Es conocido que la presencia de un sector social tradicionalista en Utiel se convirtió en una realidad desde el momento en que empezó a andar el siglo XIX. El hecho ha recibido la atención del minucioso historiador utielano J.L. Martínez, y ya hace más de un siglo recogió muchas noticas el gran historiador Ballesteros. Desde perspectivas territoriales más amplias, el tema de la génesis del carlismo ha ocupado las horas de muchos otros historiadores.
Sin ánimo de pretender la exhaustividad, abordaré ahora algunos trabajos. Han existido enfoques desde el materialismo más recalcitrante; tan recalcitrantes que hoy en día se antoja tan esquemático y poco comprensivo con la complejidad histórica que se comprende bien que el materialismo histórico haya llegado a cotas de fuerte desprestigio. Así, Josep Fontana argumentaba que existía una diferencia entre el partido carlista y las masas campesinas populares, siendo estos dos grupos simplemente aliados circunstanciales tanto por las necesidades del momento como por engaños y conspiraciones perpetradas por la cúpula carlista. No creía poder casar lo que entendía como auténticos polos opuestos de la sociedad. Era imposible una afinidad entre los campesinos y las élites nobiliarias ya que su antagonismo era algo natural como resultado de la estructura económica y la lucha de clases.
Aunque no pretenda profundizar en los fallos, hay que decir que el esquema se repetía machaconamente. Soboul lo había hecho para la Revolución Francesa de 1789 y había provocado el más estrepitoso aburrimiento. Fontana incurría, otra vez, en los errores estructurales propios de la interpretación marxista cerrada, al destacar la evolución lineal de la historia como una sucesión de sociedades que conducirían irremediablemente al estado socialista y al fin de los tiempos. Para historiadores tan poco flexibles, el paso del sistema feudal al capitalismo cumple una serie de momentos y elementos esenciales que se repiten siempre y en todo lugar.
La obra de Manuel Ardit, está pivotando nuevamente sobre los móviles económicos y sociales. Aquí el tema se circunscribe al territorio valenciano. La lucha de clases se convierte en el núcleo de toda explicación de porqué una población, una persona, o un grupo, entra o no en el movimiento carlista. Ardit se dedica al estudio, en este caso ponderado, minucioso y profundo, de las bases sociales del movimiento, la situación de las clases privilegiadas y no privilegiadas, las consecuencias de la crisis del Antiguo régimen en la zona, los levantamientos de las partidas y las actividades guerrilleras en la región.
Acercándonos un poco más, tenemos un trabajo sobre el área castellana y manchega, vecina nuestra, que corresponde a la historiadora Manuela Asensio. En esta tierra ya son varios los trabajos sobre el tema, abordando perspectivas muy diferentes; hay que remarcar las figuras de historiadores como Julián Recuenco o Miguel Romero.
El trabajo de Manuela Asensio es muy interesante, porque pone de manifiesto el fuerte apoyo prestado a los carlistas por amplios sectores de la población. En este escenario tan poco estudiado se utilizó la clásica guerra de guerrillas como principal estrategia, orientada principalmente a la captura de recursos económicos con los que financiarse, torpedear la administración liberal de la zona y buscar nuevos apoyos que permitiesen continuar la lucha. Es ese notable apoyo popular lo que interesa esclarecer.
Desde los últimos años las explicaciones de tipo económico, centradas en la lucha de clases, parecen resultar finalmente insatisfactorias. Entiéndase que explicaciones que hacen reposar todo el peso de la prueba sobre la existencia de una oposición primordial en cuanto a la disposición y manejo de los recursos económicos.
Es preciso ofrecer explicaciones más complejas. Por complejas que sean, atenderán mejor a la pluralidad de móviles para adherirse a un movimiento que representaba una revuelta-resistencia contra el poder establecido.
El carlismo es inseparable de la Revolución liberal. Entendamos por revolución algo, en este caso, bastante difuso, ambivalente, pero que genera una respuesta, aunque antes bien habría que hablar de resistencia a los cambios. Por tanto, es un movimiento generado en los años de 1820 y 1830. Hay una resistencia al “volcán de la revolución”, como diría Donoso Cortés, que había incendiado Europa.
Por más que demos vueltas al factor económico, a la situación de determinadas clases sociales frente a los recursos económicos, creo que siempre daremos una explicación incompleta e insatisfactoria de los hechos. Hay unos factores culturales e ideológicos que se han subestimado. El rechazo a la vieja jerarquía del antiguo Régimen y el orillamiento de la fe religiosa necesariamente tuvieron que ser fenómenos generadores de rechazo en una sociedad apegada a unos valores muy tradicionales. Los viejos sistemas de valores merecían defenderse con las armas para muchos. Por eso el carlismo resultó un fenómeno tan poderoso y de tan largo alcance cronológico.
Es evidente que el sistema cultural no se entiende sin su fundamento social. En la Requena del absolutismo ilustrado, la potente ofensiva que arrancó más y más tierras al concejo, que expropió de hecho la propiedad colectiva, creó una élite propietaria, comprometida con nuevos valores individualistas. Una élite que instrumentalizaba los viejos principios del “bien común” para beneficio propio, como en el famoso litigio con Siete Aguas, en los años setenta del siglo ilustrado. El “bien común” se había convertido ya en un simple espantajo retórico; pero para los nuevos patricios surgidos del acaparamiento de la tierra era bastante útil.
Desconocemos totalmente las aspiraciones, potenciales sociales y universo cultural de la denominada industria sedera. En cualquier caso, su ruina y el desplazamiento de sus aspiraciones hacia la tierra le llevaron a una suerte confluencia con la vieja oligarquía municipal, si es que no compartía ya intereses y lazos familiares.
Este proceso de concentración de la propiedad es un factor. Pero sólo uno. La cuestión es que los acaparadores eran la misma élite local: eran los que detentaban el poder municipal. Eran, definitiva, la base local del absolutismo monárquico. Pero se iban a convertir en el elemento de recambio en la etapa liberal, una vez comprobado el agotamiento del sistema absolutista. Este nuevo sector social se apoyaba tanto en la tierra como en la movilización de capas inferiores del campesinado que se ligaban a los intereses oligárquicos a través de contratos de arrendamiento. El ascenso de la burguesía rural de Requena se basaba en la movilización de grupos sociales inferiores.
Es probable que la oligarquía de Requena, próxima a los canales de difusión de folletos, prensa y otras ideas, fuera más o menos proclive al cambio ideológico. Pero nada impide pensar lo mismo de las élites utielanas. Lo cierto es que el fenómeno carlista sí anidó en ciertos grupos sociales de Utiel, en el bajo pueblo como en el clero. Martínez ha aclarado que algunos utielanos rechazaron el reclutamiento militar y esto pudo echarles en brazos del carlismo, como reactivo contra el poder imperante. Pero curioso es el caso de algunos frailes franciscanos de Utiel, implicados en la defensa de la contrarrevolución carlista. Aunque Utiel fue más bien una villa cuyo carlismo fue más superficial que profundo, sí existió una cierta división entre carlistas, isabelinos e indiferentes.
La irradiación ideológico religiosa de la Iglesia era igual de potente en Utiel que en Requena. El mundo contrarreformista había convertido al santuario del Remedio en un núcleo de devoción comarcal y no sólo utielana.
¿Eran diferentes las condiciones del Utiel de 1800 con respecto a su vecina Requena? No hay duda que la élite local utielana estuvo privada de la plataforma de expansión global que constituyeron las tierras municipales en Requena. Pero el resultado no fue un apoyo masivo al carlismo.
Entonces, ¿dónde encontrar una pista? Quizás la evolución paralela de ciertos fenómenos ayuda a comprender las cosas. La Guerra de los Siete Años, 1833-40, que es la primera carlistada, tiene lugar en el contexto de un proceso bastante convulso de revolución liberal. Se pone en marcha el replanteamiento constitucional del texto de 1812 y se alumbra la Constitución de 1837. Se pone en marcha la desamortización de Mendizábal, que afectó principalmente a la base económica de la Iglesia. Es entonces cuando se pone en marcha el movimiento antiliberal y antirrevolucionario que es el carlismo.
Esto, sin embargo, no es otra cosa que sugerencias provisionales. Se trata de ampliar el panorama hacia el universo cultural y de creencias como factor importante en el despliegue del carlismo. La crisis de la monarquía absoluta puso en marcha una serie de procesos que todavía hay que aclarar, y para los que no vale únicamente la explicación economicista. Hay que enriquecer el panorama mediante el análisis del universo ideológico y mental: la consideración de los viejos principios de gobierno, las concepciones de la vida y de la sociedad, la vigencia de los principios religiosos, etc. Tal vez esto pueda explicar opciones personales poco coherentes con la situación en la clase social de un individuo. ¿Acaso el carlismo no implicó a individuos de diferente extracción social?
Bibliografía.
Martínez, JL, (2017), Algunas noticias sobre la Primera Guerra Carlista en Utiel y su comarca. Utiel.
Fontana, J., (1979), La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833. Barcelona: Crítica.
Asensio, M. (2011), El carlismo en Castilla-La Mancha, 1833-1875. Ciudad Real: Almud.
Ardit, M. (1997), Revolución liberal y revuelta campesina. Valencia.