En la cuenca mediterránea, el agua siempre ha sido un bien muy codiciado, pues las precipitaciones distan mucho de regarla a lo largo de todo el año. La sequía se ha convertido, con todo el derecho, en uno de los más despiadados enemigos de sus agricultores, apretados ya de por sí con un sinfín de compromisos. Sus comunidades tuvieron que adaptarse a tales dificultades, y sus respuestas fueron en muchas ocasiones brillantes, al conseguir organizarse complejos sistemas de regadío.
A veces, podía darse la circunstancia que alguien derramara agua por circunstancias accidentales, en el mejor de los casos. El sorriego era algo a evitar con todas las fuerzas, algo a lo que se aprestaron las autoridades municipales de Requena durante siglos. No se podía consentir que el agua saltara por encima de los ribazos. La experiencia resultó de gran valor para los que redactaron las ordenanzas de 1622, que no dejaron de aprobar nuevamente con todos los honores lo dispuesto antiguamente. Sin embargo, tanta insistencia daba muestra de incumplimiento.
Ninguna persona podía sorregar el haza de un vecino, estuviera sembrada o en barbecho. Se trataba de evitar no solamente daños, sino también actuaciones picarescas que pusieran en riesgo la correcta administración de las cantidades de agua asignadas a las tandas de riego.
El problema también afectó a los caminos, atravesados a veces por acequias. Cuando por las mismas discurría el agua, algún carro o alguna cabalgadura podían dañar el camino mismo, incluso en los tramos con traviesas enlosadas, que no deberían alojar la molesta broza.
Todo sorriego, en haza o en camino, se penalizó con seiscientos maravedíes y el resarcimiento de los daños infringidos. A pesar de ello, no todos los caminos y sendas de herederos del extenso término de Requena merecieron toda la protección contra el riego indeseado. Las sanciones se aplicarían a los caminos declarados reales, como los dos que se dirigían a Valencia (por el regajo de Santa Cruz y por San Sebastián), el que partía a Madrid por San Agustín, el que iba a Iniesta y el del puente de Jalance. Incluso en la cuestión viaria se distinguían clases.
Fuentes.
COLECCIÓN HERRERO Y MORAL, I.
