Vender en el mercado era un gran alivio para más de un agricultor de la Requena de 1622, ya que podía conseguir algún dinero para salvar la situación y encarar los meses siguientes con menores agobios. Las hortalizas y las hilazas gozaban de una aceptable salida comercial. Sin embargo, al plantarse en terrenos con la suficiente humedad (en la cercanía de las acequias) podían perjudicar a la salud humana e incluso a la misma distribución de las aguas.
El encargado de velar por su buen reparto entre los particulares, del equilibrio hidráulico al fin y al cabo, era el acequiero, un auténtico señor de las aguas de la huerta y la vega de Requena. Cada segundo domingo de octubre se escogía su titular anual, junto al resto de los oficios municipales. Se buscaban para su desempeño tipos “de satisfacción” que conocieran “la cuenta” o el reparto de agua de riego por cada legonada o parte de tierra sacada con la ayuda de un legón.
El empleo de la legonada, junto al de la medida de la tahúlla, en la huerta y vega de Requena es significativo, pues ambas unidades se emplearon en el antiguo reino castellano de Murcia, que en el siglo XIII abarcó las tierras de Alicante, Elche y Orihuela. También resulta de interés apuntar que en 1622 se plantaron árboles y “panes” o cereales en ambos espacios, sin mayores diferencias en las ordenanzas municipales.
La conservación de tales cultivos era vital para la alimentación humana de la época, y nadie podía impedir, contrariar o ignorar las decisiones del acequiero, bajo la severa pena de seiscientos maravedíes, con independencia de su condición social, pues estaba en juego el equilibrio de la comunidad misma.
Según demostraba la experiencia, recogida en la costumbre antigua de Requena, el buen reparto de las aguas aseguraba la abundancia de las cosechas. Los dueños y señores de las tierras ganaban con ello, al dejar a un lado sus egoísmos. El real patrimonio se enriquecía y el estado eclesiástico también, lo que servía cumplidamente al rey y a Dios.
Las aguas bien canalizadas, en suma, vivificaban el cuerpo social, y su gran regulador era el acequiero, todo un señor.
Fuentes.
COLECCIÓN HERRERO Y MORAL, I.
