Doña Nupcialidad, una dama altamente influyente.
En 1832 Larra publicó uno de sus célebres artículos de costumbres, El casarse pronto y mal, en el que censuró los matrimonios de personas inmaduras. Más allá de las consideraciones morales, que interesan a la historia de las mentalidades, la nupcialidad ha sido crecientemente valorada como un elemento clave para entender la evolución de la población, del ciclo demográfico. Cuando el matrimonio se celebraba y consumaba antes, la posibilidad de tener más descendientes aumentaba. En el Antiguo Régimen, la mortalidad infantil era elevada y unas cohortes más nutridas de las edades más tempranas aseguraban una población futura más numerosa. No en vano, se ha considerado el retraso de la edad matrimonial como el mayor método anticonceptivo de aquella época.
En el 2018 las españolas se han casado a los 35´35 años de media y a los 38´13 los españoles. La edad matrimonial ha ascendido en relación a décadas pasadas con claridad, pues las mujeres contraían matrimonio en nuestro país a los 23 de media en 1975 y los varones cerca de los 27, cifras ciertamente expansivas que contrastan con las del crítico 1940 (con el 26´25 femenino y el 29´37 masculino), aunque se acercan a las de 1887, con 24´19 y 26´97 de media respectivamente.
¿Fueron superiores o inferiores a los de tiempos del Antiguo Régimen? Hubo un momento, ya pasado, en que se pensó que en los días de corta esperanza media de vida las personas se casaban muy jóvenes, en la pubertad. Se tomaba de referencia a una Julieta de apenas 13 años y a un Romeo que pasaba de los 16. Los estudios de demografía histórica han permitido corregir bastante tal visión. Su buena labor permite llegar a conclusiones seguras, susceptibles de comparación con los datos que los registros matrimoniales de la parroquia de San Nicolás de Requena y los del Catastro del marqués de la Ensenada nos brindan.
¿Cómo era la nupcialidad requenense del Antiguo Régimen?
El delicado matrimonio.
El casarse no era cuestión para ser tomada a la ligera, pues iba más allá de la expresión sentimental de las personas. Implicaba la alianza entre familias y repercutía en el reparto de los bienes disponibles. Los católicos prosiguieron considerándolo tras el Concilio de Trento un sacramento y no un simple compromiso con Dios y la sociedad al modo de los protestantes. Los vínculos matrimoniales reforzaban las parcialidades en liza, como en la Requena de la Baja Edad Media y comienzos de la Edad Moderna. El casamiento entre personas de distintos linajes afianzó la oligarquía requenense en el siglo XVII.
En la Requena coetánea regía el Derecho sucesorio derivado del Fuero de Cuenca, con el carácter forzoso de transmitir la herencia por partes iguales a hijos e hijas, que no podían ser privados de la misma excepto en casos muy excepcionales. La aplicación de las Partidas de Alfonso X, con clara influencia del Derecho romano, a partir de 1348 consolidó completamente en Castilla tales disposiciones sucesorias. Las Leyes de Toro (1505) recogieron del Fuero Juzgo la posibilidad de poder mejorar los progenitores las asignaciones con su parte de bienes de libre disposición. Las 4/5 partes de sus bienes formaban la legítima, repartiéndose 2/3 partes de la misma entre todos los descendientes de manera igualitaria y el restante tercio podía emplearse para mejorar las asignaciones anteriores o vincularlo, junto al quinto de libre disposición del testador. Introdujeron de forma sistemática las Leyes de Toro, asimismo, la posibilidad de vincular por vía de mayorazgo.
El acceso a los bienes familiares tenía una estrecha relación con la posibilidad de casarse. Se permitieron las donaciones inter vivos, pero no siempre fueron consideradas oportunas. De hecho, las sociedades de la Europa mediterránea cristiana acusaron contratiempos matrimoniales. En su Itinerario publicado en 1617, el inquieto viajero inglés Fynes Moryson consignó unas observaciones ciertamente zumbonas:
“En Italia el matrimonio es ciertamente un yugo y no precisamente liviano, sino tan pesado que los hermanos, que en ninguna parte se llevan mejor, sin embargo pelean entre sí para librarse del matrimonio y aquel que, de grado o por persuasión, toma una mujer para perpetuar el linaje, tendrá la seguridad de que su mujer y el honor de ésta serán altamente respetados por los demás, amén de recibir una generosa contribución para su mantenimiento, de modo que los otros puedan quedar libres y así disfrutar de las mujeres en general. Con esta libertad viven más felices que otras naciones. Porque en estas frugales comunidades, los solteros viven con poco gasto y por otra parte tienen pocos reparos en fornicar, lo cual se considera un pequeño pecado, fácilmente perdonado por los confesores.”
En un tono más grave y severo reflexionaba en 1626 el arbitrista Pedro Fernández Navarrete, preocupado por la creciente despoblación de Castilla. La celebración de nuevos matrimonios era clave para remediarla, a su juicio, pero la emulación de los gastos nupciales de los poderosos por los modestos ocasionaba que demasiados no llegaran “a casarse, quedándose en un celibato poco casto, en que inquietan la república, sin ser en ella más que número para consumir bastimentos y para escandalizar con sus depravadas costumbres.”
Parece crucial la cuestión de la dote o patrimonio aportado por la esposa al matrimonio, de los bienes que le correspondían por herencia. El problema afectó a las familias con aspiraciones especialmente. El 29 de julio de 1590 el consistorio de Requena solicitó el establecimiento de un convento de monjas carmelitas para evitar que las hijas de las familias que no pudieran dotarlas debidamente cayeran en el deshonor, según la puntillosa mentalidad de aquel tiempo, o fueran llevadas a profesar a Valencia u otros lugares con mayor gasto. Se insistió sobre el particular en 1614, pero hasta 1629 no se logró el establecimiento de las agustinas recoletas.
Casarse no resultó nada sencillo y en aquellas comunidades nos encontramos personas que permanecieron solteras, a veces en circunstancias alejadas del donjuanismo feliz evocado por Fynes Moryson. En 1753, el hidalgo requenense don Martín Ruiz no se había casado a sus 32 años. Vivía con su madre Isabel Ramírez, de 54 años, y sus hermanos de 27 y 23, a los que dispensaba alimentos. Las responsabilidades familiares adquirían un peso nada menospreciable.
En la Requena del Censo de Floridablanca (1787) no contrajeron matrimonio 871 varones mayores de 16 años y 773 mujeres, el 19´9% y el 18´3% del total de la población masculina y femenina respectivamente. Sin embargo, la proporción de soltería descendía a partir de los 25 años al 5´7 % para los varones y al 5´2% para las mujeres. Tales cifras eran un tanto más altas que las de la localidad matritense de Los Molinos, con un 3´8% de celibato masculino y un 1´8% femenino entre 1620 y 1680, pero inferiores al genérico 10% de la gallega Hío a fines del XVIII.
La edad media del matrimonio.
Hace unos años, John Hajnal dibujó un mapa del continente europeo dividido entre un núcleo central de edad nupcial elevada y una banda más exterior de edades inferiores, en el caso de las mujeres inferior a los 22 años y a los 24 de los varones.
Los datos de la populosa ciudad de Amsterdam confirman su planteamiento. En 1626-27 sus gentes contraían matrimonio a los 25 años y a los 27 en 1676-77. Los problemas derivados de la guerra de las Provincias Unidas con la Francia de Luis XIV habrían repercutido en el aumento de la edad matrimonial. En la francesa Amiens, en 1674-78, la edad estaría en los 25 sintomáticamente. En 1740-89, los franceses del Sur se casarían cerca de los 25 años y a los 26 y medio los del Norte. Para el mismo siglo XVIII, se ha calculado que las alemanas contraían matrimonio a los 25 años y medio y a los 28 los alemanes.
A partir de los datos del Censo de Floridablanca (1787), se ha aducido que las mujeres acostumbraban a casarse entre los 22 y los 23 años en Andalucía, Castilla la Nueva y el reino de Valencia. En Cuenca la cifra sería un tanto más alta, de cerca de 24 años. En Los Molinos las mujeres contraían matrimonio por primera vez cerca de los 22 años y los varones pasados los 26 entre 1638 y 1729, situándose la edad media en los 30 años y medio por los enlaces de las personas viudas. Las primeras nupcias se celebrarían para las mujeres pasados los 21 años y a los 23 para los varones en la Cartagena de 1674-79. En el marquesado de Guadalest, de 1610 a 1659, se casarían cerca de los 23 por primera vez, al igual que en la parroquia zaragozana de San Pablo entre 1600 y 1650.
Sin embargo, en Castilla la Vieja, País Vasco y Asturias se situaría generalmente entre los 24 y los 25, pero en partes de Galicia podía llegar a alcanzar los 27 años, lo que ha llevado a algunos a autores a hablar de un modelo norteño familiar español, distinto del central de edades matrimoniales más tempranas.
Para calcular la edad media matrimonial de la Requena del Antiguo Régimen, hemos tomado una muestra de cuatrocientos cabezas de familia, casi la cuarta del vecindario registrado en el Catastro de la Ensenada, de los distintos grupos sociales. En sus respuestas particulares acostumbran a consignar su edad, junto a la de su esposa, hijos, dependientes y servidores. En las sociedades del Antiguo Régimen, con todos los matices, las parejas casadas tenían habitualmente su primer hijo al año o año y medio de la celebración de su matrimonio. Aunque en el Catastro no se incluyen los vástagos fallecidos, en unos tiempos de elevada mortalidad infantil, podemos establecer con suma prudencia y todas las reservas la edad matrimonial de las requenenses. A la edad reflejada se le resta la del más mayor de sus vástagos, además del año y medio arriba indicado. Obtenida la edad de la esposa, podemos calcular la del marido teniendo presente la diferencia de edad entre ambos cónyuges.
Según estos cálculos, las mujeres se casarían por primera vez en Requena a los 22´9 años y a los 26´3 los varones. La edad media matrimonial requenense entre 1700 y 1753 se situaría en los 24´6 años, cercana a la de los franceses meridionales. Dentro de los espacios de Hajnal se ubicaría en la zona externa del núcleo.
¿Una edad matrimonial temprana?
Requena no presenta, pues, a nivel general una edad matrimonial temprana para 1700-1753. Los datos posteriores del Censo de Floridablanca de 1787 lo confirman. En su extenso término municipal, los casados antes de 25 años representaban el 4´8% de su población, proporción que subía al 12´4% en el reino de Valencia, al 13% en Cataluña y al 14´1% en el reino de Murcia, donde encontramos municipios como el de Jumilla con el 4´6%.
Entonces la esperanza media de vida era mucho menor que la actual, lo que condicionaba la nupcialidad. Con todo, en aquellas sociedades podían vivir personas de avanzada edad, como el requenense José Sánchez Clavijo, viudo de 73 años en 1753. Con 66, Blas del Valle estaba casado aquel año con Ana García Leonardo de 57 años.
¿La precoz hidalguía?
Los reducidos grupos aristocráticos y nobiliarios se distinguieron de muchas maneras del resto de la sociedad, no solo desde el punto de vista legal. Sus unidades domésticas incluían criados y sirvientes, que a su modo formaban parte humana de la familia, y sus dimensiones a veces eran mayores que las de los otros grupos. La pretensión de perpetuar el linaje y la disposición de toda clase de medios a su alcance, desde los bienes materiales a los oficios públicos que podían ejercitar, alentaron matrimonios a edad temprana. Tal conclusión se impone en el estudio de las familias ducales de Inglaterra:
Etapa | Edad media matrimonial |
1575-99 | 21 |
1600-24 | 21 |
1625-49 | 22 |
1650-74 | 22 |
1675-99 | 23 |
En el lapso de 1700-53, los hidalgos requenenses se atuvieron a una tendencia similar en líneas muy generales. José Enríquez de Navarra se casó a los 24 años con Manuela Ferrer y Carcajona, de 19, la misma edad que tenía Antonia Zelaya Cuenca al contraer matrimonio con Juan Enríquez de Navarra.
Sin embargo, la fortuna personal matizó bastante todo ello. Con una riqueza muy modesta, distante de la de un linaje como el de los Enríquez de Navarra, Juan Aranguren casó entrados los 40 con una mujer de 27, Agustina Martínez, ya mayor para su tiempo.
¿Poderoso caballero es don Dinero?
De ser así, la precocidad matrimonial estaría estrechamente vinculada, casi de forma mecánica, con la posesión de riquezas. Dentro de los regidores municipales, el matrimonio de Ginés Herrero y Sanz con Rosa María Cros validaría tal planteamiento, pues él se casó con 21 años y ella con 19.
Sin embargo, el caso de Gregorio de Nuévalos es distinto, al casar mucho más tarde, a los 33 años, con Ana María Marín, de 28. No nos consta que anteriormente ninguno de los dos hubiera contraído otro matrimonio. Consideraciones de conveniencia y de otro género pesarían en su decisión.
Las bodas de Camacho el rico.
Los labradores o campesinos con un cierto nivel de fortuna, con el permiso de los años de vacas flacas, se casaron a veces con mujeres más jóvenes que ellos. En los casos que nos ocupan ningún Basilio logró unirse con su Quiteria.
Nicolás de la Cárcel se casó a los 28 años con Francisca de Nuévalos, de 18 años. Francisca Donato, de 27, con Juan Romero, con 49 años. Tomás Pérez Duque, labrador de caserío, tomó una esposa de 21 años con 27. Siete años de diferencia se llevaban Juan de la Cárcel Corpa con Bernarda García, de 21 años.
Aquellos varones buscarían esposas más jóvenes para garantizar su descendencia, aprovechando su fortuna. No en vano, Isidro Navarro era viudo a los 44 con un hijo de 11 años.
Aprovechar el momento.
La expansiva Requena de la primera mitad del siglo XVIII asistió al crecimiento agrícola y sedero. Fue una oportunidad para muchas personas, que encontraron entonces la ocasión propicia para casarse a edades ciertamente tempranas.
El maestro tejedor Miguel Penén tomó por esposa a una mujer de 21 años a los 23. El tejedor de lienzo Pedro Diana casó a los 24 años con su mujer de 22, a la misma edad que el zapatero Manuel Montilla con su esposa, también de 22 años.
Contigo pan y cebolla.
Los jornaleros hicieron honor a su condición de proletarios o aportadores de prole a este mundo, reduciendo los intervalos entre concepciones en relación a las parejas de maestros artesanos, con una media de tres años frente a la de cerca de siete.
Se casaron, por ello, bastante mozos, sin particulares problemas de dote a dilucidar. Con 23 años contrajo matrimonio Pedro Comas y con 19 Benito Martínez. Ambos tomaron esposas de su misma edad, verdaderas compañeras de vida en este punto. Sus comportamientos, en suma, validarían la tesis del companionate marriage de Laslett.
El progresivo impulso de la celebración de matrimonios.
Los distintos enlaces matrimoniales fueron el resultado de varios factores éticos y materiales, que determinaron en distinto grado la edad en que se contraían. Las medias decenales de matrimonios en la parroquia de San Nicolás acreditan su decidido impulso en la Requena del siglo XVIII:
1571-1610 | 46 |
1611-1640 | 72 |
1641-1660 | 55 |
1661-1720 | 64 |
1721-1750 | 107 |
1751-1780 | 120 |
Mientras que el elevado número de 1611-40 responde a las nutridas cohortes nacidas en el último tercio del siglo XVI, el de los dos últimos períodos nos indica la expansión de la Requena coetánea. También nos hablan estos datos del relativo cumplimiento de las esperanzas biológicas depositadas en los mismos por los contrayentes, que no dejaría de fortalecer la costumbre de casarse más allá de las disposiciones eclesiásticas.
Procreación humana y reproducción social.
La media de hijos por pareja es elocuente de las diferencias sociales apuntadas. Con frecuencia se ha hablado de modelos territoriales para el matrimonio y la familia, pero también convendría hacerlo en términos sociales. No todas las parejas abordaban de igual manera el control de la natalidad, lo que permite entrever los caminos del futuro. Entre los hidalgos encontramos una media de 1´6 vástagos y de 1´5 entre los regidores. Sensibles a las cuestiones del honor y de las dotes, limitaron su número de descendientes.
Más expansivos, pero todavía moderados, se mostraron los grupos de labradores y artesanos, con sendas medias de 2 y 2´4 hijos. Es probable que las mujeres de esta condición practicaran un cierto control de la natalidad alargando el período de amamantamiento, al modo de lo observado para el Véneto del siglo XVIII.
La juventud de los cónyuges y su mentalidad se harían patentes en los prolíficos jornaleros, con medias de 3´5 vástagos. La edad nupcial, en suma, era clave para abordar la vida personal con vistas a la posteridad de la familia y de la comunidad.

Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Catastro del marqués de la Ensenada. Respuestas particulares, nº 2855, 2842, 2840 y 2839.
Índice de matrimonios de San Nicolás de 1564-1818.
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA.
Censo de Floridablanca (accesible digitalmente).
Bibliografía.
Aranda, F. J. (coordinador), El mundo rural en la España Moderna, Cuenca, 2004.
AA. VV., La familia en la España mediterránea (siglos XVI-XIX), Barcelona, 1987.
Bacci, M. L., Historia de la población europea, Barcelona, 1999.
Cipolla, C. M., Historia económica de la Europa preindustrial, Barcelona, 2005.
Chacón, F., Historia social de la familia en España, Alicante, 1990.
Rodríguez Ferreiro, H., “La demografía de Hío durante el siglo XVIII”, Actas de las I Jornadas de Metodología Aplicada de las Ciencias Sociales, III, Santiago de Compostela, 1977, pp. 139-164.
Soler, J., “Demografía y sociedad en Castilla la Nueva durante el Antiguo Régimen: la villa de Los Molinos, 1620-1730”, REIS: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 32, Madrid, 1985, pp. 141-190.