La España del siglo XVIII contuvo generalmente sus tensiones, entre el final de la guerra de Sucesión y el comienzo de la de Independencia, por una combinación de temores e intereses. Sin embargo, la Semana Santa de 1766 fue muy distinta y en la Villa y Corte se amotinó el pueblo matritense. La agitación iniciada el Domingo de Ramos (23 de marzo) subió de tono al día siguiente. Carlos III decidió marchar aquella noche a Aranjuez. Al final, la situación se calmó en Madrid, pero la protesta había causado una vivísima impresión en las atemorizadas autoridades.
Historiadores como Vicente Rodríguez Casado explicaron el motín por razones políticos, especialmente, pues el blanco de sus iras fue el mesinense marqués de Esquilache, promovedor de ciertas políticas reformistas del gobierno de Carlos III. Más allá de Madrid y de capas y sombreros, las protestas se extendieron por una buena parte de España e historiadores como Pierre Vilar las han considerado particularmente como fruto de la carestía de alimentos. Los amotinados el 6 de abril en Zaragoza reclamaron la tasación del trigo.
En Requena la cosecha de cereal había sido igualmente mala y el año agrícola se consideró calamitoso. La inquietud cundió entre el vecindario, máxime al conocerse las noticias de otros lugares, y las gentes se organizaron en cuadrillas.
Los descontentos deseaban la bajada del precio del pan y profirieron “especies perjudiciales” contra la paz pública, tal y como la entendía una autoridad con valiosas atribuciones sobre el abastecimiento. La política liberalizadora del comercio de granos del gobierno no había sido bien vista por muchas gentes.
El 19 de abril se reunió el consistorio bajo la presidencia del corregidor Joaquín de Anaya y Aragonés. En el regimiento se sentaban personas de linajes tradicionalmente dominantes como Nicolás Ruiz Ferrer y Alfaro (el alcalde mayor de noche), Martín Ruiz Ramírez, José Diego Enríquez de Navarra, Gregorio de Nuévalos o Juan Martínez Pedrón y recién llegados como Ginés Herrero y Sánchez. José Moral Díaz era el procurador síndico y el del común Pedro Segura Cepeda.
Tal grupo de notables locales no tenía la pretensión de desafiar al rey ni ningún enemigo común a batir, como el duque de Arcos como señor de Elche por su oligarquía. De todos modos, el crecimiento demográfico de la Requena sedera daba vivos motivos de preocupación, máxime si se sumaba el “concurso de forasteros” por negocios y temas variopintos.
Para atajar la situación, se adoptaron medidas económicas y no de fuerza. Se convocó al depositario del pósito, el almacén municipal de granos, y a los citados procuradores municipales. Al día siguiente, el pan de dos libras se vendería a siete cuartos y no a ocho. En Madrid había subido a doce y los amotinados quisieron bajarlo a ocho.
Las ganancias de años anteriores del pósito permitieron tal medida, que tenía que ser finalmente autorizada por el superintendente general de pósitos Manuel de Roda, según los cánones del centralismo borbónico. La situación se fue calmando y Requena no conoció incidentes como los del 25 de abril en Lorca contra su corregidor. Junto a las cuestiones de abastecimiento, los equilibrios políticos locales tuvieron gran importancia en el desarrollo de los motines de Esquilache, ejemplo de una compleja España en ebullición.

Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1766, Nº. 3257.
Bibliografía.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, A., Carlos III y la España de la Ilustración, Barcelona, 1996.
HORTELANO, J. L., “Los motines del pan en la Requena del s. XVIII”, Oleana, 24, Requena, 2009, pp. 251-258.