La invención de la imprenta respondió a las necesidades de unas comunidades ansiosas de saber, de encontrar respuestas a sus dudas y pesadumbres. El Renacimiento no hubiera sido el mismo sin los libros impresos, que se convirtieron en una valiosa mercancía.
En Requena no se estableció una imprenta por aquel tiempo. Tardaría en hacerse. Sin embargo, no era una villa insensible a la cultura. Su comunidad carmelita era sensible a la obra escrita y a la reflexión, y su grupo dirigente estaba muy familiarizado con las cuestiones legales. Sus notarios mantuvieron puntualmente la formalidad del documento escrito, imprescindible para un sinfín de asuntos en la Castilla de finales del siglo XV e inicios del XVI.
Se podría argüir que en el fondo se trataba de formas culturales muy apegadas a las cuestiones prácticas de la vida y poco innovadoras en relación a otros lugares, pero sin este fundamento no se podría entender el despegue del consumo de libros durante la Contrarreforma, que conocemos gracias al fondo bibliográfico del Carmen, de procedencia diversa.
El establecimiento de los franciscanos en la segunda mitad del XVI fue un acicate para la renovación de sus rivales carmelitas, notándose en la demanda de libros. De los diecisiete conservados para el lapso de 1550-1600, se pasaron en 1600-30 a treinta y nueve. De temática marcadamente religiosa y escritos mayoritariamente en latín, según correspondía a medios eclesiásticos, aquellos libros fueron heraldos del vasto movimiento cultural de la Contrarreforma.
Fueron impresos especialmente en Venecia, Lyon, Madrid y Valencia, adquiriéndose a veces en la comercial Medina del Campo, clave en el entramado financiero de la Castilla de los Austrias Mayores. Con su declive bajo los Menores de fortuna más corta, ganaron peso plazas mercantiles como Valencia.
Los severos libros latinos de los frailes no serían muy populares entre el común de los mortales de Requena, no pocos analfabetos, a pesar de disponer el municipio de un maestro de primeras letras, no siempre bien retribuido, dados los ahogos de la hacienda local. Hubo estudiantes del Carmen, incluso, que allá por el siglo XVIII expresarían airadamente su opinión sobre algún que otro volumen: “Cágate en este promptuario que para nada sirve, más que para las secretas, y de esto solo para limpiarse el culo sirve y no para más, y mira que quien tiene voto acerca de la materia de qué trata si lo que quieras saber el callo.” El autor de tal desahogo parece haber sido un tal José Soledad, uno de los últimos posesores de tan apreciada pieza bibliográfica.
Su contenido pasaría, parcialmente, a muchas personas a través de medios orales, como los sermones de los beneméritos predicadores, muy apreciados en el Barroco. Ciertamente, no conocemos igualmente los libros laicos de los requenenses de aquel tiempo, que quizá incluirían su buena porción de las glorias literarias de nuestro Siglo de Oro. En los contados inventarios de bienes conservados, como el del maestro de origen francés Juan Chober de 1673, encontramos cuadros de tema religioso, pero no libros.
Más allá de la insistencia de la Iglesia católica de supervisar estrechamente el conocimiento de las Sagradas Escrituras, en contraposición con la mayor libertad individual reconocida por los protestantismos, el precio de los libros arredraría a más de uno. Podían llegar a costar hasta treinta reales, cuando a duras penas el salario diario de un bracero con algún familiar alcanzaba los cuatro, en una época en la que el acceso a la cultura letrada se reservaba a muy pocos. No en vano, las ocasionales funciones teatrales de días señalados y la transmisión de toda clase de noticias adquirieron una gran importancia en la formación de las gentes.
Con todo, no fue extraño que en aquella comunidad emergiera la figura de algún bibliófilo, con el gusto y los medios consonantes, como fue el licenciado del XVIII Juan Cantero, vinculado al Carmen.
Los libros, los de aquellos tiempos y quizá los de los nuestros, se nos pueden antojar objetos minoritarios, rodeados de un mar de hipocresía, que proclama reconocer el valor de la lectura sin practicarla. A despecho de todos los inconvenientes, no dejan de ser espejo de la cultura de las gentes de una época y testimonio que no hemos dejado de ser gentes del libro.
Bibliografía.
GALÁN, Víctor Manuel, La cultura de la Contrarreforma en Requena, Requena, 2019.
