Los primeros pasos del pósito.
No disponemos de la fecha exacta de la fundación del pósito, aunque en 1268 el rey Alfonso X aprobara junto a las pesas y medidas derechas en casa de los vecinos el real peso mayor, empleado en el mercado y en la recaudación tributaria. Aquí se pesarían, por ende, las fanegas de grano comercializadas.
La institución de los pósitos se ha venido relacionando con la gran crisis bajomedieval, marcada por la cabalgada de los Cuatro Jinetes, aunque en 1307 las autoridades de la ciudad de Valencia ya regularon los espacios y condiciones del almudín.
En otras localidades hispánicas el espíritu de protección del abastecimiento vecinal precedió a la institución en sí. En Toledo se acostumbró a vender grano en los soportales de los mesones del trigo que daban a la plaza del Zocodóver y a partir de 1452 se ordenó que se vendiera en la Calahorra.
El caso de Cuenca puede ser de utilidad para nosotros. En 1421, en medio de una fuerte carestía, comisionó a varios compradores de trigo. Más tarde se ubicaría el tráfico frumentario en la plaza del pan, que era de los bienes municipales de propios. Los conquenses intentaron responder al acaparamiento de grano por la Orden de Santiago y a las exigencias fiscales del rey poniendo en pie lo que acabaría siendo el pósito a través de una serie de medidas más o menos puntuales.
Desde finales del siglo XIV los requenenses cargaron con imposiciones muy severas, que determinaron varios adehesamientos, además de padecer como otros castellanos las malas cosechas. Es muy posible que en estos años se gestara la idea de su pósito.
En las Cortes de Toledo de 1480 se animó a que tales instituciones se establecieran a lo largo del extenso territorio castellano. En 1494 se creó el de Jaén y en 1497 el de Marbella, en las conquistadas tierras granadinas, ya daba sus primeros pasos. La regencia de Cisneros los fomentó.
En las ordenanzas municipales de Requena de 1506 se refiere la presencia, junto al mayordomo de propios y rentas, de un vecino encargado del peso de la harina, cuya remuneración podía llegar a los 4.500 maravedíes anuales, muy superior a los 2.000 del mayordomo. Cada mes de diciembre el justicia, los regidores y los diputados escogerían un hombre de probada honradez para encargarse del peso durante un año.
Es muy probable que un primigenio pósito ya funcionara por aquel entonces, pese a que nada nos dicen las citadas ordenanzas de su mayordomo o depositario. En la pragmática de 1584 el pesador se subordinaría al mayordomo del pósito, por lo que parece probable que fuera el mayordomo de los propios el que se encargara de su gestión al comienzo. En el siglo XVI la organización ganó en complejidad.
El sentido de la época de 1514 a 1750, la era de las dehesas.
En 1742 los regidores de Requena caracterizaron los doscientos años anteriores de quieta y pacífica posesión del uso, goce y aprovechamiento de sus montes, pastos y dehesas. Sus aseveraciones estaban cargadas de razón.
Si en 1402 se pormenorizaron los espacios ganaderos del término y se confirmaron en 1486, se acrecentaron desde 1514 hasta 1546. El municipio se encontró bajo Carlos I endeudado y acosado por el pago del servicio y de los dispendios derivados de pleitos tan vidriosos como el de Mira. Las licencias de tala de árboles se encaminaron a obtener fondos, pero a la larga fueron los arrendamientos de las hierbas de las dehesas los que salvaron la situación de la hacienda local.
Los ganados no sólo aportaron dinero, muy de agradecer de cara a la concertación de préstamos, sino también provechos para la agricultura en forma de abonos y para el abastecimiento de carne y de otros productos a los vecinos. Sintomáticamente el arrendamiento de la hierba de las viñas se destinó a cubrir las pérdidas del pósito, que a veces avaló la adquisición de pies de morera. Hacia 1572 la agricultura y la ganadería convivían en Requena sin graves dificultades, pero a partir de este momento las crecientes exigencias fiscales de la Monarquía llevaron a forzar el recurso a las dehesas.
A mediados del siglo XVII sus arrendamientos no consiguieron saciar las peticiones del rey y los requenenses no tuvieron más remedio que recurrir a la fiscalidad indirecta de las sisas, que gravaron productos como el vino. A fines del Seiscientos la economía requenense estaba en proceso de diversificación, como se evidenciaría con el fortalecimiento de la sedería.
En 1740 el crecimiento de la población y de las actividades secundarias animó la expansión de la labranza a costa de las dehesas, ya no tan lucrativas como antaño. Un nuevo tiempo histórico se avecinaba en Requena.
En esta época de fuerte predominio de las dehesas el pósito cargó con el peso de alimentar a aquellos que carecían de pan, de abastecer a los que no tuvieron la simiente necesaria y de colaborar a veces al sustento de los ganaderos de paso. Ayudó, pues, a mantener el sistema durante muchas décadas.
La gravedad de la guerra de las Comunidades.
El descontento que se venía incubando en Castilla a la muerte de Isabel la Católica estalló en los primeros momentos del reinado de su nieto Carlos. En Requena los comuneros también tuvieron significados seguidores.
En el curso del conflicto varios magnates abandonaron la causa de las Comunidades, favorable a imponer la ley del reino al rey, y se pasaron al bando contrario. Tal fue el caso del marqués de Vélez, el gran señor murciano que terminó combatiendo con denuedo a los agermanats del Sur del reino de Valencia, deseosos de impulsar reformas en la gestión y el gobierno de los municipios. En su marcha hacia la capital valenciana, al frente de un nutrido ejército, emprendió la ruta del interior y unió sus fuerzas a las del marqués de Moya.
Las tropas reales de los marqueses llegaron a Requena, en un tiempo de declive de los comuneros, y tomaron con violencia 4.000 fanegas de trigo y 1.000 de cebada, entre otros bastimentos. Tales cantidades dejaron exhausto el pósito en un tiempo crítico, en el que muchos guardaron y acapararon grano. Carlos I tuvo que amenazar en noviembre de 1521 a las autoridades municipales de las localidades del obispado de Cuenca para que permitieran la venta de grano a los requenenses.
De la gravedad del quebranto del pósito da idea que en fecha tan tardía como la de 1587 aún se refiriera el pago de 1.000 reales o unos 85 ducados con destino a la cámara del pósito desde tiempos de las Comunidades.
La protección de la villa y jurisdicción de Requena del hambre.
La escasez golpeó Requena, además de otras tierras peninsulares, en 1529-30, en 1545-47 y entre agosto de 1557 y octubre de 1558 se adoptaron medidas de protección ante la epidemia de peste que castigaba Valencia, que incidieron en el abastecimiento frumentario.
El municipio puso especial énfasis durante la primera mitad del siglo XVI en la supervisión de los molineros y de los panaderos, algo que no se logró siempre a satisfacción de los intereses del pósito, interesado en ofrecer grano de buena calidad y de compensar pérdidas de dinero tras compras cuantiosas. El 29 de septiembre de 1545 se censuró a los molineros por llevar al peso de la harina panizo, centeno y cebada, y el 29 de octubre del mismo año se obligó a mesurar el pan en la medida de la villa.
Durante este tiempo se confió en la iniciativa de avispados hombres de negocios, duchos en la gestión de los tributos regios, como Diego de la Ribera en 1545, que arrendó junto a la sisa del pago del servicio la potestad municipal de la panadería, lo que le facultaba para autorizar a doce panaderos, convertidos en quince (cinco en la villa y en el arrabal diez) en 1558. También se dedicó al tráfico de granos, ya que en 1546 compró 200 fanegas en nombre del concejo.
La gravedad del endeudamiento municipal anuló muchos de los efectos positivos de tales prevenciones y acuerdos de gestión. El 18 de agosto de 1546 Hernando de Aguilar expuso sin rodeos cómo los bienes de propios se encontraban muy cargados de deudas. Se pidió licencia al rey para concertar un censo de 2.000 ducados al 5% para redimir uno de 1.000 al 7%.
En tal estado el pósito yacía inerme ante las malas cosechas, que vaciaban sus reservas de grano y dinero. Entre julio y diciembre de 1546 se echaron mano de todos los expedientes habituales: la cala y cata de pan en busca de las reservas vecinales ocultas, la prohibición de vender trigo local al reino de Valencia y reclamar del monarca el grano de las tercias reales.
Los malos años no lo eran precisamente para todos aquellos que hubieran acumulado granos en los buenos tiempos, aun a riesgo de perderlos por deterioro. El panizo más barato competía ventajosamente con el trigo. Las autoridades se mostraban entonces incapaces de atajar la especulación y el pósito se enfrentaba a la amenaza de quiebra. A mediados de abril de 1547 se había hecho el esfuerzo de comprar a través de Jaime de Espejo unas 1.400 fanegas, pero no se pudieron despachar si no era fiándolas. La expansión agraria y comercial de las décadas centrales del siglo XVI resultaría de gran ayuda para el pósito en particular y el abastecimiento triguero en general.
La expansión agraria.
De aquellos años disponemos de testimonios de cómo la extensión de la labranza ganó fuerza en Requena. En 1545 se habían cultivado las majadas de la Serratilla, en 1547 los servidores del vicario de Iniesta cortaron pinos y roturaron en la fuente del Olivo sin permiso, en 1558 se regularon los horarios de los peones y jornaleros que laboraban en la viñas, en 1559 inquietó nuevamente sobremanera el cultivo de las majadas y de los abrevaderos, y en 1577 varias personas de Mira irrumpieron con bueyes y mulas en la dehesa de Fuencaliente.
Los beneficios del crecimiento agrario no se repartieron igualmente. Sólo unos 21 particulares, apenas el 4% de todo el vecindario, acumuló más de la mitad del excedente frumentario en 1548.

El tránsito de trigo.
En las Cortes de Toledo de 1480 se estableció que se guardaran las condiciones de las cosas vedadas entre Castilla y Aragón. Los requenenses, como vecinos de pueblo de casas de aduana, tenían derecho a pagar sólo 2 maravedíes por cada cahíz valenciano, aunque tuvieron que pleitear en 1526 para que no se les impusiera el pago de 18 maravedíes. También gozaban de la licencia de saca del pan de la mar, por el que los forasteros satisfacían la tarifa de un tercio de maravedí por fanega.
A estos derechos fiscales de abastecimiento se añadieron otros de comercialización. El 10 de febrero de 1544 Carlos I autorizó la saca de pan hacia Valencia y Aragón satisfaciendo el diezmo. De gran utilidad en los malos años fueron tales concesiones, pues la carestía obligó en la primavera de 1547 a comprar en Aragón la importante cantidad de 1.400 fanegas.
A mediados del siglo XVI la circulación legal e ilegal de granos a través de las tierras requenenses era muy importante. En varios domicilios se acumuló en mayo de 1548 trigo, aprovechando la carestía, para venderlo en el reino valenciano. En la ciudad de Valencia llegaron a entrar en 1558 partidas de unos 200 cahíces o 600 fanegas procedentes del contrabando auspiciado por el corregidor de Requena y el virrey de Valencia.
No en vano el 10 de enero de 1559 los regidores ensalzaron la villa como el puerto más principal de los puertos secos por sus rentas y calidad. En 1569 el recaudador mayor de los puertos secos Gonzalo Patiño intercedió para exportar trigo castellano a la Corona de Aragón, resaltando precisamente la importancia de Requena. En 1576 se pidió un mercado franco. Las ventajas comerciales favorecían un círculo virtuoso. Los posesores de granos, como los beneficiarios de diezmos, acudían a vender al mercado, lo que engrosaba la recaudación de las alcabalas y otras imposiciones. Los recaudadores, muchos de ellos hombres de negocios, disponían de dinero susceptible de invertir en juros o préstamos a particulares, municipios y al rey. Cuando la corona incumpla sus compromisos financieros en forma de bancarrota y suba los impuestos yugulará la economía castellana e impondrá unas penosas condiciones a los pósitos.
Una institución consolidada y reorganizada.
La bancarrota de la Monarquía de 1575 no se transmitió a los pósitos castellanos, pues en aquella época todavía no se les obligó a consignar parte de sus fondos en, como diríamos hoy, obligaciones del Estado. En la década de 1570 la hacienda de propios requenense vivió un buen momento y el pósito ingresó cantidades que fueron de los 26.675 reales en 1570 a los 29.290 en 1573.
Para evitar los fraudes y evitar pérdidas el contador municipal verificaba las cuentas del mayordomo o depositario de la cámara y pósito, al que se le podía exigir cargo o el dinero pendiente. En 1583 se le reclamaron al depositario Francisco Preciado 1.531.707 maravedíes o 47.866 reales.
Las autoridades reales, muy conscientes de la necesidad de los pósitos en el mantenimiento del orden público y de la capacidad tributaria de los vecinos, alentaron una administración más responsable, al menos sobre el papel.
En la pragmática de 1584 se estableció una junta municipal compuesta por el corregidor, el regidor diputado y el depositario. A su servicio se encontraban el escribano, el medidor y el pesador. Estos dos últimos oficios se escogían en Requena hacia el 12 de octubre. La junta tuvo que cuidar de la gestión de los fondos de dinero y de las reservas de cereal, de su provisión y adquisición en virtud de las circunstancias. Instaba ante la justicia la ejecución de los bienes de los deudores y presentaba cuentas.
Aunque el depositario o mayordomo fue la pieza fundamental en el día a día, la supervisión del corregidor (máximo representante de la autoridad real en el municipio) no resultó menos importante, como se desprende del estudio de los juicios de residencia, en el que se le requirió buena ejecutoria en las cuestiones relacionadas con el pósito. Al fin y al cabo era el monarca el que en última instancia autorizaba los préstamos de grano a los labradores y la salida de dinero, pues se trataba de sus bienes de realengo.
La llegada de los difíciles tiempos del Barroco.
Hacia 1629 Requena contaba unos mil vecinos y en 1637 se describía como una tierra montuosa donde abundaban los lobos, los zorros y otros animales dañinos para el ganado. El pesimismo impregnaba el horizonte de las gentes del siglo XVII, la Edad de Hierro del Barroco.
Los problemas ya habían comenzado a finales de la centuria anterior, cuando a las crecientes exigencias fiscales de la Monarquía se sumó una sucesión de malos años, que mermaron la capacidad de resistencia de los campesinos más modestos. En estas penosas circunstancias el pósito intervino. En 1587 empleó la suma de 105.240 reales para atender a las necesidades, pero faltaron 35.448 reales en 1591. De hecho en el año agrario de 1589-90 se tuvo que comprar grano en las castellanas La Motilla, Olivares y Villa de Cervera de don Alonso Álvarez de Toledo, y en la valenciana Siete Aguas.
La imposición de los ocho millones de 1591 no contempló sisas sobre el grano en Requena. La situación de muchos cultivadores y consumidores lo desaconsejó vivamente en esta sucesión de malas cosechas. El 25 de septiembre de 1600 los labradores necesitaron simiente y se tuvo que tocar la renta de las tercias reales destinada al colegio de San Bartolomé de Salamanca. A la altura del 12 de octubre la escasez de la cosecha resultó más que evidente.
Varios autores han explicado esta trágica situación por un clima más frío y con episodios de riesgo como las sequías más abundantes, el clima de la llamada Pequeña Edad de Hielo que fue de finales del XVI a la primera mitad del XIX con considerables matices. Los rigores climáticos se abatieron sobre una sociedad con problemas de organización muy serios.
Los pleitos ante las autoridades e instituciones reales, como la Chancillería de Granada, ahorraron banderías y sangre, pero reclamaron su considerable tributo en dinero. Desde 1587 Requena pleiteó contra la exigencia de pagar en el puerto seco el trigo que compraba en Aragón y en Valencia, lo que encarecía las adquisiciones del pósito. La franquicia lograda el 14 de enero de 1601 no sirvió de mucho y el 25 de octubre se tuvo que invocar la protección del administrador del arrendamiento de los puertos, don Alonso de Rojas, para que lo presentara al venal duque de Lerma con el incentivo de 300 ducados.
En estas circunstancias las deudas impusieron su imperio. En abril de 1605 se tomaron a censo sobre el pósito 5.000 ducados, un préstamo que a la altura de 1620 no se había cancelado. Su ejecución lo hubiera quebrado, máxime cuando el 1 de octubre de 1620 se tuvo que repartir la tercera parte de sus existencias ante la mala cosecha. Las cosas tampoco mejoraron en los años siguientes.
En 1637 se repartieron 6.000 reales del pósito por problemas de escarda de los labradores. En abril de 1638 la sequía los castigó con dureza y el 28 noviembre del mismo año no pudieron sembrar, requiriéndose el desembolso de 5.000 reales en su ayuda. La sequía volvió a golpear en abril de 1640. En febrero de 1642 la ciudad de Valencia apremió el retorno de 150 cahíces (la mitad de trigo pontegí y la otra mitad de rubión) prestados el pasado año. A partir de esta época ya disponemos de cifras más regulares de los ingresos y los gastos del pósito en grano y en dinero. Las del período que va de 1643 a 1646 acreditan el esfuerzo realizado:
Fanegas Reales
Entrada Salida Entrada Salida
1643-44 1.698 1.647 56.266 48.384
1645-46 2.531 2.238 60.744 53.712
La esterilidad de frutos, pese a todo, resultó muy cruda en las aldeas en el invierno de 1646-47.
Tirones de orejas a los poderosos.
La relación entre el rey, y sus representantes, y los poderosos locales mezcló la cooperación y la desconfianza. La monarquía tuvo serias dudas acerca de la capacidad de los prohombres requenenses en más de una ocasión, especialmente en lo tocante al suministro de pan, pero no tuvo más remedio que terminar apoyándose en ellos, pues eran la fuerza dominante en un territorio alejado de la corte. De vez en cuando acostumbró a llamarlos al orden para demostrar quién era el que verdaderamente mandaba.
El 31 de marzo de 1621 pasó a mejor vida el indolente Felipe III y su no menos indolente hijo, Felipe IV, comenzó su largo y desafortunado reinado, pero de la mano de hombres distintos al duque de Lerma y su hijo el duque de Uceda. El círculo del que emergería con vigor la enérgica figura del conde-duque de Olivares se mostraba dispuesta a reformar las Españas y a restituir a la Monarquía la gloria militar de los días de Felipe II.
En mayo de 1621 el alférez mayor don Miguel Zapata y los regidores don Pedro Ferrer y don Juan Pedrón de la Cárcel fueron condenados por el corregidor, con sede en Chinchilla, don Fernando Ruiz de Alarcón por varios cargos, tales como la extracción de 1.000 ducados del pósito (ordenada por el rey en 1604 según aquéllos), la concesión a los labradores de trigo sin licencia real y el cobro de cantidades indebidas entre 1606 y 1611. En esta lucha contra la corrupción pasada también vemos la intencionalidad de castigar al círculo del duque de Lerma, el que se vistió de colorado (de cardenal) para no morir ahorcado según el popular dicho.
En enero de 1634, con el de Olivares todavía al frente, se sancionó a los almotacenes Francisco Ferrer, Martín de Alisén, Marcos Gracia y Juan de la Cárcel por no acudir al repeso en la panadería.
El ambicioso Olivares cayó en 1643, con Cataluña y Portugal alzados en armas, y la Monarquía sobrevivió en los años siguientes al torbellino de guerras con una amalgama de exigencias fiscales y permisividad frente a los poderosos. En febrero de 1661 el corregidor procedió sin empacho contra José Martínez Barea por acusar de fraude en el peso y la medida del pan y del aceite al regidor don Pedro Ramírez.
El verdadero San Roque de Requena.
Otro de los males con el que se tuvieron que encarar las atribuladas gentes del siglo XVII fue el de la peste, que se propagó en una Europa castigada por la desigualdad, la pobreza, el hambre y la guerra. Entre 1649 y 1650 una persistente y renombrada epidemia de peste asolaba en su ápice el territorio que iba de Gibraleón a Tarragona con gran severidad.
Requena, como tantas otras localidades del Este peninsular, podía haber quedado literalmente arrasada. El número de defunciones registrado en la parroquia del Salvador pasó de todos modos de las 118 de 1646 a las 59 y 38 de 1649 y 1650 respectivamente, lo que no se hubiera conseguido sin la inestimable aportación en cereal y dinero del pósito, como se desprende de la evolución de sus cifras entre 1647 y 1657:
Fanegas Reales
Entrada Salida Entrada Salida
1647-48 344 329 39.069 19.646
1649-50 1.537 1.534 58.933 53.577
1651-52 3.302 3.302 116.705 116.705
1655-56 1.791 1.791 66.194 66.439
1656-57 1.085 1.086 45.833 45.837
Precisamente en 1651-52 se tuvieron que comprar el 77´5% de las fanegas ofertadas y el 69´5% en 1655-56, un porcentaje que bajó al 13´5 en el ejercicio siguiente.
Requena escapó del temido brote pestífero en 1649-50 y las gentes lo atribuyeron a la providencial intercesión de San Roque, especialmente efectivo frente a la epidemia. Se le dedicaron actos de agradecimiento, pero con la perspectiva que da el tiempo bien podemos sostener que el verdadero San Roque que evitó lo peor fue el pósito dispensador de ayuda.
El fiador de la hacienda municipal.
En una época de adversidades muchos creyeron que el pósito podía obrar milagro, ya que según el Consejo de Castilla debía socorrer mujeres e hijos soldados con limosnas el 16 de septiembre de 1640. Su falta de liquidez condujo a que al final el municipio impusiera un nuevo gravamen sobre la carne.
Para satisfacer el donativo de 500 ducados se adehesó el 6 de marzo de 1654 la hoya de la Carrasca, pero como el arrendamiento no rindió lo esperado se contrajo el 9 de noviembre un préstamo al 8% del mismo pósito.
El 23 de septiembre de 1657 no hubo inconveniente en repartir cebada para el abastecimiento de 500 caballos de los ejércitos del rey, cuando desde el pasado enero los panaderos solo podían retirar 250 fanegas del pósito al mes y desde el 26 de agosto debían de abastecerse a razón de 48 fanegas semanales.
Con gran esfuerzo se logró que a 14 de abril de 1658 se dispusiera de una reserva de 1.500 fanegas de trigo, pudiéndose conceder unas 500 a los labradores, un esfuerzo que la Monarquía valoraría como una oportunidad más de arrancar fondos.
En 1674 se destinó parte de sus fondos al alzado de la cerca contra la peste que asolaba Cartagena. Además, en 1679 el pósito costeó el acuartelamiento de la caballería del capitán Diego Gómez Dávila, lo que motivó el aumento de las creces, que ya no se exigieron en trigo como de costumbre. El desdichado depositario Francisco Mislata pagaría los platos rotos. En 1684 el corregidor procedió contra él por las deudas y en 1689 se le quiso embargar su bodega con sus cubos y cubas, pero al haberla arrendado a los carmelitas se procedió contra sus viñas de la Picazuela.
La compleja salida del crítico siglo XVII.
En el último tercio del XVII comenzaron a apreciarse signos de recuperación demográfica en Requena y muestras de diversificación de su economía, en un momento en el que las dehesas ya no rindieron las mismas sumas de dinero al erario municipal. Bajo el fantasmal Carlos II algunos de sus secretarios y consejeros tomaron medidas para sanear la moneda castellana y alentar el comercio español. Sin embargo, la presión militar de la Francia de Luis XIV y los malos años agrícolas conocidos como la década trágica de Castilla (1677-87) añadieron contradicción a estos complejos tiempos.
El 15 de julio de 1660 la cosecha no resultó tan abundante como se esperaba y los más acomodados retiraron sus reservas para arrancar los mayores beneficios. Se hicieron diligencias para traer trigo de Andalucía. Los poderosos, como hemos visto, impusieron con frecuencia su criterio en materia de abastecimiento. Entre los principales vendedores de grano también estuvieron el arcipreste de Requena Juan Ramírez del Espejo y el presbítero Julián Ruiz en 1680, beneficiarios de las valiosas rentas eclesiásticas.
De 1668 a 1689 el pósito se mantuvo vigilante. Cubrió en el ejercicio de 1688-89 casi la tercera parte de las necesidades de pan de los requenenses. La tendencia de sus entregas en grano y en dinero fue con matices a la baja, signo de una situación menos grave, pero no faltaron años terribles como el de 1682-83, que no constan en nuestras series:
Fanegas Reales
Entrada Salida Entrada Salida
1668-69 3.644 3.644 216.367 237.027
1679-80 1.955 1.955 137.731 138.587
1680-81 1.796 1.796 80.087 86.167
1681-82 1.809 1.828 52.289 49.687
1688-89 2.762 2.762 64.188 64.568
Precisamente en 1683 la falta de agua y dos fuertes pedriscos arruinaron la cosecha y malograron el pago de las pensiones de los censos. Pese a todo, se tomaron 300 ducados del pósito para alzar la cerca contra la enfermedad que afectaba Cartagena, según vimos.
El 3 de noviembre de 1686 sus reservas alcanzaron las 1.100 fanegas, reservándose 100 para Villargordo. Los labradores recibieron 300 fanegas del pósito en marzo de 1688 y 200 en noviembre del mismo año. Un particular como Francisco de Alpuente logró el socorro de 700 reales. Tales prevenciones por desgracia carecieron de la efectividad deseada y en julio de 1689 sólo se cosecharon 300 de las 1.000 fanegas esperadas, de mala calidad además. En octubre del 89 sólo se pudieron ofertar 300 fanegas a los labradores. La carencia de moneda, derivada de la reforma del vellón entre 1680 y 1686, y el contrabando de grano hacia Valencia empeoraron la situación. En agosto de 1690 los angustiados gestores del pósito reclamaron los débitos de los propios y arbitrios.
El voluntarioso pósito dijo adiós al XVII con esfuerzo. Sin embargo, una adversidad muy grave estaba por venir, la de la guerra.
La dura prueba de la guerra de Sucesión.
La disputa entre Felipe de Borbón y Carlos de Austria por la corona española, una verdadera contienda mundial, encendió la guerra en la Península. A la caída de la ciudad de Valencia en manos austracistas, Requena se convirtió en una valiosa plaza de armas borbónica, donde se dieron cita tropas en activo y soldados heridos. Su afluencia ocasionó los inevitables problemas de abastecimiento y en marzo de 1716 los panaderos debieron de proveerse del pósito y don Martín Ruiz fue enviado a comprar grano a otros lugares.
La ocupación austracista, narrada con gran interés por Domínguez de la Coba, fue seguida de un tiempo difícil, en el que los requenenses participaron en el esfuerzo de guerra a favor de Felipe V. Para rehacer las existencias del maltrecho pósito se concedió a Domínguez de la Coba el 22 de octubre de 1707 la administración del arrendamiento por diez años de mil fanegas de tierra realenga, que no prosperó como se deseaba por la extensión de terrazgo ya quemado o rozado.
En 1708 y 1709 la situación fue francamente angustiosa en gran parte de la Península. En noviembre de 1708 el pan de dos libras se vendió en Requena a 24 maravedíes y en diciembre de 1709 a 28 maravedíes a los vecinos y a 36 a los forasteros. La fanega de trigo alcanzó un máximo histórico de 51 reales en abril de 1709 y de 45 y medio la de centeno en diciembre del mismo año.
Se consiguió grano con grandes dificultades en la Tierra de Moya y en Aragón. Al obispo de Cuenca Miguel del Olmo se le solicitó de sus reservas. Los dispendios de transporte, además, encarecieron las fanegas logradas con tanto esfuerzo. Para colmo de males los requerimientos militares no cedieron cuando los borbónicos porfiaron en tomar Tortosa. El comandante de la ciudad y del reino de Valencia ordenó hacer un almacen de pan en la villa para sus necesidades. Sus exigencias de bagajes con granos alcanzaron Almansa, Moya y Jorquera en el invierno de 1710, mientras las andanzas de los miqueletes obligaron a los requenenses a la custodia de las caballerías y a participar en las batidas por tierras de Sot de Chera.
A la altura de diciembre de 1711 se hizo demasiado visible el quebranto del pósito, mientras las siembras de los vecinos al margen del arrendamiento oficial proseguían en el área de la Serratilla. La prosecución de la guerra ponía en riesgo la seguridad de los caminos y encarecía el grano. Así pues, se toleró la venta libre de pan a razón de 20 maravedíes por cada pieza de dos libras.
Entre abril de 1713 y julio de 1714 la fanega descendió de 35 a 26 reales. Iban quedando atrás los durísimos años de la guerra de Sucesión, que habían ocasionado que el corregidor José de Valdenebro resignara su oficio en diciembre de 1713 ante las preocupaciones ocasionadas por la gestión del pósito.
Años de cierto respiro.
Reconstituir la vitalidad del pósito era una necesidad perentoria y en noviembre de 1722 el corregidor se dirigió a los más acaudalados para rehacerlo. Además, el 11 de enero de 1723 se le entregaron 3.150 reales a Francisco Cros para adquirir grano en Aragón. En 1724 ya se notaron los primeros resultados, como se ve en estos datos:
Fanegas Reales
1721-22 1.193 1.143 2.565 2.469
1722-23 455 455 27.795 16.557
1723-24 1.134 957 7.613 4.530
La situación se estabilizó entre 1724 y 1727, coincidiendo con un tiempo de preocupación por mejorar la gestión municipal y de intentar pagar con mayor fluidez las contribuciones reales. El dispendio se estabilizó:
Fanegas Reales
1724-25 1.072 1.072 45.697 42.877
1725-26 1.219 1.219 10.861 9.138
1726-27 1.128 1.109 14.030 8.615
En 1725 faltaron 300 fanegas para el panadeo y se buscaron en el Grao de Valencia, gran centro del tráfico de granos. La estabilización mejoró las reservas de cereal y especialmente de dinero del pósito entre 1727 y 1736, como se comprueba en las cifras correspondientes. Los labradores pudieron retornar con mayor facilidad las creces, se les tuvo que socorrer menos y hubo fondos para adquirir trigo manchego y aragonés en el difícil otoño de 1732. En estas condiciones la sedería despegó. Se propuso fomentar en la Vega el plantío de la morera y muchos peones abandonaron jornadas de labranza para convertirse en tejedores, lo que los regidores atribuyeron a las exenciones de quintas militares.
1727-28 1.025 978 29.420 23.354
1728-29 1.021 1.019 29.537 11.947
1729-30 572 571 30.962 14.646
1730-31 627 627 35.065 18.317
1733-34 1.095 1.095 42.918 15.362
1735-36 1.183 1.142 50.351 32.339
Requena se transformaba, lo que no dejaba de plantear otras cuestiones.
Crecimiento de la población y necesidades frumentarias.
Entre 1691 y 1752 la población de Requena experimentó un importante crecimiento, pasando de 1.026 a 1.684 vecinos, pese a ser cautelosos con las dimensiones de la primera. El pósito se vio impelido sobre todo a acumular grano, en especial aprovechando las buenas cosechas y las oportunidades de compra. Salvado el bache de 1736-37, la situación se mostró favorable hasta 1740:
Fanegas Reales
1736-37 947 947 53.051 77.320
1737-38 1.549 1.549 68.420 64.985
1738-39 956 956 45.341 31.661
1739-40 876 876 44.304 43.729
No se tuvo que ofrecer, por ende, tanta ayuda al vecindario como en otras ocasiones. La situación se fue tornando desfavorable a medida que nos adentramos en la década de 1740:
Fanegas Reales
1740-41 1.442 782 22.327 7.705
1741-42 864 864 37.000 29.605
1742-43 1.201 914 12.705 11.119
1743-44 1.459 1.459 12.395 13.626
1744-45 1.568 1.568 4.272 3.508
1745-46 1.458 1.458 7.963 8.804
1746-47 1.534 1.534 14.352 12.890
1747-48 1.354 1.354 26.218 58.169
Los ingresos procedentes del panadeo en el ejercicio de 1747-48 ascendieron a 24.744 reales, la mayor parte del dinero conseguido, mientras los gastos más que los duplicaron. Desde 1745 el pósito se mostraba incapaz de satisfacer las pensiones de sus censos por disponer de un caudal mayoritariamente en cereal. Los problemas se agravaron en 1747-48, cuando se tuvo que comprar grano en Aragón y Valencia. El pósito volvió a estar en el punto de mira de las autoridades reales.
La reforma legal del pósito y la pretensión de mejora.
La subida al trono de Fernando VI en 1746 vino acompañada de un intento de mejorar la gestión en diferentes municipios españoles, lo que se pensaba que serían los prolegómenos de una reforma más ambiciosa. El 2 de diciembre de 1747 el corregidor Francisco de Santiago y Losada emitió sentencia contra Francisco de Carcajona, Vicente Ferrer, Nicolás Ruiz, Martín Ruiz, Jerónimo de Nuévalos, Gregorio de Nuévalos, José de Nuévalos, Juan Enríquez, José Enríquez, Juan Ramírez, Juan Martín, Diego Lázaro Heredia, Pedro Montés Pérez, Ginés Herrero y Ginés Herrero Sánchez, que conformaban el núcleo de la oligarquía y el regimiento de Requena.
A prorrata debían de pagar la sanción de 2.000 maravedíes por seguir el estilo y la costumbre inmemorial de presentar las cuentas del pósito en papel común. Evidentemente la sanción tenía un carácter más moral que económico, el de llamar la atención a los servidores de la república en nombre del rey.
Se les reprochó que no justificaran las compras de trigo debidamente, que el caballero regidor encargado no interviniera junto al depositario y que no documentaran debidamente el abasto a los panaderos. A partir de entonces el comisario del pósito entraría en posesión de las tres llaves del arca de sus importes, el fiel llevaría la cuenta de las compras del trigo y del abasto a los panaderos con la intervención del corregidor, el comisario y el depositario o mayordomo, y su caudal no se debería de emplear de otro modo. Los infractores serían sancionados. Al menos así se pretendía con este nuevo tirón de orejas a los poderosos.
La insuficiencia de la reforma ante los embates del cambio.
La reforma, ciertamente superficial, no evitó que los problemas habituales continuaran. El 20 de febrero de 1748 los panaderos se quejaron de no disponer de suficiente trigo y se escribió al obispo Carvajal para acogerse a su benevolencia, mientras el mayordomo emprendió una investigación sobre el panadeo junto al comisario y al procurador síndico.
Para desgracia de los requenenses, el obispo excusó el 21 de marzo la petición aduciendo la subida generalizada del precio del trigo. El fruto de la nueva cosecha no supuso tampoco ningún alivio. El 24 de junio al Carmen no se le pudieron prestar 14 fanegas de trigo ante la carencia de grano en el pósito. Del 11 al 17 de julio se enviaron a los arrieros a comprar trigo en Minglanilla, Almodóvar, Huete, la serranía de Cuenca y el reino de Valencia.
En estas circunstancias hombres como José Montés probaron fortuna, al margen de las regulaciones del pósito. Divulgó que ofrecía 80.000 reales para lograr que el pan de dos libras se vendiera a 20 maravedíes o 5 cuartos. Las autoridades no se lo tomaron a bien y encarcelaron a su hijo. El 24 de julio una multitud se concentró en la plaza de la villa, a la puerta de la cárcel, reclamando el pan a tal precio y la liberación del reo. El tumulto no pasó a mayores y el 27 de julio el ayuntamiento en pleno presidido por el corregidor arrancó una confesión de temeridad a José Montés, cuando el descontento aún permanecía vivo. Los principales revoltosos huyeron y el 9 de agosto se dictó orden de captura contra el acequiero de la partida de Rozaleme José Collado.
En una época de transformación económica y social en Requena, el pósito no conseguía cumplir sus funciones y algunas iniciativas individuales trataron de suplirlo en la medida de lo posible. Sus ganancias iban en detrimento de las del monopolio del pósito. En consonancia, se actuó el 6 de agosto de 1748 contra 15 vendedores de pan que le hacían la competencia.
El 15 de marzo de 1750 se dio cuenta de una facultad real, encontrada en el archivo municipal, del 19 de noviembre de 1725 por la que se concedía por diez años la posibilidad de cultivar unas 500 fanegas del ardal de Campo Arcís para rehacer el alicaído pósito, que tenía que soportar deudas por valor de 22.000 reales y salir fiador de los 54.000 cargados sobre los propios. Los tiempos de la Requena de las dehesas tocaban a su fin, alcanzaban auge los de la sedería y se insinuaba en el horizonte los de la gran expansión agraria, mientras el pósito pugnaba por estar presente entre tantos cambios.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Cuenta de propios y del pósito de 1531, nº. 6147.
Libro de actas municipales de 1520 a 1535, nº. 2741.
Libro de actas municipales de 1535 a 1546, nº. 2896.
Libro de actas municipales de 1546 a 1559, nº. 2895.
Libro de actas municipales de 1587 a 1593, nº. 2898.
Libro de actas municipales de 1593 a 1600, nº. 2897.
Libro de actas municipales de 1600 a 1607, nº. 2894.
Libro de actas municipales de 1608 a 1615, nº. 3267.
Libro de actas municipales de 1621 a 1637, nº. 4732/4.
Libro de actas municipales de 1637 a 1647, nº. 3268.
Libro de actas municipales de 1648, nº. 1377/5.
Libro de actas municipales de 1650 a 1659, nº. 2740.
Libro de actas municipales de 1660 a 1669, nº. 3270.
Libro de actas municipales de 1686 a 1695, nº. 3269.
Libro de actas municipales de 1696 a 1705, nº. 3266.
Libro de actas municipales de 1706 a 1722, nº. 3265.
Libro de actas municipales de 1724 a 1730, nº. 3264.
Libro de actas municipales de 1731 a 1734, nº. 3263.
Libro de actas municipales de 1735 a 1742, nº. 3262.
Libro de actas municipales de 1743 a 1748, nº. 3261.
Libro de actas municipales de 1749 a 1753, nº. 3259.
Libro de cuentas del pósito de 1570 a 1593, nº. 3550.
Libro de cuentas del pósito de 1643 a 1644, nº. 2358/2.
Libro de cuentas del pósito de 1644 a 1679, nº. 3550.
Libro de cuentas del pósito de 1680 a 1725, nº. 3551.
Libro de cuentas del pósito de 1726 a 1735, nº. 3549.
Libro de cuentas del pósito de 1735 a 1748, nº. 3552.