« ¡No cruces la Rambla!, esos montes los guardan los maquis»
Sobre los maquis — sobre un sector de la Agrupación guerrillera de Levante y Aragón (AGLA)— que aletearon desde el Júcar hasta Motilla, por fortuna, disponemos de abundante información y se han escrito libros bien documentados; aunque es inevitable el sesgo político —ya que está relatado por testigos o simpatizantes de esos «guerrilleros», y por el otro lado, a través de las crónicas oficiales, pasadas por la censura o la justicia—, también es cierto que nos permiten conocer con bastante fidelidad a hombres temerarios, en un viaje a ninguna parte para reavivar una guerra perdida, con trazas quijotescas… En forma de un pequeño resumen relataré los comentarios que he guardado de varias personas mayores, la mayoría de ellos fallecidos ya años atrás; por lo tanto, no se busca rigor histórico alguno; de hecho, en partes son contradictorios, pero es tal como me la relataron mis paisanos y, en ningún caso, pretender de ninguna forma abordar la historia en un plano político o «guerra civilista».
En el 1936, a los pocos meses de iniciarse la Guerra Civil llegó una furgoneta republicana a la Cabezuela, «se nos llevaron, no queríamos ir y no pudimos volver hasta mucho después. No quedó otro remedio», partían de la aldea aquellos mozos consideraron con edad suficiente para el combate. Era una aldea de muy pocos habitantes, campesinos con pocas propiedades enclavados en su pequeña parte de su mundo, con escasa o sin ninguna vinculación política, con lo que aparte de la leva, a los que dejaron se les obligó a construir un pequeño aeródromo de muy poco uso. Aquellos partieron al frente eran campesinos aunque los vistieran de soldados. Regresaron todos a la aldea en cuanto les dejaron: unos antes por casi mortales heridas de guerra y otro poco antes de terminar la contienda en el 39. Una vez colgado el uniforme, volvieron a su oficio, como tales, al trabajo en el campo y a las carboneras. Eso sí, por sus relatos, aunque no quisieron salir, se los llevaron y no de paseo, estuvieron en el frente y combatieron.
La posguerra, tal como nos la cuentan, exigió un sufrimiento igual o mayor que la guerra. La vida corría en la aldea en busca de la supervivencia; la búsqueda de la felicidad se culminaba con comida suficiente en la mesa como para no pasar hambre. Para sorpresa de los campesinos, con la guerra ya años atrás terminada aparecieron en los montes antiguos combatientes, quienes ilusionaban con prender nuevos alzamientos, esta vez por su parte. Los maquis encontraron valiente e incondicional apoyo entre algunos vecinos de Cofrentes, Cortes de Pallás, el Real y otros pueblos del contorno. Tanto como para establecer un punto de apoyo o fuerte en el Oroque, una colina del contorno. Además de esos apoyos incondicionales, exigieron otros, en forma de comida y dineros, eran esas exigencias que no aceptaban de buena gana un no por respuesta. En este punto debemos considerar la España rural de finales de los años cuarenta, en esa comarca: pueblos pequeños con reducidas poblaciones, comunicados con carreteras de herradura, poco más que senderos, con una economía basada en alguna huerta, cereal y oliveras para consumo propio. Su relación con el exterior era escasa y dado lo agreste del territorio, peñascos uno a continuación de otro para formar alturas montañosas exageradas que convierten a la región en un hábitat perfecto para cabras salvajes, ideales para aquellos «locos guerrilleros».
La Guardia Civil vigilaba, en especial a los soldados lucharon en el bando republicano, esos eran sospechosos de entrada. La solución al dilema fue tratar de comportarse con inteligencia, en la medida de lo posible no acercarse a donde, a todo viandante que caminara hacia Cofrentes o Cortes de Pallás se le indicaba: « ¡No cruces la Rambla!, esos montes los guardan los maquis». Y, por supuesto, no daban el nombre propio correcto, en caso de verse obligados a tratar con los maquis, el nombre te bautizaron se cambiaba por alguno que no hubiera sido escuchado en aquellas tierras en la vida. En aquella época el ser sometido a un interrogatorio suponía obtener la información por las buenas o por las malas; hubo situaciones de los dos casos, detenidos que se derrumbaban y delataban hasta incluso familiares, y otros más valientes que a golpes respondían. Si te veías obligado a ayudar a los maquis, lo más conveniente era que no supieran tu nombre, pues de una forma u otra, tarde o temprano aparecería una pareja de la Guardia Civil a buscarte. Ya habían tenido bastante guerra y la lucha era contra el hambre, el clima, etc. La derrota era tan incuestionable como segura la paliza se regalaba a aquellos dieran apoyo a aquéllos se les conminaría a una sentencia de muerte
En un cerro cercano a Ripias, tras dejar atrás la junta de las ramblas, camino de Cortes de Pallás, a pocos pasos del Nacimiento (nombre damos los locales a aquel trozo) fueron cazados los últimos maquis: unos abatidos (o matados, para quienes consideren abatidos un eufemismo); otro, el «manco de Pesquera» quedó malherido; alguno logró escapar para ser cazado más tarde en su intento de huida a Francia. La caza, de nuevo, tal como se me ha transmitido y no he sido capaz de corroborar, aconteció tras el disparo mortal de un médico de confianza de Carmen Polo, quien dictó sentencia al recetar visita a su paciente al balneario de Cofrentes, es de suponer para la cura de alguno de los males sufriera. Queda la leyenda de que la fama de las buenas propiedades de las aguas del balneario limpió los montes de guerrilleros. Mandos de la Guardia Civil, procedentes de Madrid llegaron para solucionar el asunto de una vez por todas, pagaron visitas a todas las aldeas, y éstos sí, sin andarse con eufemismos solucionaron el problema una vez por todas.
Esperemos que no tengamos que contar nunca a nuestros nietos ese tipo de leyendas.
