El mantenimiento del orden público siempre ha resultado difícil, incluso en los tiempos aparentemente más apacibles. Las monarquías autoritarias de la Europa del Antiguo Régimen tuvieron que enfrentarse a serias dificultades para lograrlo: acabar con los ímpetus de las combativas banderías, combatir a los bandoleros, mantener la paz de los caminos, alentar el recurso a los tribunales de justicia, evitar duelos, alzar una fuerza armada pública y reclamar el monopolio del ejercicio de la violencia.
En teoría, los soldados del rey eran los servidores de su orden, y no solamente ante otros monarcas. Su condición mercenaria permitía reprimir la insurrección de súbditos díscolos, sin atisbo de simpatías locales. Sin embargo, los soldados trataron a menudo a las gentes del reino que decían defender como enemigos por razones muy hirientes, como los víveres o los alojamientos. Las comunidades locales no siempre estaban en condiciones de proporcionar tales servicios con la largueza requerida, y los conflictos menudearon, en un mundo donde el pundonor marcaba su ley a fuego.
La España de los Austrias se enfrentó frecuentemente a tales problemas y su geografía tuvo no pocas Zalameas. Calderón de la Barca, que fue soldado, sabía de lo que trataba. Cuando las tropas hispanas tuvieron que recurrir más a la obligación de servir y a las levas que a la participación voluntaria, a lo largo del belicoso siglo XVII, la situación se enrareció.
A veces, se trató a los soldados obligados por los repartos vecinales como a verdaderos delincuentes. Requena no escapó de ningún modo de todo ello. Se tuvieron que emplear los tres pares de grillos de su cárcel para trasladar a Cuenca a tres soldados repartidos, y el 14 de enero de 1634 se pagaron treinta reales al herrero Antonio García Izquierdo para elaborar otros tres. Nuestro municipio, de entrada, ya cargaba con la custodia de galeotes de paso. A 19 de abril de 1636 se destinaron ochenta y siete reales a los regidores don José Ferrer y don Miguel Iranzo para tal fin.
La posición de los regidores municipales fue complicada, pues procuraron complacer los mandatos de los oficiales reales sin levantar en exceso las iras de sus convecinos. De la maestría de su actuación, dependió la estabilidad de Castilla, que se cobró con una corrupción cada vez más generalizada. La ruptura entre la monarquía y los grupos dirigentes locales tuvo consecuencias fatales en Cataluña en 1640, algo que aleccionó todavía más a los ministros reales.
Los regidores tuvieron no pocas tareas y competencias a su cargo, muy superiores a las de un ayuntamiento actual. Don Juan Ramírez Sigüenza y don Alonso Fernández Sigüenza fueron los comisionados de la administración de las armas municipales, en gran parte para armar a los vecinos en caso de alerta, y fueron retribuidos por ello el 5 de marzo de 1637 con cincuenta reales.
Algunos, a veces, supieron comportarse con particular habilidad diplomática, con mano izquierda. Precisamente, el 7 de marzo de 1639 se libraron 105 reales y trece maravedíes al regidor Gil Muñoz de Pelea por un refresco que dio a unas compañías de soldados, que la villa no tenía por oportuno alojar. Estar entre la pared y la espada nunca ha sido sencillo ni barato.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de propios y arbitrios, 1594-1639, 2470.
