La madera siempre ha sido un recurso de gran valor, y en la Edad Media resultó casi imprescindible en la edificación y en la construcción naval, dos sectores con mucha demanda antes y después de la hecatombe de 1348.
En 1340, la ciudad de Valencia ya se había convertido en uno de los primeros centros mercantiles y navieros de la Corona de Aragón, y su necesidad de madera fue satisfecha en buena medida desde tierras castellanas, como las de la serranía de Cuenca, al igual que en época islámica.
En Castilla se formaron compañías para explotar tan valioso recurso. El vecino de Requena Gonzalo Martínez formó una con el de Cuenca Domingo Vicente y Manuel Sancho Buesa, vasallo del infante don Juan Manuel. Sus talas de carrascas y pinos donceles se trasladaban por el río Júcar a tierras valencianas.
Los viajes de las cabañas madereras no estaban exentos de problemas, tanto por los daños que podían ocasionar a los ribereños como por la codicia que despertaban. En la primavera de 1340 se juntó lo uno con lo otro.
El acequiero de Alcira Ramiro Marzo les había aprehendido cien maderas, aduciendo desperfectos en el azud de la localidad. Lo cierto es que el señor de Tous don Pedro Zapata también les había tomado ciento veinte por dañar sus puentes, treinta les aprehendió Felipe Boïl en el lugar de Cortes, y de quince a veinte los mudéjares de Millar.
Los perjudicados reclamaron ante el mismo Pedro IV de Aragón, entonces en correctas relaciones con Castilla. Desde Valencia, ordenó el 29 de mayo de 1340 a su lugarteniente de procurador en el reino que resolviera la querella. No era cosa de broma perder abastecedores de madera.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Cartas Reales, 164r-164v.
