La veneración de la Vera Cruz.
El cristianismo medieval ha legado una rica herencia cultural a la Europa del presente, todavía hoy en día bien visible en creencias, ideas, festividades y costumbres bien arraigadas en numerosas localidades. La reverencia a las reliquias cobró especiales bríos durante las Cruzadas, en particular el culto a la Vera Cruz. En El libro de las maravillas del mundo del siglo XIV, atribuido a Juan de Mandeville, se sostenía que se elaboró con madera de laurel su fundamento para durar, de ciprés su parte vertical para atenuar el hedor corporal del crucificado, de palma el través de las manos como símbolo de victoria judía y de olivo la tabla de encima de la cabeza, ya que los judíos pensaban haber alcanzado la paz a la muerte de Cristo. Sin embargo, los bizantinos creyeron que el Árbol de la Vera Cruz no fue el ciprés, sino el manzano del que tomó Adán su fruto. Según aquel Libro, la Santa Cruz estuvo debajo de la roca del monte Calvario hasta ser hallada por Santa Elena, la madre del emperador Constantino. Según autores del siglo XII, se hicieron varios trozos de la Vera Cruz para conservarla mejor, quedando cuatro en Jerusalén y enviándose tres a Constantinopla y dos a Chipre. Con la expansión del Islam, se mandaron tres reliquias a Roma, uno al monasterio cántabro de Santo Toribio de Liébana, al navarro santuario de San Miguel de Aralar, a la catedral de Oviedo y a la iglesia del castillo de la murciana Caravaca de la Cruz.
En Hispania, los templarios trajeron de Tierra Santa un fragmento y consagraron a las afueras de Segovia en 1208 un templo a la Vera Cruz. La misma Caravaca fue una bailía del Temple, que más tarde pasaría a la orden de Santiago. Los reyes aragoneses, que participaron del espíritu cruzado, fueron grandes devotos de la Vera Cruz, además del Santo Grial de la Preciosa Sangre de Cristo. En el mismo sentido se orienta el respeto por los Corporales de Daroca, en relación con el Corpus Christi. Germán Navarro ha dado razón de una cofradía de la Vera Cruz en Játiva de 1333 a 1381, en la que el mismo monarca de Aragón fue cofrade mayor junto a la reina, el duque de Gandía, los infantes, el obispo de Valencia y otras personalidades. Integrada por doscientos legos y doscientas viudas, debían asistir sus cofrades a la procesión del Corpus con un cirio. San Vicente Ferrer ensalzó la fiesta de la Vera Cruz del 14 de septiembre y quizá bajo su influencia se puso bajo su protección la cofradía de Ciegos de Valencia en 1407.
De las primigenias cofradías de la Vera Cruz a las de la Sangre de Cristo.
Los siglos XIV y XV fueron de intensas dificultades para muchos europeos, golpeados por la escasez, las enfermedades y la guerra. En estas circunstancias, algunos grupos de creyentes se acercaron de manera más intensa a la figura del Cristo sufriente, torturado por un fin superior. El arte gótico, con su terrible realismo, se complació sobre el particular en un sinfín de obras que alcanzaron una notable aceptación social. Desde esta óptica, las disciplinas corporales se entendieron como un medio para acercarse de forma más intensa al propio Jesús, cuya experiencia no se podía abarcar con toda la plenitud con la simple atención a las Sagradas Escrituras. Apareció así la figura del hermano o cofrade de penitencia al lado del de luz o que participaba en las procesiones solo con un cirio.
De esta forma se fue pasando de las primeras cofradías consagradas a la Vera Cruz a las de la Sangre de Cristo. En la misma Játiva se estableció a impulso de los franciscanos una cofradía de la Sangre de Cristo en 1569 para la disciplina del Jueves Santo, distinta de la comentada. Ángela Muñoz Fernández ha apuntado que mientras en Castilla la Nueva la Vera Cruz se acostumbró a asociar a la Sangre de Cristo en las denominaciones oficiales de las cofradías, en la Corona de Aragón figuraron de forma más simplificada como de la Sangre de Cristo.
En este movimiento tuvieron un destacado protagonismo las órdenes mendicantes, con su insistencia en la humildad de Cristo, como los franciscanos. En 1370 algunos fieles rindieron culto al Santo Madero en el convento franciscano de Sevilla, donde se fundó una cofradía en 1448. La concesión de indulgencias espirituales a tales hermandades convirtió a estas cofradías en modélicas para la Contrarreforma de los siglos XVI y XVII, al menos.
En este sentido, el arzobispo de Toledo Pedro González de Mendoza la promovió mucho. Cardenal desde 1478 adscrito a la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén de Roma, fundó el colegio mayor de la Santa Cruz de Valladolid, un hospital en Toledo bajo la misma advocación y su capilla en la catedral toledana se consagró a la emblemática Santa Elena. El general de los franciscanos y cardenal Francisco de Quiñones (1475-1540) fue en la misma línea. Adscrito también a la romana Santa Cruz de Jerusalén, logró del Papa Paulo III en 1536 una bula por los peregrinos a Roma por la memoria de la Pasión de Cristo y su Derramada Sangre, transcrita en 1570 a petición de la cofradía de Requena.
La extensión por España.
Las cofradías de la Vera Cruz se extendieron por toda la geografía española, tanto en localidades grandes como pequeñas, desde el convento orensano del Patriarca San Francisco a la pacense parroquial de San Andrés, llegando a tierras americanas, donde Hernán Cortés fundó en 1519 la Villa Rica de la Vera Cruz, llamada a erigirse en uno de los grandes puertos del imperio español. Su importancia es tan incontestable que solo en La Rioja se han contado unas ciento cuarenta y tres hermandades de la advocación, mayoritariamente en parroquias rurales.
Así pues, tenemos referencia de una cofradía de la Vera Cruz en Sevilla en 1448, en Toledo en 1480, en el monasterio de la Vera Cruz de Salamanca en el mismo 1480, en Córdoba en 1497, en Madrid en 1500, en Zamora en 1519, en Cáceres en 1521, en Cabra en 1522, en la zamorana Villalpando en 1524, en el Puerto de Santa María en 1525, en Baeza en 1540, en Jaén en 1541, en Jerez de la Frontera en 1542, en Loja en 1543, en Alcoy en 1545, en Granada en 1545, en Cullera en 1546, en Barcelona en 1547 por bula papal, en Castellón de la Plana en 1549, en la palentina Dueñas en 1553, en Zaragoza en 1554, en Valdepeñas en 1559, la riojana Arnedo en 1560, en la abulense La Pedraja de Portillo en 1563, en Béjar en 1563, en la abulense Piedrahíta en 1568, en la alcarreña Membrillera en 1573, en Medina del Campo en 1574, en Cuenca en 1575, en la burgalesa Sasamón en 1582, en Medina del Campo en 1584, en la iglesia de San Francisco de Burgos en 1586, en San Francisco del Quito de Perú en 1587, en la leonesa Valderas en 1588, en la burgalesa Briviesca en 1590, en el convento de San Francisco en Toro en 1590, en el monasterio de San Millán de la Cogolla en 1591, en la vallisoletana Pozaldez en 1592, en Navamorcuende de Toledo en 1593, en la zamorana Venialbo en 1593, en San Sebastián en 1595, en la alcarreña Heras de Ayuso en 1596, en la abulense Arenas de San Pedro en 1608, en la soriana Ágreda en 1610, en Ciudad Rodrigo en 1612, en Valladolid en 1615, en la cacereña Granadilla en 1621, en la vallisoletana Curiel de Duero en 1624, en la segoviana Mata de Cuéllar en 1626, en Éibar en 1627, en Coria en 1629, en Aranda de Duero en 1634, en la abulense Higuera de las Dueñas en 1638, en la riojana Redal en 1645, en Medina de Rioseco en 1648, en la soriana Berlanga de Duero en 1653, en la segoviana Coca en 1694, en Zamora en 1710, en el barrio de San Andrés de Valladolid en 1730, en la vallisoletana Megeces en 1752, en Burgo de Osma en 1765, en la cántabra Vargas en 1776, en la riojana Nájera en 1779, en la soriana Alalo en 1781, en la zamorana Morales del Vino en 1788, en la leonesa Cobrana en 1788, en la soriana Ocenilla en 1788, en la sevillana Casalla en 1795, en la alavesa La Bastida en 1795 o en la iglesia parroquial de la leonesa Celadilla del Páramo en 1897.
Más allá de la pertenencia de figuras como Felipe II a la Vera Cruz hispalense, al igual que los caballeros veinticuatro del municipio, las cofradías de la advocación tuvieron una destacada relevancia en la vida social española de distintas formas. En 1651 tenemos constancia de un hospital de pobres convalecientes de la cofradía de la Santa Vera Cruz en la vallisoletana Medina de Rioseco y en 1710 otro hospital dedicado a la misma en la leonesa Bañeza. Las cofradías de Salvatierra, del monasterio mercedario de Salamanca, Soria, Córdoba y Sevilla, vinculada al convento de San Francisco, cobraron durante el Antiguo Régimen juros, los préstamos que tanta relevancia alcanzaron en el mercado financiero coetáneo.
La devoción de la Baja Edad Media por la Vera Cruz se popularizó todavía más durante la época de la Contrarreforma y ha llegado hasta nuestros días. Su acercamiento directo a la figura de Jesús, la posibilidad de participar como penitente o hermano de luz, la inclusión de personas de distintos grupos sociales y su prestigio garantizaron su éxito, del que la cofradía de Requena es un magnífico ejemplo.

Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Consejo Real de Castilla, 482 (10), 658 (14) y 764 (7).
Contaduría Mayor de Hacienda, 126 (31) y 769 (46).
ARCHIVO DE LA REAL CHANCILLERÍA DE VALLADOLID.
Pleitos civiles, Caja 626 (8), 1469 (2), 1591 (1), 2902 (6) y 2956 (2).
Bibliografía.
MANDEVILLE, Juan de, El libro de las maravillas del mundo llamado selva deleitosa y viaje a Jerusalén, Asia y África. Edición de José María Díaz-Regañón, Madrid, 2014.
MOLINA, Ángel Luis, “El culto a las reliquias y las peregrinaciones al santuario de la Vera Cruz de Caravaca”, Murgetana, 133, 2015, pp. 9-34.
NAVARRO, Germán, “Las cofradías de la Vera Cruz y de la Sangre de Cristo en la Corona de Aragón (siglos XIV-XV)”, Anuario de estudios medievales, 36, 2006, pp. 583-611.
SÁNCHEZ HERRERO, José (director), Las Cofradías de la Santa Vera Cruz, Sevilla, 1995.