Un gran gobernante de Al-Andalus, el rey lobo en la historia.
La controversia acompaña a las grandes individualidades. Muhammad ibn Sad ibn Mardanis, más conocido como el Rey Lobo, no escapó de ello. El gran historiador don Rodrigo Jiménez de Rada, no muy lejano en el tiempo de él, lo consideró prudente, generoso y valiente. El príncipe de los historiadores españoles de la Edad Moderna don Jerónimo de Zurita no titubeó en proclamarlo uno de los mejores gobernantes de los musulmanes andalusíes. En cambio los autores islámicos lo tacharon de ambicioso y cruel, trazando su semblanza el granadino Ibn al-Khatib en unos tonos muy sombríos. Enfrentado a los almohades e incluso a sus propios familiares y aliado de los monarcas cristianos, su figura desafía como la del Cid Campeador y otros muchos las simplificaciones con las que a veces se ha presentado la Hispania de la Reconquista.
Sus orígenes familiares y sociales.
El nombre de filiación (o apellido entre nosotros) ibn Mardanis ha sido interpretado como de procedencia bizantina, hijo de Mardonius, o hispanocristiana, de Martínez o Martines. El sobrenombre de Lobo o Lope apunta en la segunda dirección. Perteneció a un recio linaje de saqaliba de Peñíscola. Los saqaliba o gentes de ascendencia eslava fueron en origen esclavos a los que las autoridades califales encomendaron tareas militares y de gobierno para evitar la excesiva influencia de la aristocracia hispanoárabe. Gozaron de especial protagonismo en el Oriente peninsular, el Sharq Al-Andalus, haciéndose con el dominio de taifas o pequeños Estados como el de Denia tras la disolución del Califato de Córdoba en el 1031. Su caso es muy similar al de los mamelucos egipcios o el de los jenízaros turcos.
Su padre fue el gobernador o walí de Fraga Sad ibn Muhammad ibn Mardanis, que combatió en la misma localidad en 1143 bajo las banderas del comandante almorávide Ibn Gania contra don Alfonso el Batallador, que de resultas de aquella batalla moriría poco después.
El desembarco de los almohades en Al-Andalus.
Los rigoristas almorávides no lograron frenar la expansión hispanocristiana. Los andalusíes clamaron contra ellos airadamente y en el Norte de África surgió un movimiento integrista rival, el de los almohades, prestos a declararles la guerra santa. Pronto alcanzaron la codiada Península Ibérica. En 1147 alcanzaron Sevilla y Badajoz en 1150.
Mientras los andalusíes también tomaron la iniciativa. Ibn Mardanis se hizo con el control de un importante territorio en Valencia y Murcia aprovechando sus influencias familiares y políticas. Tomó el título de emir bajo la obediencia teórica del califa de Bagdad. Luchar a la par contra los cristianos le pareció temerario en exceso, y se resignó a la toma de Tortosa por Ramón Berenguer IV y sus aliados (1147) y de Almería por Alfonso VII y los suyos el mismo año.
Los acuerdos comerciales con las repúblicas italianas.
Desde el siglo XI las expansivas comunidades urbanas de Italia habían depositado sus ambiciones en el Occidente mediterráneo. Los pisanos combatieron en Mallorca junto a las fuerzas del conde de Barcelona Ramón Berenguer III en 1114-15, y los genoveses no les fueron a la zaga. En la toma de Almería y Tortosa hicieron belicoso acto de presencia.
Los genoveses pensaron conseguir anualmente 2.900 morabatinos de oro (casi 12 kilos) de su tercio de la ciudad de Tortosa, y 10.000 (casi 41) durante dos años desde junio de 1149 de Ibn Mardanis a cambio de ayudarle contra los almohades. El emprendedor mercader Guillermo Lusio de Génova negoció el tratado con el musulmán. Sin embargo, los resultados no estuvieron a la altura de las espectativas, y los ingresos no compensaron las cuantiosas deudas de sus empresas guerreras.
Génova acudió a la protección del emperador Federico I Barbarroja, interesado en el dominio de Italia y enfrentado con el rey de Aragón por Provenza. El 9 de junio de 1162 se comprometió a ayudar a los genoveses ante Alfonso de Aragón en los dominios de Ibn Mardanis y de los señores islámicos de las Baleares. Consciente de su valor, Ibn Mardanis galanteó a los genoveses. Autorizó el establecimiento en Valencia y Denia de sus funduqs o depósitos mercantiles. Los comerciantes de sus dominios gozaron de salvoconductos en reciprocidad.
La vecindad del rey de Aragón.
Ibn Mardanis aplacó al rey de Aragón y conde de Barcelona pagándole circunstancialmente tributo, las parias, cuyo cobro había beneficiado a los grandes señores cristianos desde la caída del Califato. Los aragoneses a veces enviaron a tierras andalusíes egregios cobradores como Bertrán de Castellet, acompañados de comerciantes. En noviembre de 1157 fue el qaid de Burriana junto a un séquito militar el que acudió a Aragón a pagar parte del tributo de los 100.000 mitcales de oro, unos 408 kilos dignos de las exacciones del Cid en sus dominios valencianos.
La presión almohade impuso nuevos tratos. El 5 de noviembre de 1168 se comprometió a pagar a Aragón a partir del 1 de mayo siguiente 25.000 morabatinos aúreos (unos 102 kilos) durante dos anualidades. Su dinero ayudó a los aragoneses a financiar sus guerras provenzales.
La pérdida de control por Ibn Mardanis de las tierras limítrofes valencianas desde aquella fecha espoleó las incursiones conquistadoras de los aragoneses por las cuencas del Guadalope, el Matarraña y el Algars, dominando de Caspe a Beceite. La disminución de los tributos de Ibn Mardanis contribuyó a reducir las reservas aúreas aragonesas. Entre 1152 y 1172 el valor del oro en relación a la plata pasó del 5´5 al 7´7.
La sombra de Castilla.
Nuestro hombre no tuvo inconveniente en acudir a Castilla para neutralizar a Aragón, suspendiendo temporalmente el pago de tributos. Desde tiempos de Fernando I los castellanos habían mostrado sus apetencias levantinas, y el Rey Lobo era un aliado estratégico. En 1157, poco antes de la caída de Almería en manos almohades, Ibn Mardanis cedió Uclés a Alfonso VII a cambio de Alicum, cercana a Baza.
Alfonso VIII prosiguió la cooperación con el andalusí. En 1167 ordenó a don Pedro Ruiz de Azagra, futuro señor de Albarracín, que le sirviera militarmente. Coincidiendo con el comentado avance aragonés, Ibn Mardanis cedió en 1169 a los castellanos las fortalezas de Vilches y Alcaraz con importantes tierras aledañas buscando su protección.
En el tratado de Sahagún (4 de junio de 1170) Alfonso VIII se comprometió a que su aliado musulmán pagara a Aragón anualmente durante un lustro, a contar desde 1171, unos 40.000 morabatinos o más de 163 kilos de oro a cambio de no secundar a los almohades.
La presión fiscal.
Semejantes pagos se consiguieron de los impuestos recaudados a los andalusíes. Casi dos siglos después el autor granadino Ibn al-Khatib reprocharía a Ibn Mardanis la arrogante brutalidad de sus recaudadores y el excesivo número de tributos. Junto a los impuestos sobre las personas y los bienes inmobiliarios encontramos los que recayeron sobre el comercio de pieles y de alimentos, el ganado y la trashumancia, las fiestas y las bodas. A los grupos que habitaban áreas montuosas más pobres se les impuso un tributo individual en jornadas de trabajo en servicio del emir, la sukhra o sofra/azofra.
La riqueza del Sharq Al-Andalus no evitó el deterioro de la condición social de muchos contribuyentes, que optaron por marchar a otras tierras o a aceptar de mejor grado la dominación almohade.
Mercenarios, fortalezas y palacios.
El sistema de poder del Rey Lobo fue realmente costoso. Dispuso de unidades militares hispanocristianas en sus campañas contra los almohades, como las comandadas por el conde de Urgel y el nieto del célebre Álvar Fáñez. Estas bien instruidas tropas le sirvieron igualmente para controlar a sus subordinados con mayor eficiencia.
Ibn Mardanis no tuvo empacho en tolerar en sus ciudades barrios cristianos, provistos de su taberna. Habilitó el castillo de Cieza para una guarnición cristiana. La afluencia de guerreros, comerciantes y religiosos cristianos a Al-Andalus nutrió el fenómeno del neomozarabismo, en palabras de Míkel de Epalza, distinto del mozarabismo anterior, de raigambre visigótica y muy ligado a la cultura de la Antigüedad Tardía. El segundo se expresó a través de nuevas lenguas romances y no mostró la actitud defensiva de sus predecesores ante el poder islámico. No representó el final de los epígonos del Imperio romano sino el alba del Occidente conquistador.
El régimen de Ibn Mardanis, como el posterior de los nasríes de Granada, alcanzó notoriedad como gran edificador de palacios, pero no de mezquitas. Erigió el alcázar de Murcia, los palacios de Dar al-Sugra en la misma ciudad y el de Pinohermoso en Játiva, y la almunia del Castillejo de Monteagudo, cuyo patio de crucero adoptó pautas orientales según Navarro Palazón.
Campeón contra los almohades.
La desarticulación del Imperio almorávide y las divisiones entre Aragón, Navarra, Castilla, León y Portugal convirtieron a Ibn Mardanis en uno de los mayores oponentes a los almohades en la Península junto a las huestes de los concejos cristianos de la Frontera.
A la toma de Almería respondió con vigor. Secundó a su suegro Ibn Hamusk, que se convirtió en señor de Segura, en sus ofensivas militares. Sus tropas conquistaron Jaén, atacaron Córdoba y Sevilla, y asediaron el alcázar de Granada. El dominio del añejo Camino de Aníbal se mostró esencial. El Rey Lobo acreditó ser un discípulo aventajado de Al-Mansur. Lanzó vigorosas incursiones contra sus adversarios empleando como punta de lanza a las unidades cristianas.
La marea almohade.
El progresivo agotamiento de los recursos mardanisíes favoreció claramente a los almohades, cada vez más consolidados en el Norte de África y en el Mediterráneo Occidental. Asimismo las riñas familiares debilitaron considerablemente la posición del Rey Lobo. Se peleó con Ibn Hamusk por su hija, con la que se había casado. El señor de Montornés Ibn Hilal sufrió su cólera, siendo cegado y encarcelado en Játiva.
En 1162 los almohades conquistaron Jaén, y en 1165 realizaron una incursión hasta la murciana Alhama. Ibn Mardanis pasó a la defensiva. El mismo Ibn Hamusk, ahora cambiado de bando, llegó hasta Monteagudo en 1169. El corazón de sus dominios se encontró seriamente amenazado.
El final de su dominio.
El Rey Lobo tuvo que recurrir a la ayuda cristiana y a la guerra de guerrillas para frenar en la medida de lo posible a sus oponentes, cada vez más numerosos. En Lorca y Elche acometió severas dificultades. El alfaquí de Alcira se alzó contra él, camino también seguido por su primo Muhammad ibn Saad en Almería y más tarde por su propio hermano Abu al-Haixais en Valencia.
La fragilidad de su posición hizo aflorar la brutalidad de su carácter. En la Albufera ahogó a algunos de sus hijos. De todos modos su cólera se asemeja más a la de Enrique II de Plantagenet, cuya ira regia cobró temida fama, que a la de un simple demente. Poco antes de fallecer en marzo de 1172 recomendó a sus familiares todavía fieles a que pactaran con los almohades para conservar su posición política y social.
Requena y las repercusiones de la muerte del Rey Lobo.
Rendidos los mardanisíes, el califa almohade emprendió en parte por su consejo una campaña contra las avanzadas castellanas de Huete en el verano de 1172. No tuvo el éxito deseado, y sus fuerzas retornaron por el camino de Caudete de las Fuentes y Requena tras una penosa singladura.
Según Francisco Piqueras Mas, Requena adquirió su nombre arábigo bajo Ibn Mardanis. Los almohades seguramente la reforzaron dentro de su amplio programa de protección de las fronteras andalusíes.
No era para menos. La muerte del Rey Lobo reabrió la expansión de aragoneses y castellanos. En febrero de 1172 don Alfonso II de Aragón acordó en Zaragoza atacar Valencia, alcanzando en mayo Játiva. En 1177 cayó Cuenca en manos de Alfonso VIII de Castilla con la ayuda aragonesa. En 1181 su portaestandarte Núño Sánchez alcanzó Requena. Se libró en Camporrobles una reñida batalla en 1183, y al año siguiente cayó cerca de Requena en circunstancias poco claras el conde de Urgel, hombre de confianza del rey de León. La ausencia de Ibn Mardanis, en el fondo, determinó la vida andalusí hasta el 1212.
Fuentes cronísticas.
IBN AL-KHATIB, Kitab amal al-alam. Edición de E. Lévi-Provençal, Beirut, 1956.
JIMÉNEZ DE RADA, R., De rebus Hispaniae. Edición de J. Fernández Valverde, Turnhout, 1988.
ZURITA, J., Anales de la Corona de Aragón. Edición de A. Canellas, 8 vols., Zaragoza, 1976-77.
Bibliografía selecta.
GUICHARD, P., Al-Andalus frente a la conquista cristiana. Los musulmanes de Valencia (siglos XI-XIII), Valencia, 2001.
MARTÍNEZ DÍEZ, G., Alfonso VIII, rey de Castilla y Toledo (1158-1214), Gijón, 2007.
PIQUERAS, F., Aproximación a la historia preislámica e islámica de Requena. Obra inédita.
VENTURA, J., Alfons el Cast. El primer comte-rei, Barcelona, 1961.
