En Boston una estatua conmemora a los milicianos que iniciaron los combates por la independencia de su país. Se enfrentaron a los soldados regulares británicos con apasionamiento. Padecieron amargas derrotas durante la guerra y supieron emboscar a sus enemigos con astucia. Su espíritu simboliza a nivel popular el de la American Revolution, por encima de elitismos y componendas, pues el ciudadano armado se convertía en el patriota, en el amante del país por encima del rey. No se luchaba por deber hacia un señor, sino por el bien a la patria con leyes justas. Los mercenarios, tan denostados como el jinete sin cabeza de Washington Irving, fueron desplazados por soldados ciudadanos como los que entonarían la Marsellesa. La expansiva Francia se enfrentaría con combatientes así en España, acusados de bandidismo por los napoleónicos. Desertores a veces del ejército regular, se sumaron a las partidas guerrilleras que recorrían la piel de toro. Más que generales, los grandes héroes de la guerra de la Independencia son comandantes de la guerrilla. La Constitución de 1812 reconoció tal aporte popular e instituyó la Milicia Nacional. Del estudio de los avatares de tan singular institución desde aquel tiempo hasta el Sexenio Revolucionario se encarga José Luis Hortelano, que publica ¡¡A las armas, ciudadanos…!! La milicia ciudadana en la meseta de Requena-Utiel en el siglo XIX (Centro de Estudios Requenenses).
Con la ayuda de la magnífica documentación conservada en el Archivo Histórico Municipal de Requena, el autor sigue su periplo, encuadrándolo en el complejo proceso de liquidación del Antiguo Régimen, el de las Revoluciones burguesas. El análisis de las sucesivas ordenanzas de la Milicia es imprescindible, ya que su naturaleza era muy distinta a la de los Tercios Provinciales Castellanos de antaño, que dieron pie a la onerosa contribución de milicias, de la que no escaparían ni las viudas. Precisamente, estudios como el que nos ocupa nos permiten deshacernos de la falacia que asimila milicia con turbamulta de tipos armados que hacen lo que se les antoja. Tales ordenanzas expresaban el derecho de las personas a ser libres cumpliendo unas obligaciones.
De las listas de integrantes que José Luis Hortelano tiene el acierto de publicar se desprende que no se trató de un movimiento insignificante en la Requena coetánea, sino que tuvo muchos seguidores, con independencia de ciertos oportunismos. Quizá la mejor prueba de ello la brinde el hecho que la Contrarrevolución adoptó sin parejo éxito su fórmula genérica en los cuerpos de Voluntarios Realistas, cuya fortuna fue muy reducida en nuestra localidad.
No cabe la menor duda que la Milicia Nacional aseguró el triunfo del liberalismo en Requena y estuvo presente en sus momentos de mayor exaltación liberal. El Blasco Ibáñez de Arroz y tartana bien podía haber escrito una noche miliciana requenense como lo hiciera para la ciudad de Valencia, con sus tipos entrañables cargados de quehaceres y pensamientos. El gran problema estuvo en su mantenimiento económico. Uniformar, equipar, armar y abastecer a los milicianos fue una tarea inmensa a cargo del Ayuntamiento, endeudado y con un Pósito que quebró durante la I Guerra Carlista. Por si fuera poco, también se acometieron obras de fortificación frente a los carlistas. La movilización liberal tuvo su precio, pero no dejó de ser un motor de cambio.
Autores como Irene Castells y Antonio Moliner han hecho hincapié en la presión, con todos los matices, que los grupos populares ejercieron sobre los más oligárquicos a favor del liberalismo más exaltado, con la ayuda de la Milicia, por mucho que los capitostes de cada asonada revolucionaria terminaran embridando a las Juntas. A este respecto, resulta sintomática la sustitución de la Milicia por la Guardia Civil por los moderados isabelinos como fuerza de orden público.
Nos encontramos, en suma, con un excelente libro que junto a las recientes aportaciones de José Luis Martínez nos permite profundizar en el estudio de las guerras carlistas y en la implantación del liberalismo en nuestra comarca. Le damos por ello al bueno de José Luis Hortelano la enhorabuena por su constante labor de varios años contra viento y marea para escribir una obra que arroja tanta luz sobre nuestro apasionante y apasionado siglo XIX.
Víctor Manuel Galán Tendero.