PRESENTACIÓN NOVELA: «EL NACIMIENTO DE UNA ALDEA»
¿Eres un hombre o mujer del campo? ¿Es el campo parte de tu ser, sin el cual no podrías narrar tu vida? ¿Has crecido a merced de los caprichos de un clima siniestro? ¿Has frotado tus manos en las escarchas, cambiado tus camisas en las solanas? Ven a la presentación de la novela «Ripias. El nacimiento de una aldea». Si tienes historias interesantes sobre la vida del campo, acude a contarlas.
Jueves, 1 de diciembre en el Espacio Cultura Feliciano A. Yeves a las 19.00 horas.
EL CAVADOR
Llevaba treinta hoyos y no podía ponerse recto del dolor de espalda. Un sable de vez en cuando hincaba su espalda, pero si paraba, se acabó. ¿Cómo demostraría a Alejandra y a su padre era hombre de valía? Todo el esfuerzo sería en vano. Se decía a sí mismo: «Respira fuerte y sigue doblando el lomo, vamos, vamos… me quieren rechazar, pues bueno… pero van a ver si tengo más hombría que ese médico. Nunca he pisado una escuela, ojalá hubiera nacido en casa con perras para pagarme estudios, pero desde los siete años he tenido obligación de trabajar. Soy fuerte, muy fuerte, ¡voy a acabar lo hoyos!».
Llevaba unos cincuenta, había perdido la cuenta por el cansancio y porque no era ducho con las cuentas. No podía con su alma, estaba rendido, a la mañana le tocaba segar durante todo el día. «Si me voy a dormir un rato, puedo descansar, mañana u otro día termino el resto, ¡pero no!, mañana cuando se levanten van a ver los ciento veinte hoyos hechos y me van a ver segar.»
Cuando la cuenta iba por unos setenta, el cuerpo pidió reposo. La noche corría calmada, sin casi ningún alivio por parte del viento, cambió de camisa pues sudaba y podría agarrar un frío. Cerró los ojos, hasta eso le dolía, la espalda crujía, apenas no podía coger un cigarrillo para llevárselo a la boca. Quiso adivinar cuánto quedaría para el alba; un amarillo tenue anunciaba al sol cerca de aparecer. No le iba a dar tiempo, no le restaba ni un soplo de fuerza. «Hasta aquí he llegado, Alejandra.» Al menos su conciencia quedaría tranquila, lo intentó hasta el último azadón sus brazos y su espalda le permitieron. Si lo rechazaban, al menos, supieran habían rechazado a un hombre con alma. Nunca sería un bachiller, pero sí un hombre con garra, y eso merecía el respeto de ser tomado como un digno pretendiente para Alejandra, aunque no pudiera ganar a un médico.

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