A Miguel Guzmán, ángel custodio de San Francisco.
La Loma de San Francisco.
En los límites de Castilla con Valencia, en Requena, los franciscanos erigieron un importante convento, que ejemplificó el impulso de la Contrarreforma hispánica. Según sus usos, se apartaron del centro de la localidad y escogieron un punto favorable para pedir limosna, el de la Loma, de perspectivas naturales y espirituales notables. Sus comienzos fueron laboriosos, pero cargados de futuro.
La ermita de Nuestra Señora de Gracia, el punto de partida.
A mediados del siglo XVI todavía se conocía al Carmen como el monasterio de la villa, muestra de la religiosidad regular de la Baja Edad Media. Pronto la situación comenzaría a variar.
El 20 de marzo de 1550 ya se constata la veneración a Nuestra Señora de Gracia en la ermita de la Loma, una devoción muy abrazada y extendida por los agustinos, como ha puesto de relieve César Jordá Sánchez. Posteriormente los franciscanos respetarían la advocación de la ermita, ya que también mostraron su reverencia a Nuestra Señora de Gracia.
La epidemia de peste que asolaba el vecino reino de Valencia desde 1557 puso en valor la Loma como área de atención sanitaria y espiritual, máxime cuando el 3 de agosto de 1557 se ordenaría tapiar la villa. El 11 de diciembre de 1558, no sin cierta desesperación, algunos vecinos rompieron la tapia al abrir albullones o canales de inmundicias.
Mientras tanto en la Loma se atendió a los contagiados, avanzando la dedicación hospitalaria que se consolidaría en el siglo XIX. Precisamente el 10 de enero de 1559 se reconocería que en la ermita Diego de Salazar administró los sacramentos a los enfermos del contagio, recibiendo por ello limosna. Igualmente atendió en la casa de Nuestra Señora de Gracia el médico Francisco Hernández Ruiz, que recibió 24 ducados por el calvario de sanar a los enfermos.
Los promotores de la fundación.
A mediados del siglo XVI detentaban el poder en Requena algunas grandes familias como los Pedrón, Comas, Atienza, Mohorte, Muñoz, Picazo, de la Cárcel, Gadea, cuyo gusto por la sapiencia jurídica (esencial en la promoción dentro del nuevo Estado autoritario) no estuvo reñido por el de las disputas de bandos, de cierto regusto medieval. Tuvieron amistades y familiares dentro del Carmen, objeto de los deseos reformistas de tiempos de Carlos V, como ha puesto en claro Eugenio Domingo Iranzo. Del grupo oligárquico requenense no partió la iniciativa de la fundación franciscana.
Partiría de los círculos que seguían los debates del Concilio de Trento, entre los que se encontraba el franciscano fray Bernardo Fresneda, que fue obispo de Cuenca de 1562 a 1571. En 1566 presidió un sínodo diocesano al que Requena (pendiente de su más precisa delimitación parroquial) enviaría como representantes a los regidores Pedro Ferrer y el doctor Hernández. Firme partidario de los poderes del rey sobre la Iglesia o regalismo dentro del Concilio, adjudicó la ermita de Nuestra Señora de Gracia a la parroquia de El Salvador, según Pedro Domínguez de la Coba.
Según su óptica, serían los miembros de su orden los más indicados para impulsar la reforma religiosa en Requena, en un tiempo en que la figura de San Pedro de Alcántara (fallecido en 1562) prestigiaba a los franciscanos. De origen aristocrático y amigo de Santa Teresa, impulsó la descalcez dentro de su orden, que avanzó por tierras de La Mancha y Valencia en la segunda mitad del siglo XVI. Fray Bernardo, además, fue un gran promotor artístico en la diócesis de Cuenca y en 1573 logró del Papa el permiso de ser sepultado en el convento de San Francisco de Santo Domingo de la Calzada, con claros acentos herrerianos. Precisamente a su iglesia de una sola nave y capillas laterales se accede desde el exterior por una puerta situada bajo el coro, al igual que sucede en San Francisco de Requena.
Los franciscanos de Chelva, precisamente, acudieron a la llamada y celebraron un acuerdo en 1567. Establecidos en 1373 bajo el patrocinio del primer vizconde de Chelva, conocieron un buen momento en las décadas centrales del siglo XVI, erigiéndose en 1551 su templo de estilo gótico y celebrándose en 1560 el primer capítulo de la provincia de Custodia, como bien recuerda Vicente Vallet Puerta. El recurso a los franciscanos de Chelva se inscribió en el clima de entendimiento de la delimitación de términos entre el valenciano vizcondado de Chelva y la castellana Utiel en 1564.
Los motivos de la Contrarreforma.
Una de las primeras fuentes de financiación de la fundación franciscana de la Loma pasó por el derecho sobre dos funciones en la ermita, la de la procesión y misa de la Encarnación (25 de marzo) y la de la víspera de la Ascensión (cuarenta días después del Domingo de Resurrección), un programa litúrgico que incidía en el misterio pascual sobre la corporeidad de la palabra de Dios, uno de los grandes temas de los maestros de la teología franciscana junto con el de la Inmaculada. En Trento se destacó la figura de la Virgen María, cuestionada por los protestantes.
Con misterios gozosos como el de la Encarnación se vincula el rezo del Rosario, muy apreciado por los franciscanos de la Corona de los Siete Gozos. En su notable estudio sobre la Inquisición en nuestra comarca, José Alabau ha puesto de relieve como a algunos de penitenciados menores se les impuso el rezo del Rosario.
Junto a los motivos teológicos hemos de añadir los de la reforma de las costumbres eclesiásticas. En el juicio de residencia del corregidor Francisco de Lezcano (1561) se tachó el Carmen de lugar de asilo de delincuentes. Fueron importantes las discrepancias con los jueces eclesiásticos por los entredichos del juez conservador de los frailes del monasterio de la villa a propósito de las prisiones de los clérigos.
La fundación franciscana ayudaría a la reforma del Carmen a posteriori. Ampliaría su templo en 1584 y lograría del municipio la asignación de la dehesa de Albosa. Bajo el influjo de Santa Teresa, tomaría la advocación de la Virgen del Carmen. En 1585, además, el rey estipuló que el Corpus fuera sufragado por los bienes de propios.
El municipio acepta el proyecto fundacional.
Por aquellos tiempos Requena era un importante punto del comercio de granos, géneros textiles y especias entre Castilla y Valencia. El municipio no siempre participó en la medida que hubiera deseado de los ingresos del puerto seco e ideó otros medios.
El 27 de enero de 1576 llegó al secretario real Juan Vázquez de Salazar su petición de mercado franco, precisamente cuando la segunda bancarrota de Felipe II determinó la subida de las alcabalas, lo que ocasionó vivas protestas en la lanera Cuenca.
La devoción se unió varias veces con el negocio en aquella España de la Contrarreforma. En 1624 Baltasar Porreño (bien estudiado por Pilar Hualde Pascual) sostuvo, según testimonio de lo oído a los mayores de Requena, que la concurrencia de la feria de septiembre se debía a la protección que la Virgen de la Soterraña dispensaba a cabalgaduras, carros y niños especialmente. En un momento de incertidumbre carmelita bueno era animar otro culto.
El monasterio de Gracia, el proyecto meditado.
La primera piedra del edificio la puso el reverendo padre Moreta, según un Domínguez de la Coba que no da más precisiones al respecto, con la asistencia del arcipreste del Salvador Alonso de Carcajona, de un linaje vinculado a los estudios universitarios en Alcalá de Henares (fundados por el franciscano Cisneros) y que alcanzaría gran relevancia en la vida local del siglo XVII. Mientras tanto los religiosos franciscanos vivieron hasta la edificación en una casa de la calle que iba desde el Portalejo a la del Diezmo Viejo.
Ya hemos comentado que un primigenio medio de financiación pasó por el derecho de dos fundaciones que recaían en la ermita. De hecho en 1569 el obispo de Cuenca aseguró la indulgencia de cuarenta días de perdón (del estilo de un aniversario) a todos los que trabajaran o ayudaran a la obra del convento, lo que equivalía a animar los legados píos testamentarios a través del Salvador, un medio muy utilizado en la fábrica de edificios religiosos desde la Baja Edad Media.
Tales medios se mostraron insuficientes para las dimensiones del proyecto y la propia villa de Requena pidió licencia en 1572 al Consejo de Castilla para adehesar y arrendar tierras. En 1573-74 las principales dehesas requenenses eran la nueva de Campo Arcís (cuyo arrendamiento devengó 71.400 maravedíes), la de Realeme (44.015), Toconar (39.100), Hortunas (24.000) y la del ardal de Campo Arcís (20.000).
Se consideró destinar a la fábrica de San Francisco la de Realeme (arrendada por Miguel y Pedro García) o la de Toconar (arrendada por Hernán Salvador del Castillo). Francisco Martínez Godoy, gran negociante de la Requena coetánea, realizó las pertinentes pesquisas (por 568 maravedíes) para cambiar la asignación inicial de la dehesa del Toconar por la de Realeme, más gratificante según las cifras manejadas.
No tenemos constancia de los pagos por mano de obra o materiales (gastos de fábrica) como en la contabilidad municipal de los propios y arbitrios con partidas como la de la piedra para reparación del camino de Utiel. Solo consta que el síndico del monasterio de Gracia recibió 7.480 maravedíes en el ejercicio de 1573-74, sin entrar en mayores pormenores.
El convento de San Francisco, el laborioso resultado.
Cuando se inició su construcción la hacienda municipal vivía un buen momento por la diversificación de las fuentes de ingresos. Sin embargo, el panorama se alteró rápidamente a partir de la inflexión de 1579-80. Los ingresos pasaron de 1.801 ducados en 1573-74 a 1.107 en 1592-93, mientras los gastos lo hicieron de 1.782 a 1.165. Fueron las muestras más madrugadoras de la crisis que golpearía Requena en el siglo XVII.
Los impuestos reales tuvieron una importante responsabilidad en el empeoramiento de la situación. El de los millones supuso una pesada carga para los sufridos pecheros. En 1592 el representante de Requena en la Corte Juan Fernández Cid expuso que no se podía satisfacer en seis años los 9.900 ducados de los millones por carecer de aldeas y términos suficientes, además de contar con solo 650 vecinos de escasos medios (una cifra que parece baja). Otro inconveniente para don Juan era que ya se dedicaban dos dehesas a la fábrica del Carmen y de San Francisco.
Las dificultades pronto se dejaron sentir. El 1 de diciembre de 1600 el padre guardián de San Francisco fray Miguel Sánchez pidió el abono de los gastos de las obras y el 13 de mayo de 1601 reiteró la petición.
Por fin el 13 de junio de 1601 se dispuso que prosiguieran la obra del cuarto de encima de la portería tres maestros: Santiago de la Portilla (de Iniesta), Juan de la Torre y Pedro Valera, de Valencia ambos. El apellido de la Portilla fue llevado en el siglo XVI por maestros canteros procedentes de la cántabra Trasmiera. Los prácticos maestros de obras o alarifes quedaron subordinados a los frailes sabidores matemáticos, teóricos que a veces adoptaron soluciones más innovadoras que los primeros y duchos no solo en planificar edificios religiosos, sino obras como puentes o azudes. El 14 de marzo de 1602 el municipio prorrogó la concesión de las rentas de Realeme al estar construyéndose el claustro y estar pendiente la de la iglesia y otros elementos. En 1629 el cuerpo principal del convento se encontraba acabado tras no escasas dificultades.

La concordia con el municipio y la comunidad franciscana.
Por las actas municipales y el propio Domínguez de la Coba sabemos que la concordia entre la orden franciscana y el municipio no se escrituró hasta mucho más tarde, lo que induce a pensar que el acuerdo entre ambos no se logró con facilidad.
Nos informa Domínguez de la Coba que el 23 de abril de 1663 se facultó a los representantes para escriturar, algo que según él se lograría el 11 de mayo. Sin embargo, la documentación municipal de 1772 apunta la fecha del 4 de octubre como la de la firma de la concordia definitiva. Se reconocía el patronato municipal además de la espinosa alternancia anual con los carmelitas en la predicación de la Cuaresma. Quedaba bien asentada la advocación de Nuestra Señora de Gracia y se volvería a confirmar el disfrute de las rentas de la dehesa de Realeme en 1741, en un momento de importantes cambios en Requena.
Gracias a las respuestas al catastro del marqués de la Ensenada conocemos la composición de esta comunidad de franciscanos observantes o recoletos en 1752. Junto al padre guardián hallamos al predicador conventual, al lector de teología moral, al visitador de la tercera orden, al vicario, a seis padres confesores, a tres padres, a dos opositores, un estudiante, un organista, un limosnero y procurador, al encargado del refectorio, al cocinero, al hortelano, al factor de órganos, al mulatero, a tres hermanos legos, a cuatro donados y a un pastor como servidor. Una comunidad que a fines del XVI y principios del XVII no sería quizá tan numerosa y que se reduciría a los recoletos especialmente.
En el siglo XVIII se beneficiaron de las mandas piadosas de figuras como la de don Miguel Ibarra, que les legó 430 reales con destino al sustento de naturales de Requena en el Santo Hospital de Pobres, un uso que quizá arrancara de los tiempos de la fundación y que explicaría el futuro destino del convento de la Loma.
La atención a los pobres, la predicación, la administración íntegra de las Sagradas Formas y ciertas celebraciones populares acercaron los franciscanos al vecindario de Requena, uno de cuyas principales arquitectónicas fue y es el convento de San Francisco.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Consejo Real de Castilla, 351, 18.
Patronato Real. Legajos 74 (documento 132) y 83 (documento 225).
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Cargos municipales, documento 11461.
Juicio de residencia del corregidor Francisco de Lezcano, expediente 6157.
Libro de actas municipales de 1546-59 (2895), 1600-07 (2894) y 1772-73 (3335).
Libro de cuentas de propios y arbitrios de 1573-95, 4721.
Respuestas particulares del catastro del marqués de la Ensenada, bienes del estado eclesiástico con indicación de los forasteros (2840).
Bibliografía selecta.
ALABAU, José, Inquisición y Frontera. La actuación del tribunal del Santo Oficio en los antiguos Arciprestazgo de Requena y Vicariato de Utiel (en el Obispado de Cuenca), Cuenca, 2015.
DOMÍNGUEZ DE LA COBA, Pedro, Antigüedad i cosas memorables de la villa de Requena; escritas y recogidas por un vecino apassionado y amante de ella. Edición y estudio de César Jordá Sánchez y Juan Carlos Pérez García, Requena, 2008.
PORREÑO, Baltasar, Santuarios del Obispado de Cuenca. Edición, introducción, estudio y notas de Pilar Hualde Pascual, Guadalajara, 2014.