Introducción.
¿Cómo fue recibida la reforma del catolicismo en la meseta de Requena y Utiel? ¿Revistió características similares a la de lugares limítrofes? ¿Se observan en el proceso características peculiares? Una tierra fronteriza, sometida a los rigores del limes, unas mentalidades conformadas en el yunque de la mediación y el trajineo constante, de la violencia confiscatoria del saqueo, de las relaciones políticas complejas, plagadas de momentos de dulzura pero también de manifiesta hostilidad. Una tierra diversa en sí misma, pero con buenas bases para efectuar a un proceso riguroso de renovación y experiencia religiosa.
La reforma católica fue interpretada de manera diferente en cada país. En cada unidad política, la experiencia de renovación impulsada por el concilio de Trento se vivió con perfiles distintos, puesto que la historia era diferente y la situación política y social durante el siglo XVI también. No fue lo mismo la renovación tridentina en España que en Polonia. En ambos países, los decretos adoptados por Trento fueron puestos en marcha mucho más rápidamente que en Centroeuropa, especialmente porque gozaron de estupendo respaldo político; pero los resultados fueron distintos. La experiencia mediterránea española estaba dotada de rasgos propios, inherentes, como eran la potencia de una renovación iniciada con energía en el siglo XV y la presencia de minorías religiosas que suponían la evidencia material de la diversidad de las creencias. El tribunal de la Inquisición estaba implantado desde 1480 y se había convertido en una institución de control a todos los niveles.
En el siglo XVIII la vieja ermita de la Virgen del Remedio fue rehecha por hallarse en mal estado. Al parecer el templo primitivo databa de mediados del siglo XVI. La construcción se reformaba precisamente en el siglo en que la devoción popular iba a recibir los ataques más duros, que procedían de los ilustrados, aquellos pensadores e intelectuales empeñados en la renovación social y cultural del país, y, por ende, en la transformación de unas creencias religiosas que consideraban escandalosas y demasiado dadas a la pompa.
Entre los historiadores hay quienes están de acuerdo con J. Delumeau al plantear el mundo pre-tridentino como un cristianismo plagado de paganismo. Trento, en consecuencia, opera una transformación de este cristianismo pseudo-pagano y se constituye en una etapa clave para la modernización del cristianismo en su versión católica. Trento revaloriza la plegaria, que se convierte en un vínculo básico de entrar en contacto con Dios; confirma la eficacia de los sacramentos para obtener la salvación (recordemos la escabechina sacramental realizada por el luteranismo); refuerza al clero como cuerpo, al que trata de dotar de una educación poderosa y completa, para evitar la imagen difundida del hombre de fe libidinoso y amante de las juergas (a poco que se repase la obra del arcipreste de Hita se comprobará). La figura clave del edificio de este catolicismo remozado es el obispo, al que se le confieren poderes más amplios sobre la organización y el clero de la diócesis y se le adjudicaron obligaciones nuevas: efectuar de manera regular una serie de visitas a los distintos lugares del obispado, para mantenerse enterado del estado de las parroquias, del clero y de las creencias de los fieles. Una labor que se suma a la que realiza ya cotidianamente la propia Inquisición con su ejército de familiares y comisarios, sus ojos y oídos en cada esquina. La organización de la administración eclesial en la Meseta ha sido delineada por el historiador utielano J.L. Martínez y remitimos a su trabajo, que citamos al final, para esta cuestión.
Un tema que no ha sido investigado es la relevancia del culto local. Seamos sinceros, el tema de estos cultos ha sido tratado en trabajos con un elevado sesgo folklorista, alejado de un estudio más profundo desde lo que pueda ser una perspectiva histórica; un sesgo comprensible dado que la cultura popular de nuestra comarca apenas ha interesado a los historiadores. Como mucho se han realizado meritorios análisis de los exvotos de la ermita del Remedio, una labor extraordinaria desde el punto de vista artístico y antropológico, pero se ha descuido un análisis más profundo relacionando diferentes aspectos. Me parece que es muy interesante realizar una historia comparativa de los cultos, porque no sólo ayuda a insertarlos más pormenorizadamente en su contexto, sino sobre todo porque nos permite extraer ciertas conclusiones sobre su papel para estructurar una sociedad.

El catolicismo se había armado para rechazar la herejía en las estipulaciones del concilio. Pero, ¿cuál era la herejía que había que extirpar en la Meseta de Requena y Utiel? La comarca había sido incorporada a la civilización cristiana en el siglo XIII y a lo largo de los dos siglos posteriores las minorías religiosas fueron prácticamente absorbidas o simplemente expulsadas. Hasta mediados del siglo XVI la comarca contaba con unas cuantas parroquias, existentes en las dos poblaciones más relevantes, y alguna ermita en las aldeas dependientes. En los años 70 de la misma centuria la Meseta en su conjunto poseía una treintena de ermitas. En toda la diócesis no existe ninguna otra comarca con una presencia tan numerosa e importante del catolicismo popular.
Este dato no puede explicarse si no es por la acción conjunta de varios factores. En principio hay que suponer un proceso colonizador de la tierra, algo que parece claro dado el crecimiento por entonces de asentamientos tenidos hasta entonces como granxas, un fenómeno lógico y resultado del crecimiento demográfico. Pero también significa una toma de posesión del espacio, de cristianización de la tierra. En esto quizás la competencia entablada entre las órdenes religiosas establecidas a lo largo y ancho de la comarca tuvo mucho que ver: ¿una carrera destinada a cristianizar la tierra y los nuevos asentamientos? Franciscanos, carmelitas, etc., están participando en este proceso de señalamiento religioso del territorio.
Sea como fuere entre 1550 y 1700 surgen, al menos, y me refiero a las poblaciones de Utiel y Requena, dos cultos “nuevos”, reforzados por la propia Iglesia, a la que le resultan especialmente interesantes: la Virgen del Remedio, en la Sierra Negrete de Utiel, y el culto a san Julián en el mismo caso de la villa de Requena.

Las dos advocaciones se convierten en cultos populares en momentos diferentes, pero están unidos por el espíritu de una Iglesia renovada, contrarreformista, que desea luchar con toda la fuerza de la fe contra la herejía. El objetivo primordial es reforzar la espiritualidad de los fieles. Es como si los viejos cultos, la Soterraña, en Requena, y la Asunción, en Utiel, hubieran perdido la fuerza de otro tiempo, como si se hubieran desinflado y ya no sirvieran para el culto divino. Eran quizás cultos ligados al mundo medieval, a ese pseudo-paganismo de la Iglesia medieval, empeñada en predicar una religión cristiana basada en el miedo y en la culpabilización de la sociedad. Los viejos cultos estaban ligados al Dios vengativo, a una sociedad atormentada por la preocupación de la salvación. Según parece el culto del Remedio pudo germinar gracias a la peste del siglo XVI, a una catástrofe.
La historia de Juan de Argés y la traída de la imagen desde Cullera es un viejo artilugio de las fundaciones religiosas. Tiene ciertos paralelismos con otros advenimientos marianos de carácter similar, incluso con la Soterraña, con la que comparte el ser una imagen negra. Una viene de Tierra Santa y la otra de caer en mano de los berberiscos. Al fin y al cabo comparten un origen prácticamente común: han surgido de la pugna contra los infieles. Y el fin podría ser también el mismo: crear un foco de atracción hacia la fe con una imagen divina a semejanza de los infieles, pues se ha dicho de esta manera que al ser vírgenes negras, o morenas, pretenden crear un vínculo de cercanía con los musulmanes. La hipótesis es válida, a condición de tener en cuenta que sólo una parte de los musulmanes tenía esa tez tan morena. Este es un planteamiento del que puede decirse que se ha llegado a un punto de abuso.
En cualquier caso, es muy probable que ya existiera un culto religioso previo. Pues si la tradición tiene razón (Ballesteros, págs. 302 y sigs.) la imagen llega a mediados del XVI, pero incluso esto puede ser un burdo invento con el que justificar la revitalización de un culto previo. El siglo XVII refuerza el foco del Remedio como atracción de la fe religiosa. No es ajeno a la cuestión el problema político-territorial con el señorío de Chelva.
En efecto, en aquellas estribaciones se encontraban los límites entre el realengo de Utiel y el señorío del vizconde de Chelva. Señorío frente a realengo. Un enfrentamiento ancestral, primitivo. En tiempos medievales, Utiel había constituido también un señorío, con su propia casa nobiliaria; en aquellos momentos, básicamente el siglo XV, la pugna Utiel/Chelva era más que una pugna por el poder por pastos y tierras en el Negrete. Era una lucha de poder entre Castilla y Aragón, dado que Utiel pertenecía a la Corona de Castilla y Chelva al Reino de Valencia, parte perteneciente a la Corona de Aragón. El asunto de la Contienda es conocido, la lucha armada del realengo utielano contra las fuerzas del vizconde.
Las tropas del vizconde y sus colonos eran sobre todo moriscos, está claro, gente infiel, apegada a sus viejas tradiciones islámicas, protegidas por el señor dado que proporcionaban suculentas rentas al señorío. Los moriscos eran los intrusos, los que ocupaban tierras que no les correspondían. En virtud del deslinde de inicios del siglo XV todo parecía estar claro. Pero en el siglo XVI había imperativos nuevos que era necesario satisfacer, especialmente una considerable ansia de tierras fundada en el crecimiento demográfico generalizado. Los chelvanos precisaban tierras. El señor alentaba la colonización y ocupación de pastos para acrecentar sus rentas. Habían pasado los tiempos recios de las guerras fronterizas, pero habían llegado los de la burocratización del Estado moderno. Los utielanos sabían que podían esgrimir sus privilegios y sus deslindes ante los tribunales de la corona con garantías de éxitos, pero “la villa quedó muy empeñada” (Ballesteros, pág. 299).
En la práctica, según el relato de Ballesteros, la nueva ermita fue edificada mientras había vigente una tregua con el vizconde. La iniciativa corrió a cargo del Concejo de Utiel, hacia 1564-65:
“En Noviembre del año siguiente se acogió la piadosa fundación bajo amparo y patronato del Concejo, para su mejor sustentación y gobierno; fijando el día de la fiesta el domingo siguiente á la Natividad de Nuestra Señora…” (Ballesteros, pág. 303).
El culto al Remedio nace de un asedio. El objeto de dicho asedio es Utiel. El agente del asedio es doble: el señor de Chelva y los infieles. En los tiempos modernos, los señores adquirieron la pátina de explotadores de las gentes a cargo de sus señoríos. Habían pasado los tiempos duros de los malos usos medievales, aunque aún se conservasen en ciertos lugares de España durante el siglo XVI y el XVII. Pero la imagen del señor como explotador de sus vasallos era bastante común. En tanto el realengo adquiría tintes cercanos a la libertad. Esta imagen explotada adecuadamente por la monarquía fue vital para fortalecer las bases populares del Estado monárquico español.
El Remedio era también un equipo idóneo para luchar contra los infieles. Pero en este caso con la predicación de la fe, con la seducción de la verdadera religión, con la veneración del todopoderoso Dios de los cristianos, ahora con un nuevo centro devocional en las estribaciones de Sierra Negrete. La Iglesia instalaba y potenciaría a lo largo de los siglos modernos un templo nuevo al que reforzaría como culto de la comunidad.
No hay duda del éxito. Por una parte, un éxito político. El concejo utielano pudo utilizar la nueva ermita como prueba fehaciente del apego religioso, sentimental de los utielanos a una parte de su propia tierra, pero también a una porción fundamental de sus creencias. Por otra, lentamente surgió un consenso básico en la comarca y la Virgen del Remedio fue convirtiéndose en foco de emoción religiosa comarcal, en pujanza estrecha con la Virgen de Tejeda.
Para entender la Virgen del Remedio no sólo hay que ir a los años de 1560 sino a la Edad Media. El entendimiento de san Julián en Requena requiere también retrotraerse igualmente a tiempos medievales. El elemento mítico y misterioso también está presente. En un artículo anterior hicimos mención a esta circunstancia y, en consecuencia, obviamos ahora cualquier comentario a este respecto.
Difieren los tiempos. La emergencia del culto en la Sierra Negrete es del XVI. San Julián prospera en el XVII. La Virgen del Remedio crece en una época en la que existe una cierta tolerancia social en asuntos de fe. Es una tolerancia que nada tiene que ver con la tolerancia oficial. Hay un escenario metal que plantea las posibilidades de salvación de los individuos, cada uno en su propia fe. Una visión peculiar de las cosas de la fe que la Inquisición y el poder público no tardaría en controlar. La expulsión de los moriscos, que se inició en 1609 y concitó una enorme rebelión en la Muela de Cortes, fue una medida de ese poder político-religioso católico contra una minoría y contra todos aquellos relativistas que sostuvieran cualquier principio de tolerancia en lo religioso. Precisamente el señor chelvano recibió un durísimo golpe, directamente dirigido a su bolsillo.
El Remedio reforzó la construcción de una identidad propia, que acabaría por implicar a la comarca entera, arrollando las diferencias existentes desde los inicios entre Utiel y Requena. A principios del siglo XVII se formaría la cofradía de Nuestra Señora del Remedio, que habría de servir como vehículo de difusión y asentamiento de los dogmas católicos. Pero el culto sobre San Julián tiene una naturaleza diferente.
Requena optó por un ejemplo santidad de tipo masculino. ¿Estaba agotada la fe en la tradicional imagen de la Soterraña? La privatización de su capilla por los Ferrer no fue precisamente algo que reforzara un culto que era ya secular. El culto a esta Virgen parece arrancar del siglo XIV y hunde también sus raíces en unas construcciones míticas que a veces han dado lugar a manifiestas contradicciones. Virgen negra también, parece ideal para un mundo en el que impera la diversidad étnica tanto como la religioso-cultural.
El santo varón Julián es un culto promovido desde la misma Iglesia. En todo momento, desde el Salvador hasta el obispado de Cuenca, con la decisión clave tomada en Roma, la Iglesia Católica mantiene un férreo control sobre la potenciación del patronazgo del mártir Julián (Bernabéu, págs. 193-194, recogiendo la información del manuscrito Domínguez de la Coba). Hay aquí igualmente una reactivación de un santo viejo; hay que reforzar el culto de una advocación quizás debilitada (al menos ya existía el vestigios desde inicios del siglo XVI) con el paso del tiempo.
Poco tienen que ver el remedismo con el sanjulianismo, comparten época, pero los matices son aquí muy significativos. No se ha relacionado nuca la revitalización del sanjulianismo con las misiones jesuíticas. Para el culto al santo se trajo una reliquia de Valencia, que venía a actualizar una ancestral advocación venida a menos. Dada la proverbial atracción de los huesos de santos, la presencia de la reliquia estimularía la fe de los requenenses. Pero en la primera mitad del XVII existen noticias de las predicaciones de los jesuitas en Utiel y en Requena. La base de estas predicaciones eran los llamados Ejercicios Espirituales, una profunda acción de meditación personal que tenía como destino el reencuentro con Dios. Los jesuitas fueron pródigos en la difusión de reliquias. Las habían extraído de las catacumbas romanas y las repartieron en todos sus colegios. El concilio de Trento había indicado que los fieles debían utilizar las reliquias como mecanismo de acercamiento a los santos y a la fe. La reliquia era el testimonio ineludible de la existencia del héroe cristiano. Existía una tradición vieja de realizar el culto a través de las reliquias; así que éste era un recurso viejo.
Los jesuitas se dirigieron a pueblos y ciudades. Durante el siglo XVII se concentraron especialmente en la acción de las ciudades. Pretendían cambiar a los fieles católicos, alterar sus costumbres y conducirlos hacia el encuentro interior que era la meditación. Durante semanas, parroquias y calles de Utiel y Requena vivieron las prédicas de los jesuitas, con gritos, con muchas dosis de teatro, pero efectivas, capaces de emocionar. En unas poblaciones como las de Utiel y Requena cercanas a las áreas pobladas por la minoría morisca, los predicadores debieron advertir de la presencia de los infieles. Los jesuitas potenciaron la religiosidad popular. No se trata sino de una hipótesis, pero la coincidencia de las predicaciones de los jesuitas con la reactivación del culto al mártir Julián es interesante. En cambio, el jesuitismo encontró ya organizado el culto a la Virgen del Remedio, en el que la política utielana estaba plenamente comprometida, dados los intereses territoriales y económicos que se ventilaban en la Sierra Negrete. El culto mariano del Remedio se convirtió en un extraordinario recurso forjador de identidad.
De esta manera, el remedismo tuvo unas implicaciones bastante más amplias que el sanjulianismo. Dotado de un fortísimo carácter popular, símbolo de la independencia política utielana, fue capaz de construir un sentido de identificación comunitaria. Culto religioso y fiesta popular a un tiempo, el culto a la Virgen del Remedio fue adquiriendo el carácter de foco religioso de la comarca, esto es, fue acentuando su vertiente social y política, al ser capaz de crear una identidad. En comparación el sanjulianismo alcanzó una expansión bastante más corta. No salió nunca de las murallas requenenses y habría de ser convertido en culto subalterno en el período contemporáneo.

BIBLIOGRAFÍA.
Ballesteros, M., Historia de Utiel. Utiel, 1999.
Bernabéu, R., Historia de Requena. Requena, 1982.
Delumeau, J., El catolicismo de Lutero a Voltaire. Barcelona, 1973.
Manuscrito Domínguez de la Coba, Antigüedades y cosas memorables. Requena, 2012.
Martínez, J.L., “El vicariato de Utiel en el siglo XVI. (El poder religioso del clero secular local)”, en Oleana, (17), Requena, 2002.
Martínez, J.L., La Villa de Utiel, en el siglo XIX. Algunos aspectos religiosos, políticos y sociales. Documentos I. Utiel, 2006.
En Los Ruices, a 3 de junio de 2015