximación al modelo de ocupación del territorio”, de Josep María Burriel Alberich y Juan José Ruiz López.
(2) ”Historia monetaria de la ciudad ibérica de Kelin”, Pere Pau Ripollés (“Los iberos de la comarca de Requena-Utiel (Valencia), Alberto J. Lorrio.
Autor: Javier Jordá Sánchez