Entre los requenenses que pasaron a Indias, no muy numerosos en comparación con los de otras localidades de la Corona de Castilla, sobresalió don Bartolomé Antonio José Ortiz de Carqueta. Este último apellido ha sido consignado por escrito con las variantes de Casqueta, Cazqueta e incluso Zuasteca. Era nieto de Bartolomé Ortiz de Cazqueta, hidalgo que en 1589 concurrió junto con otros de su condición social a la mitad de los oficios concejiles.
Mientras su hermano Juan permaneció en Requena, donde ejerció como alcalde de la hermandad por los caballeros hijosdalgo, él probó fortuna en tierras del Nuevo Mundo. Anduvo hasta la rica ciudad de la Puebla de los Ángeles de las Indias, que fuera fundada como punto de enlace entre la ciudad de México y la portuaria de Veracruz. Aquélla, a diferencia con otras localidades del imperio español como la propia Requena, vivió un momento de progreso durante buena parte del siglo XVII, habitualmente tan denostado por muchos autores. Desde 1601, como nos recuerda Gustavo Rafael Alfaro, sus regidores gestionaban sus alcabalas con gran provecho. La administración del azogue, tan valioso para la minería novohispana, también le deparó buenos beneficios, acrecentados con su comercio con el virreinato de Perú.
En este momento de esplendor barroco llegó nuestro hombre a Puebla. Como muchos peninsulares en Indias, contrajo un ventajoso matrimonio con una dama de la aristocracia local, ya conocida como criolla. La elegida fue Ana de Rivera Vasconcelos, que le dispensó una dote notable. En 1685 vino al mundo su primogénito José Antonio.
Asentado entre los poderosos de Puebla, con un ambiente concejil que recordaba al de su tierra natal, Bartolomé logró el hábito de la caballería de Santiago en 1687. Por aquel entonces la Monarquía, cargada de deudas y de enemigos, procedió a vender honores y oficios en Indias, como bien apuntó Antonio Domínguez Ortiz. Donó oportunamente al rey unos 6.000 pesos en 1690, lo que condujo a que recibiera el título nobiliario de marqués de Altamira de Puebla. Más tarde logró la alta distinción de alférez mayor de Puebla, que ejerció entre 1700 y 1715. Los favores recibidos de Carlos II no impidieron que acatara al monarca de la nueva dinastía Felipe V, al igual que la inmensa mayoría de los aristócratas indianos.
Sin embargo, la Edad de Oro de Puebla tocó a su fin en la década de 1690, cuando una adversa coyuntura agraria se abatió sobre su valle. Peor fue el conflicto que se desató entre los regidores y los comerciantes por la gestión municipal. La administración tributaria se puso bajo sospecha y otros factores adicionales inclinaron la balanza en contra de la prosperidad. Se prohibió el comercio con Perú para no perjudicar a los intereses metropolitanos, temerosos de la creciente iniciativa económica indiana. Las ferias de Jalapa se convirtieron en un importante rival de una ciudad acusada de despilfarrar en lujos innecesarios.
En aquel tiempo el exitoso don Bartolomé tuvo que enfrentarse a un duro competidor, el también peninsular don Pedro de Mendoza. A su muerte en 1715 dejó el marquesado y otros honores a su hijo José Antonio, que en 1716 renunció al de alférez mayor muy probablemente por razones económicas. El esplendor de su linaje como el de Puebla quedó en el tiempo pasado, en el de un joven hidalgo requenense que probó fortuna al otro lado del Atlántico.

Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS. Audiencia de México, 202, N. 37.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA. Libro de actas municipales de 1587 a 1593 (2898).
Bibliografía.
ALFARO, Gustavo Rafael, “La crisis política de la Puebla de los Ángeles. Autoritarismo y oligarquía en el gobierno de Juan José de Veytia y Linaje, 1697-1722”, Relaciones 25:99 (2004), pp. 213-256.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Estudios americanistas, Real Academia de la Historia, Madrid, 1998.