El cólera, un enemigo terrible.
Las pandemias han azotado a la Humanidad en distintas épocas, poniéndola a prueba. El siglo XIX, con todo su despliegue de modernidad, no escapó de las mismas y el huésped del Ganges, el cólera, se cobró un enorme tributo en vidas humanas y sufrimiento.
Requena, como el resto de España, sufrió sus ataques repetidas veces. En el de 1854-55 cayeron 788 personas y 460 en el de 1865. En siglos anteriores, las gentes habían acudido a la protección celestial, algo que prosiguieron haciendo en diversa medida en el siglo XIX, pero en unas condiciones ya muy distintas. En 1854, el año de la Vicalvarada, el Antiguo Régimen era ya un recuerdo a nivel general y el liberalismo había sentado sus reales. Ante el cólera, se hizo patente entonces la crítica al clero, pero la Cofradía de la Vera Cruz ni recibió censuras ni salió debilitada. Veamos a continuación la gravedad del reto y los recursos veracruzanos para sortearlo.
Una durísima prueba.
En el aciago julio de 1855 la sociedad requenense se vio enfrentada al cólera, cuando muchas personas de la clase proletaria padecían el cierre de las fábricas sederas. La crisis sanitaria también fue socio-económica, sin dejar de repercutir en la política y en las opiniones.
La autoridad municipal se expresó entonces en términos de protección familiar, los del Padre Ayuntamiento, que puso en juego la suma de 20.000 reales, nada desdeñable pero insuficiente ante la magnitud de la catástrofe. Las arcas municipales, como las de otros puntos de España, se encontraban muy comprometidas, pues la enajenación de propios, la insuficiencia de los arbitrios y los elevados compromisos educativos y sanitarios a asumir pusieron contra las cuerdas a más de un ayuntamiento.
En momentos tan graves, se ensalzó el carácter de las gentes de Requena en las actas municipales. Aquéllas no abandonaban a sus familiares como las de otros pueblos, que no se mencionaron. La reunión de su vecindario resultaba ser tan benéfica como caritativa. El liberalismo del Bienio Progresista, municipalista y promotor de la desamortización de Madoz a la par, asumió valores ya bien asentados en la sociedad.
La recriminación a ciertos miembros del clero.
Entonces se contrapuso la actitud de los facultativos (entregados al arriesgado cuidado de los enfermos) con la de ciertos sacerdotes, acusados de olvidar sus deberes de padres de alma y los deberes humanitarios del hombre en sociedad.
Los liberales progresistas y demócratas todavía se reconocían a sí mismos como cristianos y reprocharon a tales sacerdotes de olvidar las máximas del Evangelio, con cierto espíritu protestante. A aquéllos les molestaba ser tachados de herejes, a pesar de verdaderamente comprender y profesar la religión, según su criterio.
La separación entre el liberalismo y la Iglesia católica era cada vez más evidente. No dejaría de ahondarse con los años. Mientras que la visita a los enfermos de diputados como José Trinidad Herrero y Luis de Moliní o la asistencia del prohombre Florentino Monsalve fue ensalzada, se denunció la falta de aportación económica del arcipreste Pedro González, ducho en especulaciones y tráficos, a pesar de las promesas municipales de reintegro de las sumas aportadas. También se cargó contra las agustinas, que no cuidaron de los pobres según el Ayuntamiento. Se propuso que marcharan a Valencia al no ser de utilidad espiritual y material.
El cólera interrumpe las ceremonias de la Vera Cruz.
Lo cierto es que la vida, la religiosa y la secular, había quedado trastocada, pues el cólera no dejó de marcar el ritmo de las celebraciones de la Cofradía, como el coronavirus las de la Semana Santa de 2020. El 16 de julio de 1855 no se pudo celebrar la festividad por su culpa. Con gozó se cantó la salve del 2 de septiembre. En 1859 se hicieron acciones de gracias por valor de veinte reales.
En momentos así se invocó sobremanera la protección de San Sebastián, tan celebrado por la Vera Cruz, adquiriéndose un cuadro de su imagen por cincuenta reales en 1855.
La situación movió a más de uno hermano a la balsámica piedad y en 1858 José Roda no cobró sus derechos por los oficios de Semana Santa a beneficio de la Humanidad.
La popularidad de la Cofradía en los tiempos del cólera.
En 1854 dieron limosna a la Cofradía personas tan populares como la Tía Paca, así llamada en la documentación. Con todo, la participación en el sufragio de los vestidos y adornos de la imagen de la Virgen nos da una idea más cumplida de la popularidad alcanzada por la Vera Cruz y sus principios morales en el delicado 1855.
Se llegaron a recaudar hasta 1.884 reales, con aportaciones individuales distintas. Dos personas (José García Ibáñez y una devota anónima) pagaron 100 reales cada uno. Una sola devota, igualmente anónima, pagó 76, 60 pagaron tres personas (como Norberto Piñango), 57 pagó Manuel Monsalve, 40 pagaron seis (como José María Cuartero o Francisco Masia), 38 pagó Juan Francisco Moliní, 30 pagó Alonso Sánchez, 20 pagaron dieciocho (como José Jordá, Juan José Ponce o Vicente Teruel, de gran relevancia en los oficios de la Hermandad), 19 pagaron cinco (como el gestor del Hospital de Pobres Aniceto Pérez Arcas o el sedero Estanislao Montés), 16 pagaron tres, 15 pagó Francisco Pastor, 12 pagaron tres (como Guillermo Sáez), 10 pagaron hasta cuarenta personas (como el doctor Gimilio), 8 pagaron ocho personas (como Francisco Herrero y Cárcel), 6 pagaron dos (entre las que se encontraba Andrés Diana), 5 pagó Francisco Casas, 4 pagaron veinte (como Juan Bonamesón), 2 pagaron catorce (como la viuda de Calomarde) y 1 pagaron dos, como Rosa Ferrer de Plegamans.
En total, tomaron parte unos 132 particulares, que no excederían el 5% de las familias de una Requena que contabilizaba 12.029 habitantes en el censo de 1857. Además de donaciones procedentes de grupos populares, una parte de las clases medias requenenses tuvo a bien tomar parte en la contribución, como el activo políticamente Norberto Piñango. De tales sectores sociales, significativamente, partieron las críticas a los eclesiásticos por falta de celo.
Hemos de tener presente, una vez más, que tal aportación se enmarca en unos años de tribulaciones sanitarias, en los que no decayó la limosna de los hermanos:
Año | Cuantía en reales |
1854 | 908 |
1855 | – |
1856 | 971 |
1857 | 891 |
1858 | 1.425 |
1859 | 1.208 |
1860 | 1.150 |
1861 | 896 |
1862 | 1.415 |
1863 | 1.065 |
1864 | 941 |
1865 | 1.100 |
1866 | 1.404 |
Buenas aportaciones económicas.
En la tabla de ingresos y gastos, podemos comprobar que se observó la cautela del equilibrio presupuestario, a pesar de la buena marcha de los ingresos.
Ejercicio anual | Ingresos | Gastos |
1854 | 1.541 | 1.261 |
1855 | 1.885 | 1.788 |
1856 | 2.159 | 1.394 |
1857 | 2.640 | 1.890 |
1858 | 2.800 | 1.900 |
1859 | 2.873 | 2.419 |
1860 | 2.442 | 2.081 |
1861 | 2.076 | 1.551 |
1862 | 2.601 | 1.561 |
1863 | 2.027 | 1.893 |
1864 | 2.124 | 1.936 |
1865 | 2.096 | 1.540 |
1866 | 2.495 | 1.828 |
Junto a una coyuntura económica que fue superando los estragos de la enfermedad, las donaciones devotas se vieron espoleadas también por el mismo cólera.
Los blasones de nobleza de la Hermandad.
En 1854 se pudo componer el pendón por 33 reales, mientras que las procesiones se costearon con 144 reales aquel mismo año. Con todo, los dispendios del pendón ascendieron en 1862 a más de 843 reales.
Las telas de ruan se continuaron empleando por la Vera Cruz y en 1863 unas treinta y cuatro varas de tal tejido fueron compradas a Benito Jordá por más de 263 reales. Sin embargo, los nuevos vestidos de la Virgen fueron traídos desde Valencia por Nicolás Ponce en 1855.
Todos estos elementos acreditaron la capacidad de la Vera Cruz de sobreponerse (sin reproches) a los embates del cólera. Su modesto pasar y las convicciones de sus devotos fueron esenciales ante una enfermedad que tanto sufrimiento y desasosiego causó, algo que desgraciadamente no nos resulta ajeno a las gentes de hoy en día.

Fuentes y bibliografía.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1854 a 1855 (2778).
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.
Latorre, I., “Requena en los tiempos del cólera: una sociedad frente a la enfermedad”, Oleana 28, Requena, 2014, pp. 91-122.