EL FRAILE Y EL GUERRILLERO. Por Rafael Bernabéu López
De los linajes que ilustraron antaño el solar requenense apenas si quedan las huellas.
Desaparecieron los Alisén, Cárcel Marcilla, Comas, Cros, Dávila, Domínguez de la Coba, Enríquez de Navarra, Ferrer de Plegamans, Heredia, Hungría, Ibarra, Londoño, Moliní, Moral, Nuévalos, Portillo de Escandón… Otros quedaron como simples topónimos (Arroyo de Peralta, Carcajona, Celaya, Cuadra, Lanza, Montenegro, Penén, Zapata…)
Entre los muchos que se hundieron en el olvido citaremos a los Cros que, procedentes de Cataluña, estableciéronse en Requena a mediados del siglo XVII.
Del primero de este linaje que tenemos noticia es Juan de Cros, maestro tintorero, padre del doctor Juan de Cros, cura de San Nicolás, y del ilustre franciscano Fr. Nicolás de Cros. Sobrino de ambos fue otro Juan de Cros, también maestro tintorero, que sucumbió en la defensa de la cuesta de Carnicerías durante la Guerra de Sucesión. Hijos de éste fueron el sacerdote don Juan Antonio de Cros y José de Cros que, con Francisco Marco, redactó las ordenanzas del gremio de tintoreros, aprobadas por Real Cédula de 1732.
Pero las lumbreras de este olvidado linaje fueron el reverendísimo Fr. Nicolás de Cros, ya citado, y el guerrillero don Pedro José de Cros, abogado de los Reales Consejos.
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Nicolás de Cros fue bautizado en nuestra iglesia del Salvador en 1649. Tomó el hábito de la pobreza en el convento de San Francisco de Valencia, donde estudió Artes y Teología con gran aprovechamiento.
Más tarde residió en Cagliari y Nápoles, alcanzando gran reputación como teólogo.
Siendo Provincial de la Orden en Sicilia, decidió visitar los Santos Lugares; pero a la vista de Tolemaida (San Juan de Acre) naufragó, salvándolo su acompañante el lego Fr. Damián de Requena. Ya en Jerusalén, con arrebatado fervor, siguió puntualmente la ruta de Cristo.
Luego asistió en Roma el Capítulo General de la Orden, ganando la admiración de los doctos al resumir en una simple lámina “La Casa de la Sabiduría”, sostenida por las siete columnas o sentenciarios de su seráfico instituto.
De nuevo visitó Fr. Nicolás los Santos Lugares, regresando a España para ocupar los cargos más preeminentes de la Orden. Asimismo, promovió importantes mejoras en el convento de la Loma con miras a la celebración de un Capítulo Provincial.
Por entonces fue comisionado por el rey Felipe para depurar a quienes ocupasen cargos públicos, lo que le ocasionó muchos sinsabores.
Quebrantado de salud, se retiró al convento de San Francisco de Valencia, donde pasó a mejor vida en 1713, siendo sepultado en la bóveda de la capilla mayor.
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El último vástago requenense de este apellido fue el abogado don Pedro José de Cros, nacido en 1765.
Al producirse la invasión napoleónica, don Pedro José fue designado miembro de la Junta de Defensa, destacándose en la organización de las Milicias y en levantar el espíritu patriótico por los pueblos de la Serranía. Pero a las pocas semanas, desalentada la Junta ante la proximidad de los franceses, alborotóse el vecindario, aclamando al abogado Cros como presidente de la misma. Mas, pese al infatigable entusiasmo de los patriotas, todo se derrumbó tras los desastres del Pajazo y, luego, de las Cabrillas.
Pero nuestro héroe no se amilanó y, poniéndose al frente de un grupo de incondicionales, formó la guerrilla denominada “del Abogado”, que, al amparo de MIra y Aliaguilla, asestó duros golpes a los convoyes enemigos.
Ocasión hubo en que las autoridades afrancesadas requirieron el retorno a la villa de no pocos calificados vecinos ausentes; y mientras unos recurrían a evasivas tan pintorescas como las de padecer “hipocondría o depravación de ideas”, el bravo Cros enviaba la siguiente respuesta que se conserva entre los acuerdos municipales: “Extraño que ese Ayuntamiento que no es libre, al menos que se repute lo contrario, delibere sobre mis opiniones”.
Algunos años después, en medio del hervidero político que encumbró a los constitucionalistas, formóse una Junta Revolucionaria presidida por don Pedro José de Cros, quien ocupó también la alcaldía y el Juzgado de Instrucción; pero, tras el triunfo de los absolutistas, nuestro hombre desapareció del panorama local. Al restablecerse las instituciones liberales, el viejo luchador fue nombrado presidente de la Sociedad de Amigos del País; siendo fama que, desbordado en plena exaltación isabelina por los jóvenes que regían la Milicia Nacional, se recluyó en vida en su casona de la calle Miguel Marco, donde exhaló su último suspiro en 1834.
Bernabéu López, R. Más estampas requenenses, pp. 19-21, Artes Gráficas Molina, Requena, 1974.