El aprovechamiento de la tierra siempre ha planteado espinosos problemas entre agricultores y ganaderos, no exceptuándose Requena de tal clase de litigios. A comienzos de 1727 el municipio tuvo que recordar a los carniceros interesados en abastecer la villa, que requerían mayores pastos para sus ganados, el espíritu y la letra de las Ordenanzas de 1715. Estas ordenanzas se plantearon a las autoridades reales el 7 de diciembre de 1714 y se aprobaron el 19 de marzo de 1715. A lo largo de doce años no siempre se obedecieron.
Gran parte de los vecinos querían que en el territorio de aprovechamiento comunitario se fomentara la plantación de árboles que dieran fruto, y se prohibiera la entrada al ganado más allá de las dehesas habilitadas, ya que se sobrexplotaba la zona. También se pedía que en la Vega, con importantes parcelas de regadío, se multara a los pastores que permitían que el ganado actuara libremente, porque dejaban las acequias cegadas y arrasaban con el cultivo de trigo, tan necesario para la alimentación de las personas.
En 1714 ya se habían plantado más de mil moreras por los alrededores de la villa, costosas para unos particulares que solicitaron las oportunas garantías del rey, interesado en su plantación para conseguir dinero para poder mantener los altos gastos de sus tropas. El malogrado Ernest Lluch ya planteó la relación entre el despliegue militar borbónico y los comienzos de la industrialización española. En los comienzos de la industria sedera de Requena, la a veces contraproducente ganadería fue perdiendo la importancia que había tenido en el siglo anterior.
Los carniceros mostraron su natural descontento ante estas propuestas, finalmente convertidas en Ordenanzas, porque tenían más restricciones a la hora de criar ganado y menos terrenos para pastar. Desde el municipio se les rebatió que ellos disponían de su propia dehesa, la Carnicera, a medio cuarto de legua de la villa y de la mejor calidad. Las polémicas no dejaron de incidir sobre el abastecimiento y el cada vez más subido precio de las carnes.
Para pararle los pies a los ganaderos díscolos, se propuso reforzar la seguridad, y el regidor encargado podría nombrar un vigilante para velar por el cumplimiento de estas normas. Para reforzar su autoridad, todo lo que él dijera o penalizara se consideraría irrebatible.
Al final se aprobaron las Ordenanzas para la protección de huertas y moreras el 19 de marzo de 1715. Se estableció que ninguna persona podía dañarlas bajo pena de dos ducados. Los padres y los amos serían los responsables directos de los males ocasionados por hijos o criados respectivamente, adoptándose las normas de protección de las moreras del Reino de Valencia, veterano en esta actividad. Contra los animales dañinos también se dirigieron disposiciones como la del pago de dos reales por cabeza de mula, burro o buey, cordado o descordado, que cometiera mal, doblándose la pena por la noche. También se duplica la sanción por reiteración. Pese a todo se permitía a los hacendados disponer del oportuno ganado para poder estercolar.
El enfrentamiento entre ganaderos y agricultores perjudicaba a las arcas municipales y a los vecinos, y se intentó resolver promulgando unas Ordenanzas que insistieron en la importancia del cultivo de moreras. Bajo Felipe V la sedería de Requena dio prometedores pasos.
FUENTES.
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA, Libro de acuerdos municipales de 1724-30, nº. 3264.