Todo movimiento social que desea cambiar un estado de cosas injusto pone por escrito sus aspiraciones. La frustrante realidad es captada en toda su magnitud y se dice sin ambages que no se puede continuar así. No es propio de personas resignarse, tragar quina, pasar por el aro y aguantar hasta que el cuerpo aguante. Toda vida digna discurre a la sombra de un ideal, que resiste la corrosión de los inconvenientes diarios, de los tropiezos, pues se sabe que el camino termina mal cuando no queremos andar más. Pensando en el viaje por venir, se escriben manifiestos, las cartas de amor al futuro de todos, como si de adultos renovásemos la confianza en los Reyes Magos, tan magníficos que no dejan a ningún pobre sin regalo yaciendo en la exclusión. El manifiesto es tan excelente que los movimientos artísticos innovadores los han convertido en santo y seña de lo bueno. Nada es más bueno, ni más bello, que pintar una tierra con vivos colores de esperanza en un mañana mejor, pues el país del futuro está por crear, por nacer. La España vaciada no es un país muerto, sino a punto de cobrar nueva vida en puntos como nuestra comarca, que tanto ha aguantado al discurrir de los siglos. Si el hambre, las enfermedades, las guerras y las injusticias no lograron borrarnos del mapa, la despoblación tampoco se nos llevará por delante.
Al menos así pensamos los que concurrimos al IX Congreso de Historia Comarcal, dedicado al infame problema de la despoblación. Nadie se engaña: las cifras hielan y nuestro bajón demográfico es terrible en muchos puntos de nuestra geografía. Para remediarlo, nos movimos, nos movemos y nos moveremos. En nuestra ruta, recalamos el domingo 17 de noviembre en la hospitalaria Jaraguas, donde grandes y chicos abarrotaron su Centro Social para escuchar lo que sucede y lo que podemos hacer. Se escuchó la voz de la vida, la de los niños juguetones, la de las parejas jóvenes, la de los jóvenes investigadores, junto a la voz de la experiencia con aquilatados juicios y cantos alegres de la tierra. No somos más que nadie, pero tampoco menos. Nos creemos a nosotros mismos, pues nuestra manera de ser es tan válida como la de otras gentes que llevan a gala su idiosincrasia. No somos paletos infectos de chiste malo, sino personas que viven en el entorno rural porque nos da la santa gana, porque tenemos derecho como el que más a la tierra que el destino nos ha deparado en suerte.
La reflexión y la experiencia nos han dictado una serie de conclusiones, que hablan de lo necesario para una vida digna de eso que se ha venido llamando el Estado del Bienestar, ahora impugnado, nunca más necesario para fortalecer la comunidad y humillar la discriminación. Infraestructuras que den servicio a la ciudadanía, educación que la prepare para un provenir mejor, ayuda legal y fiscal que le faciliten su laborosa tarea y la unión de todas las personas. Tales elementos contiene el Manifiesto de Jaraguas, quizá nuestra Carta Puebla del siglo XXI, la que no pretende arrebatar a nadie lo suyo ni crear categorías sociales jerárquicas, sino modular una sociedad de personas para las personas.
En los recios tiempos de los Austrias Mayores, se concedieron las rentas de la dehesa de la Albosa, tan de Jaraguas, al convento del Carmen, uno de los núcleos de la espiritualidad requenense. Ahora, en tiempos más democráticos, Jaraguas nos regala un Manifiesto que nos ayudará a cambiar nuestro estado de abatimiento por otro espíritu de acción en pro de lo mejor. Sea.
Texto del Manifiesto de Jaraguas.
