En 1903 vino al mundo Rafael Bernabéu López y siete años más tarde otro gran historiador, Jaime Vicens Vives. El segundo es mucho más conocido que el primero a nivel español, pero ambos compartieron algunas circunstancias similares. Investigaron en archivos en los años treinta, creyeron en una historia científica asentada en datos reales, vivieron la Guerra Civil y dieron a la estampa sus principales obras pasada la contienda.
Ambos escribieron sobre la Edad Media y la Moderna con gran autoridad, sin dejar de tener un enorme interés por el convulso siglo XIX, origen de muchos de los problemas del XX. En 1945, el último año de la II Guerra Mundial, vio la luz la Historia Crítica y Documentada de la Ciudad de Requena de Bernabéu y la Historia de los remensas en el siglo XV de Vicens Vives. Estas dos obras pueden parecer a primera vista distintas por su temática, pero guardan un punto en común: el de hablar de la Guerra Civil recientemente vivida por medio de hechos pasados. Hasta finales de los años cincuenta y principios de los sesenta no comenzaron a escribirse en nuestro país obras de carácter académico, no propagandístico, sobre la misma y toda toma de partido a favor de la objetividad, del análisis riguroso, podía volverse en contra del historiador.
Bernabéu y Vicens vivieron aquella guerra y sintieron la necesidad de darnos su visión, con todas las cautelas apuntadas. Rafael Bernabéu conservó y adaptó en su Historia un opúsculo publicada en septiembre de 1936, Requena durante la Primera Guerra Carlista del pasado siglo. Actuó igual que los viejos liberales castellonenses que bajo el franquismo se mostraron satisfechos de su oposición al carlismo, entonces una de las familias del régimen. Editó aquella obra el Centro Artístico Requenense para fomentar las instituciones benéficas de la población con motivo del I Centenario de la concesión del título de ciudad a Requena por su defensa de la causa isabelina y liberal. Recibió el parabién del Comité Prokomsomol de Requena, en unas circunstancias que el autor calificó de anormales. El estallido de la Guerra Civil había desatado la revolución en el campo contrario a los sublevados y la autoridad municipal se encontró literalmente desbordada por la nueva situación de poder local, en la que los anarquistas y sus aliados socialistas tuvieron un gran peso.
Se presentó como un extracto de la entonces inédita Historia, casi a modo de aperitivo suculento, que se proponía abordar el tema con objetividad, sin partidismo, a través del estudio de las actas municipales y otros documentos conservados en el Archivo Municipal, además de acudir a crónicas tan reconocidas como las de Pirala. Fiel a su característico estilo, al modo analítico, desechó truculencias y digresiones inútiles para rehabilitar sin lirismos la verdad histórica.
Desde un primer momento, Rafael Bernabéu contempló la Guerra Civil como la pasada Carlista como una contienda fratricida con pocas enseñanzas útiles. En un bien trabado guion, receptáculo de ricos datos, nos refiere la formación de las milicias liberales, el ataque del cólera morbo en el verano de 1834, el fortalecimiento de las fuerzas carlistas en la comarca, el ataque de Cabrera, la expedición de Gómez, el reconocimiento del título de ciudad a Requena, los combates dados por las facciones carlistas con posterioridad a 1836, los costes económicos de la guerra, la desconsideración de la intendencia de Cuenca en sus exigencias, los roces con las autoridades militares alrededor del fusilamiento de milicianos por los carlistas, los últimos combates y la reconstrucción económica de la industria sedera, frustrada por las pasiones políticas según su criterio.
Bernabéu salva de tan lúgubre panorama, digno de nuestras mejores plumas decimonónicas, la fidelidad del pueblo requenense a la causa liberal, ejemplificado en la formación de milicias que procedieron con orden y generosidad, pues cuando Utiel fue retomada por el general San Miguel a los carlistas los liberales requenenses instaron a la clemencia y a la ausencia de venganzas. A su modo, era un reproche a los milicianos del verano del 1936.
Esta combinación de amor hacia Requena, de corazón liberal a su entender, y de realismo llevó a algunos pasajes dignos de ser citados. Con tono épico relató el sacrificio de soldados y civiles frente a los expedicionarios del carlista Gómez:
“El Escuadrón de Caballería, dirigido por don José Ruiz Albarruiz, galopaba de un lado a otro, comunicando las observaciones que desde la torre del Salvador hacían varios sacerdotes. Las mujeres, según las crónicas de la época, arrastraban la escasa artillería de unos lugares a otros de mayor peligro…”
Sin citar expresamente su nombre, censuró a Enrique Herrero y Moral por su cicatería en dar detalles de los sacrificios requenenses en aquel momento de peligro. Ahora bien, con su proverbial realismo sostuvo:
“La economía local era un verdadero desastre. Si comparamos las cifras del volumen de producción que trae Madoz con las que se conservan en el legado VIII del Archivo Municipal correspondientes a este año (de 1837), veremos que son completamente ruinosas. Antes de la guerra se elaboraban 40.000 libras castellanas de seda, pero ahora solo se facturaban 12.000.
El pósito, que tan grandes servicios prestaba a los agricultores, fue abandonado, a causa de retirarse de él para las necesidades de la guerra un millar de fanegas de trigo.”
Don Rafael pasó momentos muy amargos durante la Guerra Civil, pero con aquella obra comenzó a hacer vibrar el alma requenense de otras edades en todas sus manifestaciones. Se avanzó una edición de su Historia en 1936 para penetrar en todos los hogares y para que las futuras generaciones saboreen las grandezas de su pueblo.
Sus lectores tenían un canon patriótico-histórico, no siempre dúctil a las exigencias de la historia crítica. A este respecto, Bernabéu no tuvo que encajar las invectivas que el catalanista Antoni Rovira i Virgili dirigió a Jaime Vicens Vives, que también vivió un momento excepcional para la historia de Cataluña y del resto de España.
En los años treinta, la conflictividad agraria alrededor de los contratos de arrendamiento de la viticultura fue muy intensa en varias comarcas catalanas y dio el tono de la vida política del Principado entre 1933 y 1934 con dramatismo. Estas tensiones hincharían las velas de la Guerra Civil allí y al joven Vicens Vives, entonces un estudioso del gobierno de Fernando el Católico en Barcelona, no pasaron precisamente desapercibidas.
En 1945 publicó su primera gran obra al respecto, Historia de los remensas en el siglo XV. Dividida en dos grandes partes, en la primera trazó un panorama de la situación del agro catalán de la Baja Edad Media en comparación con otros territorios europeos, la evolución de los malos usos, los intentos reformistas de la nueva dinastía Trastámara y la guerra civil de 1462-72. En la segunda se centró en un detallado estudio de la Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486.
A esta magna obra siguieron en 1954 El gran sindicato remensa y Els Trastàmares en 1956, en los que profundizó antes de su prematura muerte en la extensión del conflicto civil en el ámbito urbano. Este enfrentamiento fue capital para la Historia catalana y española, como bien supo hacer ver don Jaime. Su cuidada metodología y su precioso estilo literario, también carente de estridencias, ganó las simpatías de personas de ideas políticas muy dispares.
Muy favorable a la transacción que zanjara la injusticia social, semilla de malévolas guerras civiles, Vicens Vives coincidió con Bernabéu en su repulsión hacia lo vivido en 1936-39, al igual que otros grandes de nuestra historiografía como Claudio Sánchez Albornoz, que recordó las tristes aseveraciones de los poetas andalusíes acerca de la guerra civil, cuya flor siempre era amarga. Don Jaime y don Rafael supieron concitarse, desde la honradez de su trabajo, la voluntad de sus paisanos, que siempre los admirarán como maestros. Sus investigaciones nunca pretendieron ser carpetazos, sino una animación para continuar trabajando y disfrutando de la investigación historiográfica en una España mejor que la sufrida por ellos. Para un historiador actual del pasado de Requena, Bernabéu siempre será su padre científico y su primer guía serio y Vicens Vives su más estimulante orientador metodológico a la hora de enfocar problemas y dar respuestas plausibles. Ambos autores formaron parte con todos los honores de aquella Tercera España, civilizada y pacífica, que tan bien cantaron los versos que Miguel Hernández dedicó a Federico García Lorca:
“Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.”
No obstante, siempre nos quedarán sus obras.
Víctor Manuel Galán Tendero.
