Sé que estos momentos que estamos viviendo, funestos e inciertos, a la par que históricos, no son los mejores. Pasará, claro que pasará, y puede que se retome la normalidad de forma distinta, pero ya nos vamos haciendo a la idea de que pasará más tarde que temprano, que muchas cosas que tanto tiempo nos ha costado hacer se paralizarán y en el ambiente seguirá flotando la total certeza de que, aún siendo imprevisible, podía haber sido evitable y sin tan nefastas consecuencias.
La Organización Mundial de la Salud llevaba avisando desde el 30 de enero al gobierno español de los problemas del COVID-19, cuando este virus todavía era un virus ajeno a nuestras fronteras, cuando todavía era un “virus chino” que no entrañaba ninguna gravedad. De hecho, esta es la tercera mutación de un virus, tras haberse manifestado por primera vez en un humano en Países Bajos en 2003 y tras una epidemia que afectó a los países de Oriente Medio en 2012, así que tan de sorpresa no traía, solo que esta vez ya no era únicamente un síndrome agudo respiratorio severo – conocido en siglas inglesas por ‘SARS’ – sino que incorporaba desde un simple estornudo hasta este último síndrome. Partículas de este virus también han aparecido en las gripes estacionales, y de las que favorablemente nos hemos recuperado, que hemos tenido la gran mayoría. Algo que estaba controlado, quizás por extrema confianza, por incompetencia o por lo que sea, ha ido a más.
En un pequeño homenaje al recién desaparecido Alberto Uderzo, dibujante de Astérix e inseparable compañero del guionista René Goscinny, diríamos que toda España está parada… ¿Toda? ¡No! Hay sectores que – expuestos a los peligros de contagio y siempre al pie del cañón – están salvando la situación y siempre con arreglo a lo dispuesto en el estado de alarma y con la cuarentena, como los agricultores, los autónomos y trabajadores del sector primario en general.
Mi reconocimiento para los sanitarios, aquellos que están en una sanidad pública que en técnicas en insuficiente y que no cubre las necesidades básicas, y que además están jugándose todo, absolutamente todo, y sin mascarillas, sin más guantes que los usados para operaciones, sin medios que les ayuden a prevenir el virus… Y aún así, se levantan con la esperanza de ayudar y de salvar, sabiendo que por la cuarentena, estarán largo tiempo sin poder siquiera acercarse a sus familiares. También para la Unidad Militar de Emergencias, que habilitó un entero pabellón para que fuese de hospital, y para nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que procuran la seguridad. Todos ellos, cuando acabe todo esto, sea cuando acabe, tendrán su merecido reconocimiento.
Los agricultores también hemos tenido lo nuestro, especialmente el sector vitivinícola, que es el que tanto a mi familia como a numerosos comarcanos es el que importa y genera ganancias. Aún se ha podido ir a podar, a labrar o a atar cepas, pero poco más. El tiempo invernal era más benigno y equilibrado que años anteriores y se era muy optimista, pero todo esto pilló de improviso a todos, por mucha prevención que hubiese. Pero muchos han estado dando el callo para abastecer a la población en lo que fuese.
Y no me refiero únicamente a nosotros, los agricultores. Me refiero a los comercios comarcales, esos comercios clásicos, de toda la vida y de gran solera, que en esta cuarentena están proveyendo todo tipo de alimentos o materiales de primera necesidad como lejía, jabones o ropa.
Menciono – entre otros negocios – la “Panadería Santiago Pérez” de Requena, “Rafa Montés Distribuciones” de San Antonio y dirigida por Rafael Montés, “4Eco Requena” dedicada a fabricar y repartir lejía, jabones y perfumes a granel o “Huevos Monterde” donde mi buen amigo, D. Alejandro Monterde Martínez, está haciendo una encomiable labor para abastecer a los supermercados. Mención especial también para Emilio – conocido por quiénes le apreciamos y sabemos de su capacidad y buenas intenciones como “SuperEmilio” – cuyo local social en Hortunas, habilitado como bar, ha servido para dar comida caliente a los habitantes de la aldea.
¿Y qué decir de los bravos tractoristas? Tan denostado ha sido nuestro modo de trabajo para que a la hora de desinfectar, hayan sido los tractoristas los que han ido prestos y dispuestos a las zonas rurales y a donde no llegan los militares. Incluso han dado alimentos.
O los camioneros, que cruzan la frontera, que se han cruzado España de cabo a rabo, y que si no es por su esforzada labor, estaríamos desabastecidos. No duermen, madrugan bastante y sin embargo, ni pierden la pericia, ni las ganas de ayudar. Un ejemplo de la solidaridad entre conciudadanos, lo vemos con las gasolineras y los puestos de carretera que sirven comida, café y servicios gratis a los camioneros que allí paran a repostar.
Eso en lo que respecta a nuestra comarca, no tan ajena a lo que se vive en el resto de una España que está en vilo, porque en otras zonas, los trabajadores del sector primario han estado también bien dispuestos al abastecimiento. Un ejemplo, son los pescadores de la Safor, que por desgracia, no pueden ver su pescado comerciado, aún a pesar de que respeta la cadena de frío. Pero aún a pesar de esa incidencia, se ven los pequeños comercios y la iniciativa personal a pleno pulmón.
O todos aquellos ciudadanos que tejen mascarillas, mi abuela entre ellos. Tejidos de tela, de camisas usadas, de cualquier material servible para esto, aderezado con amor y solidaridad, constándome que muchos comarcanos también lo han hecho.
Tenemos sanitarios capaces, bien formados y bien voluntariosos que están dando todo lo que tienen y arriesgándose. Es demasiado dramático ver cómo gente mayor no puede acceder siquiera a una cama, debido a la falta de previsión y la carencia de materiales, lo que ha provocado que se habilitase el pabellón de Ifema. Las lágrimas de indignación de la gente que conozco al saber de esta noticia es algo que me va a marcar para la posteridad, porque no es únicamente indignación, es impotencia, desasosiego, dolor, desconcierto por que tú pudieras ser uno de esos ancianos que “dejan morir”.
¿Seguiremos jugando a ser dioses o nos daremos cuenta de la magnitud de nuestra huella tanto para lo bueno como para lo malo?
Resulta también que la Patria la hacemos los que trabajamos en el campo, la hacemos los autónomos, las hacen todos los ciudadanos con sus contribuciones por pequeñas que sean… Y que todo eso se hace con trabajo duro y esforzado, con buenas intenciones.
Todo mi ánimo para mis compañeros del gremio agrícola, para los que como yo son autónomos y tendrán que verse forzados a hacer ERTEs, también a todos aquellos que perdieron la posibilidad de tener momentos de respiro, a los del gremio fallero – como a los de tantas fiestas españolas – cuyas perdidas económicas por esto han sido enormes, a los sanitarios por su trabajo siempre tan poco reconocido, para los militares de la UME, para nuestros FCSE, para nuestros profesores que facilitan el aprendizaje a distancia, y por supuesto, para mis buenos amigos del 2002, a los que este año les corresponde hacer la Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad, y que esta situación anómala les ha pillado de sopetón, pero en ellos confío para que se lo saquen, por sus altas capacidades y su ímpetu.

Es en este último aspecto, donde yo también me he destacado por mi humilde contribución, pues me comprometí con unos amigos a hacerles un Manual de Historia Contemporánea de España, y ahí lo tienen, realizado con mis mejores intenciones, y que ocupa más de cien páginas.
Para que veamos precedentes en la Historia de España, hemos de acudir a los 337 días que nuestras tropas – estando entre ellas, nuestro paisano cojeño, D. Loreto Gallego García – resistieron en Baler o a los numerosos pueblos celtíberos, que si bien derrotados por los romanos, dieron su vida si era necesario para evitar una deshonrosa derrota. Finalmente, podremos encontrar otro Milagro, como el de Empel en 1585, cuando todo estaba dispuesto en una nuestra contra, o como el que tuvo el ‘medio-hombre’ Blas de Lezo en Cartagena de Indias en 1741. Y si quieren un precedente benigno, muy benigno, los cincuenta y nueve días que aguantó la ciudad zaragozana resistiendo contra el todopoderoso imperio napoleónico – la autoproclamada ‘Grande Armée’ – que suscitaba temor y respeto allá por donde fuese, y que acabo siendo expulsada. Más allá de la figura del héroe, el General José de Palafox, apareció ahí una pueblerina, una simple ama de casa, una persona como lo soy yo el que escribe o usted el que lee. Una persona sencilla y trabajadora. Ella era Agustina de Aragón. Como en su día lo fue Jimena Blázquez en Ávila, como en su día lo fue María Pita en La Coruña. Gente de a pie que vencieron al enemigo. Y esta vez el enemigo es invisible y peor, pero el Pueblo sigue teniendo la valentía de siempre. Y en eso confío. En eso confiamos.