El 19 de octubre de 1469 contrajeron matrimonio con grandes precauciones y no menores amenazas el hijo de Juan II de Aragón y la hermana de Enrique IV de Castilla. A la muerte de este último, doña Isabel se proclamó reina de Castilla y por la sentencia arbitral del 15 de enero de 1475 se anunció que cartas, pregones, monedas y sellos llevarían su nombre con el de su marido don Fernando, aunque anteponiéndolo a él según costumbre de la Cristiandad. Sin embargo, las armas de Castilla siempre precederían a las de Aragón. Los homenajes de las fortalezas de Castilla serían rendidos a doña Isabel, a la que también se le entregarían sus rentas. Don Fernando podía administrar justicia y nombrar corregidores en tierra castellana junto con su esposa, la verdadera reina de Castilla.
El entendimiento político entre los dos consortes, en medio de graves problemas y enormes empresas políticas, fue bastante bueno en líneas generales. Fernando de Aragón se condujo en Castilla como un astuto gobernante y un ducho comandante militar en los campos de batalla de Granada. La unión matrimonial de los reinos de España anunciaba una poderosa Hispania, en la pluma de humanistas como Joan Margarit, pero a la muerte de Isabel el 26 de noviembre de 1504 la posición de Fernando quedó amenazada en Castilla. La nueva reina castellana sería su hija Juana.

Ciertamente en su testamento la reina Católica nombró gobernador de Castilla, en ausencia de su hija doña Juana, a Fernando, al que dedicó elogiosas palabras por su experiencia y triunfos como rey. Tanto a su hija como a su esposo don Felipe les encareció que lo trataran con la deferencia debida, algo que no sucedió.
Muchos descontentos con su gobierno, como varios magnates de la alta nobleza, hicieron causa común con el ambicioso Felipe el Hermoso. A su llegada a Castilla desde los Países Bajos, Fernando tuvo que marchar a sus reinos patrimoniales de Aragón en 1506. En septiembre de aquel mismo año tuvo noticia de la muerte de su molesto yerno, pero no retornaría a Castilla hasta el 21 de agosto de 1507. Esperó a que la situación allí resultara lo suficientemente difícil para que se le volviera a recibir con mejor disposición. La desnortada Juana terminaría apartada en Tordesillas.
Tras una primera regencia de su hombre de confianza el cardenal Cisneros, forzada por las circunstancias apuntadas, Fernando asumió plenamente el título de legítimo administrador y gobernador de los reinos de Castilla, León y Granada.
En la documentación cancilleresca referida a Requena podemos apreciar el alcance oficial de estos títulos, pero no el real en la gobernación de los asuntos castellanos. La historiografía de estos años de 1507 a 1516 ha dedicado sus mejores esfuerzos al estudio de las empresas exteriores del rey Católico (conflictos en Italia, conquista e incorporación a Castilla de Navarra, campañas norteafricanas o expediciones en las Indias), pero no tanto a ciertas cuestiones internas de Castilla, clave a la hora de entender el comportamiento político de los comuneros posteriormente.
En teoría la desplazada Juana, sobre cuya salud mental se hacían pocas esperanzas muchos, era la reina de Castilla (y la princesa de Aragón y de las Dos Sicilias) que hacía cumplir la justicia. El 1 de marzo de 1511 liberó de toda sospecha de fraude a los vecinos, moradores, fiadores y herederos por cartas de Requena relacionados con el cobro de sus alcabalas, tercias reales y derechos sobre la ganadería. Asimismo, el 26 de octubre de 1515 ordenó oficialmente a su consejo, oidores de sus audiencias, alcaldes y alguaciles de su casa y corte, chancillerías y autoridades de sus ciudades y villas de sus reinos y señoríos que atendieran la denuncia de los hermanos de la Mesta por el cobro de borra y asadura en los términos de Requena.
Esta reina consciente y atenta era pura figura áulica, tan presente en el papel como ausente en la realidad. Ello se comprueba en un tema tan sensible como el homenaje prestado por don Francisco de Bazán como alcaide de la fortaleza de Requena el 15 de mayo de 1511. Tras reconocer que tenía su tenencia por doña Juana, el de Bazán juró fidelidad al príncipe don Carlos, heredero primogénito y legítimo de los reinos de Castilla, León y Granada para después de los días y fin de la reina doña Juana como propietario. Sintomáticamente también se acata expresamente al muy alto y poderoso Católico rey y señor don Fernando, rey de Aragón y de las Dos Sicilias, como legítimo administrador y gobernador destos reinos.
La relevancia de don Fernando, cuyo fallecimiento hace quinientos años en Madrigalejo conmemoramos hoy, se observa con claridad. Con bastante razón el cronista alicantino del siglo XVII don Vicente Bendicho que más que administrador de Castilla, el viejo rey de Aragón fue su dómino o gobernante real en el ocaso de sus días.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Patronato Real, legajo 7, documento 184.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Documento 11.456 sobre finiquito de contadores.
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.
Diversos-Mesta, 173, N. 1 a.
Víctor Manuel Galán Tendero.