A mediados del siglo XVII los sacrificios para mantener contra viento y marea la asediada Monarquía hispánica pesaban severamente sobre los concejos castellanos y su no menos sufrido vecindario. En Requena la adjudicación de los recursos de los arrendamientos de las dehesas no cubrieron las continuas exigencias de dinero y el municipio no tuvo más opción que proseguir endeudándose cada vez más.
Ganaderos, labradores, constructores, hombres de negocios, pobres diablos y prohombres apetecieron los recursos forestales y de todo tipo de un extenso término que no siempre resultó precisamente bien custodiado por los caballeros de la sierra, a los que se les tiraba constantemente de la oreja para que cumplieran sus deberes, como el de dar la vuelta al término. En estas circunstancias críticas emerge en nuestra localidad con toda la fuerza la figura del guarda mayor.
Algunos comendadores de las órdenes militares habían tenido la consideración de guardas mayores de bienes como una dehesa desde tiempos de los Reyes Católicos al menos. En 1588 el propio Felipe II había ordenado al de su natal Valladolid que verificara el cumplimiento de sus mandatos y ordenanzas. El oficio se concedió en ciudades de la importancia de Sevilla a personas de la oligarquía local que se habían distinguido sirviendo al monarca en sus guerras u otros menesteres. La alta nobleza siguió un proceder muy similar y en 1643 la duquesa de Frías le concedió a Francisco Ulloa el título de guarda mayor de los montes de la villa de Vegas.
El 10 de junio de 1646 le llegó la fortuna a Juan García Izquierdo en forma de guarda mayor de los campos de Requena por juro de heredad por haber ofrecido a la angustiada monarquía unos 6.000 reales, además de servir posteriormente al rey Felipe IV con otro servicio o merced de 2.000 reales (a satisfacer en dos años y tres pagas) para la fábrica u obra del abulense convento de los carmelitas descalzos de Duruelo, el primero de la rama masculina del Carmelo teresiano fundado en 1568.
El flamante guarda mayor podía designar su teniente, los guardas y los custodios que atajaran los daños de los ganados de los vecinos y de los forasteros. Alzaba la vara alta de la justicia. En consonancia con su honor, disfrutaba del derecho de portar armas defensivas y ofensivas y de la gracia de entrar en el ayuntamiento con espada y daga, pues tenía aparejada la propiedad de una regiduría perpetua que le daba asiento y voto en el mismo.
Mereció, por ende, la consideración de caballero de la sierra de la nómina, pese a que no fuera de los del número ni mantuviera la prescriptiva renta y caballo. El guarda se aristocratizaba y el caballero se desprendía de su prístina función guerrera en sintonía con el creciente peso de las oligarquías de poderosos en las localidades castellanas del XVII y con las transformaciones de un ejército que cada vez recurría con mayor frecuencia a las levas. Tantas honras a Juan García Izquierdo bien merecieron el pago de 3.400 maravedíes por derecho de la media anata, a satisfacer también por todos sus sucesores, y a que el cabildo de los caballeros de la nómina, convocado por el municipio, le diera la debida aceptación y posesión. En marzo de 1647 tanto la Corte de Madrid como los potentados de Requena le dieron el definitivo visto bueno. Otra cosa muy distinta es que se aplicara a sus menesteres.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA, Libro de actas municipales de 1637 a 1647, nº. 3268.
