La autoridad municipal y la guerra.
Para el concejo de Requena la guerra no era ninguna novedad. Al fin y al cabo, Alfonso X el Sabio le había dado forma en el pasado para que defendiera e incluso extendiera sus dominios por esta parte de la Península. Sus servicios militares dejaron de ser tan directos con el paso de los siglos, a medida que los frentes de guerra se alejaban de sus inmediaciones, pero no por ello se anularon, y sus vecinos tuvieron que contribuir con hombres y cuantiosos dineros a los conflictos de la Monarquía durante los siglos XVI y XVII. En 1706 la guerra no se libraba solo en los Países Bajos, en el corazón del Sacro Imperio o en Cataluña, sino en las cercanías, una vez caída la ciudad de Valencia en manos de las fuerzas de Carlos de Austria.
En marzo de aquel año, las autoridades locales se enfrentaban a problemas muy serios, desde atender a los heridos llegados del frente en las alturas de las Peñas para evitar los estragos del calor que se insinuaba hasta abastecerse de víveres y de armas con las que enfrentarse a las fuerzas austracistas, decididas a tomar el camino de la Corte para entronizar a su señor. A fines de junio de 1706 cayó Requena en sus manos, padeciendo los rigores de la ocupación. En mayo de 1707, librada la batalla de Almansa, las fuerzas borbónicas recuperaron el control de la plaza, que tuvo que contribuir al esfuerzo de una guerra que con alternativas duró hasta 1714 en la Península.
Entonces el vecindario del extenso municipio requenense no excedía de los mil vecinos o familias, que requerían un mínimo de veintisiete fanegas de trigo al día para alimentarse. De esta población, cien correspondían a la entonces aldea de Camporrobles, cincuenta a la de Villargordo, veinte a la de Caudete, de quince a dieciséis a la de Venta del Moro, y de diez a doce la de Fuenterrobles. No todo el vecindario estuvo en condiciones de pagar, ni de lejos, todos los tributos impuestos. La prueba de fuerza de la guerra desbordó a veces al consistorio de los regidores perpetuos, lo que explica el protagonismo adquirido durante el período austracista por don Pedro Domínguez de la Coba como intermediario.
Se interpeló a las potencias celestiales en tan porfiados tiempos. En 1708 se hizo una novena a la Virgen de la Soterraña, por orden de Felipe V, por el buen suceso del desembarco del príncipe Carlos en las islas Británicas. Se ofició en 1711 la celebración de los Desagravios del Cristo Sacramentado, en el domingo inmediato a la Inmaculada, para recordar el carácter hereje de la causa del archiduque Carlos, por mucho que respetara la Inquisición. De manera más prosaica, se tuvo que atender a un buen número de problemas, los del angustioso día a día.
El preocupante abastecimiento de cereal.
Antes de la irrupción de las tropas del archiduque Carlos, Requena ya tuvo que enfrentarse para conseguir su pan a dificultades nada menospreciables. A 16 de agosto de 1701 la fanega de trigo pontegí fue tasada en 28 reales y en 26 la de rubión. Aquel año mostró su cara amarga, y en diciembre se tuvo que aprobar el reparto de 400 fanegas de trigo a los labradores de la villa y de 200 a los de las aldeas, a razón de cuatro fanegas por cada par de mulas. El 4 de agosto de 1702 tanto la fanega de pontegí como la de rubión alcanzaron los 28 reales, y la situación se hizo aun si cabe más angustiosa en mayo de 1703, antes de la nueva cosecha, cuando la extrema necesidad golpeaba a las gentes de Requena. La carencia de lluvia, el pedrisco y las nieblas se habían cebado sobre la comarca. Afortunadamente la cosecha vino colmada, y el 31 de julio pudo establecerse el precio del pontegí a 28 y a 25 el del rubión. Para evitar males mayores, se destinaron 200 fanegas del pósito para que los labradores sembraran a 19 de octubre, y el 23 de enero de 1704 Andrés García Lorente pidió que en el molino del concejo se hiciera la moltura del trigo del pósito. El 18 de agosto el precio del grano pudo bajarse, y se tasó el pontegí a 25 y el rubión a 22. Sin embargo, las lluvias calamitosas dejaron a muchos labradores sin jornal a mediados de marzo de 1705. Requirieron de 600 a 800 fanegas para sus necesidades, pero solo consiguieron 400.
Todo ello se agravó sensiblemente cuando Requena fue conquistada por los austracistas a comienzos del verano de 1706. Gracias al escrito que solemos atribuir a don Pedro Domínguez de la Coba sabemos que el forraje de las monturas de aquéllos consumió muchas mieses. El vecindario tuvo que afrontar el pago de 1.000 doblones (32.000 reales) en dinero y en trigo de entrada. Se echó mano de las reservas del pósito y de los diezmos, y en la citada obra se sostiene que los ocupantes se llevaron hasta 50.000 fanegas de granos de todo género, cuando la cosecha de 1725 alcanzó las 29.200.
No es extraño que tras el restablecimiento del dominio borbónico tras la batalla de Almansa se quisiera rehacer los fondos del pósito por todos los medios, y se concedió a Domínguez de la Coba la licencia para repartir mil fanegas de tierra de labranza (especialmente en el ardal de Campo Arcís), objetivo que no se cumplió por aquel entonces dada la extensión de los terrenos ya rozados o quemados. En agosto de 1708 se tasó en 33 reales la fanega de cereal, pero en noviembre se subió a los 42. En la tierra de Requena también se sufrieron los zarpazos del duro invierno que azotó a buena parte de Europa entre 1708 y 1709. En abril del segundo año se alcanzaron los 51 reales por fanega en Requena, y en mayo Domínguez de la Coba prestó 15.000 reales para comprar 400 faneguetas aragonesas. La langosta y los requerimientos de las autoridades borbónicas, inquietas ante la ofensiva austracista en 1710 en Aragón, forzaron la capacidad de la villa, postulándose el establecimiento aquí de un almacén de pan para atender la intendencia militar. En diciembre de 1711 se tasó la pieza de pan de dos libras a veinte maravedíes para poder venderse por los particulares, ante el quebranto del pósito. Poco a poco, la gravedad de la situación fue cediendo, y los 35 reales por fanega de trigo de abril de 1713 se convirtieron en julio de 1714 en 26.
La consecución de otros alimentos y abastecimientos.
Disponer de carne también resultó una tarea ímproba, pues sus abastecedores no siempre vieron negocio y el municipio cargó sisas sobre la misma para satisfacer los tributos reales. Tanto el precio de la carne de macho como la de carnero, servida en sendas tablas (necesitadas de reparos en 1703), fueron subiendo a lo largo de los años de la guerra de Sucesión. En 1700 la libra del primero se vendió a 18 reales, en 1703 a 26 y en 1714 a 24. La del carnero alcanzó los 24 reales en 1700, los 32 en 1704 y los 36 en 1714. Tales precios se aceptaron a regañadientes y provocaron no escasas polémica.
Unos condicionantes muy similares padecieron el suministro de pescado, aceite y jabón, fuente de ingresos municipales en un tiempo de urgencias. El abasto del jabón dispensó 3.500 reales en 1701 y en 1715 unos 4.000, y su tienda de aceite pasó de 2.508 a 3.000 en el mismo período. La cosecha de vino no prosperó en aquellas circunstancias. Los 1.413 hectolitros de 1704, reconocidos como insuficientes para abastecer a la población local, pasaron con timidez a los 1.725 de 1710.
Las destrucciones edilicias.
A comienzos del siglo XVIII la labranza iba avanzando en la tierra de Requena y varios de sus vecinos pidieron licencia municipal para cortar sus árboles con los que erigir sus casas y sus corrales. En 1701 se concedió permiso para talar 520 pinos, beneficiándose instituciones como el convento del Carmen, que en los meses primaverales tuvo a su disposición la riqueza forestal de la Serratilla Redondilla.
En una Requena en lento crecimiento, sus defensas eran de factura antigua. La muralla de la villa servía a veces a algunos vecinos como pared de sus construcciones, reconocidas por los alarifes municipales. En 1701 Isidoro Romero pidió alzar un pajar contiguo a su casa, sobre la muralla que recaía hacia San Julián. Antonio la Cuadra quiso construir un corral al lado del castillo, junto a la casa de Miguel García.
Una vez más, la obra atribuida a Domínguez de la Coba nos informa de las destrucciones ocasionadas por los austracistas, haciendo especial insistencia en las profanaciones de templos, algo que la propaganda borbónica aireó con fuerza. Aunque al final no se llevó a cabo la destrucción del convento de las agustinas recoletas (considerado perjudicial para asegurar la defensa de las murallas requenenses), se estimaron en 300 las casas destruidas con motivo de la toma de la localidad, si bien algunas viviendas se encontraban muy quebrantadas antes de los combates, caso de la morada del pregonero Manuel Ramírez en la calle de la Cárcel. El Hospital de Pobres localizado en el Arrabal también sufrió arrasamiento. En previsión de nuevos ataques, se tuvo que apuntalar el valle de las murallas a fines del verano de 1707.
Para reparar los daños se concedieron licencias de tala a distintos particulares, como los 200 pinos concedidos a don Gregorio de Nuévalos el 4 de septiembre de 1707. Además, el 15 de noviembre de aquel año se otorgó por Felipe V la remisión quinquenal tributaria, a contar desde el primero de enero, para reconstruir el Hospital, cuyos costes se estimaron en 18.674 reales en 1715.
Canales y caminos.
El mantenimiento de los canales había preocupado a las autoridades requenenses desde la Baja Edad Media. Su deterioro o desbordamiento perjudicaba a los caminos que confluían en la villa. El molinero del Carmen disponía de las llaves de las casillas del agua, que antes de perderse podía verterse en la muela del molino, pues debía dejarse media legonada para la limpieza y los lavaderos de debajo de los huertos.
En 1704 las fuentes se encontraban en pésimas condiciones. Los caños no estaban bien compuestos, vertiendo aguas en mal estado sobre las acequias, lo que podía provocar problemas de salud. Antes de la entrada de los austracistas se meditó la fábrica del puente de Jalance, proyecto que se volvió a considerar con firmeza en el otoño de 1707, junto al aderezo de las casas de la justicia, de la cárcel y del pósito. En noviembre de 1712 se pensó en tender otro puente en el sitio de los molinos nuevos, llamado los rincones del caballero. La guerra detuvo los intentos de mejora, y a comienzos de 1715 todavía se escucharon quejas por el quebranto del molino del concejo y las acequias enrunadas.
La inseguridad de los caminos perjudicó también al vecindario, por muy acostumbrado que se encontrara a las incidencias del bandolerismo y del contrabando. Tras la retirada de las tropas del archiduque Carlos, algunos de sus soldados de origen portugués se sumaron a las partidas de miqueletes, contra las que se dirigieron hacia Chelva a comienzos de 1710 fuerzas requenenses al mando del regidor don Alonso de Carcajona. La escolta del correo de Buñol, a cargo de treinta vecinos con caballerías, y el traslado de víveres al asedio borbónico de Tortosa supusieron nuevos costes.
Los tributos, más allá de las rentas provinciales.
Antes de 1706, los débitos de las imposiciones reales (las rentas provinciales castellanas) crearon serias dificultades a las autoridades y a los contribuyentes requenenses. Recuperada la plaza por las fuerzas borbónicas y evaluados sus principales daños, se acordó la referida remisión quinquenal de las rentas provinciales, a tener bien presente por la Contaduría de Millones de Cuenca. Cuando el gobernador de Requena don Tomás de Abernia y Cabrera exigió el 19 de septiembre de 1707 los débitos, se invocó la clemencia real.
Sin embargo, las autoridades borbónicas ni pudieron ni quisieron mostrarse clementes con sus partidarios castellanos, pues el mantenimiento del nuevo ejército regular fue enormemente gravoso. De entrada, los requenenses tuvieron que continuar pagando el vino más caro para atender a la imposición del indulto del saqueo austracista, por mucho que se hubiera exigido en nombre de un rey intruso. A los labradores que debían las creces de 1705 tampoco se les perdonó en agosto de 1708, dado el quebranto del pósito.
Entre julio de 1707 y octubre de 1711 Requena estuvo bajo la autoridad de un gobernador militar, el citado Tomás de Abernia (encarecido por el temible D´Asfeld). La desobediencia de sus órdenes podía tener consecuencias fatales. Su actitud no gustó a los requenenses, y el 5 de octubre de 1711 fue sustituido en nombre de la paz y el sosiego por el corregidor don José de Valdenebro, cuyo juramento le tomó el sosegado obispo de Cuenca Miguel del Olmo. Requena se convirtió en un punto de gran importancia para la intendencia militar borbónica al enlazar Castilla la Nueva con el reino de Murcia y el de Valencia, al que se tildaba de rebelde desde aquí, y el 15 de mayo de 1710 remitió a Almansa, Moya y Jorquera las órdenes de la comandancia de Valencia para conseguir los bagajes de granos.
El ejército de quinta exigió de las localidades fieles a Felipe V distintos contingentes de soldados. El 23 de mayo de 1709 el regimiento de caballería comandado por don Enrique La Fretor necesitó cuatro mozos requenenses. Entre octubre y noviembre de aquel año se pidieron doce soldados, a sortear entre los solteros y los casados hábiles de hacía tres años, costeados con real y medio por vecino. El 30 de abril de 1711 se exigieron 600 reales para la conducción a Cuenca de los soldados, pues los problemas de deserción eran notables. De los doce soldados, cuatro habían costado de ser encontrados a la altura del mes de julio. El contingente requerido aumentó, y a comienzos de 1713 tuvieron que conducirse dieciséis soldados a la Caja de Cuenca. El anterior servicio de milicias (que no fue abolido y que en 1701 había supuesto el pago de 3.300 reales) fue complementado e incrementado con esta nueva carga militar, en hombres y en dinero esta vez.
La remisión quinquenal de las rentas provinciales no alcanzó a los donativos a favor del rey, que de voluntarios tuvieron poco. De nada sirvió pedir que se perdonara el donativo el 12 de enero de 1710, y el 8 de abril se exigió a razón de doce reales por vecino, al modo de la contribución de utensilios del año precedente de doce reales y ocho maravedíes. De marzo a julio de 1712 se insistió en el pago del donativo.
Los ejércitos de Felipe V exigieron caballos para los combates y fondos para poder acuartelarse en los meses de invierno sin incidir en los problemas que habían envenenado las relaciones entre soldados y civiles en el pasado. A 16 de mayo de 1711 se expresó la imposibilidad de atender la remonta de caballos en Requena, con poco ganado equino. El 7 de diciembre el presidente del Consejo de Castilla ordenó el reparto a cada vecino de cincuenta reales para los cuarteles y para la remonta de diez, a percibir en cinco meses. En abril de 1712 el procurador síndico volvió a apuntar la pobreza del vecindario para evitar tal pago, lo que sirvió de muy poco. El 18 de octubre el superintendente general de Murcia llegó a repartir a cada vecino de Requena y sus aldeas otro donativo de cuarenta reales, cuantificado en 22.715 reales a fines de diciembre. Además, la intendencia de Cuenca repartió otro donativo de 9.999 reales el 6 de octubre de 1713, esta vez a razón de diez reales por vecino. Dos días después se amenazó con doblar la suma, que el 15 de enero de 1714 se estableció en 16.480.
Por supuesto, se recordó desde el 24 de abril de 1712 que las alcabalas volvían a estar en vigor desde el primero de enero, atendiéndose por medio de arbitrios sobre los productos de consumo más básicos. A 7 de julio de 1712 se tuvo que tratar con el duque de Vendôme la delicada cuestión de los alojamientos, y el 19 de marzo de 1714 se acordó nuevamente confeccionar un nuevo cabezón de débitos. Las viejas prácticas iban recuperándose sin prescribir las de tiempos de guerra. De hecho, el 23 de enero de 1715 se avisó a Requena del paso de dos batallones de guardias valonas procedentes de Cataluña, a los que se les debía dispensar las raciones necesarias de libra y media de pan, el trigo al precio de la postura del pan cocido en la villa y buenos alojamientos. Además, el vecindario aprestaría bagajes.
Por si fuera poco, los requenenses tuvieron que enfrentarse con sus contados medios a problemas como el de la plaga de la langosta. A 5 de abril de 1709 se recurrió a 2.000 reales de las tercias del monarca, pero el 24 de junio la cantidad necesaria ascendió a 3.458, que se tuvieron que repartir entre el vecindario.
La delicada hacienda municipal.
La cuantía de los propios y arbitrios del municipio requenense acusó la reducción del valor de la moneda castellana aprobada a finales del reinado de Carlos II, y a comienzos del siglo XVIII no pasaba por sus mejores momentos. La guerra, más allá de la ocupación austracista, no ayudó a su recuperación, y las exigencias tributarias la dificultaron, como se desprende de tales cifras:
Año | Ingreso | Gasto | Diferencia |
1704 | 8.096 | 7.909 | +187 |
1707 | 7.062 | 7.139 | -77 |
1709 | 7.513 | 9.977 | -2.464 |
1710 | 7.073 | 6.512 | +561 |
1711 | 7.359 | 6.182 | +1.177 |
1713 | 7.645 | 8.162 | -517 |
1715 | 5.588 | 5.390 | +198 |
En tales condiciones, el pago de las deudas supuso una carga considerable, como los 12.800 reales reconocidos a Francisco Simón por atrasos el 14 de diciembre de 1709.
El impacto sobre la población.
A comienzos del siglo XVIII la población requenense ya comenzaba a superar la delicada situación en la que se encontró en el XVII, especialmente en lo relativo a la mortalidad. En 1706 la mortalidad catastrófica se disparó, con un ejército de ocupación y una población flotante mayor de lo habitual, pero en el resto de años el balance fue mucho más benévolo:
Año | Defunciones en la parroquia del Salvador | Bautismos en la parroquia de San Nicolás | Matrimonios en la parroquia de San Nicolás |
1700 | 27 | 24 | 8 |
1701 | 38 | 25 | 4 |
1702 | 21 | 30 | 11 |
1703 | 20 | 24 | 6 |
1704 | 26 | 24 | 4 |
1705 | 11 | 26 | 7 |
1706 | 220 | 36 | 6 |
1707 | 51 | – | 8 |
1708 | 20 | 24 | 10 |
1709 | 21 | 28 | 10 |
1710 | 15 | 19 | 6 |
1711 | 18 | 35 | 8 |
1712 | 14 | 25 | 8 |
1713 | 40 | 22 | 4 |
1714 | 25 | 25 | 6 |
En los años finales de la guerra de Sucesión se dejó sentir el impacto de las cargas tributarias, con la moderación del número de matrimonios y de bautismos, además de un cierto repunte de la mortalidad. Sin embargo, los requenenses no se dejaron abatir, lo que dice mucho de su carácter.
En suma, la guerra de Sucesión fue una dura experiencia para Requena, agravada por la política fiscal del absolutismo en combate, aunque al final no consiguió aniquilar el impulso de recuperación apreciado a fines del XVII. Ya en 1703 el vecino de Valencia Martín Lázaro había solicitado poner una tienda de mercería. Todo un signo de los tiempos por venir.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1696 a 1705 (3266) y de 1706 a 1722 (3265).
Libro del índice de defunciones del Salvador (1554-1800), de matrimonios (1564-1818) y de bautizos de San Nicolás (1532-1800).
Libro de propios y arbitrios de 1648 a 1724 (2904).
DOMÍNGUEZ DE LA COBA, Pedro (atribuible), Antigüedad y cosas memorables de la villa de Requena… Edición crítica de C. Jordá y J. C. Pérez García, Requena, 2008.