La importancia del pósito.
El hallazgo de la agricultura proporcionó a la Humanidad una fuente de alimentación de primer orden, que alteró profundamente su comportamiento precedente, pero también la expuso a las alteraciones meteorológicas año tras año. El trigo, junto a otros cereales, se convirtió en la base de la dieta de muchas sociedades del Viejo Mundo, en el maná de los pobres en afortunada expresión de Braudel. Los primeros Estados intentaron ponerles freno almacenando los excedentes de las buenas cosechas a la espera de la escasez. Las gentes podrían alimentarse y los campesinos conseguir la simiente necesaria para la siembra. Los organizados romanos adoptaron estos almacenes y los legaron a sus admiradores medievales. La agricultura cerealista que se practicó en tierras como las de la Castilla de los siglos X al XVIII así lo aconsejó.
A estos almacenes se les conocieron por diversos nombres, aunque el de pósito adquirió relevancia entre los castellanos. Los pósitos dependieron de las autoridades locales, como los concejos que regían las distintas áreas en nombre del rey.
En Requena el pósito tuvo un destacado protagonismo en la vida económica y social. Durante el Antiguo Régimen llegó a manejar fondos casi ocho veces superiores a los de los propios y arbitrios municipales, lo que a veces evitó el hambre en una villa que en 1620 se caracterizó como lugar de mucho paso, de pobres y de pasajeros, en un país o territorio frío y montañoso, con importantes dehesas y vías ganaderas.
En el término municipal histórico requenense, tras la segregación de Utiel, se erigió junto al de la villa de Requena el de Camporrobles.

Algunas precisiones terminológicas.
Junto a la palabra pósito aparece a veces en la rica documentación requenense la de alhóndiga. En 1592 se mencionó el libro para las cosas de la alhóndiga, asociada a un pago de la hacienda real de 600 reales en 1605. Es más, se distinguió entre alhóndiga y pósito en 1643-44.
En 1817 se explicó la razón de ser de la diferencia. En la alhóndiga, dependencia del pósito, se vendía el grano al público. Formó parte del mismo edificio, que en el siglo XVIII dio a la actual calle del Peso. Precisamente en aquel mismo año se propuso vender también el grano en la panera baja lindante con la alhóndiga.
Entre nosotros no tuvo igual difusión la palabra almudín, tan presente en muchas localidades del antiguo reino de Valencia, reservada al almacén municipal global o pósito.
Las funciones del pósito.
El aprovisionamiento de grano para tiempos de escasez requería de muchas tareas preventivas y ejecutivas de gran complejidad y acritud.
El pósito debía de disponer de trigo para los particulares necesitados, los panaderos y los campesinos faltos de simiente, promesa de una cosecha mejor. Para ello debía tasar el precio de la fanega previamente. De no disponer del grano suficiente tenía que comprarlo en los lugares que pudiera, lo que a veces se convertía en una verdadera pesadilla por su precio elevado, el mal estado de los caminos o las prohibiciones de las autoridades locales, lógicamente interesadas en que la cosecha de sus habitantes no terminara alimentando a otros.
El dinero no llovía del cielo y se conseguía con gran esfuerzo a través de la venta de las reservas de trigo, origen de no escasas disputas con otros vendedores y los panaderos obligados a abastecerse del pósito, y del préstamo de simiente a los labradores, que en ocasiones tuvieron que retornarlo a la cosecha siguiente con unos gravosos intereses, los de las creces pupilares, a veces exigidas no en especie, sino en moneda contante y sonante.
Tras no pocas controversias y ejecuciones de bienes a los deudores, el pósito lograba sus fondos de compra. El panadeo o la venta de pan al vecindario le proporcionó una gran cantidad de dinero. Era momento de realizar balance y de presentar unas cuentas en regla. Otras funciones, sin embargo, aguardaban al pósito, más allá de su condición de garante frumentario.
La acumulación de dinero y grano tentó a muchos, que alteraron su prístina utilidad. Con independencia del mal proceder de algunos regidores y mayordomos, la principal malversadora de sus fondos fue la monarquía, que le exigió que corriera con otros gastos. Con ello se obstaculizó que el pósito se convirtiera en un banco de desarrollo agrario efectivo.
Sus instalaciones.
De tanto en tanto se tenían que hacer labores de mantenimiento en el edificio del pósito, como la de limpiar sus ratoneras. Algunos se quejaron del mal estado y la suciedad de sus reservas de grano, mezclándose ocasionalmente sus variedades trigueras en unas paneras necesitadas de reparación. Se estima que una panera tenía capacidad para 1.000 o 1.200 fanegas de trigo.
En el verano de 1750 su puerta principal, recayente en la calle del Peso, fue restaurada y acondicionada para el tránsito más fluido de granos.
El 6 de noviembre de 1781 se licitaron obras de reparación por valor de 9.000 reales, en las que los alarifes emplearon ladrillos, tejas y revoltones de madera. De cal y canto realizaron algunos tramos y el yeso sirvió para enlucir. El edificio tenía dos plantas comunicadas por escalera, un zaguán, una oficina para el despacho, una cámara del peso y los espacios de las paneras. Se habilitó con mayor comodidad el acceso por la calle del Peso, tan importante para el arrabal, en lugar de emprender obras por el tramo del castillo, zona que se estimó fría, solitaria y poco segura.
Las copiosas lluvias terminaron arruinando el 3 de abril de 1802 la pared de la cámara del peso, poniendo en riesgo el buen estado del trigo.
En la documentación municipal se distingue en 1750 entre el pósito del arrabal y el de la villa. Cada uno debería de disponer de una panera con una capacidad en la que se pudiera observar la proporción de un pan de trigo pontegí por dos panes de rubión. Se trataría de dos dependencias de una misma institución, la del Real Pósito, que durante un tiempo también tendría otra dependencia en las Peñas, para comodidad de sus habitantes. La supervisión de la venta de granos obligó en aquel mismo año a clausurarla en beneficio de la del arrabal.
La organización de su gestión.
El pósito dependió en todo momento del municipio, cuyo ideal pasó por la autosuficiencia económica y la protección de los intereses vecinales frente a los forasteros, un pensamiento autárquico que la realidad socavó con frecuencia.
El corregidor, como cabeza del concejo real, tenía la misión de supervisar su buen funcionamiento, pues a nadie se le escapaba que la carestía alborotaba a los vecinos y la especulación encumbraba en exceso a los poderosos locales.
Los juicios de residencia a los corregidores salientes por sus continuadores no depuraron todas las responsabilidades en ciertos excesos y en el pósito hubo años en los que se acumularon los alcances o las deudas de sus mayordomos, como en 1583.
En 1584 Felipe II instauró una junta municipal integrada por el corregidor, un regidor comisionado o diputado y el mayordomo o depositario, recayendo en este último el peso de la gestión cotidiana. Su ejercicio era anual y se elegía al igual que otros oficios municipales hacia el 12 de octubre. Tenía la ayuda del escribano, el medidor y el pesador o el fiel del peso de la harina, además de la delicada responsabilidad de presentar las cuentas, en las que se le podían reclamar los alcances como ya hemos dicho.
Con mejor o peor fortuna este sistema se mantuvo hasta 1747, cuando se exigió al corregidor mayor atención, al regidor comisionado una custodia más atenta del arca de los caudales y al depositario y al fiel del peso más rigor en la contabilidad de las adquisiciones frumentarias y del panadeo.
Pronto esta confianza en la junta municipal por parte de las autoridades centrales de la Monarquía quedó en entredicho y a partir de 1751 se puso en pie la Superintendencia Real de Pósitos, que dependía de la Secretaría de Gracia y Justicia. En 1758 su juez subdelegado en Chinchilla Fernando Clemente Núñez de Robles fijó su atención en el de Requena. La Superintendencia se puso bajo el control del Consejo de Castilla en 1792. Lejos de mejorar la gestión, su intervencionismo poco favorable al vecindario la empeoró, especialmente desde 1814.
La capacidad de respuesta del pósito requenense.
Nuestro pósito llegó a ingresar y a desprenderse al año, entre los siglos XVI y XIX, de cantidades de grano que fueron de las 450 a las 11.000 fanegas y de sumas de dinero que abarcaron de los 4.500 a los 800.000 reales, lo que representó un esfuerzo titánico en momentos de severísimas dificultades, cuando la hacienda municipal se encontraba falta de recursos y la Monarquía exigía una gran cantidad de tributos a los empobrecidos vecinos.
En los años de extrema necesidad, tras varias malas cosechas o en situaciones políticas particularmente graves de perturbación de los caminos de los arrieros, el pósito cumplió con su compleja función. De no haber existido en aquellas negras temporadas los labradores necesitados hubieran conseguido la simiente a unas condiciones más leoninas, lo que hubiera encarecido más los intereses y dificultado más la recuperación. Los panaderos hubieran podido abastecerse más libremente de harina, aunque quizá pagando un precio más elevado a los especuladores, cuyas ganancias se hubieran acrecentado.
Sin el grano y los dineros del pósito los ganaderos, cabañeros, arrieros, comerciantes y viajeros de paso por Requena habrían añadido mayores dificultades en sus desplazamientos, lo que hubiera ido en detrimento de las rentas municipales. Las redes de abastecimiento que enlazaban La Mancha y el reino de Valencia a través de nuestras tierras se habrían debilitado y las crisis de mortalidad habrían presentado unas aristas más cortantes ante los avances de la hambruna, afectando con particular virulencia a menores, enfermos y ancianos. La población y el desarrollo económico de la villa se habrían visto retardados todavía más, al igual que el poblamiento de su extenso término.
Los grandes cosecheros, con otros intereses e inclinaciones, no hubieran suplido su carencia. A través del tanteo, el pósito les obligó a manifestar sus reservas de grano en años de notable necesidad para tasar con la mayor moderación posible la fanega de cereal. Sin el concurso del pósito los requenenses no hubieran podido sobrevivir con mayor éxito a los embates de la enfermedad y del hambre a mediados del crítico siglo XVII. Desde la segunda mitad del XVIII arreciaron las pretensiones de libertad comercial de granos y de abastecimiento de harina al margen del pósito, pero su hundimiento dificultó el paso de la Requena sedera a la vitivinícola en el difícil siglo XIX.
Sin pósitos como el de Requena la Monarquía hispánica habría acusado mayores problemas de financiación, pues abusó de las haciendas locales en exceso entre 1527 y 1840, y los movimientos de sus tropas se habrían visto notablemente entorpecidos. Con sus infantes carentes de sustento y su caballería frenada, la capacidad militar española se habría desplomado más todavía en el XVII y Felipe V no habría podido rechazar con mayor éxito a los ejércitos de Carlos de Austria. Los problemas de abastecimiento habrían alterado más todavía a los díscolos soldados y los enfrentamientos con la población civil habrían menudeado más, con el consiguiente agravamiento de los problemas políticos.
En otras palabras, las fanegas y los reales del pósito calmaron el hambre, fijaron la población, moderaron el crédito, alentaron el desarrollo económico, evitaron la especulación, sustentaron las empresas de la Monarquía, aseguraron la paz pública y difundieron un cierto ideal de justicia social dentro de los cánones de autosuficiencia local. No demostró poca capacidad de respuesta el pósito de Requena.
Las medidas empleadas.
El estudio de la metrología es tan importante como necesario para conocer las magnitudes de grano manejadas por aquellas personas. Afortunadamente, cada vez más aparecen nuevos estudios sobre la cuestión, que revelan la diferencia de magnitudes verdaderas bajo una misma medida de una comarca a otra de la Corona de Castilla, tan compleja como variada en lo regional, antes de la adopción, difusión y aceptación del sistema métrico decimal. En Requena se siguieron las magnitudes de Cuenca.
La principal medida era la fanega, que en nuestro caso equivalía a unos 55 litros y medio como medida de capacidad para granos o 43´247 kilogramos de masa, dividida en 12 celemines, subdivididos a su vez en 4 cuartillos. Dos fanegas formaban una talega, medida de especial uso en los tratos con los panaderos.
Cuando el cereal escaseó en la comarca, se tuvo que adquirir en La Mancha y en las tierras conquenses, pero también en los vecinos reinos de Aragón y Valencia. En los tratos con tierras aragonesas, muy importantes en la primera mitad del siglo XVIII con la encomienda de Villel (Teruel), se emplearon las faneguetas o faneguillas de unos 32 kilogramos y medio, así como los cahíces de 146´82 kilogramos con las valencianas, en las que destacaron las cercanas de Siete Aguas y Ayora a fines del XVI y en el XVIII el Grao de Valencia, importante punto de desembarco de cereales.
El pan se pesaba en libras de 16 onzas de 0´460 kilogramos cada una, como se aprecia en los ensayos o pruebas de panificación a partir de las existencias que el pósito brindaba a los panaderos autorizados, estableciéndose su peso exacto anual y su valor monetario en cuartos.
Las monedas en circulación.
En el siglo XVI se consolidó en Castilla el sistema monetario fundamentado en el ducado de oro, de origen veneciano e introducido bajo los Reyes Católicos, y en el maravedí de plata surgido en la Edad Media castellana. Las piezas aúreas sirvieron para pagar a las tropas de la Monarquía en el XVI, pero la crisis del XVII transformó el ducado en una unidad de medida de piezas de plata.
En estas condiciones el ducado equivalía a 11 reales de plata y cada real a 34 maravedíes. Es decir, un ducado valía 376 maravedíes. En realidad la moneda de plata fue constantemente manipulada por una Monarquía necesitada de recursos, que empleó en demasía el expediente de añadir cobre a la moneda de plata, alterando su valor real y manteniendo su nominal, lo que perturbó los precios. Hasta la década de 1680 no se emprendería en Castilla la necesaria reforma monetaria y en varios ejercicios el pósito tuvo que deshacerse de partidas de moneda de poco valor, inservibles.
En la segunda mitad del siglo XVII el real sustituye al maravedí como moneda de cuenta de los documentos de la contabilidad municipal, de tal manera que hemos preferido expresar en reales las cantidades de dinero citadas.
A nivel popular se empleó una moneda fraccionaria del real, el cuarto de cobre o de vellón, para expresar el precio de la pieza de pan. Ocho cuartos y medio equivalían a un real.
En verdad la variedad de piezas monetarias manejadas por el pósito resultó notable y en el siglo XVIII encontramos pesos fuertes, medios pesos fuertes, pesetas de 4 reales, reales de plata, realillos, monedas de oro nuevo, escuditos viejos y piezas de vellón.
Las variedades de grano.
El trigo que se acumuló en el depósito a veces se consideró malo y caro. De todos modos los responsables siempre se preocuparon en la medida de sus posibilidades de conseguir un trigo aceptable.
No tuvieron empacho en comprar trigo pontegí o trigo claro de La Mancha, muy apto para ser sembrado en los espacios irrigados. En 1817 una fanega de pontegí costó 72 reales al pósito.
Asimismo se compró ocasionalmente gefa o jeja de buena calidad, valorada en el mismo año a 68 reales la fanega. Al combinarse con centeno daba la variedad de tranquillón.
Una variedad muy valorada era la del rubión, un tipo de trigo fanfarrón de grano dorado procedente del África del Norte, duro y alto, que daba mucho salvado y no tanta harina, aunque su calidad era buena. La fanega de rubión buena costaba 67 reales y 63 la de segunda calidad, susceptible también de combinarse con centeno, brindando una fanega a 64 reales.
El año agrario a través de las operaciones del pósito.
En nuestra comarca las variedades del trigo de invierno o de ciclo corto han tenido una gran relevancia. Se planta en otoño y se cosecha a inicios del verano.
A principios de noviembre, con la autorización expresa del rey, se repartía el trigo a los labradores y a los pelendrines necesitados para la sementera, una vez que las lluvías habían sazonado los terrazgos y se había publicado el bando de presentación de las declaraciones juradas de los barbechos preparados. Una comisión de unos tres peritos distribuía el grano teniendo en cuenta las inclemencias meteorológicas. Durante la llamada Edad del Hielo, entre fines del XVI y comienzos del XIX, menudearon los episodios extremos de heladas y sequías.
Si la cosecha del año precedente había sido magra, las carencias ya empezaban a notarse en los meses de enero y febrero. La situación podía agravarse si faltaban las lluvias en abril, haciéndose rogativas.
En estos momentos de necesidad se restringía la venta de grano y pan a los forasteros, entre otras medidas de urgencia.
En mayo el precio de la fanega podía alcanzar un valor excesivo ante la merma de las reservas, una situación que podía comenzar a cambiar a partir de junio. La nueva cosecha suponía un respiro si las cosas habían ido bien. Era el momento, pues, de comprar grano y hacer acopio de reservas.
Los pedriscos estivales podían ensombrecer el panorama de estos meses, máxime cuando el pago de las creces del grano prestado se hacía por Santa María de Agosto.
Ante los impagos por diversas circunstancias, septiembre era el mes de los apremios y de las primeras amenazas de ejecución sobre los bienes de los deudores. Sólo se aceptaban moratorias con certificaciones de los colectores o recaudadores de los diezmos.
Según usos del Antiguo Régimen, el modo de obrar cristiano consistía en tomar las cuentas del pósito, tanto las del cereal como las del dinero, hacia el 15 de octubre, aunque el relevo del depositario o mayordomo se hubiera llevado a cabo previamente, el 15 de agosto. Estos últimos meses servían para hacer balance y exigir lo adeudado. Por ende, un ejercicio anual del pósito comprendía parte de dos años cronológicos.
La evolución de los precios de las fanegas de trigo.
Su estudio resulta de particular valor para conocer la evolución de la coyuntura cerealista, tan importante en la económica general de las sociedades anteriores a la industrialización.
Conscientes de su importancia social, los reyes intentaron poner límites a las oscilaciones de precios a través de tasaciones, como las de la Pragmática de Alcalá de Henares de 1502, que fijó el precio medio de la fanega en 3 reales. Su objetivo distó de cumplirse y en 1539 se tuvo que establecer en 5 reales.
Disponemos de datos sobre los precios de las fanegas de trigo. En 1413 una fanega costaba en la zona de Cuenca unos 60 maravedíes o casi 2 reales. Se trataba de un precio elevado, pues en 1418 había disminuido a 23 maravedíes.
El ambiente de negocios y las carencias productivas de la agricultura de Castilla rebasaron los precios de tasa y en 1530 la fanega alcanzó en Requena los 15 reales. Volvería a alcanzarse otro pico en 1547, con 16 reales. La famosa revolución de los precios, ya evidente bajo Carlos I, no sólo cabalgó a lomos de los metales preciosos de las Indias.
No disponemos de buena información para gran parte del reinado de Felipe II, aunque entre 1588 y 1589 el precio medio de la fanega saltó de 14 a 22 reales. Una Castilla muy gravada fiscalmente daba crecientes muestras de agotamiento. Los malos años del tránsito de los siglos XVI al XVII, el tiempo del Quijote, empeoraron la situación. Los altos precios se consolidaron y entre 1607 y 1646 la fanega costó una media de 24 reales.
La crisis del Barroco manifestó su virulencia en 1652. La escasez, las cargas militares y la enfermedad elevaron la fanega de pontegí a 40 reales y a 29 la de rubión. La situación se calmó entre 1658 y 1664, en coincidencia con los primeros síntomas de recuperación demográfica en Requena, y la fanega de pontegí osciló de los 21 a los 29 reales y de 22 a 26 la de rubión respectivamente.
Los efectos deflacionistas de la reforma del vellón, que dejaron la fanega a 24 reales en 1682 y a 22 en 1686, se vieron contrarrestados por los malos años. En 1683 la fanega costó 28 reales, un nivel que se mantuvo en los primeros momentos del reinado de Felipe V. En 1703 el pontegí se cotizó a 28 reales la fanega y a 25 la de rubión.
Tras la ocupación austracista de Requena, el período de 1708-09 resultó ser uno de los más dramáticos de la Historia. Las exigencias fiscales, la perturbación de las comunicaciones, los pasos de las tropas, la actuación de los migueletes y las inclemencias meteorológicas dispararon los precios del grano en gran parte de la Península. En agosto de 1708 la fanega de pontegí costó en Requena 36 reales y en noviembre 42. Se alcanzaron en abril los 51 reales.
Poco a poco la gravedad de la situación cedió: los 37 reales de 1712 se convirtieron en 22 en 1727.Los cambios económicos de la Requena de 1730-47 estuvieron favorecidos por unos precios moderados, entre los 28 y los 32 reales, una situación que se quebró dramáticamente en 1748, cuando se alcanzaron los 41.
El aumento de población y la animación de las iniciativas roturadoras consolidaron los precios en la etapa de 1750-85 entre los 30 y los 48 reales de media.
La crisis del Antiguo Régimen puso a los requenenses ante un panorama catastrófico. En julio de 1802 el rubión alcanzó los 86 reales y los 96 en enero de 1803. Piénsese que en la Requena de 1810, en plena guerra de la Independencia, el precio permaneció alrededor de los 68 reales.
No tenemos datos de lo acontecido en el temible invierno de 1812, aunque entre 1817 y 1818 la fanega de pontegí se encontró entre los 72 y los 68 reales.
A partir de 1819 los precios comenzaron a bajar, al igual que sucedía en otros sectores de la economía europea, lo que no dejó de perjudicar a unos labradores agobiados de deudas y de impuestos. En la década de 1820 no rebasó los 48 reales la fanega.
Tras la primera guerra entre liberales y carlistas, el pósito de Requena quedó quebrantado y la población se encontró expuesta a las alteraciones de la cosecha de cereales. Las medidas proteccionistas y los intentos de mejora de las comunicaciones no dieron los frutos deseados. En 1847, en vísperas de una gran revolución continental, la fanega llegó a los 75 reales en Requena.
Estimaciones de consumo individual.
Precisamente para mayo de 1847 disponemos de una interesante estimación, que nos puede servir de guía. Cada uno de los 9.277 requenenses consumía una media diaria de 291 gramos. En otras palabras, cada jornada eran necesarias 60 fanegas.
Tal cantidad de pan aseguraría unas 844 calorías diarias, lejos de las 2.400 necesarias para el sustento diario de una persona según la FAO. El pan era muy necesario para engañar un hambre al acecho.
La pieza de pan se vendió con frecuencia en un formato que hoy en día llamaríamos familiar. En el ensayo de panadería del 27 de agosto de 1708 dos fanegas de rubión se convirtieron en 114 panes y 5 celemines de saladura a razón de 5 cuartos y medio de valor. Cada pan pesó más de 758 gramos, el alimento para dos personas y media.
Al ser Requena lugar de tránsito, las necesidades de aprovisionamiento resultaron más imperativas todavía. Así pues, se precisaron 200 fanegas mensuales para el panadeo en 1725.
Vendedores de grano y beneficiarios de simiente.
Los responsables del pósito tuvieron la prudencia de repartir sus compras de grano entre el mayor número posible de particulares del término o de los lugares más cercanos en los mejores momentos del año. La aplicación de la tasa les permitió a veces moderar el dispendio.
Sin embargo, pasaron en numerosas ocasiones por las horcas caudinas de los cosecheros más negociantes, con mayores cantidades de grano acumuladas que el resto del vecindario, que a veces se sentaron como regidores en el consistorio, donde aprobaron las tasas más favorables a sus intereses. Gracias a los diezmos, los eclesiásticos seculares se erigieron en valiosos vendedores de grano.
Este tamiz, pese al recurso puntual a las tercias reales, impidió que el pósito se convirtiera en un mecanismo de redistribución real de la riqueza agraria, de los cosecheros más opulentos a los labradores más necesitados, a veces colonos, jornaleros, semaneros o braceros de aquéllos.
Los costes del suministro a los panaderos.
En numerosas ocasiones los panaderos se quejaron del deber de aprovisionarse del pósito con harina de calidad deficiente y cara, aunque el esfuerzo de aquél no fue menos cierto. Los beneficios de la venta de harina a los panaderos se convertieron en pérdidas bajo las peores circunstancias, siempre que se pretendiera un pan asequible que evitara al tumulto.
En 1748-49 se suministró a los panaderos unas 3.235 fanegas valoradas en 122.595 reales. La cuarta parte del grano se obtuvo del reparto de trigo entre 75 particulares de la villa (divididos en cinco escuadras), 176 del arrabal (en cuatro escuadras), 27 de las Peñas, 40 de la Vega (en tres escuadras) y 35 de los caseríos.
En febrero de 1818 el pontegí se les suministró con una pérdida del 1´5%, el rubión del 3% y las variedades de jeja también alrededor del 3%. Estos sacrificios resultaron igualmente imperativos tras las últimas cuentas de la institución en 1837 al carecer los panaderos de la harina necesaria, de tal manera que en julio de 1847 el trigo de primera calidad adquirido por el municipio a 75 reales se vendió a los panaderos por 64, con una pérdida del 14´6%. El de segunda la tuvo del 18´6 y el de tercera del 3´3%.
Para evitar el alza del pan por la especulación se facultó a unos cuantos individuos el ejercicio de la panadería. En el horrendo 1802, bajo la supervisión del mayordomía, sólo podían amasar pan en la villa cuatro autorizados, en el arrabal seis y tres en las Peñas.
Los beneficios contables.
Ya hemos visto que los beneficios del pósito fueron más allá de la contabilidad diaria, aunque a veces se consiguieran con el suministro a panaderos y otros particulares.
En 1721-30 por una fanega que costaba casi 16 reales se ingresaron 22 y medio, con un margen de beneficio del 30%, y en 1731-40 por una de 39 y medio se lograron 47, reduciéndose el margen al 16%.
Entre los tiempos de vacas magras y vacas menos magras se movió la existencia del pósito, cuya Historia entre 1521 y 1837 relataremos en próximas entregas, ya conocido nuestro protagonista.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Correspondencia de la Junta del Pósito de 1778 a 1780, nº. 3551/13.
Correspondencia del Pósito de 1789, nº. 3553/8.
Cuentas de propios y del pósito de 1531, nº. 6147.
Libro de cuentas del pósito de 1570 a 1593, nº. 3550.
Libro de cuentas del pósito de 1643-44, nº. 2358/2.
Libro de cuentas del pósito de 1644 a 1679, nº. 3550.
Libro de cuentas del pósito de 1680 a 1725, nº. 3551.
Libro de cuentas del pósito de 1726 a 1735, nº. 3549.
Libro de cuentas del pósito de 1735 a 1748, nº. 3552.
Libro de cuentas del pósito de 1785, nº. 3555.
Libro de cuentas del pósito de 1802 a 1805, nº. 3559.
Libro de cuentas del pósito de 1806 a 1807, nº. 3554.
Libro de cuentas del pósito de 1814 a 1816, nº. 3556.
Libro de cuentas del pósito de 1817 a 1830, nº. 3557.
Libro de cuentas del pósito de 1831 a 1841, nº. 3506.
Provisiones reales, nº. 11428, 11429, 11430, 11431, 11432 y 11433.
