Santa Teresa de Jesús fue una figura excepcional y una extraordinaria viajera a lo largo del tiempo por muchos caminos. Uno de ellos le condujo al primer convento de carmelitas descalzos, el de Duruelo (fundado en 1568). Allí se encontró un hombre que barría con modestia. La santa le espetó “¿Qué es esto mi padre? ¿Qué se ha hecho de la honra?”. A lo que el interpelado respondió “Yo maldigo al tiempo que la tuve”. Aquel hombre era el prior del convento, que aspiraba a vivir bajo la pureza de la regla primitiva junto con hombres como San Juan de la Cruz. Se trataba del requenense fray Antonio de Jesús, cuya semblanza biográfica nos brinda en un reciente libro Jaime Lamo de Espinosa.
Fray Antonio de Jesús (Heredia). Primer prior carmelita descalzo. Confesor de Santa Teresa en su lecho de muerte (Monte Carmelo, 2015) es la obra en cuestión, que el público puede conseguir en Requena en el establecimiento Diseño y Gestión. Tiene la cortesía de la brevedad, digna de Gracián, y el regalo de la sabiduría. Alejada de todo artificio retórico y de toda reiteración de aspectos de sobra conocidos sobre nuestra vida religiosa del siglo XVI, se centra en conocer quién fue realmente nuestro protagonista.
Antes de convertirse en el primer prior de Duruelo, su vida siguió unos derroteros menos rigoristas. Fue el aplicado hijo de Miguel de Heredia, un emprendedor constructor y hombre de negocios de origen vascongado afincado en la Requena de la primera mitad del siglo XVI, cuyo convento carmelita gozaba de una importante fama. En éste comenzó a estudiar el joven Antonio antes de pasar a la universitaria Salamanca, la puerta de entrada del cursus honorum de las futuras dignidades. El padre Antonio de Heredia hubiera sido otro prebendado de la España de la Contrarreforma, la del Concilio de Trento, pero alguien cambió su vida.
Se llamaba Teresa y la conoció en 1564. Su intensa espiritualidad le hizo caer de su caballo, un vivo ejemplo del impacto de aquélla en la sociedad castellana coetánea.
En aquella Castilla de poderosos sentimientos más o menos contenidos floreció la personalidad de fray Antonio, cuya humanidad ha tratado de captar Jaime Lamo de Espinosa de manera científica. Uno de los aciertos de la obra pasa por el análisis psicografológico a cargo de Germán Belda y por la búsqueda de su auténtico retrato. El varón reflexivo, gustoso de la cultura, nunca descuidó su aspecto más espiritual.
Digno acompañante de la santa, sufridor incluso de prisión, fue también su asistente en su lecho de muerte, restituyendo esta obra su protagonismo dentro del círculo teresiano.
En este libro de Jaime Lamo de Espinosa hay otra protagonista, la propia Requena, cuya Casa de Santa Teresa todavía alberga la duda de si dio cobijo a tan singular mujer. En esta Requena del convento del Carmen vino al mundo precisamente fray Antonio, una Requena del Siglo de Oro que bien merecería un Congreso y nuevos estudios.
Víctor Manuel Galán Tendero.
