Por inquisición se entendió inicialmente el procedimiento judicial que facultaba a la autoridad a actuar por iniciativa propia, sin mediar solicitud o instancia de parte. Las renacientes monarquías europeas de los siglos XII y XIII se acogieron con gusto a ello y el Pontificado, empeñado en reafirmar su papel rector en la Cristiandad, tampoco dejó pasar la oportunidad. Con temible éxito se puso en práctica contra los cátaros de Occitania. Desvinculada de lazos papales la solicitaron doña Isabel y don Fernando para sus propósitos religiosos y políticos. A partir de entonces, el Santo Oficio marcó la vida de los españoles y dio una imagen más o menos distorsionada de ellos, agazapada en la Leyenda Negra, entre el resto de los europeos. La baja nobleza de la católica Polonia, tan dada a poner las peras al cuarto a sus reyes electivos, contempló con asco la Inquisición española, de la que aborrecerían con razón los liberales, que entrarían en liza con los conservadores. Menéndez Pelayo consideró que la Inquisición libró a los españoles de tiempos de los Austrias de guerras civiles como las que asolaron Francia o el Sacro Imperio. Desde esta perspectiva generalista y polémica, el Santo Oficio se prestaba a disputas poco científicas en el fondo.
He aquí que Inquisición y frontera. La actuación del tribunal del Santo Oficio en los antiguos arciprestazgo de Requena y vicariato de Utiel (en el obispado de Cuenca) de José Alabau Montoya, publicado por la Diputación Provincial de Cuenca, pone las cosas en su sitio. José Alabau, que ya había brindado algunas primicias de su magna obra en la benemérita revista Oleana, es un consumado investigador que con gran paciencia y tesón ha estudiado los documentos inquisitoriales relacionados con nuestra comarca en el Archivo Histórico Nacional y en el Diocesano de Cuenca, además de la obligada consulta a los del Archivo Histórico Municipal de Requena. Para todo aquel que sabe lo que es trabajar en un archivo histórico, que exige un gran acopio de constancia en el trabajo y de acierto en la interpretación de las piezas que van emergiendo, la obra de Alabau es un trabajo artesanal hecho a conciencia, con el cariño que pone un constructor en alzar su morada, según ha reconocido con simpatía el autor.
Insistimos en algo que hemos venido defendiendo hasta la saciedad en Crónicas históricas de Requena: la historia local es fundamental para escribir la general si se quiere pisar terreno firme. Cosa muy distinta es el localismo que se complace en descontextualizar y en exaltar hechos que no parecen ir más allá del horizonte del campanario. El localismo ha nutrido con sus tópicos los discursos floreados de los caciques de antaño y ogaño, la historia local nos descubre nuestro pasado con rigor científico y nos restituye nuestra dignidad como personas, más allá de meras jerarquías administrativas. Hace bien don José en dedicar su notable obra a su querido pueblo de Utiel.
Inquisición y frontera es la obra de un pionero y de un continuador a la par. La de un pionero que ha desbrozado el accidentado terreno del Santo Oficio en nuestras tierras, cercanas a Valencia y conquenses de condición histórica, y de un continuador de nuestra mejor historiografía, la representada por Julio Caro Baroja, aquel francotirador académico que supo contarnos con inteligencia cómo fue nuestra vida cultural en sentido amplio en aquel supuesto Siglo de Oro. Él nos descubrió al señor inquisidor, toda una vida por oficio, que antes de convertirse en temida figura fue un muchacho aplicado en las humanidades y de carácter afable. La vida y las circunstancias de la España de la Contrarreforma acrisolaron su ser.
Y precisamente José Alabau nos presenta a otros miembros del Santo Oficio en sus aspectos más humanos, como los familiares deseosos de medro y reconocimiento en la Castilla del honor y la limpieza de sangre. La institución, bien descrita en la obra, rebosa humanidad, lo que permite trazar al autor una verdadera historia social de la administración española con la claridad de Pere Molas, bien fundamentada en la prosopografía.
El Santo Oficio no sólo libró guerras de religión, sino también jurisdiccionales con igual apasionamiento. Recordemos que muchos municipios se opusieron en sus primeros días a la introducción del tribunal de fe porque chocaba con sus usos y derechos legales. En varias cartas pueblas que se fueron otorgando en el reino de Valencia tras la expulsión de los moriscos, como la de Novelda, se llegó a prohibir la presencia de familiares de la Inquisición entre los nuevos vecinos, ya que reclamaban una serie de exenciones y prebendas. En la España de las jurisdicciones encabalgadas del Antiguo Régimen, pesadilla de los racionalistas metidos a administradores, el conflicto podía saltar con enorme facilidad. Alabau nos refiere con detalle el pleito en el que se vio inmerso el alcalde mayor de Requena don Francisco Muñoz por la reclamación de ciertos derechos fiscales al inquisidor de Valencia García de Ceniceros.
Con la documentación analizada se pasa con frecuencia del estudio de las instituciones al de las personas, todo en un plano muy humano y auténtico. En Inquisición y frontera aparece la sombra del judaísmo en algunas familias de nuestra comarca, dentro del cargado ambiente de la limpieza de sangre de época de los Austrias, un tema que recientemente también ha abordado en una conferencia Juan Carlos Pérez García. Es una cuestión muy sugerente y abierta a la investigación.
Ciertamente el Santo Oficio se preocupó de perseguir a los cristianos sospechosos de judaísmo, creencias musulmanas o protestantes, además de cargar contra todos aquellos que no expresaran con corrección los dogmas de la Iglesia o cuyo comportamiento no resultara decoroso para los patrones de la Contrarreforma. El temperamental regidor de Utiel don Juan Barba padeció el rigor inquisitorial por sus expansiones verbales, aunque ninguna de las que transcribe nuestro autor puede competir con algunos exabruptos fenomenales consignados en los procesos inquisitoriales de Toledo del Manuscrito de Halle que trascribiera Julio Sierra.
La Inquisición moldeó la mentalidad de los españoles a lo largo de muchas décadas, lo que reforzaría ciertas hipocresías sociales. Fue una presencia constante y preocupante en nuestra vida histórica, según se desprende de este estudio, pese a que en nuestra comarca no proliferaron precisamente las hogueras. Tan temible institución tuvo un carácter coactivo más que evidente, capaz de alterar comportamientos precedentes, quizá más libres. Su acción fue más efectiva entre los reinados de Felipe II y su hijo Felipe III, cuando la administración real castellana se mostró más laboriosa, para decaer a lo largo del siglo XVII, quizá más por razones institucionales comunes a otras instancias de la Monarquía hispánica que sociales.
Y es que Inquisición y frontera, como todos los buenos libros, plantea nuevos interrogantes y sugiere nuevas investigaciones. Una de ellas es acerca de nuestro carácter a lo largo del tiempo. A diferencia de lo observado por Jean Delumeau en varias comarcas del interior de Europa y de las islas Británicas, la acción represora de las autoridades religiosas no se dirigió en nuestro caso contra supervivencias paganas más o menos ancestrales, sino contra una manera de abordar las cuestiones más franca, más propia de la Castilla de tiempos del arcipreste de Hita y de las Coplas del provincial, en la que el descaro en el trato y la censura de ciertas costumbres sacerdotales eran moneda corriente. En varias conversaciones con los amigos Fermín Pardo e Ignacio Latorre ha salido a relucir la solera y el orgullo de los habitantes de estas tierras como cristianos viejos resultantes de la Repoblación, rodeados por los costados valencianos de comunidades musulmanas vigorosas.
Los procesos inquisitoriales nos permiten entrever unas gentes que escapan a ciertos estereotipos sobre nuestro Siglo de Oro. Nos acercan a la compleja verdad histórica según el buen criterio de E. H. Carr, que nunca pensó que todos los rusos antes de la Revolución fueran creyentes sin fisuras ni todos los soviéticos ateos convencidos.
Por todo lo que aporta, analiza y sugiere, José Alabau ha cogido el testigo de Mercedes García-Arenal, Bartolomé Bennassar y Ricardo García Cárcel en el estudio del Santo Oficio. Inquisición y frontera enriquece nuestro conocimiento de la mentalidad de la Contrarreforma en nuestra comarca junto a los estudios de Pilar Hualde sobre Baltasar Porreño y de Jaime Lamo de Espinosa acerca de Fray Antonio de Jesús. Con tantos mimbres sería conveniente dedicar un Congreso Comarcal a nuestro Siglo de Oro castellano, tan lleno de complejidades y contradicciones de oro y oropel.
Nos felicitamos que al final se publique Inquisición y frontera coincidiendo con un fructífero 2015, iniciado en el mes de enero con el estudio de Alfonso García Rodríguez sobre las desamortizaciones en Requena y que todavía nos puede deparar otros agradables resultados, que vienen a demostrar el buen momento de nuestra historiografía comarcal gracias al honesto trabajo de historiadores de oficio como José Alabau.
Víctor Manuel Galán Tendero.
